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Recepción: 16 Febrero 2021
Aprobación: 19 Mayo 2021
Forma de citar (APA): 21
Resumen: El filósofo Mario Bunge ha sido el más notable investigador de la epistemología en nuestros días. Su preferencia por la ciencia y su rechazo hacia la pseudociencia son evidentes. Así, se reconoce que la filosofía de Bunge fue analítica. En consecuencia, Bunge también manifestó su desacuerdo con aquellas filosofías (en su mayoría continentales) que son anticientíficas o que no hayan promovido el estudio de la ciencia. De este modo, se analizan las razones por las que Bunge rechazó a Hegel, Husserl y Heidegger. Este rechazo lleva a investigar las bases del negacionismo y la posverdad y, finalmente, se realiza un balance entre la postura de Bunge y el florecimiento de la desinformación en la actualidad.
Palabras clave: Bunge, Hegel, Husserl, Heidegger, negacionismo, posverdad.
Abstract: The philosopher Mario Bunge has been the most notable researcher of epistemology in our day. His preference for science and his rejection of pseudoscience are evident. Thus, it is recognized that Bunge's philosophy is analytical. Consequently, Bunge has also expressed his disagreement with those philosophies (mostly continental) that are unscientific or that have not promoted the study of science. In this way, the reasons why Bunge rejects Hegel, Husserl and Heidegger are analyzed. This rejection leads to an investigation of the bases of denialism and post-truth and, finally, a balance is made between Bunge's position and the flourishing of disinformation today.
Keywords: Bunge, Hegel, Husserl, Heidegger, denialism, post-truth.
1. Introducción
Mario Bunge, filósofo argentino fallecido el 24 de febrero del 2020, escribió: “Si deseamos corregir los males sociales y reconstruir la sociedad de una manera eficaz, sustentable y humana, necesitamos el conocimiento social más veraz y profundo posible, tanto teórico como empírico” (Bunge, 1999, p. 484). En efecto, el adecuado cultivo de la ciencia social, por ejemplo, tendrá repercusiones positivas en la realidad social. Sin embargo, esto no solo es cierto para la ciencia social sino para la ciencia toda en general. Toda la ciencia beneficia a la sociedad. Pero, el enunciado “La ciencia es beneficiosa para la sociedad” no es comprobable científicamente. Se trata de una convicción filosófica.
La preferencia filosófica de Bunge no es desconocida. Él buscaba hacer filosofía informándose sobre la ciencia. Dado que no solo era filósofo sino también físico, resulta comprensible que su obra epistemológica se haya difundido en el mundo pues logró unificar en su persona tanto la figura del científico como la del humanista. Además, también es claro el hecho de que Bunge cuestionó a Popper rescatando y puliendo algunos de sus planteamientos, al menos en cuanto a la fundamentación del método científico concierne. De acuerdo a Carlos Rojas:
Bunge caracteriza la estructura de la ciencia como una de tipo hipotético-deductiva; obra compaginada de razón y experiencia. En cuanto a la validación, Bunge es claro en rechazar el verificacionismo y el refutabilismo. La experiencia confirma, pero no verifica concluyentemente. Pero tampoco hay falsación concluyente.
El contenido de su epistemología se caracteriza por: a) concepción realista y crítica de la investigación y el conocimiento científico; b) optimismo racionalista en la posibilidad de conocer la realidad; c) metodología ligada a la filosofía analítica; en su sentido amplio: como uso del instrumental lógico lingüístico, d) teoría de sistemas y emergentismo; e) materialismo. (Rojas, 2004, pp. 21-22)
Sobre esto último, específicamente, Bunge era un materialista realista. Y, epistemológicamente, su posición ha sido criticada desde distintos puntos de vista. Así pues, es posible afirmar que la filosofía que Bunge desarrolló, si bien tendió al sistemismo, se puede identificar con la filosofía analítica (en su sentido amplio) y esto lo podemos comprobar por los rasgos de este tipo de filosofar. La preferencia por la ciencia, el uso de la lógica, la crítica a la metafísica, el afán de rigor y claridad en cuanto al uso del lenguaje y la argumentación son signos que evidencian que Bunge fue un filósofo analítico. Eso explica su apasionamiento cuando rechaza formas de filosofía (continentales en su mayoría) que no se basan en la ciencia y que, además, implican un fuerte rechazo a la misma (Mora, 2020).
La ciencia descubre cosas sobre el mundo, pero la filosofía se encarga de sugerir modos de comprensión de esos descubrimientos, es decir, define conceptos y muestra la importancia de una interpretación adecuada de los resultados científicos. Bunge fue un propagandista de la ciencia y en ese proyecto tuvo que enfrentarse a los principales planteos pseudocientíficos tales como la homeopatía y el psicoanálisis. Pero también tuvo que rechazar las pseudofilosofías que, en sus planteamientos, hacen mucho daño a la difusión de la ciencia. Así pues, criticó abiertamente y sin tapujos a muchos pensadores, pero sobre todo a Hegel, Husserl y Heidegger (Mora, 2020).
Lo interesante resulta constatar que la pseudofilosofía podría tener éxito en influenciar a los que ocupan cargos de poder y así reducir la inversión económica en investigación científica o incluso anularla. Esto perjudicaría enormemente la salud social y mental de la gente. Esto sobre todo se ha podido comprobar a raíz de la pandemia de covid-19. Cuando los negacionistas constituyen un partido político y logran llegar al poder, uno de los tantos perjudicados a nivel cultural es la imagen de la investigación científica. Los casos más saltantes son Donald Trump, Boris Johnson y Jair Bolsonaro (Antena 3 Noticias). Su afrenta a la realidad fue tan irresponsable que hoy tenemos en el mundo circulando las variantes mortíferas del coronavirus que han mutado en sus países debido al descuido de sus propias autoridades. De este modo se comprende la labor bungeana de constante denuncia de aquellas filosofías que no colaboren ni estén en sintonía con el conocimiento científico (Mora, 2020).
2. Hegel
Hegel fue un filósofo alemán del siglo XIX que defendió una posición idealista absoluta bajo una metodología dialéctica y demostraba, dentro de los límites de un sistema muy ordenado, cómo a partir de la Idea absoluta y mediante sucesivas negaciones se iba llegando al Espíritu Absoluto (algo de carácter divino o muy cercano a ello) que era síntesis y manifestación elevada y exaltada del sujeto de la filosofía moderna. Ahora bien, el ataque a Hegel por parte de Bunge se debe principalmente a su singular forma de expresarse tan incomprensible y poco refinada: “[…] En particular, quien (como yo en mis años mozos) haya admirado a Hegel sin advertir que inventó el truco de hacer pasar lo oscuro por profundo, ha sido sin quererlo un idiota útil a la idiotez posmoderna. […]” (Bunge, 10 de abril del 2011, párr. 10). Además, para reforzar esta idea, se puede mencionar un pasaje de la obra de Krauze, en donde se lee esta expresión de difícil entendimiento: “El esto se pone. pues, como no esto o como superado y, por tanto, no como nada, sino como una nada determinada o una nada de un contenido, a saber, del esto”. (Hegel, 1966, citado en Krauze, 1986, p. 76). Así, no parecen gratuitos los ataques de Bunge a la postura hegeliana en cuanto puede dar pie al posmodernismo tan difundido hoy en día y que usa una retórica difícil de comprender sin una interpretación adecuada.
El mismo episodio se puede constatar en Russell quien empezó su carrera siendo un entusiasta de la filosofía de Hegel, pero luego con el tiempo se percató que el idealista alemán cometía múltiples errores y, además, era oscuro e impreciso (Sorensen, 2007). Escribe Russell:
Hegel concebía el universo como una unidad firmemente estructurada. Su universo era como la gelatina por el hecho de que, si se tocaba cualquier parte de ella, temblaba el conjunto; pero era distinto de la gelatina, porque no se podía realmente cortar en partes. Según él, su aparente consistencia en partes era una ilusión. La única realidad era lo Absoluto, que era como llamaba a Dios. En esta filosofía me encontré a gusto durante algún tiempo. […] Pero, en un momento de decisión, abandoné a los discípulos y acudí al maestro, y hallé, en el mismo Hegel, un fárrago de confusiones que me parecieron poco mejor que retruécanos. Por lo tanto, abandoné su filosofía. (Russell, 1976, pp. 12-13)
Quizás se piense que el hecho de ser un filósofo muy leído e interpretado es una buena señal. Pero esto es pura ilusión. La multiplicidad de interpretaciones no significa profundidad sino más bien falta de claridad. Afirmó Bunge en una entrevista:
El primero y peor de todos esos charlatanes fue Hegel, a quien no se habría tomado en serio si hubiese escrito en castellano o en catalán desde un villorrio español. Su prosa fue tan opaca que generó dos o quizá tres olas de intérpretes que se disputaron su legado. (Arnaiz, 2020, párr. 22)
Es notable la falacia ad hominem en la que cayó Bunge producto de su apasionamiento. Esto en un contexto académico no hace justicia a los estándares de rigor y respeto. Ahora bien, la cita se explica pues, como se sabe, después de Hegel aparecieron los hegelianos de derecha, de centro y de izquierda quienes tomaron posiciones distantes y distintas en áreas tales como la teología y la filosofía política, entre otras. Sin embargo, dentro del marco teórico de la lógica clásica cuando un sistema es contradictorio genera trivialidad en el mismo, lo cual significa que cualquier expresión bien formada del lenguaje se vuelve un teorema. Esto precisamente ocurre con Hegel. Debido a que su sistema alberga contradicciones, se abren las puertas para interpretaciones de todo calibre. El prestigio también juega un papel importante a la hora de juzgar a un pensador. En esto el prejuicio de ser publicado por grandes editoriales o haber sido profesor en una prestigiosa universidad desempeñan cierto rol a la hora de decidir el valor de una obra filosófica.
Otra razón para estar a la defensiva con respecto a Hegel es su menosprecio hacia la ciencia: “Hegel embistió contra toda la ciencia posterior a Kepler, incluyendo las mecánicas de Newton y Euler y la química atómica de Dalton y Berzelius.” (Bunge, 2013, p. 22). Esto mismo se confirma en esta otra cita: “Hegel se opuso a todas las novedades científicas de su tiempo por violar su “lógica objetiva”. (p. 23). No obstante, Bunge no fue tan mezquino ni tan innoble pues le reconoció a Hegel el haberse ocupado de temas importantes. Esto es algo que hoy más bien escasea.
Popper fue uno de los primeros filósofos serios que se atrevió a decir la verdad sobre Hegel. Pero ¿por qué tiene tanto atractivo Hegel? Porque construyó un sistema y se ocupó de temas importantes. Lo confundió todo, hablaba de forma difícil, fue el primer posmoderno, era tan confuso que dio lugar a una izquierda y una derecha… pero si pervivió es porque trató asuntos interesantes. La mayor parte de los filósofos actuales se ocupa de menudencias, de opiniones de otros filósofos: ¿Qué opina Fulano de lo que dijo Mengano de Zutano? (De Ramón, 2013, párr. 40)
A diferencia de Hegel los filósofos de hoy, en opinión de Bunge, solo se ocupan de la opinión de tal o cual pensador sobre otro intelectual. Una observación semejante se les hace a los filósofos que solo tratan temas históricos en vez de resolver (o simplemente estudiar) problemas filosóficos y científicos pertinentes y actuales. Es decir, abundan tesis sobre lo que dijo Aristóteles o Kant, por ejemplo, pero escasean investigaciones sobre la actualidad de sus propuestas a la luz de la ciencia contemporánea (Mora, 2020).
3. Husserl
Husserl fue un pensador alemán que influyó notablemente en el siglo XX con la fenomenología, doctrina según la cual podemos llegar a conocer realmente cómo es este mundo mediante una investigación que parte por ser conscientes de los prejuicios que acompañan a nuestras ideas con el fin de lograr alcanzar captar mediante la intuición eidética las esencias de las cosas mismas. Con respecto a Husserl, la crítica apunta, también, a su forma de expresarse:
Todo investigador serio, en cualquier terreno, procura razonar y escribir correctamente, o sea, con claridad y coherencia. Por lo tanto, las filosofías racionalistas favorecen la investigación. En cambio, las piruetas verbales de los Husserl, Heidegger, Sartre, Derrida, Deleuze, Vattimo, Kristeva e Irigaray son, ya absurdas, ya triviales. Por ejemplo, en su celebrada Crisis de las ciencias europeas (Parte III A, §54b), Edmund Husserl escribió: “Como ego primigenio, yo constituyo mi horizonte de otros trascendentales como cosujetos dentro de la intersubjetividad trascendental que constituye el mundo”. Por si quedara duda, Husserl aclara en la página siguiente que “el “yo” inmediato, que ya perdura en la esfera primordial perdurable, constituye en sí mismo a otro como otro. La auto-temporalización mediante la depresentación, por decirlo así (a través del recuerdo), tiene su análogo en mi autoenajenación (la empatía como una depresentación en un nivel superior-depresentación de mi presencia primigenia meramente presentificada). Como advirtiera Goya, “el sueño de la razón produce monstruos”. (Bunge, 2013, p. 18)
El análisis que hizo Bunge de la obra de Husserl fue algo exagerado y, sin embargo, cualquiera puede entender su malestar (a menos que sea un expertísimo fenomenólogo). La sola interpretación de dicha frase provoca más problemas que el tema que se intenta resolver, es decir, el tema de mi consciencia y los otros. La razón desatada y sin el adecuado control de la lógica produce expresiones monstruosas (o pseudoproposiciones). La misma estrategia usa Bunge en su diccionario:
Fenomenología […] La descripción y el análisis no científicos de la experiencia subjetiva, en partículas del “monólogo interior”. En especial, la doctrina idealista subjetiva de Husserl, según la cual la introspección de los procesos conscientes es necesaria y suficiente para descubrir la esencia de las cosas; él la identificó con la “egología” […] Una muestra de la prosa fenomenológica es la siguiente: “Como ego primigenio, yo constituyo mi horizonte de los otros trascendentales en cuanto cosujetos dentro de la intersubjetividad trascendental que constituye el mundo” (E. Husserl) (Bunge, 2007, p. 82)
El ataque no es solo hacia Husserl sino también hacia la misma idea de una fenomenología en cuanto que esta representa la búsqueda de las esencias mediante la exploración de la consciencia. Debe quedar claro que habiendo siendo Bunge un materialista, este mostró cierto desdén por la obra idealista de un posible rival como Husserl a quien calificó de idealista subjetivo.
Yo objeto tanto la filosofía lingüística de Wittgenstein como la fenomenología de Husserl, pero no las equiparo. La filosofía lingüística es ajena a la ciencia, mientras que la escuela de Husserl es contraria a ella. Para hacer filosofía lingüística basta el sentido común, mientras que para hacer fenomenología hay que contrariarlo. En efecto, cualquiera puede escribir lugares comunes al estilo del segundo Wittgenstein, mientras que, como lo afirma el propio Husserl en sus Meditaciones cartesianas, “la fenomenología es el polo opuesto de las ciencias”. Y para tomar en serio los sinsentidos que escribió en su Crisis de la ciencia europea hay que estar loco, simular estarlo o tener una pobrísima impresión de la inteligencia propia. (Bunge, 2014, p. 210)
Según Aguirre (2011), sobre la fenomenología, Bunge afirmó que esta tiene influencias de Kant, forma parte del proyecto hegeliano que explota la dicotomía naturaleza-cultura, y da lugar al movimiento hermenéutico que busca comprender el sentido de la conducta y los textos.
La fenomenología constituye un retrato incluso más drástico de la realidad. Su fundador se volvió a aproximar a Galileo y a Descartes para distinguir las propiedades primarias de las secundarias, y para ver la naturaleza como desprovista de características mentales […]. Previamente había establecido que un Objeto real que pertenece a un mundo o, tanto más, a un mundo en sí, es una idea infinita… una idea relacionada con infinidades de experiencias combinables armónicamente…, una síntesis completa de experiencias posibles” […]. En síntesis, el mundo sería dependiente del sujeto, y tendríamos que conocerlo a través de la experiencia ordinaria más que a partir de los experimentos, análisis y modelos. Como es frecuente, Husserl no ofrece ninguna evidencia para esta extravagancia subjetivista: él la ve, como todas sus opiniones, siendo “auto-evidente a priori”. (Bunge, 2006, citado en Aguirre, 2011, p. 109)
En suma, todo indica que Bunge prefirió basarse en la ciencia neurológica o psicológica para estudiar la mente que realizar especulaciones sean del calibre que sean. Bunge fue un hombre de ciencia y exigió pruebas, experimentos, datos, evidencias. La fenomenología, a su parecer, no da la talla.
4. Heidegger
Heidegger fue un filósofo alemán que, aunque estuvo vinculado al existencialismo, resultó identificándose como fenomenólogo. Él partió de una comparación entre el ser y los entes y afirmó que el hombre es un ente especial que puede acceder al ser reflexionando sobre dicho tema para vivir auténticamente, es decir, sin angustia y comprendiendo su finitud. Ahora bien, escribe Moisés Wasserman (2019):
Los filósofos más serios del siglo XX (en mi opinión) lo tenían en muy poca estima. Bertrand Russell ni siquiera lo menciona en su Historia de la filosofía occidental, y en alguna ocasión, cuando le preguntaron respondió que su terminología muy excéntrica era oscura: “Uno no puede dejar de sospechar que se trata de un alboroto”. Karl Popper lo llama directamente estafador; afirma que “sus escritos son una verborrea vacía reunida en declaraciones que están absolutamente vacías”. Hace un llamado a los filósofos serios a abstenerse de citarlo. Hay muchísimos que lo citan y lo estudian. Yo, habiendo leído poco, quedo con la misma impresión del foro: la mayoría no lo explica, sino que lo inventa. (párr. 3)
Nuevamente, la queja se relaciona con el uso del lenguaje. A Bunge le desagradaba que se escribiera en forma de poesía u otros formatos no racionales sobre filosofía: “Para evaluar una filosofía hay que preguntarse qué problemas contribuyó a resolver. Wittgenstein negó la existencia de problemas filosóficos, y Heidegger no hizo sino juntar palabras. Wittgenstein es popular porque es trivial, y Heidegger porque es hermético” (Arnaiz, 2020, párr. 19).
A Heidegger se le atribuyen los términos ser-para-la-muerte, ser-en-el-mundo, ser-ahí entre otros. Quizá a esto se refiere Bunge cuando mencionó aquello de juntar palabras. Las dos frases favoritas de Bunge escritas por Heidegger acerca del ser y del tiempo hacen recordar el análisis realizado por el neopositivista Carnap a “El mundo mundea, la nada nadea” de cuño heideggeriano.
Por ejemplo, Heidegger tiene todo un libro sobre El ser y el tiempo. ¿Y qué dice sobre el ser? “El ser es ello mismo”. ¿Qué significa? ¡Nada! Pero la gente como no lo entiende piensa que debe ser algo muy profundo. Vea cómo define el tiempo: “Es la maduración de la temporalidad”. ¿Qué significa eso? Las frases de Heidegger son las propias de un esquizofrénico. Se llama esquizofacia. Es un desorden típico del esquizofrénico avanzado. (Vidal-Folch, 2008, párr. 3)
La acusación de enfermedad mental a Heidegger muestra un ensañamiento más extremo que en los demás casos. Hay con Heidegger una evidente y especial tirria y fijación. Pero, el tema del lenguaje y la manera en la que debe expresarse un filósofo son las razones de estas críticas de parte de Bunge:
En Las pseudociencias, ¡vaya timo!, Bunge confiesa que no es capaz de comprender qué quiere decir Heidegger con das Sein des Seiendes y que tampoco sabría cómo traducirla: ¿El ser del ser?, ¿el ser del Ser?, ¿el Ser del ser?, ¿el Ser del Ser? Y se pregunta por qué habríamos de considerar que este galimatías —intraducible incluso al alemán— es filosofía seria. Reconoce después que encuentra «críptico» a Husserl, «completamente oscuro» a Heidegger y a ambos «totalmente faltos de pertinencia». (Arnaiz, 2020, párr. 21)
A Bunge este tipo de frases le parecían vacías y carentes de cualquier sentido hasta tal punto que bordean el ridículo. Sin embargo, el asunto va más lejos. Bunge realizó ataques personales: Heidegger fue nazi. Y ese asunto fue también parte de la argumentación de Bunge: “Heidegger abrazó el nazismo, que no era precisamente partidario de la libertad” (Quintana, 2013, párr. 11). Incluso desprecia a Heidegger por ser una persona que habla mucho o demasiado, especialmente sobre temas sin importancia ni trascendencia, es decir, destaca, como en Hegel, su charlatanería:
Nietzsche era el filósofo favorito de Hitler, otro: Heidegger preconizaba la estupidez, porque se reía de la lógica, negaba la racionalidad, y porque escribía de manera totalmente incomprensible. Se cree que Heidegger fue un filósofo nazi, pero eso fue un error. No era un filósofo, era un charlatán. (Bunge, 11 de octubre del 2009, párr. 4)
Pero Bunge, también consideró la posibilidad de que el planteamiento de Heidegger tuviese algún sentido, tomando en cuenta sus ideas básicas. En especial, la pregunta de ¿por qué hay algo en vez de nada? tan central en el pensamiento de Heidegger (aunque proviene de Leibniz) fue analizada por Bunge:
Yo creo que no tiene sentido esa pregunta sino en una teodicea. En una teología tiene sentido preguntarse por qué diablos Dios, en lugar de seguir tranquilamente sin hacer nada, empezó a hacer algo. ¿Por qué a Dios se le ocurrió hacer el mundo? Pero en una metafísica como la mía que es completamente atea no tiene sentido esa pregunta. Pasa por ser la pregunta más importante, eso es lo que dice Heidegger y dicen muchos otros. A mí me parece un disparate. Es una pregunta que tiene sentido solamente si se presupone que existe Dios y que fue quien creó el mundo. Si no, no. (De Ramón, 2013, párr. 80)
De este modo, Bunge aceptó que la pregunta acerca de por qué hay algo en lugar de nada solo puede tener sentido al aceptar la existencia de Dios. Pero como ya hemos planteado, Bunge fue materialista y su filosofía excluye esos temas metafísicos. Finalmente, las últimas críticas a Heidegger tienen que ver con el prestigio de haber hablado en alemán en una universidad bien conocida en el mundo académico. Esto es, el pensamiento de Heidegger no trascendió debido a su valor intrínseco sino a causa de que la suerte lo acompañó:
Heidegger no sólo no pretendió hacer ciencia, sino que, siguiendo a su maestro, Edmund Husserl, rechazó la ciencia. Esto le impidió hacer ontología y gnoseología en serio. Es verdad que “Ser y tiempo” abordó la ontología, pero no aportó nada porque es un fárrago de sinsentidos y de trivialidades dignas del siglo X. Todo el existencialismo es una gran estafa de la que nada queda. […] También yo me pregunto por qué sigue de moda ese farsante. Una explicación posible es que sus adeptos rechazan el rigor lógico e ignoran todas las ciencias. También debe influir el hecho de que Heidegger escribió en alemán y enseñó en una universidad prestigiosa (en la que fui profesor visitante de física en 1966). ¿Se le admiraría si hubiera escrito en castellano y profesado en una universidad latinoamericana? (Bunge, 8 de mayo del 2011, párr. 20-21)
Llama la atención que Bunge coloque a Heidegger en el terreno de los existencialistas cuando el mismo Heidegger se autodefinió como fenomenólogo. Sin embargo, aunque así fuera la crítica a los fenomenólogos de parte de Bunge también se le podría aplicar. Finalmente, Bunge también acusa a Heidegger de ser un irracionalista y, otra vez, de no cultivar la ciencia:
[…] era un pillo que se aprovechó de la tradición académica alemana según la cual lo incomprensible es profundo. Y por supuesto adoptó el irracionalismo y atacó a la ciencia porque cuanto más estúpida sea la gente tanto mejor se la puede manejar desde arriba. Por esto es por lo que Heidegger es el filósofo de Hitler, su protegido. Pero al mismo tiempo su seudofilosofía es tan abstrusa que no podía ser popular. De modo que al pueblo se le da una ideología crasa, del suelo, lo telúrico, la sangre, la raza. Y para la élite, fenomenología, existencialismo, esas cosas abstrusas que nadie entiende, pero si usted dice que no entiende, pasa por tonto. Si quiere hacer carrera académica tiene que tratar de imitar a estos pillos, de lo contrario, se queda atrás... (Vidal-Folch, 2008, párr. 4)
La última parte es más llamativa. La idea de que, si un filósofo no está preparado para entender un conjunto de frases difíciles de asimilar, entonces no es filósofo per se. Esta tradición (asociada a los filósofos continentales) se podría comprender apelando a que hoy en día, a fin de cuentas, la gente ya no está dispuesta a razonar con pensamiento crítico, sino que más bien quiere creer aquello que más le gusta o conviene. El tema central aquí, y que veremos más adelante, es el de la posverdad.
5. Las tres haches (Hs)
Los tres filósofos mentados (cuyos apellidos curiosamente inician con hache) eran charlatanes para Bunge. Los malabarismos lingüísticos son juegos que Bunge no vio con buenos ojos. Así, expresó estar de acuerdo con que la filosofía se dedicara a disolver problemas lingüísticos o producidos por enredos de palabras:
Sin embargo, una versión moderada de la tesis de Wittgenstein es verdadera: que hay quien ha tomado disparates, e incluso errores gramaticales, por profundas verdades filosóficas.
Ejemplo 1: Hegel afirmó que el devenir es la síntesis del ser y del no ser. No explicó el mecanismo por el cual algo se combina con nada.
Ejemplo 2: Heidegger escribió que “el ser es ELLO mismo” (sein ist es selbst). (Bunge, 2013, párr. 3)
Hegel inaugura la fenomenología y Husserl junto a Heidegger la llevan a sus extremos. Es especialmente notable, la profunda discrepancia que tuvo con Hegel y Husserl, pero sobre todo con Heidegger de quien toma la misma frase una y otra vez:
Cuando se repiten frases imbéciles como las de [Martin] Heidegger, o demenciales como las de [Edmund] Husserl, o muchas de [Georg] Hegel, no se puede pensar en forma racional. Por ejemplo, la definición que da Heidegger en su gran libro El ser y el tiempo: “El tiempo es la maduración de la temporalidad”. O en su Carta sobre el Humanismo dice: “El ser es ello mismo”. ¿Qué significa todo eso? Absolutamente nada. Es para engrupir a la gilada. (Bunge, 2010, párr. 21)
En suma, a Bunge le desagradaban las filosofías que no fueran claras a nivel lingüístico o que tuviesen antecedentes de oponerse abiertamente a la ciencia:
El neohegeliano Giovanni Gentile, cuando fue ministro de Mussolini, liquidó la escuela italiana de lógica matemática. Edmund Husserl opuso su fenomenología (o egología) a todas las ciencias por ser realistas. Martin Heidegger, su principal discípulo, rechazó toda la ciencia por la misma razón y porque, según él, ella no piensa. (Bunge, 2013, pp. 23-24)
El rechazo a la ciencia le pareció algo inaceptable. Asimismo, le disgustaba que se hiciera pasar por profundo lo que no es más que pura palabrería hueca y sin base: “en las mismas universidades que rechazan los dogmas en la ciencia se enseñan los errores de Kant y los sinsentidos de Hegel, Husserl y Heidegger, etc., como si fuesen profundas verdades” (Quintana, 2013, párr. 4).
En su obra La relación entre la filosofía y la sociología (2000), Bunge sistematizó su rechazo a estas filosofías (las mismas que en otro texto denomina “fobosofias”). Bunge las incluyó dentro de las tres olas del Romanticismo. La primera (considerada también “contrailustración”) englobó a diversos pensadores como Fiche, Schelling, Hegel, Herder y Schopenhauer, la segunda ola romántica involucró a Nietzsche, Dilthey, Rickert, Bergson, Vaihinger, James, Croce y Gentile. Finalmente, dentro de la tercera consideró como representantes a Husserl, Heidegger y el posmodernismo. Otros mencionados en esta tercera ola fueron: Spengler, Ellul, Lukács, Althusser, Camus, Sartre, Jaspers, Gadamer, Foucault, Derrida, Feyerabend, Rorty, Geertz, Garfinkel, Barnes y Latour (Bunge, 2000).
El irracionalismo u oscurantismo que tanto temió Bunge se manifestó en la conducta de los filósofos que piensan que por hablar de modo incomprensible ya dicen cosas profundas y verdaderas que solo son capaces de entender los (supuestamente) más inteligentes:
Se volvió a poner de moda el viejo adagio teológico: credo quia absurdum, lo creo porque es absurdo. En Argentina, no solo en las facultades de filosofía, sino también en las de ciencias sociales, torturan a los chicos, los obligan a leer, a tragar, a Hegel, a Nietzsche y Heidegger. Y no entienden nada. ¿Qué puede significar “El tiempo es la maduración de la temporalidad” que es la definición que da Heidegger de tiempo? Nada. (De Ramón, 2013, párr. 43)
Incluso, Bunge sostuvo que Platón no hubiera querido discutir con personas que desprecian la lógica o lo que es lo mismo, personas que no usan correctamente el lenguaje para expresarse con claridad: “Platón hubiera despreciado los malabarismos verbales de Hegel y Husserl, y no hubiera intentado dialogar con Heidegger, puesto que éste rechazó la lógica como banalidad de maestro de escuela” (Bunge, 2013, párr. 8).
6. Negacionismo y posverdad
El ataque a la ciencia no es nuevo. Desde que se mostró su eficacia también fueron previsibles sus riesgos sobre todo a partir del siglo XIX. Pero de ahí a negarla por esos riesgos es muy irresponsable. Algunos filósofos, como los que se ha revisado, niegan la ciencia o la deforman a su gusto para cuestionarla de modo más efectivo. Sin embargo, los beneficios de la ciencia también son muy notorios y la explicación que otorga sobre los fenómenos y su capacidad predictiva, aunque compleja, es asequible al entendimiento, si se tiene el tiempo y la disposición adecuadas.
Todas las reflexiones que hacen los filósofos son dirigidas hacia la sociedad y esta es la que las aprovecha. Así pues, esta es la que tiene la última palabra. El éxito de la recepción de un filósofo no depende tanto de lo que los académicos muy cómodos en sus despachos piensen o comenten. Es la sociedad y los divulgadores los que convierten a un pensamiento en guía para tal o cual acción.
Pues bien, desde hace un tiempo la existencia de un bando contrario a la ciencia entre los cultores de la filosofía ha engendrado posiciones demasiado escépticas como la de algunos posmodernos que toman por ideología casi todo (sobre todo esos posmodernos que se hallan cómodos con la idea nietzscheana de que no hay hechos sino interpretaciones de los hechos).
Tomemos en cuenta el anarquismo epistemológico de Feyerabend (1986) cuyo principal eslogan “Todo vale” significa que en la ciencia no hay reglas universales ni estáticas, es decir, hay multiplicidad de metodologías y para quien la ciencia era una opción alternativa (entre las muchas otras que existen), irracional (porque su progreso depende más de la creatividad de los científicos que de un seguimiento estricto de reglas) y autoritaria (porque impide que otros saberes diferentes a esta sean equiparados a su mismo nivel) que triunfó más por su rendimiento tecnológico que por su coherencia lógica interna. Ahora bien, se podría interpretar a partir del planteamiento de Feyerabend, ciertamente a riesgo de caer en una lectura discutible y controversial, que la ciencia es solo una ideología que busca silenciar otros modos de pensar y que, por esta incapacidad de prestar oídos a otras vertientes, no debe ser considerada seriamente sino tan solo como una corriente, como una opinión, como una pura preferencia. La ciencia, así, es un metarrelato.
De este modo, los filósofos como los que hemos visto han fundamentado, quizás sin proponérselos, una visión posmoderna de un mundo carente de cultores de la ciencia. Criticar a la ciencia desde una postura idealista como hace Hegel refuerza una posición metafísica con ramificaciones religiosas nada amigables para la investigación científica, por ejemplo, pensemos en el rechazo a la teoría de la evolución y la difusión del terraplanismo (posturas ambas que han sido defendidas por colectivos religiosos). Enfatizar en la búsqueda de esencias desde la fenomenología de Husserl y ubicar esa difusa búsqueda en un plano eidético, especulativo y conceptual hace quedar a la ciencia de laboratorio como un discurso secundario y esto tiene como resultado que la gente se quede con la impresión de que es posible entender mejor el mundo solo pensando y sin la necesidad de los instrumentos ni la técnica que requiere la ciencia. Finalmente, acusar a la ciencia de que no piensa, como hace el filósofo Heidegger, porque el pensar implica reflexionar única y exclusivamente sobre asuntos radicales, es una estrategia retórica tan retorcida que ha tenido como consecuencia, entre otras cosas, que se culpe a la ciencia como la causante de los peores males de la vida contemporánea, como si estos males dependieran más de la ciencia que de la dirección que tomen los políticos de un país determinado.
Así, se ha dado paso al negacionismo. Esta posición niega abiertamente lo que los resultados científicos indican (Sánchez, 2021), es decir, desafían el conocimiento científico generalmente aceptado, pese a la existencia de las evidencias (Cárdenas, 2012). Por ejemplo, niegan la eficacia de las vacunas (Fernández-Niño y Baquero, 2019), desestiman el cambio climático (Heras, 2018), objetan la curvatura del planeta Tierra, rechazan la evolución (Achenbach, 2019) y creen en los fenómenos paranormales (Fasce, 2017). En los trabajos mencionados se puede constatar la actualidad de esa conducta pseudocientífica. Básicamente, los negacionistas ven todo como parte de una gran conspiración destinada a mantener a la sociedad sumergida en un pensamiento único. Podría pensarse que ser un negacionista implica poseer un gran sentido crítico, pero la propia ciencia institucional posee mecanismos de corrección mediante la revisión por pares ciegos. Si la ciencia fuera tan controversial, no sería confiable. Existen consensos mínimos y los negacionistas simplemente los evaden. ¿Por qué actúan así? A veces son motivados por razones religiosas, otras veces por razones económicas. Los negacionistas, como es natural pensar, siempre estarán dispuestos a buscar más y más apoyo, y qué mejor modo de lograrlo que capturando el poder manipulando una herramienta muy influyente en este momento: las redes sociales. Las fake news son un claro ejemplo de esto.
De este modo, se han sentado las bases para que la gente solo crea en aquello que le agrada creer y no en aquello que es cierto por múltiples pruebas, evidencias y experimentos. Estamos ante la posverdad. Esta alude a aquella situación en la que a pesar de que algunas ideas puedan estar compuestas de falsedades resultan, sin embargo, siendo más convincentes para algunos porque van más de acuerdo con lo que es esperable creer y, además, resultan más agradables y cómodas (Vila De Prado, 2018).
La mayoría de personas ha adoptado a las redes sociales como si se tratara de una plataforma análoga a un periódico. Y en esta peligrosa analogía han pensado que todo lo que allí circula es cierto e inobjetable. Además, hay videos reforzadores en YouTube que imparten las estrategias argumentativas adecuadas para hacer más creíbles aquellas noticias falsas. Y como resultado obtenemos lo que Russell (1998) escribió en “The triumph of stupidity” de Mortales y otros: “Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas.” (p. 28). Nuestro mundo está lleno de muchos idiotas convencidos con memes tomados de Facebook y unos pocos sabios escépticos que no tienen tribuna y son vistos como borregos que siguen a la masa que se ha dejado manipular por lo que dice la mal vista ciencia oficial.
No solo estamos en riesgo debido al covid-19 sino que también la infodemia se ha vuelto un problema muy notable en estos tiempos. Hay exceso de información y encima esta es contradictoria. El constante bombardeo de noticias desagradables sobre la cantidad de muertes y el avance de esta enfermedad en los territorios de todo este mundo ha sido causante de mucha saturación y estrés. Pero eso no justifica que comencemos a prestarles atención a quienes niegan abiertamente las teorías científicas, la pandemia y las recomendaciones para evitar la propagación del virus como, por ejemplo, el uso de mascarillas y del alcohol en gel.
La ciencia es una tarea difícil y esforzada. En vista de esto requiere inversión. También, la cultura, la educación y la salud necesitan inversión, pero la columna vertebral de estas debe ser la ciencia. El problema es cuando las propuestas negacionistas adquieren una apariencia política y debido a la desinformación y la plasticidad de las redes sociales consiguen el apoyo suficiente para instalar en el poder sus ideas anticientíficas. Si la inversión en la ciencia disminuye y con ello el despilfarro en otras áreas vinculadas al entretenimiento y la distracción inicia, entonces no debe sorprender que la sociedad se vuelva cada vez más ignorante, egoísta y descuidada. Si antes decíamos que “Pan y circo destruyó a los romanos”, hoy debemos decir que “Fake news y redes sociales destruirán a los humanos”.
7. Conclusión
¿Por qué nos resultan tan atractivas las teorías conspirativas? ¿Por qué hay quienes piensan que Bill Gates es un alien que quiere colocarnos michochips 5G en las vacunas para controlarnos? ¿Por qué la mayoría de las personas no se da cuenta que la pandemia se ha generado por un predecible contacto con los animales al intentar proteger su hábitat de la desmesurada expansión humana y, además, por el calentamiento global que va derritiendo el hielo en el cual se encuentran organismos biológicos antiguos que podrían generar nuevas pandemias? En “An outline of intellectual rubbish” de los Ensayos impopulares escribe Russell:
El miedo a veces actúa directamente, inventando rumores de desastre en tiempos de guerra, o imaginando objetos terroríficos, como fantasmas; otras veces opera de modo indirecto, infundiendo la creencia en algo consolador, como el elixir de la vida, o el cielo para nosotros y el infierno para nuestros enemigos. Tiene el miedo muchas formas- el miedo de la muerte, el miedo a la oscuridad, el miedo a lo desconocido, el miedo al rebaño, y ese miedo vago y difuso que asalta a los que se ocultan a sí mismos sus propios terrores más específicos. Hasta que usted haya reconocido sus propios temores y se haya prevenido, por un esfuerzo difícil de la voluntad, contra el poder mitificador que ellos tienen, no le será posible discurrir con certeza sobre muchas cuestiones de gran importancia, particularmente aquellas que atañen a las creencias religiosas. Conquistar el miedo es el principio de la sabiduría, tanto en la conquista de la verdad como en la de un noble estilo de vida. (Russell, 1921, citado en Mañach y Robato, 2010, p. 81)
El miedo a lo desconocido nos ha arrinconado y acorralado de tal modo que hemos terminado buscando resguardo en la posverdad. Hoy en día la gente prefiere las mentiras reconfortantes que las verdades incómodas. Es más fácil creer que todo esto es parte de un plan (la llamada “plandemia”) de control poblacional mundial que creer lo que de verdad es, una situación creada por el propio ser humano que no está midiendo las consecuencias de su actividad productiva y extractiva y que enfoca al mundo entero como mero recurso. Y esa cuestión no es asunto científico sino más bien político. El mito de Prometeo terminaba con Zeus ordenándole a Hermes que impartiera el don de la política entre los hombres porque si no, estos se iban a destruir con ese fuego que simboliza la ciencia (y la tecnología). Algo análogo estamos viviendo.
Volviendo a Bunge, puede comprenderse su insatisfacción con filosofías que desde Hegel toman la falta de claridad en el lenguaje como si se tratase de una virtud. Así, Ortega y Gasset (1929) tenía y razón cuando decía que la claridad es la cortesía del filósofo. El filósofo debe aclararte algunos conceptos e hipótesis. Ser claros debería ser la carta de presentación de un filósofo ante la sociedad (Mora, 2020).
Hay algunos filósofos que piensan que la forma en la que se habla en filosofía es tan abstrusa porque los temas de los que se trata no son cotidianos. Son temas tan complejos y profundos que el lenguaje coloquial no se ajusta a esa investigación. Sin embargo, ¿no será esta una excusa para aparentar relevancia ante los demás? ¿Acaso será que la frase creo porque es absurdo está volviendo a tener vigencia? ¿Estos tres filósofos mencionados son fundamentadores de la posverdad o sería una exageración el afirmarlo?
Mas otras preguntas también relevantes quedan, sin embargo, en el aire. ¿Habrá una única forma correcta de hacer filosofía? ¿Acaso Bunge fue un intolerante? ¿Será posible que las distintas filosofías necesariamente estén condenadas siempre a no encontrar un punto en común para poder dialogar con miras a un progreso intelectual? (Mora, 2020).
Una crítica que se le puede hacer a Bunge es que le faltó aplicar el principio de caridad. De acuerdo a este principio, las declaraciones del interlocutor en un debate deben ser interpretadas como racionales y, en caso de polémica o discrepancia, debe considerarse su interpretación más sólida. En ese sentido, Bunge no fue caritativo con respecto a otras filosofías rivales y no les concede la posibilidad de dejarse entender. Bunge no asumió aquella posición que podría favorecer un mejor entendimiento de aquellas propuestas distintas a la suya. No obstante, la consecuencia de concederles un punto siquiera a aquellas fobosofias o pseudofilosofías podría dar pie al negacionismo. ¿Lo tenemos que permitir? De nuevo, solo la sociedad y el tiempo lo juzgarán.
Referencias
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