Investigaciones

Participación comunitaria en la Junta de Acción Comunal de La Macarena, barrio bohemio de Bogotá

Community participation in the Community Action Board of La Macarena, bohemian neighborhood of Bogotá

Participação comunitária na Junta de Ação Comunitária de La Macarena, bairro boêmio de Bogotá

Karen Lorena Romero Leal.
Universidad de Leiden, Países Bajos., Colombia

Revista Ciudades, Estados y Política

Universidad Nacional de Colombia, Colombia

ISSN: 2462-9103

ISSN-e: 2389-8437

Periodicidad: Cuatrimestral

vol. 4, núm. 3, 2017

revcep_bog@unal.edu.co

Recepción: 22 Octubre 2017

Aprobación: 08 Febrero 2018



Resumen: La Junta de Acción Comunal es un organismo de participación comunitaria que persiste en Colombia desde la segunda mitad del siglo XX en los pequeños territorios urbanos y rurales como son los barrios y las veredas. Su importancia radica en que es reconocido como el primer interlocutor del Estado con la ciudadanía en los territorios donde habita. Algunos estudios han identificado que estas organizaciones han funcionado sobre todo para resolver necesidades básicas de la población como los servicios públicos domiciliarios y equipamiento social en zonas que carecen de ellos, pero no se conoce su funcionamiento en barrios urbanos que ya cuentan con la infraestructura básica y cuyos residentes tienen un nivel medio o alto de capacidad adquisitiva y están conectados con circuitos económicos de cultura globalizada. Este artículo tiene como objetivo comprender los factores poblacionales y territoriales, organizativos e institucionales que restringen la participación comunitaria de los habitantes de La Macarena, barrio bohemio de Bogotá, en la Junta de Acción Comunal. A través de una triangulación entre información recopilada con técnicas de investigación cuantitativa y cualitativa en un ejercicio de investigación social aplicada, se encontró que la relación entre el consumo cultural privatizado, el estilo de vida cada vez más individualizado de los habitantes del barrio, y las dinámicas urbanas de la ciudad latinoamericana, junto con la creciente deslegitimación de las organizaciones de acción comunal en el país y, en general, del ejercicio de la política tradicional, explican la reducida participación en organizaciones de acción colectiva local de ciudadanos de clase media.

Palabras clave: comunidad urbana, participación comunitaria, desarrollo comunitario, prácticas culturales, asociacionismo.

Abstract: The Community Action Board is an organism of community participation that persists in Colombia since the second half of the 20th century in the small urban and rural territories such as neighborhoods and rural districts. Its importance is that it is recognized as the first interlocutor of the State with citizenship in the areas where it lives. Some studies have identified that these organizations have worked mainly to solve basic needs of the population such as home public services and social facilities in areas that lack them, but its functioning is unknown in urban neighborhoods that already have basic infrastructure and whose residents have a medium or high level of purchasing power and are connected to economic circuits of globalized culture. The objective of this article is to understand the population, territorial, organizational and institutional factors that restrict the community participation of the inhabitants of La Macarena, the Bohemian neighborhood of Bogotá, in the Community Action Board. Through a triangulation between information compiled with quantitative and qualitative research techniques in an applied social research exercise, it was found that the relationship between the privatized cultural consumption, the increasingly individualized lifestyle of the inhabitants of the neighborhood, and the Urban dynamics of the Latin American city, together with the growing delegitimization of community action organizations in the country and, in general, the exercise of traditional politics, explain the reduced participation in local collective action organizations of middle class citizens.

Keywords: urban community, community participation, community development, cultural practices, associationism.

Resumo: A Junta de Ação Comunitária é um organismo de participação comunitária que persiste na Colômbia desde a segunda metade do século XX nos pequenos territórios urbanos e rurais como são os bairros e as veredas. Sua importância radica em que é reconhecido como o primeiro interlocutor do Estado com os cidadãos nos territórios onde mora. Alguns estudos têm identificado que estas organizações têm funcionado sobre todo para resolver as necessidades básicas da população como os serviços públicos domiciliários e equipamento social em zonas que não dispõem deles, mas não conhece-se seu funcionamento em bairros urbanos que já contam com a infraestrutura básica e cujos residentes têm um nível meio ou alto de capacidade de aquisição e estão conectados a circuitos econômicos de cultura globalizada. Este artigo tem como objetivo compreender os fatores populacionais e territoriais, organizativos e institucionais que restringem a participação comunitária dos habitantes de La Macarena, bairro boêmio de Bogotá, na Junta de Ação Comunal. Através de uma triangulação entre informação recopilada com técnicas de pesquisa quantitativa e qualitativa em um exercício de investigação social aplicada, encontrou-se que a relação entre o consumo cultural privatizado, o estilo de vida cada vez mais individualizado dos habitantes do bairro e as dinâmicas urbanas da cidade latino-americana, junto com a crescente deslegitimação das organizações de ação comunal no país e em geral, do exercício da política tradicional, explicam a participação reduzida em organizações de ações coletivas locais de cidadãos de classe média.

Palavras-chave: comunidade urbana, participação comunitária, desenvolvimento comunitário, práticas culturais, associacionismo.

Introducción

El barrio La Macarena, de estratos 3 y 4, está ubicado en la localidad de Santa Fe, específicamente, en la Unidad de Planeamiento Zonal (UPZ) 92, denominada de la misma forma que el barrio y que alberga zonas de diferenciada caracterización socioeconómica, entre las que se encuentran los barrios populares La Paz y La Perseverancia, de estratos 1 y 2, y el barrio de interés cultural Bosque Izquierdo, donde predomina el estrato 5.

En el marco de la modernización de Bogotá, en 1952 se construyó el Hotel Tequendama en antiguos predios del Ministerio de Defensa, y con ello se configuró lo que hoy se conoce como el Centro Internacional, con el levantamiento de grandes edificaciones destinadas para actividades gubernamentales y relacionadas con los negocios. En 1954 se empezó a construir el viaducto de la calle 26. Luego, en la siguiente década se edificaron obras sin una planeación unificada, mientras que la ciudad sufrió una gran expansión hacia todas las direcciones; de esta manera, el uso del centro de Bogotá se transformó de residencial a comercial, terminando de desplazar a la mayoría de sus habitantes tradicionales a otras zonas de la ciudad —proceso que se había iniciado en los años veinte—. Se generó así un abandono del sector que se encuentra ligado a la irrupción de graves problemas de inseguridad (Secretaría del Hábitat, 2011). Posteriormente, el sector no cambió en cuanto a su área construida, sin embargo, como la administración pública de Bogotá buscó frenar la expansión de la ciudad hacia la sabana, razón por la cual se impuso la construcción de altos edificios de uso residencial como las Torres del Parque, constituido por viviendas de interés social financiadas por el Banco Central Hipotecario en 1967 (Laverde, 2013, p. 9), y se promovió la construcción de infraestructura vial para mejorar el tránsito, siendo importante el inicio del proyecto de la avenida de Los Cerros, o la circunvalar a principios de los setenta. En los próximos años se consolidó la oferta cultural del sector, pues se creó el Planetario Distrital, el Museo de Oro, el Museo de Arte Moderno, entre otros (Zambrano et al., 2003, p. 141).

Pese a la modernización urbanística de la zona norte del centro de la ciudad, todavía en los años setenta había disponibilidad de gran cantidad de terrenos en La Macarena, por tal motivo, “ofrecía vivir lo urbano en un ambiente semirrural y muchos artistas llegaron al barrio seducidos por el aire a campo que todavía se respiraba, pero cerca de las librerías, los teatros, los cafés, la bohemia que los inspiraba” (“Infancia del barrio”, 2005). Entre los artistas que habitaban el barrio en los sesenta, estaba el pintor Enrique Grau y el fotógrafo Hernán Díaz, quienes inspiraron el mote de Colina de la Deshonra a la cuadra de la calle 26 entre carreras cuarta y quinta. El proceso de gentrificación en el barrio inicia con la construcción de las Residencias El Parque en los años setenta, que atrae migrantes de clase media, sobre todo provenientes del norte de la ciudad, quienes querían diferenciarse de un sector tradicional, y que se interesaron por el consumo cultural posibilitado por los equipamientos recreativos y de patrimonio ubicados en el centro de la ciudad (Laverde, 2013).

Los cambios en la configuración residencial de La Macarena se producen a la vez que se desarrolla un uso comercial del sector con la apertura de establecimientos como restaurantes, cafés y discotecas a finales de los años ochenta, debido a que una parte considerable de los espacios comunes de las nuevas edificaciones fueron cedidos por sus propietarios para la instalación de sitios comerciales con el fin de financiar sus gastos de administración. Posteriormente, con este mismo propósito, se incorporan nuevos predios al uso comercial. En términos comerciales, La Macarena alcanzó una renovación entre la década de los ochenta y después de los noventa, pues pasa de ser un sector de rumba a uno “más turístico y cultural”, en palabras del astrónomo y economista Germán Puerta, residente del barrio, debido a que la Zona Rosa y la vía a La Calera se consolidan como epicentro del esparcimiento nocturno de sectores de clase media y alta (Un viaje a las estrellas de la mano de Germán Puerta, 2009).

La oferta comercial del barrio se mantuvo, aunque restringida casi exclusivamente a los restaurantes. Sin embargo, la transformación del uso del suelo de La Macarena en algunas zonas de residencial a comercial es definitiva, especialmente en la parte occidental. A raíz de que en 1994 la Alcaldía de Bogotá comunicó a los habitantes del sector ubicado entre el parque de la Independencia y el parque Nacional su interés en intervenir la carrera quinta, se produjeron una serie de reflexiones sobre las problemáticas que los aquejaban, encontrándose como principales las siguientes: la inseguridad, la indigencia, la drogadicción, los altos niveles de tráfico vehicular, la acumulación y/o dispersión de basuras, ruido, alteración de la privacidad, parqueo en andenes y falta de civismo. Esta última expresada, entre otras cosas, en el irrespeto a las normas y la falta de organización vecinal (Chaparro, s.f., pp. 3-4). Gran parte de tales problemáticas se relacionaba con la presencia de actividades comerciales e instituciones públicas y privadas en el sector que atraían a una numerosa población flotante que generaba dinámicas diferentes a las de un sector residencial como, por ejemplo, la invasión de espacio público. Con el fin de hacer frente a las consecuencias negativas para los residentes del cambio de uso del suelo en La Macarena, justamente en 1998 se crea la Junta de Acción Comunal del barrio y, como lo dijo un afiliado, su lucha sería por ordenar el territorio, propósito abanderado especialmente por los habitantes tradicionales del barrio.

Uno de los objetivos de la Constitución Política de Colombia es la promoción de la participación ciudadana mediante diversas modalidades, dentro de las cuales se encuentran las Juntas de Acción Comunal (JAC), como organismos de carácter territorial. Las JAC son el organismo de participación con mayor tradición y conocimiento por parte de los ciudadanos en Colombia. Desafortunadamente, en general, parece que en la actualidad sufren un proceso de estancamiento, específicamente en territorios donde sus habitantes no pertenecen a los estratos socioeconómicos más bajos, como es el caso del barrio La Macarena, y donde estos organismos no están cumpliendo adecuadamente su propósito de fortalecer el tejido social. En esta perspectiva, es relevante conocer la forma en la cual operan los organismos comunales y explorar las razones que inciden en su funcionamiento.

La Junta de Acción Comunal del barrio La Macarena se presenta como un caso particular, en primer lugar, porque a pesar de que los habitantes del barrio desconocen de manera generalizada el organismo y, por ende, existe un bajo nivel de participación comunitaria, la JAC sigue funcionando, y, por otro lado, las características socioeconómicas de la población del barrio harían pensar que en el barrio habría mayor probabilidad de que la gente participe en la mejora de su entorno próximo. Es por lo que el barrio La Macarena permite realizar un estudio particular, teniendo en cuenta el universo de las Juntas de Acción Comunal de los barrios de estratos medios y altos.

A través de una pasantía de investigación apoyada por miembros de la organización, el objetivo de la investigación fue identificar las razones que a nivel social, organizativo e institucional, restringen la participación comunitaria en la Junta de Acción Comunal del barrio La Macarena, a través de la caracterización poblacional, la identificación de los factores organizativos de la JAC y los factores de la administración pública distrital1 que restringen la participación en la Junta por parte de los habitantes del barrio.

La importancia de este estudio radica en que las Juntas de Acción Comunal son, desde la segunda mitad del siglo XX, la organización social más extendida en los territorios del país. Pero pese a su significación en la historia organizativa de Colombia, es reducido el interés puesto como objeto de estudio especialmente en la última década. No existe hoy en día un estudio sobre los factores que influyen en la existencia y mantenimiento de las Juntas de Acción Comunal ni mucho menos sobre su funcionamiento en los estratos socioeconómicos medios y altos de Bogotá. Las tesis de Quintero y Yepes (1999) y Rodríguez (1998) se enfocan en los actores y prácticas de participación comunitaria en Juntas de Acción Comunal de barrios de estratos bajos de Bogotá. Por el contrario, existe un sinnúmero de estudios sobre los factores a nivel micro, meso y macro que inciden en la participación política (por ejemplo, ver Fernández, 1999) y en la participación ciudadana (Velásquez, 2003) a nivel local y nacional.

Participación democrática

El modelo de la democracia representativa, para hablar del caso colombiano, se ha visto limitado para integrar el conjunto de las demandas de la población nacional, entre otras cosas porque el mecanismo de la representación política de los ciudadanos electores no constituye verdaderamente una representación efectiva de los intereses y deseos de gran parte de la población (Velásquez y González, 2003), situación que se ve agudizada por la exclusión socioeconómica de amplios sectores. De esta manera, se ha configurado una imagen tergiversada de la política, que se funda en prácticas de cooptación del poder estatal para el beneficio propio de los políticos elegidos y no en el espíritu ideal de la democracia. Como una solución a la creciente falta de legitimidad del modelo político de la democracia, ha surgido un modelo que busca ser realmente democrático e incluyente: la democracia participativa2, que tiene como fin incluir a la población históricamente excluida tanto política como social y económicamente en los circuitos de decisión y control sobre lo público.

Asimismo, para Londoño (Consejo Nacional Electoral, 2009) hay tres aspectos que hacen de la participación un mecanismo fundamental para reforzar el sistema político. El primero es que como principal solución a la crisis del Estado se vio necesaria la apertura del sistema político y la profundización de la participación; en segundo lugar, está la importancia que tiene la generación de capital social para alcanzar el desarrollo; y, por último, se encuentra que en las teorías organizacionales, de administración y gestión pública, especialmente en el replanteamiento de los modelos de eficacia y de procesos se veía con mayor utilidad la promoción de una gerencia abierta y participativa. Lo anterior se relaciona con la propensión del neoliberalismo a limitar el accionar del Estado, al mismo tiempo que se le otorga mayor importancia a otras formas de organización política y social para la gestión de servicios sociales. Es necesario resaltar que la participación es diferente con una cultura política democrática que en otra no democrática. Las características de una cultura política democrática son la confianza, el compromiso (cumplimiento de acuerdos), tolerancia, inclusión y la igualdad, que justamente deben fundamentar los procesos de participación en la democracia.

De acuerdo con diversos enfoques teóricos sobre participación, García (2008, p. 197) clasifica los factores que inciden en la participación en los niveles macro, meso y micro. Los macrofactores tienen que ver con la estructura socioeconómica, dentro de los que se encuentran los rasgos del desarrollo socioeconómico, la modernización, el sistema político y el diseño institucional del Estado. En el nivel meso, se encuentran los factores ligados a la configuración de las acciones de movilización de los agentes, incluyendo los caracteres organizativos de sus colectivos; y como microfactores se encuentran rasgos sociales expresados individualmente como el nivel de ingresos, incluyendo las motivaciones culturales. A su vez, Velásquez y González (2003, p. 237) clasifican las motivaciones para participar en macromotivaciones y micromotivaciones. Las primeras están más relacionadas con la internalización de normas sociales que sancionan positivamente la participación, mientras que las últimas se relacionan con el cálculo del beneficio personal. Esta clasificación también se puede entender a partir de las conductas racionales egoístas y altruistas.

Fernández (1999) expone tres clases de factores que inciden en la participación política, que son los factores sociodemográficos (edad, educación, sexo, ingreso y estratificación socioeconómica), los factores psicológicos —que también podemos denominar como culturales— (creencias, actitudes, valores, beneficios que el individuo cree que obtendrá) y factores provenientes del entorno político (estímulos políticos que pueden llevar a participar). La autora observa que los estratos más altos son los que más participan —idea que también comparte Velásquez y González (2003, p. 24) para el caso de la participación ciudadana—, mientras que los estratos bajos están preocupados por satisfacer sus necesidades materiales, llegando a considerar a veces la participación como un lujo. Al señalar qué factores podrían posibilitar la participación, surge la pregunta acerca de cuál es la razón por la que existen apáticos frente a la política y qué rol juegan en el sistema democrático. Los debates frente al tema pueden dividirse en dos posiciones teóricas, por un lado, se considera que los apáticos son útiles a la estabilidad del sistema político porque limitan la actividad política de un territorio, generando así que se restrinja el inconformismo por los resultados electorales; además, se llega a considerar que en el caso de que los apáticos se animen a votar, ellos podrían tomar decisiones equivocadas. Por otro lado, existe un grupo de teóricos que sí se preocupan por los apáticos, en tanto señalan que si este grupo no participa no puede ser efectivamente representado, limitando de esta forma la democracia.

En la literatura sobre participación ciudadana, sobre todo la relativa a la experiencia colombiana, es posible identificar distintos tipos de participación, que pueden clasificarse en dos corrientes: concepciones y prácticas de participación hegemónicas y contrahegemónicas, clasificación que es adaptada de la que hace Santos y Avitzer (como se citó en Velásquez, 2003) para las nociones de democracia. Restrepo (2001) contribuye a esta tarea analítica al dividir la democracia participativa en dos corrientes, en primer lugar, se encuentra la del mercado, que podemos llamar neoliberal y, en segundo lugar, se encuentra la corriente de los movimientos sociales, que, como veremos más adelante, se relaciona con las prácticas contrahegemónicas.

Concepciones y prácticas de participación hegemónicas

Según Restrepo (2001), la corriente de la democracia participativa relacionada con el mercado se caracteriza porque se desmantela el Estado benefactor para luego privatizar sus instituciones, con el argumento de mejorar la eficiencia de los programas estatales. En general, se da una mercantilización en el interior del Estado, implicándole relaciones empresariales, fenómeno que promueve a su vez la contractualización de este con la sociedad, en tanto se dan unas relaciones de proveedor y consumidor, en el que el último ya no es un sujeto pasivo, sino actor fundamental al aportar trabajo y recursos a la consecución de las políticas estatales. Se incluye en este análisis la inserción de una cultura de los proyectos que genera la competencia entre distintos grupos poblacionales por recursos escasos. Asimismo, se focalizan los programas sociales a poblaciones específicas, pasando de un ideal de cobertura universal de alta calidad a una cobertura focalizada prestándose un servicio de baja calidad. En este caso, se promueve la participación de los ciudadanos como individuos, más que como grupos o comunidades. Así las cosas, la participación ciudadana se daría en el nivel de políticas sociales y locales, dejando a un lado la incidencia de la ciudadanía en las grandes políticas económicas.

Guerra (1994) analiza el discurso de las iniciativas y proyectos de entidades multilaterales como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) que contienen la noción de participación. En estas fuentes encuentra que la participación es una estrategia para posibilitar a la gente pobre paliar sus necesidades básicas, con recursos propios como son los elementos de su vida diaria (recursos naturales, trabajo colectivo, organización popular), y que difieren de los Recursos —con su inicial en mayúscula— de la sociedad hegemónica, que se expresan en términos económicos y se encuentran dentro del circuito del mercado, pero que se excluyen a los marginados, para que no devengan en su reducción. Es así como la participación de los marginados en los programas realizados para ellos por el Estado y organismos multilaterales puede ahorrar mano de obra, así como aportar recursos que limiten el costo de los insumos de los programas, valorándose por ello el trabajo y la organización colectiva, recursos que crean y tienen valor fuera del mercado y del dinero.

Como es una estrategia diseñada para la población marginada, este tipo de participación tiene limitaciones, pues en ocasiones se reduce a la concertación de políticas a corto plazo, más no a reducir los factores que generan la pobreza y no incluyen las necesidades más agudas de la población pobre. De forma similar a esta caracterización, autores como Quintero y Yepes (1999) y Rodríguez (1998) ven la participación comunitaria como una estrategia institucional de inclusión de los sectores más pobres a través de su organización colectiva, que surge con la delimitación de unos lineamientos precisos de participación, que influyen en sus prácticas, más que ser producto de la iniciativa de las bases populares.

Participación comunitaria

Como principal exponente de la participación comunitaria, que difiere de la noción de participación popular —expuesta en el apartado siguiente—, se encuentran los organismos del primer nivel de acción comunal, es decir, las Juntas de Acción Comunal. Quintero y Yepes (1999) examinan el desarrollo histórico de la acción comunal en Colombia, mostrando primero que la noción de comunidad adquiere importancia como mecanismo para la gestión social, primero en países como India, luego en Inglaterra que busca imponerlo en sus colonias, y después en países de Latinoamérica para la promoción de programas sociales y la incorporación de las comunidades a la nación.

En 1958, a través de la Ley 19 de ese año, se consolidan las Juntas de Acción Comunal en el Gobierno de Alberto Lleras Camargo, como mecanismo para superar la violencia bipartidista, en la medida en que allí se incluían miembros de ambos partidos tradicionales, pero también para que las comunidades gestionaran sus equipamientos sociales, en un intento entonces de impulsar un desarrollismo o modernización desde las comunidades. Posteriormente, la historia de la acción comunal podría identificarse a través de las siguientes etapas: la promoción, el crecimiento, el estancamiento de programas institucionales, y la promulgación de nuevos grados de organizaciones de acción comunal, que tienen que ver con los avances programáticos de los encuentros nacionales de los integrantes de los organismos de acción comunal, y que Valencia (s.f) denominó como pensamiento comunal.

El desarrollo de las JAC se puede determinar tanto en aspectos cualitativos como cuantitativos. Valencia (s.f.) estipula que las Juntas de Acción Comunal han logrado aportar a la construcción del 30% de la infraestructura del país, pues a partir del trabajo comunitario se ha logrado construir carreteras, escuelas, salones comunales, puestos de salud, plazas de mercado, entre otros. Quintero y Yepes (1999) exponen que en los primeros años las JAC se crearon especialmente en el campo, y que, con la creciente urbanización, se fueron extendiendo a las ciudades, especialmente a los barrios más pobres. Así como la organización comunal creció en cuanto a su consolidación como movimiento nacional, llegando este no solo a promover la participación comunitaria, sino también política al alcanzar muchos de sus líderes cargos de elección popular como ediles, concejales, alcaldes, entre otros. El movimiento también puede avalar candidatos políticos y de esta manera influir en terrenos más amplios que lo comunitario.

Rodríguez (1998) anota que en el Frente Nacional empieza a gestarse una relación clientelista entre los políticos tradicionales y las Juntas, en las que se daban apoyos económicos a cambio de votos. Estas prácticas fueron prohibidas en la Constitución Política de Colombia de 1991, pero hoy en día se mantienen sus rezagos. La referencia a estas prácticas sirve como argumento para la no participación de muchos habitantes de los barrios de la localidad de Fontibón, donde el autor hace su pasantía, quienes tienen una opinión generalizada de que las organizaciones de acción comunal son politiqueras y relacionan las JAC directamente con la política estatal, en vez de concebirla como una organización comunitaria en pro del bienestar del barrio.

El documento Política Nacional para el Fortalecimiento de los Organismos de Acción Comunal (Conpes 3661) tiene como hipótesis que para que “las acciones tendientes a generar condiciones de desarrollo sean efectivas necesitan ser promovidas por formas organizativas locales fuertes que dinamicen, soporten y garanticen su sostenibilidad en el tiempo” (2010, p. 78). Lo anterior significa que el Estado colombiano le sigue apostando a la participación comunitaria como mecanismo para promover el desarrollo a través del trabajo colectivo, pues lo que se busca con las formas de organización local es que permitan socializar los beneficios del desarrollo económico a la gran mayoría del país.

Concepciones y prácticas de participación contrahegemónicas

Orlando Fals Borda es el principal exponente de lo que él denomina la participación popular, que distingue como un ideario político de movimientos, en su mayoría de izquierda, que buscan cambiar el statu quo del país. El autor diferencia la participación popular de la noción de participación de los discursos oficiales de los años ochenta, que tuvo gran impulso en el Gobierno de Virgilio Barco, porque se consideraba una práctica política que debía promoverse en la sociedad colombiana. La principal apuesta de la participación popular es que, antes de que el Estado cree y controle organizaciones y mecanismos de participación para promover un desarrollo participativo, las comunidades deben organizarse y generar un poder popular, en el que las colectividades puedan desarrollar sus ideas y acciones con la influencia del pluralismo, la igualdad, la democracia, la tolerancia, la unidad de objetivos —aquí vemos que el autor destaca más el consenso que el disenso que podría darse en una misma comunidad organizada y que participa, según Darío Restrepo—, y no de la autocracia ni la jerarquía social. De esta forma, las reglas de la participación popular para Fals son “trabajar de las bases hacia arriba y de la periferia al centro” (2010a, p. 304).

El punto central de la participación popular, para Fals (1986, 2010a y 2010b), es que las bases populares participen de forma democrática en la gestión de su propia vida, al establecerse un interés colectivo y, con ello, un trabajo grupal que redunde en el beneficio de toda la comunidad. Sin embargo, la génesis, extensión y práctica de la noción de participación popular no ha sido un esfuerzo solitario de las comunidades de base, sino que se ha logrado a partir de la confluencia de diversos actores académicos y políticos que piensan los problemas sociales del país desde abajo hacia arriba y de la periferia hacia el centro. Pero, a su vez, el concepto de participación ha sido usado estratégicamente por las clases dirigentes para mostrar que el campo político se ha democratizado, y se ha institucionalizado, haciendo que las disposiciones legales en torno a la participación limiten la incidencia de la población colombiana en la política, pero también en la determinación de su propio devenir.

A partir de la primera parte de este marco conceptual, fue posible identificar cuatro elementos transversales a todos los tipos de participación descritos (participación comunitaria y popular), que son las instancias de participación constituidas, los actores imbuidos en los procesos de participación ciudadana, las motivaciones que tienen estos actores para participar y, por último, las prácticas reales que se llevan a cabo en torno a la participación. Estos elementos serán tenidos en cuenta para comprender los factores que restringen la participación comunitaria en la Junta de Acción Comunal del barrio La Macarena, a nivel social, organizativo e institucional. Asimismo, se acoge la recomendación de García (2008) de que en el ámbito local los análisis de la participación ciudadana deben centrarse en la identificación de los factores micro —nivel individual— y meso —nivel organizativo—, más que en los factores estructurales, a través del entendimiento del contexto local. Por tanto, intencionalmente el análisis surge de la configuración social del barrio y la forma organizativa de la Junta de Acción Comunal de La Macarena.

Consumo y ciudad, consumidores y ciudadanos

En su libro Consumidores y ciudadanos, García (1995) apuesta por una ciudadanía global a la que le interese los problemas locales, pero también los asuntos ligados a la globalización económica y cultural. De esta manera, las acciones públicas de los ciudadanos globales se enmarcarían en múltiples niveles espaciales: la localidad, la nación y el planeta, ya que “las sociedades civiles aparecen cada vez menos como comunidades nacionales, entendidas como unidades territoriales, lingüísticas y políticas” (p. 196). Lo anterior puede ser entendido como que la construcción de la identidad de los ciudadanos consumidores no se limita a una adscripción territorial o étnica, sino que está permeada por la participación que tienen las personas en diferentes instituciones sociales y el uso de los medios de comunicación masivos. Así pues, la idea de una esfera pública nacional está siendo reemplazada por lo que Appadurai, en su libro La modernidad desbordada. Dimensiones culturales de la globalización (2001), denomina como esferas públicas diaspóricas —en plural, puesto que son múltiples y diversas— que se encuentran enmarcadas en la configuración de “un orden político transnacional” (p. 24), siendo este un producto de la internacionalización de la información a través de medios de comunicación masiva y las migraciones internacionales, que permiten, a su vez, la movilización de su discurso.

Los conceptos de ciudadanía global y esfera pública diaspórica constituyen una cara de la misma moneda donde se encuentra el fenómeno de desurbanización de la ciudad, que se manifiesta en un proceso de desterritorialización, que es consecuencia de “la destrucción de los lazos vecinales en los procesos de anomia social impulsados en la economía de mercado y que de esta forma confundiría al espacio público con el mercado, al ciudadano con el consumidor” (Oropeza, 2004, p. 702). La noción de desurbanización se complementa con la de “ciudad deshabitada” (Valderrama, 1997), que se refiere a que actualmente la ciudad es habitada de forma momentánea para eventos muy específicos, y el espacio público3 donde se tejían los lazos sociales se encuentra vacío, porque las actividades de interacción social se desarrollan ahora en el ámbito privado, instaurando, de este modo, “la experiencia privada como eje de la experiencia personal” (Martín-Barbero, 2000, p. 8), por encima de la experiencia del encuentro. Cabe resaltar, además, que esta crisis de la ciudad moderna desagrega los lazos sociales tanto en los modos tradicionales de estar juntos como en los modos modernos; estos últimos se pueden ejemplificar con la presencia de cientos de espectadores en una plaza central escuchando el discurso de un líder político (Martín-Barbero, 2000, p. 8) o movilizándose en las principales avenidas para reclamar un derecho.

El debilitamiento de las relaciones sociales cara a cara en la ciudad tardomoderna se manifiesta en su configuración socioespacial, que puede ser analizada a través de la categorización del espacio urbano como abierto o cerrado (Sanín, 2010, p. 129). El primero de ellos es el modelo europeo por excelencia, mientras que el segundo representa la organización del espacio en las ciudades estadounidenses. Así pues, la ciudad cerrada favorece la fragmentación social que se ha venido dando en las últimas décadas, y es producto de la privatización del mundo —que está ligada a una mayor jerarquización y exclusión social, puesto que la construcción material y social de la ciudad es cada vez más definida por el sector privado, monopolizando el uso de la ciudad para actividades meramente económicas, y donde con mayor frecuencia las relaciones sociales se enmarcan en este contexto. Este último punto es de central importancia, en tanto resalta los efectos socioeconómicos del neoliberalismo en las ciudades latinoamericanas, a tal punto que se favorece la constitución de una ciudadanía privada, que está mediada por el consumo, cuyo estilo de vida está relacionado con la claustrofilia, ya que el auge de los conjuntos residenciales en la ciudad indica que en la actualidad se privilegia, por parte de las constructoras, los planificadores urbanos y los habitantes, un “modelo (que) está ligado también a la idea de no tener que salir o moverse mucho para encontrar lo ‘necesario’” (Sanín, 2010, p. 135), así como la disminución de los espacios de uso público.

Según Oropeza, el sistema democrático es funcional al capitalismo en tanto erige la libertad de elección y de mercado como uno de sus principios, haciéndolo ver no como coercitivo, sino más bien como seductor. De esta manera, la democracia tolera y, aun mejor, es favorable a la irrupción de estilos de vida particulares. Esto tiene consecuencias políticas profundas en tanto se produce “una sociedad más tolerante con las desigualdades sociales que con la prohibición del deseo” (2004, p. 709). En el marco del proceso de desmodernización, concepto elaborado por Alain Touraine, se desliga el sistema cultural, que es donde se encuentran los actores sociales, y el sistema económico, que adquiere predominancia y autonomía; a su vez, se producen los fenómenos de desinstitucionalización, desocialización y despolitización. Este último se refiere a las limitaciones crecientes que enfrenta la ciudadanía para incidir en los asuntos públicos y del poder de cara a un discurso de la complejización de las nuevas formas de hacer política (Pérez, 2009).

Contrario a la comprensión del consumidor como un actor pasivo, García (1995) considera que es posible la participación de la sociedad civil en la esfera pública de una manera relacional con el mercado, sin tener como fin establecer exclusivamente una relación económica inmediata, puesto que el consumo es un campo de disputas donde los ciudadanos caracterizados socioeconómicamente de forma diferente pueden resistir las imposiciones de las empresas transnacionales de bienes y servicios, muchos de ellos de tipo cultural, puesto que como se configuran con mayor rapidez culturas híbridas en la ciudad, influenciadas en gran medida por los medios de comunicación, también se generan nuevas formas de consumir, incluyendo las posiciones críticas de resignificación de identidades y prácticas económicas no insertadas en el mercado, y las negociaciones que llevan a cabo distintos sectores de la población.

Identidades compartidas y exaltación de la diferencia

La cohabitación de un espacio urbano que permite la expresión de la identidad personal y estimule el desarrollo de un particular estilo de vida, en este caso el bohemio, hace pensar que se generan comunidades con intereses compartidos, que llegan a ser un enclave consciente, esto es, “una natural defensa contra las fuerzas que trabajan para aplanar los lugares en espacios y disolver comunidades en agregados de ciudadanos individuales” (Brabazon, 2011, p. 48). Tal configuración social participa en la economía a través del establecimiento de pequeños negocios por parte de emprendedores independientes, donde los residentes pueden mostrar su inconformidad frente al corporativismo en la medida en que estos sitios son fuente de crítica y activismo, pero también de oportunidad y distinción.

Al realizar un análisis de una ciudad latinoamericana, García (1995) argumenta que cada vez menos se forman colectivos cohesionados en torno a los lugares de habitación, luchas sindicales o partidos políticos, sino que más bien se tiende a la conformación de “comunidades interpretativas de consumidores”, que tienen como centro de interés prácticas de consumo cultural. Estas comunidades de consumidores se caracterizan por intereses miniaturizados e hiperespecializados y por agrupar a individuos de diversas localidades y condiciones socioeconómicas. La configuración de diferencias entre los individuos predomina frente a la búsqueda de identidades compartidas, efecto del impacto de los procesos de personalización o individualización influidos, entre otras cosas, por la secularización, la psicologización de las personas y la mayor relevancia del consumo en la vida privada. Así, la individualización, efecto de la atomización de las instituciones sociales, produce una indiferencia generalizada, por exceso de información y no por escasez de motivación, donde lo económico y lo político tienen un valor similar en la era posmoderna de los consumidores (Lipovetsky, 2000, p. 37).

García identifica la complejización de las identidades con hechos sociales urbanos como la disminuida importancia que cobran los lazos de solidaridad entre parientes y vecinos, así como la reducción de las interacciones barriales, debido a la expansión territorial y la masificación de las ciudades. Esto se da al mismo tiempo que la radio, la televisión y ahora Internet, “diagraman los nuevos vínculos invisibles en la urbe” (1995, p. 63). Lo anterior es visto por Appadurai como una contradicción en las interacciones sociales dadas en la globalización puesto que mientras se dan fenómenos como el desarraigo, la alienación y la distancia psicológica entre individuos y grupos, también se producen “fantasías (o pesadillas) de proximidad electrónica” (2001, p. 27). De esta manera, “ingresamos en una condición de vecindad completamente nueva, incluso con aquellos más alejados de nosotros”, donde los medios de comunicación de masas intervienen al producir comunidades “sin sentido del lugar” (Appadurai, 2001, p. 27).

Además, es posible decir que la construcción simbólica del espacio urbano y las imágenes de ciudad están basadas en sentidos de distinción social donde las clases altas y medias altas buscan diferenciarse accediendo a un espacio urbano exclusivo, privado, tranquilo e inaccesible para las clases con menos recursos, generando de esta forma fronteras simbólicas entre los habitantes de la ciudad (Sanín, 2010, p. 128).

Bohemia y estilo de vida

El barrio La Macarena desde hace varias décadas se conoce como el barrio bohemio de Bogotá, por esta razón se expone la relación entre bohemia y estilo de vida en casos urbanos ya investigados. Para entender la distribución geográfica de las clases creativas —relación analítica entre bohemia y desarrollo urbano que nace a partir de los años ochenta con los procesos de renovación urbana—, Florida propuso el Índice de Bohemia, donde los bohemios son caracterizados, principalmente, por tener una ocupación artística o creativa. El autor encuentra que hay una estrecha relación entre bohemia y capital humano, que se define por la presencia de población con títulos de educación superior. Esto le permite concluir que un ambiente bohemio es abierto y atractivo para individuos con estudios superiores (2002, pp. 66-68), y que en general son talentosos. A su vez, una región que cuente con un alto nivel de capital humano atrae y genera economías basadas en la innovación y la tecnología, puesto que entre los individuos que habitan el lugar se encuentran personas dedicadas a estos tipos de industrias.

Contrario a este argumento, Brabazon (2011) señala el importante rol de la disidencia, la política radical y el activismo en la configuración de espacios culturales en la ciudad de San Francisco, ligados al desarrollo literario de la generación Beat a mediados del siglo XX. Lo anterior tiene que ver también con que la bohemia se ha relacionado con un estilo de vida y forma de pensar contracultural. De esta forma, no debe verse una relación de causalidad unilateral y directa entre población con un estilo de vida bohemio y desarrollo económico creciente —aunque sea posible ligar estas variables analíticamente—, en el entendimiento de la mercantilización de la bohemia que la autora ejemplifica través del establecimiento de las ciudades-marca.

La concentración de bohemios puede entenderse mejor a través del concepto de estilo de vida, que Oropeza utiliza para entender la configuración sociocultural del barrio Palermo Viejo, en Buenos Aires. Para él, estilo de vida puede definirse como,

Un modo de soberanía —es decir, de autoafirmación, de fuerte subjetivación y con una alta carga estética de valoración, citando a Bataille— de grupo surgido en el seno de los procesos de personalización de la sociedad actual que establecemos como sociedad del deseo. (2004, p. 709)

Lo anterior se expresa en la sociedad de consumidores. De tal modo, los estilos de vida promueven la segmentación de grupos con una filosofía de “pertenecer a algo” y que “implican para cada clan de interés un determinado corte epistemológico, un determinado juego de signos y prohibiciones fundadas en las industrias culturales” (Oropeza, 2004, p. 709). Por tanto, los estilos de vida se configuran en las relaciones de compra y consumo, más que en las relaciones de producción a las que es sensible el análisis de Florida (2002). En esta parte es útil a nuestra exposición la apreciación de Bourdieu (1998) frente a la posición social compartida entre productores y consumidores de los bienes simbólicos que se distribuyen en el campo de la cultura, puesto que los artistas que producen esos bienes culturales, junto con sus consumidores, generalmente comparten homologías de clase y afinidades electivas.

Metodología

Por iniciativa de la JAC del barrio La Macarena se propuso la realización de una pasantía para apoyar a la organización en sus actividades desde la perspectiva de la investigación-acción, con el fin de contribuir al conocimiento del barrio y del organismo adoptando un enfoque tanto de investigación que examinara un fenómeno específico, al tiempo que se involucrara en el funcionamiento del objeto de estudio y buscara apoyar el cumplimiento de las funciones que debía desarrollar. Esta doble tarea implicó no solo entender las problemáticas del barrio y el funcionamiento real de la Junta de Acción Comunal, sino ser capaz de construir propuestas que contribuyeran al mejoramiento de las situaciones que afectan negativamente el desarrollo de las funciones de las Juntas de Acción Comunal, estipuladas en la Ley 743 de 2002.

Dentro de los fines principales de la investigación social, Ragin incluye la identificación de patrones y relaciones generales y la interpretación de los fenómenos cultural o históricamente relevantes, y aunque no añade la investigación evaluativa, sí la nombra y la considera como un tipo de investigación social, que “busca medir el éxito de programas o políticas específicas” (2007, p. 74), que tienen que ver, asimismo, con la identificación de patrones generales. Así pues, la investigación desarrollada en la Junta de Acción Comunal del barrio La Macarena que se llevó a cabo durante cinco meses en el 2013 involucró los tres fines anteriores de investigación social, pues aunque tuvo un componente práctico de apoyo en labores específicas que tienen que ver con las funciones estipuladas en la Ley 743 de 2002, también exigió un enfoque investigativo para entender las relaciones de poder que se dan en la Junta y, asimismo, la relación política que este organismo tiene con su territorio, el barrio La Macarena, y con ello realizar una valoración acertada del funcionamiento e incidencia actual de este espacio de participación comunitaria, ligado a un movimiento de acción comunal de la sociedad civil, pero a su vez promovido por el Estado, ya que da los lineamientos jurídicos y políticos-administrativos para su funcionamiento.

Por tanto, el campo de la sociología en el que se enmarca este trabajo es el de la sociología aplicada, que según Coleman, citado en Fernández (2006, p. 28), “tiene como objetivo proveer conocimientos que sirvan para guiar la acción”, que tiene que ver en gran medida con la toma de decisiones. En este caso el trabajo práctico, pero también investigativo podría contribuir a mejorar la gestión de la Junta de Acción Comunal frente al mejoramiento del nivel de vida del barrio.

Para responder al objetivo de la investigación aplicada, se recurrió a técnicas de investigación cuantitativas y cualitativas, la mayor parte de ellas aplicadas en el trabajo de campo, como se describen en la tabla 1.

Tabla 1.
Instrumentos de recopilación de información utilizados
Instrumentos de recopilación de información utilizados
Nota: Elaboración propia

Resultados

Barrio La Macarena

A pesar de que en el Decreto Distrital 492 (2007, art. 37) el uso del suelo de La Macarena se designe como residencial consolidado, actualmente en el barrio hay casi una veintena de establecimientos comerciales, la mayoría de ellos relacionados con el consumo de alimentos y bebidas. Así pues, es posible dividir al barrio en dos zonas, una ubicada al occidente y la otra en el oriente. La primera zona es la que más concentra sitios comerciales, mientras que en la zona oriental predomina el uso residencial expresado en la presencia de casas de varios pisos, pequeños edificios y grandes conjuntos residenciales, es decir, que en esta zona encontramos a la mayor parte de los residentes de La Macarena. En los últimos años el barrio ha consolidado una imagen de barrio bohemio y artístico, pero también de sitio donde hay gran variedad de oferta de comida nacional e internacional, incluyendo a restaurantes que se encuentran en las listas de los mejores restaurantes de la ciudad. Por lo tanto, en el año 2006 hubo el interés por parte de los comerciantes y la administración local de denominar esta zona gastronómica como la “Zona M”, y en años posteriores como “Macarena Soho” para potencializar económicamente el sector.

De acuerdo con la reseña histórica del barrio presentada en la introducción de este artículo, la construcción de edificios en terrenos que antes ocupaban casas significa que muchos de sus antiguos propietarios las vendieron y se fueron del barrio paulatinamente, debido a la presión habitacional y comercial de los predios. Este fenómeno de gentrificación ha seguido tal como lo demuestra Laverde,

Desde 1992 —hace 21 años— se han promovido proyectos de apartamentos nuevos en la zona nor-oriente del barrio; en especial, desde el 2006 —hace 7 años— se aceleró la actividad de construcción. Por tal motivo, se podría intuir que la promoción de estos nuevos proyectos se relaciona con los procesos migratorios que han ocurrido de manera equitativa en el rango de los últimos 20 a 29 años. (2013, p. 19)

La construcción espacial de La Macarena cada vez más está siendo definida por los actores privados, teniendo como público objetivo a consumidores visitantes, puesto que incluso para muchos nuevos residentes los restaurantes resultan una opción para el tiempo libre, pero inalcanzable si se insertan en la rutina semanal debido a su alto costo. Por tanto, al relacionar los espacios públicos del barrio con la interacción vecinal, nos damos cuenta de que existen muchos sitios privados de acceso público, como los establecimientos comerciales, los espacios culturales y las áreas comunes de los conjuntos residenciales, mientras que hay realmente pocos espacios públicos de propiedad de la ciudad o de la comunidad para pasar el tiempo, porque con lo que se cuenta es con dos pequeños parques que no se frecuentan sino para llevar la mascota a pasear, la plaza de mercado y el conjunto de calles y andenes. Podríamos anotar acá las sedes de la Universidad Distrital, pero realmente es muy poco lo que los habitantes de La Macarena las usan, a pesar de que se ofrezcan charlas y actividades culturales de libre acceso. Un joven residente describe así el uso que los habitantes del barrio harían de esos sitios privados disponibles,

Las personas acá no se ven a diario, no hay un espacio como tal para compartir con los vecinos, porque si bien tú dices que hay cafés, galerías y eso, obvio no son lugares donde uno llegue a hablar con gente de aquí del barrio. Es más bien la falta de un sitio de reunión. (Habitante del barrio no afiliado a la JAC de La Macarena, comunicación personal, entrevista núm., 3, mayo de 2013)

Una reflexión frente a la ausencia de espacios comunes la hace un afiliado a la JAC al caracterizar a la población del barrio como heterogénea y muy difícil de aglutinar en torno a un objetivo común, según la experiencia de la organización en los últimos años,

Esa heterogeneidad… Unos muchachos jóvenes que están aislados, que no quieren enterarse, unos nativos del barrio que quieren preservar su barrio para que no les pase nada, con todas las razones, que está muy bien, pero que no tienen espacios donde comunicarse. Los intelectuales que están al frente, en Las Torres, fundamentalmente y en Bosque Izquierdo. Integrar a todos, no hay espacio, no hay espacios para integrarlos a todos. (Afiliado a la JAC de La Macarena, comunicación personal, entrevista núm., 1, enero de 2013)

De la información obtenida a través de los instrumentos de investigación aplicados (Tabla 1, instrumentos 1, 2, 3), es posible identificar cuatro grupos diferentes en los que se pueden caracterizar a los residentes del barrio según sus usos habitacionales: el primero está conformado por los habitantes tradicionales del barrio que han vivido allí gran parte de su vida, y han sido testigos de los cambios habitacionales de La Macarena; otro grupo está conformado por los residentes que se han establecido allí en los últimos años —gran parte de ellos vinculados al mundo artístico— y que en muchos casos han sido atraídos por la oferta cultural del barrio; el tercer grupo son los dueños de los negocios que ven un potencial comercial en el sector, y aunque no todos habiten en el barrio, sí producen prácticas que modifican la condición de La Macarena como un sector residencial consolidado; y, por último, se encuentran los nuevos habitantes que se han establecido en los conjuntos de apartamentos construidos en los últimos años, un número considerable de ellos paga arriendo y son jóvenes profesionales que viven solos o en pareja y, en gran medida, no tienen hijos. Estos últimos son identificados por los habitantes tradicionales como personas que no tienen sentido de pertenencia con el barrio, así como indiferentes no solo frente a los problemas, sino a las dinámicas sociales del barrio, puesto que no socializan con los vecinos y no participan en espacios de integración barrial, como podría ser la Junta de Acción Comunal.

En cierta forma, lo que los habitantes tradicionales —y más que ellos, los adultos mayores—, añoran es la interacción vecinal cercana y de camaradería, donde todos se conocían entre sí, y en muchas ocasiones, los vecinos eran también los amigos, con quienes se podía emprender actividades conjuntas. Pese a la presencia considerable de adultos mayores en el barrio, el cambio en la interacción vecinal se debe a un cambio en las prácticas y espacios de socialización desde hace dos décadas para acá.

Por otro lado, encontramos a los nuevos residentes del barrio, que han llegado allí luego de haber escuchado muchas veces acerca de la bohemia del lugar. Una parte considerable de ellos son profesionales, con estudios de posgrado, que trabajan en entidades públicas y privadas en cargos medios, o, como lo anota Laverde, “que se ocupan en actividades relacionadas con el arte y la investigación social (aquellas relacionadas con ciencias sociales como antropología, psicología, economía, derecho, docencia)” (2013, p. 28), que la autora asimila al perfil socioeconómico de los residentes de las Torres del Parque. Resulta coherente que, a medida que se valoriza el barrio, lleguen nuevos habitantes con mayor nivel educativo y capacidad adquisitiva que los residentes que llegaron hace varios años. Sin embargo, como señaló Bourdieu (1998), quienes se dedican a las profesiones liberales y a las artes, poseen alto capital cultural y social, pero no suficiente capital económico como para pertenecer a las clases altas. En este grupo de residentes encontramos personas que están al tanto de los eventos culturales de la ciudad —la ubicación del barrio en la ciudad les es sumamente útil—, debido a que trabajan en el campo artístico, y también residentes que aunque dicen gustarles visitar museos e ir a cine, no tienen mucho tiempo para hacerlo, pues su trabajo o estudio consume la mayor parte de su tiempo, y su tiempo libre se reparte entre visitar a familiares, organizar su vivienda y realizar actividades de entretenimiento como encontrarse con amigos y navegar en Internet.

De acuerdo con la encuesta realizada (Tabla 1, instrumento 1), los problemas de convivencia y los que se relacionan con la infraestructura, el transporte y los servicios públicos fueron los que más afectaron a los habitantes del barrio. Al realizar un análisis desagregado de los resultados de la encuesta por zonas del barrio: la zona oriental, más residencial, y la zona occidental, caracterizada por la presencia de mayor cantidad de establecimientos comerciales4, nos damos cuenta de que existen problemáticas específicas en cada zona de acuerdo con el uso del suelo —mayor o menor actividad comercial—. Así pues, en la zona oriental la situación que más ha afectado a sus habitantes en el último año fue el mal estado de vías y andenes, mientras que para la zona occidental tiene un mayor porcentaje los excrementos de perros dejados en la acera, el parqueo de vehículos en sitios prohibidos, la dificultad para entrar o salir del barrio en vehículo y el ruido excesivo por parte de negocios o restaurantes. De esta forma, como un factor de diferenciación entre ambas zonas se encuentra la presencia de restaurantes que directa o indirectamente generan afectación a los habitantes de la zona del barrio donde se encuentran ubicados. Sin embargo, vemos que la inseguridad se considera como una problemática significativa en ambas zonas, pues aunque se informe que en la zona oriental se presentan más atracos, en todo el barrio existe una percepción de inseguridad causada por prácticas delictivas realizadas por algunas personas provenientes de La Perseverancia, barrio contiguo hacia el norte, y por la presencia de habitantes de la calle.

A partir de lo dicho, pueden establecerse dos fenómenos sociopolíticos centrales que muchos residentes consideran como problemáticos y que realmente afectan la configuración social del barrio actualmente. En primer lugar, se encuentra la gentrificación, que ha sido un proceso paulatino que sin duda seguirá creciendo en los próximos años, puesto que en la última década han sido construidos varios edificios de apartamentos, y que, como lo señala Laverde (2013), muchos de ellos han adquirido un valor mayor al de las casas en los últimos cuatro años. Este proceso se produce de la mano del interés gubernamental por la renovación o revitalización urbana del centro de Bogotá —segundo fenómeno identificado—, que responde a la búsqueda por posicionar a la ciudad entre las de mejor infraestructura física y, en general, de mayor competitividad en relación con otras ciudades latinoamericanas (López, 2005, p. 84), que implica, además, darle un nuevo uso al suelo y, con ello, a las construcciones de la localidad, generando una mayor oferta de viviendas que permitan duplicar el número de población del sector. Esto tiene como fin concentrar el crecimiento poblacional al interior de la ciudad, en vez de potenciar un crecimiento periférico, así como revitalizar el centro de la ciudad para una diversidad de usos (educativos, económicos, recreativos) donde tiene gran relevancia la población flotante, pues ella mantendrá las dinámicas comerciales generadoras de ingreso y capital, ya que generalmente usan los equipamientos de la localidad para generar recursos (quienes trabajan en el centro), así como en su demanda, por medio de la compra de servicios y productos. Tal interés por renovar el centro de la ciudad ha respondido a una política de largo alcance de las administraciones distritales, sin distinción de la postura ideológica de los alcaldes de la ciudad.

Según el Decreto Distrital 492 (2007) donde se establece la ficha normativa de la UPZ 92, se considera entre los criterios de su ordenamiento fortalecer el sector residencial a través del “desarrollo de proyectos urbanísticos que generen repoblamiento”, buscando asignar usos del suelo de mayor rentabilidad en el barrio La Perseverancia y mayor edificabilidad en el sector de Bosque Izquierdo que está sujeto a la renovación urbana. Esto quiere decir que se intervendrá ambos barrios que son aledaños a La Macarena por el norte y por el sur, respectivamente, para promover una mayor densificación habitacional y valorización de la zona, que esté de acuerdo con la nueva infraestructura construida, sobre todo al occidente de la UPZ 92, es decir, en el Centro Internacional. De tal manera que el barrio La Macarena estará influido por las nuevas prácticas habitacionales y usos del suelo del centro de la ciudad, generando entonces una mayor densificación que la que se encuentra en el presente, que significa el reemplazo de muchas casas por edificios de apartamentos, y el mantenimiento del interés del sector privado por invertir en infraestructura comercial que tiene como público objetivo no solo a los nuevos residentes del sector con una capacidad adquisitiva mayor, sino a la población flotante del centro de la ciudad, contrario a lo manifestado en el citado decreto de buscar consolidar solamente usos complementarios a la vivienda como los servicios personales y el comercio vecinal.

Cultura política y percepción de la Junta de Acción Comunal

En lo que corresponde a la participación ciudadana, se encontró que el 83% de las personas no conoce ninguna instancia o mecanismo de participación ciudadana5 promovido por la administración local o distrital, y quienes los conocen se caracterizan por trabajar con entidades públicas u organizaciones sociales. Cuando se preguntó por la participación en alguno de estos espacios de participación mencionados, el 88% contestó que no participó en ninguno y solo el 12% respondió que lo hizo en al menos un espacio. Las dos principales razones para no hacer parte de un espacio de participación promovido por el gobierno local o distrital ni en organizaciones sociales son que no conoce los espacios de participación (42%), y que cuentan con poco tiempo libre y prefieren dedicarlo a otras cosas (33%).

Razones por las que no participa en alguna organización social o espacio de
participación ciudadana
Figura 1.
Razones por las que no participa en alguna organización social o espacio de participación ciudadana

Nota: elaboración propia, 2012.

Según García (2008), una de las razones para que no haya participación ciudadana es la desconfianza en el sistema político y en las instituciones públicas, e incluso —es posible decir— que cuando se considera que a alguien le es indiferente la política, al indagar por sus razones explica que en el sistema político del país hay insertas dinámicas fraudulentas y que el accionar de los políticos se guía en su mayoría por intereses personales. Esto mismo ocurre entre la población de La Macarena, pues más de la mitad de las personas encuestadas respondieron que la policía no está cumpliendo adecuadamente con su papel en materia de seguridad y el 65% de las personas que llamaron a la policía para tratar de solucionar algún problema en el barrio opina de la misma manera.

Al preguntar por el conocimiento de la Junta de Acción Comunal en la encuesta sobre problemáticas del barrio y participación ciudadana (Tabla 1, instrumento 1), el 74% de los encuestados respondieron que no la conocen, contra un 26% que afirmó que sí la conoce. Lo que evidencia con estos resultados es posible confirmarlo con lo dicho por los residentes entrevistados. Más que tener una percepción negativa o positiva, hay un desconocimiento generalizado de la organización comunal en todo el barrio, incluso entre los residentes que llevan viviendo allí varios años. Sin embargo, entre quienes conocen la JAC, el 35% considera que no es efectiva; este porcentaje se puede contrastar con las palabras de una de las personas entrevistadas, quien sostuvo que “su trabajo es selectivo, no trabajan por todos los problemas” (Habitante del barrio no afiliado a la JAC de La Macarena, comunicación personal, entrevista núm. 5, junio de 2013). Además, en relación con la gestión de la JAC frente a los problemas del barrio, el 52% respondió que sí la conocía, mientras que el 48% no la conoce. De los que conocen la gestión, el 46% considera que es insuficiente, el 29% de los encuestados piensa que es regular y el 25% que es buena.

Algunos afiliados a la JAC, a quienes se les preguntó qué los motivaba a participar en la JAC, respondieron con frecuencia que es una oportunidad para solucionar problemas en el barrio, acción ligada a la posición más activa de generar beneficios para la comunidad. Además, se argumenta que se participa porque se tiene sentido de pertenencia con el barrio. Como vimos, estas razones son similares a las dadas por los dignatarios entrevistados (Tabla 1, instrumento 4).

Al preguntar a los miembros de la Junta Directiva cuál es la principal debilidad de la organización, responden unánimemente que es la poca participación de los residentes en la organización, problemática que resalta como “una barrera para el crecimiento de la JAC”. Ellos dan razones que claramente tienen correspondencia con la realidad, como veremos más adelante, como que los residentes están ocupados trabajando, desconocen o no les interesa la JAC, o piensan que no sirve para nada. También se dice que muchos habitantes piensan que las JAC son “cosa para los pobres”, debido a que la gran mayoría de la población tiene estabilidad económica. Incluso, un dignatario considera que la poca participación se debe a que La Macarena no tiene problemas, refiriéndose seguramente a las necesidades que pueden darse en barrios de estratos inferiores, donde sus habitantes encuentran en el trabajo colectivo una estrategia para superar sus problemáticas socioeconómicas.

Para terminar, se debe resaltar que los dignatarios que han estado afiliados a la Junta más tiempo consideran que ya se han efectuado todas las estrategias que existen para promover la participación de los habitantes del barrio. Sin embargo, los recién afiliados consideran que se han hecho pocas convocatorias para nuevos afiliados y proponen diferentes estrategias de promoción de la Junta como colocar los datos de contacto e información acerca del quehacer de la Junta en las carteleras de los edificios de apartamentos, producir piezas comunicativas como boletines y folletos de bajo costo, así como tener un espacio informativo de carácter virtual.

Discusión

Factores sociales que limitan la participación comunitaria

De la información recopilada, fue posible identificar un cambio socioeconómico en el barrio, que está ligado a la promoción de una visión del barrio como bohemio y, por tanto, transcultural, y que al igual que la industria cultural, se ha transformado para dejar de estar localizado, y más bien se inscribe en circuitos internacionales con gran influencia de lo económico. Es de esta manera que el barrio artístico también ha cambiado para masificar su atractivo, actualmente no solo se encuentran librerías o galerías de arte, sino que abundan los restaurantes que sugieren encontrar la oferta gastronómica del mundo en un solo lugar.

De esta forma, quienes ingresan a la distribución cultural del barrio no solo son los buenos entendedores del arte, generalmente de las clases altas o al menos una población con amplio capital cultural, sino quienes pueden pagar los sitios de comida de moda en La Macarena, sean de clase alta o media. De esta forma, se resalta la existencia de relaciones económicas con el barrio por parte de consumidores visitantes, pero también de nuevos pobladores, donde los bienes de consumo son la vivienda, el hábitat y el ambiente cultural. Siguiendo con García (1995), las relaciones con la ciudad se producen más desde el consumidor, preocupado por su estilo de vida, que desde el ciudadano al que le interesa el entorno público, y que reorganiza las colectividades sociales (grupos de vecinos, familiares, sindicatos) en “comunidades interpretativas de consumidores”, que comparten gustos y actividades, no tanto problemas” aglutinados a través de la misma clase, sino de un mismo estilo de vida, cuyo valor central es la estética. Y como lo argumenta Salazar,

La estetización implica el riesgo del adormecimiento. Al negarse el conflicto, la solución directa de los problemas por parte de las personas se dificulta, ya que se encuentran tras un velo armónico dominado por las claves ocultas de la estética: no hay entonces un lenguaje claro y transparente, sino competencia y lucha entre distintos gustos. (2012, pp. 110-111)

Lo que podemos observar en La Macarena es la coexistencia de diversos estamentos de una clase media, que están diferenciados sobre todo porque tienen distintos estilos de vida. Esto nos ayuda a entender por qué un joven profesional opta por participar activamente en diferentes espacios de participación ciudadana y un adulto mayor, habitante tradicional del barrio, escoge hacerlo en la Junta de Acción Comunal de su barrio, de acuerdo con la percepción positiva o negativa que tenga sobre ella. Aunque hay una diferenciación generacional frente a las formas en que se interactúa con los vecinos y en las que se habita el barrio, gran parte de los residentes dicen que les gustar vivir en el barrio por su ambiente natural y social, que implica tener una buena imagen de los vecinos, porque en muchas ocasiones se comparten gustos, e incluso actividades, que llamaríamos anteriormente como afinidades electivas. Esto quiere decir que los estilos de vida heterogéneos, pero no excluyentes, se adecúan a la clase socioeconómica compartida que ofrece el barrio, aunque, claro está, esta situación es cambiante en tanto que los predios del barrio han estado valorizándose en los últimos años y muchos manifiestan, incluso algunos residentes que llevan pocos años allí, que los arriendos han subido.

Las otrora relaciones vecinales cercanas que se daban entre los habitantes de La Macarena, independiente del estilo de vida que se llevaba, se han transformado en la interacción cordial pero distante, debido esto también a la nueva configuración espacial del barrio, que ha constituido bloques de apartamentos que favorecen la privacidad y anonimato que buscan los nuevos residentes y la disolución de espacios de encuentro tradicionales como los sitios de comercio barrial por establecimientos comerciales que muchos pobladores usan pero para interactuar con sus conocidos provenientes de otras partes de la ciudad. La debilidad del tejido social de los residentes, a los que fue posible dividir en sectores debido a su marcada diferenciación socioeconómica y cultural, implica que la organización tradicional de vecinos como lugar de socialización en la ciudad sea reemplazada por colectivos de intereses personales o grupos de nicho que abarcan espacios diferentes al barrio, aunque, hay que decirlo, La Macarena en sí misma puede ser centro de encuentro para esos grupos debido a su ubicación en la ciudad y su oferta para el consumo cultural.

Por otro lado, la identidad política de la población también está fragmentada por intereses poblacionales, culturales o profesionales, en vez de estar ligada al microterritorio del barrio, que se explica por una parte por el movimiento periódico de población que vive en arriendo. Y en general, la cultura política de los residentes se caracteriza por ser poco participativa tanto en espacios de participación ciudadana en la localidad y la ciudad, como en organizaciones sociales. Asimismo, la percepción de la política es extensamente negativa, puesto que se relaciona con malversación de fondos públicos, corrupción y clientelismo de los partidos políticos. Debido al hecho de que las Juntas de Acción Comunal son percibidas con regularidad como una extensión de la política tradicional, los habitantes no tienen mayor interés en participar en la JAC del barrio. Este resultado contrasta con la observación de Fernández (1999) y Velásquez y González (2003) de que los estratos socioeconómicos más altos son los que más participan a nivel político y ciudadano, en tanto los habitantes de La Macarena se caracterizan por la diversidad de prácticas participativas que tienen en otros escenarios del espacio público, y no es posible afirmar entonces que participan más a nivel político y ciudadano que a nivel comunitario.

Factores organizativos de la Junta de Acción Comunal del barrio La Macarena que limitan la participación comunitaria

La percepción actual sobre el movimiento comunal en su conjunto, y en este caso sobre las Juntas de Acción Comunal, está determinada por la historia y los logros de la organización comunal en el país, pero también por sus limitaciones para incidir más allá del territorio barrial al que se circunscriben en el área urbana, y por las relaciones particularistas en el ámbito de la política de las que en ocasiones ha sido parte. Sin embargo, es la configuración específica de las Juntas en los territorios y su accionar actual lo que permite comprender, en mayor medida, la valoración que sobre ella tienen los residentes, afiliados y no afiliados. Lo anterior nos permite decir que la situación de crisis de la JAC de La Macarena no solo está afectada por factores externos a ella, sino también internos, como, por ejemplo, un liderazgo débil y la poca proactividad de sus afiliados. Este estado de inactividad radica en la desmotivación de los afiliados frente al hecho de que hay una distancia entre los resultados esperados y lo que realmente logra conseguir la Junta, presentándose así una desconfianza institucional frente a la transparencia de los funcionarios públicos y el apoyo de las entidades gubernamentales a la JAC.

Pero hay otro elemento que incide en su estancamiento, y es la percepción de sus afiliados del reducido grado de participación comunitaria de los habitantes del barrio, que radica en la falta de tiempo disponible que tienen para realizar otro tipo de actividades diferentes a las laborales y de esparcimiento personal, pero también en procesos de individualización, que hace que entre los individuos se configuren diferencias, en vez de identidades compartidas que en este caso se expresaría en el sentido de pertenencia hacia el barrio. Sin embargo, todavía permanece un interés por mantener cierto nivel de calidad de vida en el barrio, sobre todo por parte de muchos residentes antiguos y personas de la tercera edad que viven allí. Por tanto, sería necesario que la Junta indagara por la disponibilidad de los adultos mayores, grupo poblacional significativo en el barrio, para hacer parte de la JAC, que además hemos visto es un espacio de integración vecinal. A su vez, se debe promover, desde el organismo, el conocimiento mutuo de los residentes, que actualmente es muy poco debido a la llegada de un gran número de pobladores, que debemos decir son muy diferentes entre sí, sobre todo en lo que tiene que ver con su estilo de vida. Esta diferencia puede resultar muy positiva para llevar a cabo procesos distintos de cooperación comunitaria, pues se ha visto, por ejemplo, que muchos habitantes no asisten a las reuniones que se organizan pero que sí han apoyado algunas actividades de la Junta como la firma de cartas y algunas veces donan recursos. Así pues, se debe dejar de homogeneizar a toda la población del barrio como apática y que solo actúa cuando le están afectando sus intereses personales, pues esto es una estigmatización que produce rechazo, en vez de confianza.

De acuerdo con lo expuesto en este apartado, el primer paso que debería dar la JAC de La Macarena para mejorar su funcionamiento efectivo es su reestructuración organizativa, empezando por la definición de un rumbo colectivo que la mayor parte de la población quiera para el barrio en el futuro próximo, no planteando simplemente la erradicación de unas problemáticas específicas que muestra una posición reactiva, más que activa. Luego de establecer los propósitos barriales, se debería privilegiar una óptica sectorial, teniendo en cuenta, por ejemplo, el territorio de la UPZ en la que se encuentra, puesto que como hemos visto existen unas relaciones conflictivas con los habitantes de La Perseverancia, que podrían mejorarse si se establecieran relaciones de cooperación con la JAC de ese barrio. Teniendo en cuenta estos elementos, se podría replantear el accionar de la organización comunal, pues si no se establece un proceso de renovación de tipo generacional, esta se estancará definitivamente por efecto de la inercia.

Para que la renovación de la organización se pueda dar, es necesario que se mejore la interlocución entre antiguos y nuevos afiliados, y que se promueva la organización de la Junta por comisiones de trabajo que en realidad trabajen y se reúnan autónomamente, puesto que ahora la JAC funciona solamente a nivel de la Junta Directiva. Asimismo, es necesario que se promuevan estrategias de convocatoria para nuevos afiliados y de información sobre la Junta de Acción Comunal, que pueden estar insertas en una campaña desde diversos medios de comunicación para mejorar la imagen que se tiene de ella —a través de la rendición periódica de cuentas, por ejemplo—, aprovechando la oportunidad de hacer uso de herramientas virtuales que ya se han empezado a gestar, a la vez que se vuelva a poner en circulación el periódico de la Junta, que es la actividad más reconocida actualmente por los residentes del barrio. Además, la realización de eventos de integración comunitaria permitiría reunir a pobladores de distintas características y preferencias en torno a objetivos comunes, sin embargo, el hecho de querer abarcar los intereses de todos los residentes no debe paralizar los planes de encuentro barrial, sino más bien se debe tener en cuenta las particularidades de los sectores de la población, como, por ejemplo, los artistas o los estudiantes universitarios. A propósito de ello, sería muy positivo que la JAC se apropiara de espacios públicos que se encuentran en el barrio y los resignificaran a través de su uso por los residentes como las sedes de la Universidad Distrital, o las zonas verdes.

De modo que el accionar de la Junta no debe dirigirse a tratar de solucionar algunos problemas o mostrarse constantemente a la defensiva con el sector comercial, sino a procurar el mejoramiento de la calidad de vida del barrio, velando por los derechos de los residentes, pero también generando motivos para el encuentro comunitario y la apropiación colectiva del territorio. En esa medida, la organización se cualificaría si estuviera conformada por representantes de todos los sectores poblacionales, pero también de los establecimientos comerciales, de las instituciones públicas y privadas que tienen sus sedes en el barrio, e incluso de la población flotante que no habita allí, pero sí permanece gran parte de su día como los estudiantes y profesores universitarios. Incluso, la JAC no solo debe recurrir a las posiciones de las personas afiliadas, sino también impulsar mecanismos de retroalimentación de habitantes no afiliados para conocer sus necesidades e iniciativas y así lograr mayor participación del conjunto de la población de La Macarena.

Para que la JAC pueda ampliar su margen de maniobra podría articularse a organizaciones sociales que se encuentran en el sector, como el colectivo “Habitando el territorio”6, así como a otras Juntas de Acción Comunal de la localidad o a organizaciones de control ciudadano a las entidades públicas. Asimismo, sería pertinente que la JAC cualificara su asistencia a los espacios e instancias de participación ciudadana de la localidad y el distrito, pudiendo llegar a ser parte de ellos e incidir realmente en los programas que atañen al sector del centro-oriente de la ciudad, a través del trabajo en red con otros actores públicos, privados y de la sociedad civil involucrados en tales procesos y, claro está, de la adquisición de experticia en la deliberación y la negociación.

Factores de la administración pública distrital o institucionales que limitan la participación comunitaria

La noción contra-hegemónica a la que se adhiere Fals Borda de la participación popular, en la que las comunidades mismas se organizaban en torno a unos objetivos colectivos, sobre todo de aquellos que van más allá de la construcción de infraestructura material, ha dejado de ser recurrente en los organismos comunales, pues a partir de su institucionalización el Estado ha determinado su estructura organizativa y le ha establecido mecanismos de vigilancia, configuración estatalizada que ha resultado ser limitante para la elucidación de nuevas y diversas metas colectivas. Además, a través de su historia, estos organismos se han insertado en dinámicas políticas de tipo particularista, al punto que en época de elecciones políticas son considerados como botines electorales, debido a la capacidad de algunos líderes comunales de congregar la voluntad de un gran número de población. Esto último ha generado la percepción de que las JAC son organizaciones jerárquicas cooptadas por políticos corruptos e implicadas directamente en la búsqueda de recursos para el beneficio personal de unos cuantos. Y de acuerdo con sus logros materiales, las JAC también son relacionadas constantemente con la consecución solamente de condiciones materiales de subsistencia en un microterritorio.

En el caso de la Junta de Acción Comunal de La Macarena, sus dignatarios prefieren mantenerse alejados de los espacios de participación ciudadana locales pues no quieren participar directamente en política, ya que consideran que si no hacen parte de las redes clientelistas de los gobernantes y candidatos, no podrían percibir recursos públicos. Entonces, lo que en términos generales se puede dilucidar es que las JAC enfrentan la institucionalidad bajo una desconfianza que surge a partir de la observación de la gran distancia que se produce actualmente entre la norma y la realidad, así como del discurso y la práctica, como lo afirma Velásquez (2003, pp. 335-336). Los afiliados activos en la Junta establecen una diferenciación contradictoria entre lo comunitario y lo político, siendo el primero de ellos positivo para mejorar las condiciones de vida que ofrece el barrio a sus habitantes, que son afectadas negativamente por la afluencia del sector comercial. Por su parte, lo político es un campo inaccesible por las mismas debilidades del sistema. Pero al ver que tampoco la organización comunitaria es posible, en tanto no ha logrado convocar a la población en torno de sus objetivos, que consideran son de interés general, el organismo ha entrado en un periodo de parálisis que lo ha llevado a reducir su accionar a nivel organizativo, barrial e institucional.

Para finalizar, se exponen las limitaciones de este trabajo y posibles temas de investigación que pueden seguir siendo explorados. Como se ha venido diciendo, este trabajo se enmarca en la Junta de Acción Comunal y no a revisar en profundidad las dinámicas históricas ni socioeconómicas del barrio La Macarena, tampoco se centra en otro tipo de organizaciones sociales existentes en el barrio. Por otro lado, tampoco es una evaluación de política pública del distrito respecto a las organizaciones comunales ni la participación comunitaria o ciudadana. Por tanto, futuras investigaciones pueden indagar por las relaciones sociales y el sentido territorial de los habitantes del barrio bohemio de Bogotá, así como su posicionamiento político frente a asuntos de interés nacional y global. También sobre las especificidades de los nichos de mercado del barrio y las identidades y prácticas culturales que surgen de estos colectivos, así como su potencial para crear comunidades de intereses y estimular la participación ciudadana. En cuanto a las Juntas de Acción Comunal, se hace necesario un estudio comparativo sobre participación y funcionamiento de las JAC de barrios pertenecientes tanto al mismo estrato socioeconómico como a diferentes condiciones socioeconómicas.

Conclusiones

Este trabajo de investigación tuvo como objetivo identificar por qué existe un bajo nivel de participación comunitaria en la Junta de Acción Comunal de un barrio de estrato medio-alto, con importantes particularidades socioculturales, como, por ejemplo, su designación mediática como sitio artístico y bohemio de la ciudad, que surge a partir de la presencia de ciertos pobladores que trabajan en el campo cultural, y muchos que disfrutan de la oferta que en esta materia encuentran en el centro de la ciudad. Es decir, de productores y consumidores del arte y la cultura que comparten un espacio de habitación residencial, a la vez que comercial, al haber allí sitios de consumo cuyo uso provee de estatus tanto a residentes como a la numerosa cantidad de visitantes que recibe a diario.

Los diferentes sectores de la población, muchos de ellos trabajadores de entidades públicas y privadas ubicadas en el área céntrica de Bogotá, aunque comparten su pertenencia a la clase media, varían notablemente de acuerdo con sus estilos de vida que están insertos, a su vez, en comunidades interpretativas de consumidores (García, 1995), que otorgan identidades compartidas a sus miembros, y que cabe decir la mayor parte de las veces no llegan a conocerse mutuamente. De esta forma, el consumo mismo abre espacios para la interacción social, más aún que los tradicionales ámbitos de la familia, el trabajo y la política.

La gentrificación y las políticas de revitalización urbana del centro de la ciudad han sido fundamentales para el cambio en la configuración poblacional y espacial del barrio La Macarena, que pasó de ser un sector que se ha llamado tradicional, donde las interacciones vecinales eran constantes y profundas, donde todos se conocían entre sí, a un lugar donde hay un débil tejido social debido a procesos urbanos propios de la región latinoamericana, como por ejemplo la desterritorialización, signados por fenómenos globales como las políticas neoliberales y la globalización. Entonces, el debate acerca de las distancias y contactos entre ciudadanos y consumidores en la tardomodernidad que ofrece García (1995) es fundamental para entender la creciente primacía del uso del espacio privado, sea de acceso público o restringido al ámbito doméstico, para el consumo cultural y la interacción social. Y cabe decir que lo que se produce actualmente no es producto de una reducción en las relaciones sociales entre los individuos, sino una transformación en la forma en que se dan, pues ahora, en unos sectores de la población más que en otros, están mediatizadas por los medios tecnológicos de consumo y producción de información. En la medida en que nuevas formas de socialización se dan entre los sujetos, también se producen nuevas interacciones en el ámbito político, que se oferta como otro bien de consumo pues allí también ha permeado las fuerzas del mercado, y los ciudadanos-consumidores pueden escoger al mejor postor o dejar de consumir por las debilidades implícitas que perciben del sistema político. Lo último se ejemplifica en la percepción de las Juntas de Acción Comunal como uno de los eslabones del clientelismo característico de la política nacional tal como lo anota Rodríguez (1998) para las JAC de la localidad de Fontibón a finales del siglo XX.

El cambio constante de vivienda de nuevos y jóvenes residentes de La Macarena, su relativa poca permanencia en el barrio entre semana, a causa de su trabajo o esparcimiento, y la privatización de la vida personal en el interior de las viviendas, hace que la forma de habitar el territorio urbano sea diferente de la que practicaban los adultos mayores hace unas décadas. Asimismo, la disponibilidad de espacios de encuentro público se reduce con la colonización del espacio por parte del sector privado, en forma de establecimientos comerciales, pero también en viviendas ubicadas en conjuntos cerrados que establecen fronteras simbólicas con el exterior, favoreciendo además el distanciamiento de los vecinos. Aunque en La Macarena la población comparte características económicas y culturales, allí se generan con frecuencia menos interacciones sociales perdurables, y se manifiesta con mayor intensidad la figura del conocido —el tendero, el vecino del apartamento inmediatamente próximo, los miembros del consejo de administración o el celador del conjunto residencial—. Al parecer, las relaciones sociales que establecen se producen en escenarios diferentes al barrio, cobrando mayor importancia la sociabilidad en el sitio de trabajo, de estudio, en los lugares donde se desarrollan actividades de esparcimiento, y con los miembros de la familia que viven en otros barrios de la ciudad. Las redes sociales de estas personas serían extensas a nivel de la ciudad, en vez de internas e intensivas en cuanto a lo que al barrio respecta.

El tipo de interacción vecinal que en la ciudad se ha venido dando, especialmente en las clases medias, direcciona el nivel de cooperación social que pueda darse en el interior del barrio. Y esto es un elemento fundamental para comprender el nivel de participación comunitaria de un sector, ya que permite entender por qué la población no recurre actualmente a estrategias colectivas para alcanzar sus objetivos, en términos de equipamiento social. Al mismo tiempo, acá interviene la capacidad adquisitiva de los residentes, que entre más alta sea, les permite subsanar sus necesidades en el mercado, en vez de recurrir a la focalizada política social del gobierno. Gran parte de lo que han conseguido muchos de los nuevos pobladores de La Macarena, que tienen un nivel económico superior al de los residentes tradicionales, no ha sido por una reivindicación comunitaria o colectiva frente al Estado, sino a partir del trabajo y esfuerzo propio si su extracción es de clase baja o media, o por el capital cultural y social de su familia, si provienen de clases superiores. De esta forma, en un sinnúmero de ocasiones el Estado no ha sido garante de beneficios y, por ende, no se piensa que la mejor forma para solucionar los problemas comunitarios sea dialogar con este y exigirle una acción adecuada, precisamente porque persiste una desconfianza frente al sistema político, desde el nivel nacional hasta el local, al que se percibe como inserto en prácticas fraudulentas que benefician solo a las pocas personas que monopolizan el poder estatal.

Como se relevó en la literatura consultada y en algunas entrevistas realizadas, los estratos bajos participan en mayor medida en las Juntas de Acción Comunal debido a que es una organización tradicionalmente orientada a la mejora de las condiciones de vida materiales del barrio, especialmente a través de la construcción de infraestructura. Por tanto, es realmente significativa la posibilidad de resolver las problemáticas a nivel local que inciden de forma directa en la subsistencia como, por ejemplo, la cobertura eficiente de los servicios públicos domiciliarios, como lo demuestran Quintero y Yepes (1999) para la Junta de Acción Comunal del barrio Palermo Sur, mientras que los barrios de estratos medios y altos generalmente ya cuentan con infraestructura pública y privada adecuada, a la que acceden de acuerdo con su capacidad adquisitiva. Lo que es posible pagarse individualmente en los estratos superiores y debe ser gestionado colectivamente en las zonas de estratos bajos, donde de manera general hay mayor cohesión social. Esto significa que se mantienen relaciones sociales vecinales y familiares fuertes y duraderas, a través de las cuales se fomentan lazos de solidaridad para cumplir metas compartidas, pero también individuales, funcionando en grados diferentes las Juntas de Acción Comunal.

De esta forma, es la conjunción entre los factores externos que limitan desde afuera la actividad de la Junta, como es el caso del débil tejido social, las características institucionales del sistema político y los factores internos u organizativos, los que permiten entender por qué hay una baja participación comunitaria en la Junta de Acción Comunal del barrio La Macarena. Entonces, la importancia de conocer los factores que influyen en la participación de los residentes en una Junta de Acción Comunal radica en reconocer esta organización como el primer interlocutor reconocido por el Estado para emprender sus políticas y programas sociales en los territorios tanto urbanos como rurales, especialmente hoy en día cuando en la normatividad para el posconflicto se les reconoce como actores fundamentales para la construcción de paz.

Por último, es necesario reconocer las limitaciones de este trabajo. Debido a que la investigación se desarrolló en un solo barrio y se concentró en el organismo de la Junta de Acción Comunal, este artículo no tiene un carácter comparativo a nivel territorial o entre diferentes formas de participación ciudadana. Como se expresó escuetamente a lo largo del texto, los habitantes del barrio La Macarena sí participan en organizaciones o en actividades de tipo político y social que aquí no se exploran a profundidad, pero que sin duda pueden ser el objeto de futuros trabajos. Además, sería interesante realizar una comparación entre los niveles de participación política, ciudadana y comunitaria de una misma localidad para evidenciar las prácticas participativas de los habitantes con mayor detalle y develar así las culturas políticas que sostienen esas tendencias de participación democrática.

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Notas

1. En el presente trabajo, estos factores son denominados como institucionales.
2. La democracia directa se encuentra en medio de la democracia participativa y la democracia representativa.
3. Oropeza (2004, p. 712) considera que actualmente se está produciendo una reestructuración del espacio público a través de su reinterpretación, puesto que tiende a estar organizado por actores privados, aunque su uso sea público, mediado, claro está, por la capacidad adquisitiva del consumidor.
4. Para el análisis desagregado las zonas descritas geográficamente se dividieron así: la zona oriental está ubicada entre la carrera 4 desde la calle 30 hasta la calle 30 A y la carrera 3 desde la calle 26 hasta la calle 30 C, y la zona occidental se encuentra entre la carrera 5 y carrera 4 desde la calle 26 hasta la calle 29. La primera zona constituye el 43% de los encuestados y la segunda zona el 57%.
5. El artículo 103 de la Constitución Política de Colombia (1991) considera como mecanismos de participación ciudadana: el voto, el plebiscito, el referendo, la consulta popular, el cabildo abierto, la iniciativa legislativa y la revocatoria del mandato. Por el contrario, las instancias de participación ciudadana son espacios de interlocución entre la ciudadanía y las autoridades públicas como, por ejemplo, los comités de veeduría ciudadana.
6. Otras iniciativas de organización colectiva en el sector, que incluye La Macarena y Las Torres del Parque, ha sido la constitución del colectivo Habitando el Territorio, cuya gestora es Luz Helena Sánchez, habitante del conjunto residencial. Este colectivo nace en el año 2009 a raíz de la presencia de un violador que agredía a sus víctimas en el sector, con la intención de visibilizar esta grave situación y encontrar soluciones de forma colectiva, a través de la apropiación del territorio con recorridos nocturnos de un grupo de vecinos que les permitió destacar las dinámicas sociales de la población flotante, las debilidades de la infraestructura de servicios públicos (falta de iluminación) y el trabajo de las instituciones como la policía (Entrevista con la Dra. Luz Helena Sánchez, gestora de los movimientos de visibilización, 2009). Tal suceso significó para el comercio una reducción de clientes en tanto esta noticia creó una imagen negativa del sector. El otrora colectivo informal de vecinos, hoy en día, se ha consolidado y ha dado luchas importantes relacionadas con la transformación del territorio, como la acción popular que logró suspender en 2011 la construcción del parque del Bicentenario, cuyo proyecto incluía la intervención del parque de La Independencia sin respetar su morfología y limitando la visibilidad de edificaciones representativas de la cultura de esta zona de la ciudad (Salgar, 2011).

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