EL MUNDO EN QUE VIVIMOS
Enigma del crecimiento chino
Chinese Enigma of Chinese Growth
Política Internacional
Instituto Superior de Relaciones Internacionales "Raúl Roa García", Cuba
ISSN: 1810-9330
ISSN-e: 2707-7330
Periodicidad: Trimestral
vol. 1, núm. 1, 2019
Recepción: 30 Enero 2019
Aprobación: 15 Marzo 2019
Resumen: El éxito de la economía china, en particular por la tasa de crecimiento del PIB, ha sido el más alto del mundo en promedio en las tres últimas décadas. Debates controvertidos distorsionan la realidad sobre ese fenómeno, al tiempo que se establece que China “emergió” y su crecimiento, “despegó” después del proceso de Reforma y Apertura iniciado a fines de la década de los años setenta. Este artículo tiene la intensión de desafiar dicho consenso y proporcionar algunos elementos de reflexión para desentrañar el “enigma de este fuerte crecimiento chino”, sin pretender, lejos de ellos, disipar toda la complejidad asociada a estos problemas.
Palabras clave: crecimiento económico, acumulación de capital, educación e investigación a largo plazo.
Abstract: The success of the Chinese economy, in particular for the rate of growth of the GDP, has been on the average the highest in the world in the last three decades. Controversial debates distort the reality on that phenomenon, at the time that they establish that China emerged and its growth, “took off” after the process of Reformation and Opening begun at the end of the seventies. This article has the purpose of challenging this consent and provides some reflection elements to figure out the “enigma of this strong Chinese growth”, without seeking, far from them, to dissipate all the complexity associated to these problems.
Keywords: economic growth, accumulation of capital, education and long term research work.
INTRODUCCIÓN
¿Por qué hablar de enigma?
El claro éxito de la economía china, ilustrado en particular por una tasa de crecimiento muy rápida del producto interno bruto (PIB) –de hecho, el más alto del mundo en promedio en las últimas tres décadas–, sino también por el papel de líder que hoy tiende a ocupar en los países del Sur, a menudo se comenta en los grandes medios y la literatura académica. Sin embargo, un misterio sigue rodeando este fenómeno, especialmente porque el contenido y, a veces incluso la realidad de los debates entre economistas chinos –que a pesar de ello son muy controvertidos y barren todo el espectro político desde el marxismo hasta el neoliberalismo– no se perciben en su verdadero valor por los comentaristas occidentales (Lau y Ping, 2003). Estos últimos se ven en efecto obligados a confiar en bases de datos estadísticos y en fuentes de información que son generalmente desarrolladas por instituciones occidentales (o instituciones multilaterales, pero siempre dominadas por potencias occidentales), que reflejan visiones externas a China. Este prisma occidental-céntrico, de naturaleza ideológica, está distorsionando, al menos debe admitirse, tanto como el que se prestó a los discursos oficiales de las autoridades chinas.
Sumado a esto, dificultades adicionales provienen también de incertidumbres que transmiten ciertos términos usados sobre China como el de “emergencia”, por ejemplo, o categorías ambiguas como los “BRIC”, sino también de la indeterminación, por no decir la confusión, acompañando los intentos de caracterizar el sistema político-económico actual en ese país.
Estas dificultades, complejas como podemos ver, explican que fuera de China las opiniones sobre las evoluciones en esta sociedad, a veces agudas, a menudo están mal documentadas y no suficientemente fundamentadas. A la derecha, es el aparente triunfo del capitalismo en el territorio chino lo que se celebra, incluso si se considera algo aberrante su combinación con la “dictadura comunista”. En la izquierda –o digamos, entre los marxistas– quizás más que para cualquier otro tema, el rango de los desacuerdos está muy abierto, desde la desaprobación franca de las disparidades hirientes de la riqueza que ha traído el dinamismo económico hasta la esperanza finalmente encontrada de una nueva superpotencia que sea capaz de frustrar a la estadounidense. El ascenso de China intriga, fascina, levantando admiración para algunos o ansiedad para los otros, pero para todos, el crecimiento de su economía sigue siendo básicamente un enigma.
Es en este contexto particularmente vago que parece haberse establecido un consenso en Occidente, dentro de las instituciones de la ideología dominante, en torno a ciertas “evidencias” sobre China. Una de las más arraigadas es la idea de que China “emergió”, y su crecimiento “despegó”, después de las llamadas reformas de “apertura” a fines de la década de los años setenta, es decir, de hecho, después de la muerte del presidente Mao Zedong en 1976.
Este artículo tiene la intensión de desafiar dicho consenso y proporcionar algunos elementos de reflexión para desentrañar el “enigma” de este fuerte crecimiento chino, sin pretender, lejos de ello, disipar toda la complejidad asociada a estos problemas.
Acumulación de capital, crecimiento de la producción y “emergencia” a largo plazo
Una de las ideas más frecuentes respecto a China es que ha “emergido” recientemente. El concepto de “emergencia” –por cierto, al igual que el de “BRICS”, forjado en los thinktanks de las altas finanzas estadounidenses– de hecho sugiere que un “despegue” sería factible en el marco de la globalización actual, a pesar de las disfunciones del sistema mundial capitalista, pero tan visiblemente desfavorable para los países del Sur. Sin embargo, aceptando esta idea que la economía china habría “emergido” o “despegado”, justo después –y solo después– de la desaparición de Mao, se adhiere de manera implícita en una de las variantes del siguiente argumento. En primer lugar, la economía china se habría comenzado a desarrollar solamente gracias a su “reorientación” y “apertura” al sistema mundial capitalista, adoptadas bajo la influencia del número uno chino Deng Xiaoping, como resultado del XI Congreso del Partido Comunista Chino (PCC) en diciembre de 1978 y, de paso, unas semanas más tarde, en enero de 1979, el reconocimiento diplomático de la República Popular China por Estados Unidos. En segundo lugar, sería obvio que la economía china solo se habría estancado durante el periodo maoísta del socialismo, como se estancaría cualquier economía socialista, por así decirlo por naturaleza. Y, la tercera variante del mismo razonamiento, se añade el argumento de que China se habría modernizado casi inmediatamente después (¿por magia?) de que sus líderes políticos han decidido abandonar, si no la etiqueta de “comunismo”, al menos las instituciones básicas del socialismo, para referirse a una de las formas del sistema capitalista.
Pero al hacerlo, tres realidades fundamentales están al mismo tiempo ocultas. La primera de ellas, por más masiva que sea, es la profundidad milenaria de la historia de China. Pues, si es indiscutible que ella ha efectivamente “emergido” en el escenario mundial, no hace 40 años, como lo repite el absurdo leitmotiv difundido por los medios de comunicación dominantes, sino, como gran civilización –Estado-nación–, hace... ¡varios miles de años! El peso de China podría incluso alcanzar hasta un tercio del PIB mundial a principios del siglo xix (Maddison, 2001). Y hay que tener en cuenta que es solo gracias a la victoria de la Revolución Maoísta en octubre de 1949 que era posible terminar el siglo de las guerras que desgarraron el país continuamente desde la agresión británica de la Primera Guerra del Opio en 1839-1842 y los asaltos lanzados por las potencias occidentales que habían desmembrado este país.
La segunda realidad dejada de lado es que cuando el crecimiento del PIB de China comenzó a exceder la marca del 10 % muy regularmente, en la década de los años ochenta (en comparación con el 3 % registrado en Estados Unidos), la mayoría de las estructuras y las instituciones del socialismo todavía estaban en su lugar.
El tercer hecho importante para recordar aquí, muy a menudo olvidado en la literatura estándar, es la velocidad relativamente alta de la tasa de crecimiento del PIB chino antes de la muerte de Mao.
Este último punto es lo suficientemente importante y descuidado, para que pensemos en él por un momento. Es cierto que el crecimiento económico se aceleró desde la década de los años ochenta, hasta el punto de colocar a China, desde esa época y a pesar de su bajo nivel de ingreso per cápita, por delante de los otros países llamados “socialistas” o “economías históricamente planificadas” durante la misma década.
Sin embargo, debe reconocerse que el crecimiento del producto material neto (el antecesor del PIB), ya era muy alto en los diez años anteriores a la decisión de “reformar” la economía para abrirla al sistema mundial. Según los datos proporcionados por el Banco Mundial, expresados a precios constantes (base de 1980) y en promedios de diez años, la tasa de crecimiento económico de China fue del 6,8 % entre 1970 y 1979, o sea, más del doble que la de Estados Unidos durante el mismo periodo (al 3,2 %, también a precios constantes de 1980) (World Bank, 1960-2018). Y si ahora examinamos las series oficiales del PIB publicadas por la Oficina Nacional de Estadísticas de China (NBA, National Bureau of Statistics of China) en sus China Statistical Yearbooks, fuente de calidad y muy confiable, desde su creación en 1952 hasta la actualidad, expresadas a precios constantes en la base de 1952 y homogeneizadas para tomar en cuenta los cortes estadísticos que marcaron la transición de la contabilidad del Material Product System (MPS, del tipo soviético) al System of National Accounts (SNA, “moderno”) (SNA, 2008), observamos que la tasa de crecimiento del PIB chino, que promedió 8,3 % anualmente de 1952 a 2015, fue, por subperiodos, 6,3 % entre 1952 y 1978, lo que es fuerte, y 9,9 % entre 1979 y 2015, lo que es aún más fuerte. Pero si ponemos entre paréntesis los primeros años de la República Popular China de 1952 a 1962, es decir, entre la finalización de la unificación del territorio continental y el periodo muy perturbado de la ruptura con la Unión Soviética, es una tasa de crecimiento anual promedio del PIB chino del 8,2 % la que está registrada entre 1963 y 1978, que refleja un crecimiento muy rápido, aunque este periodo incluye la Revolución Cultural.
Sin embargo, ¿qué pasa con la acumulación de capital en China? Esta acumulación se puede medir. En un artículo que los autores de estas líneas publicaron recientemente en la revista científica de referencia en los Estados Unidos especializada sobre China llamada la China Economic Review, hemos logrado construir varias series temporales originales de stocks de capital físico para China durante el largo periodo (1952-2015) (Long y Herrera, 2016), para utilizar esta nueva base en otras investigaciones, pero también porque, hasta ahora, los institutos estadísticos chinos aún no han hecho pública la información oficial de los stocks de capital público (Chow, 1993). Calculadas utilizando el método de inventario permanente, nuestras series pueden considerarse de buena calidad, en comparación con las existentes en la literatura (Feenstra, Inklaar, and Timmer, 2015), en particular por varios razones: nuestros stocks iniciales se estiman a partir de un procedimiento de cálculo más riguroso para el ratio capital-output que los de las otras bases, los flujos de inversión son estrictamente consistentes con el alcance estadístico de los stocks iniciales; nuestros esfuerzos se concentran en la construcción de índices de precios de inversiones adaptados al contenido exacto de estos stocks y las tasas de depreciación utilizadas se evalúan por tipo de activo de capital para deducir una tasa de depreciación total de la estructura de capital general. Sin embargo, si observamos de cerca nuestra nueva base de datos, encontramos que las tasas de crecimiento promedias del stock de capital que llamamos “productivo” (incluyendo todos los equipos, maquinaria, herramientas, edificios industriales e instalaciones, pero no edificios residenciales y el valor de sus tierras) estuvieron de hecho muy cercanos durante los dos subperiodos 1952-1978 y 1979-2015: 9,7 % para el primero y 10,9 % para el segundo. Y ahora si retenemos un stock de capital productivo más largo, incluyendo también los inventarios (muy importantes para calcular la velocidad de rotación del capital circulante en economía marxista), vemos que el ritmo promedio de acumulación de este amplio stock de capital fue incluso ligeramente más alto durante el primer subperiodo 1952-1978 (10,41 %) que durante el segundo subperiodo 1979-2015 (10,39 %). Y si seleccionamos un stock de capital aún mayor para incluir, además de los inventarios también los edificios residenciales construidos y sus tierras, entonces componentes no directamente productivos, la tasa de crecimiento de este stock de capital entendido en un sentido muy amplio fue aún rápido durante el subperiodo 1952-1978, promediando 9,1 %, a comparar con 10,9 % entre 1979 y 2015.
Por lo tanto, está claro que el esfuerzo de acumulación de un fenómeno reciente, ha sido decidido y continuamente planificado por las autoridades chinas durante las seis décadas estudiadas. Y es este esfuerzo prolongado de acumulación de capital, permitido en particular por las transferencias de excedentes desde las áreas rurales, lo que explica el éxito de la industrialización y, en gran medida, la muy alta tasa de crecimiento del PIB.
Gastos en educación e investigación a largo plazo
Sin embargo, seguramente, otros factores deben haber jugado un papel en este dinamismo de la economía. Este es particularmente el caso de las inversiones en educación e investigación. ¿Cómo medirlos? La tarea no es fácil, pero hemos tratado de hacerlo en uno de nuestros otros artículos publicado en otra revista académica en Londres (Long y Herrera, 2018. Hemos reconstruido, en series temporales largas (1949-2015), indicadores de niveles de recursos educativos de la población china. Pues tales series no existen tampoco en los anuarios oficiales chinos, y que las series relacionadas con los stocks de “capital humano” existentes en la literatura, como las de Penn World Tables o de Barro y Lee, tienen limitaciones bastante serias en el caso de China (Barro and Lee, 2012). Por lo tanto, hemos propuesto nuestras propias series de stocks de formación de la población, tratando de proporcionar algunos elementos de respuesta a estas deficiencias. Como ejemplos, hemos permanecido fieles a la definición de necesidades básicas satisfechas del nivel de educación alcanzado por la población, lo que conduce a la integración no solo de las personas con títulos y diplomas, sino también de las que todavía están en las escuelas, e incluso las que han abandonado los estudios en el camino. Así, hemos tomado en cuenta los cambios en la duración de los ciclos educativos que se han decidido como resultado de las sucesivas reformas educativas, y también tomado en consideración las influencias de las campañas escolares y las formaciones para adultos. Entonces, hemos determinado diferentes stocks de recursos educativos, así como sus respectivas acreciones, lo que requiere calcular los promedios de años de escolaridad de las personas por categoría de educación y los pesos de estos individuos en la población.
Nuestras estimaciones muestran que las tasas de crecimiento promedias del stock total de recursos educativos chinos fueron extremadamente cercanas durante el subperiodo 1949-1978 (4,19 %) y en el subperiodo 1979-2015 (4,22 %).Y si consideramos un stock educativo “productivo”, al realizar los cálculos a partir de la fuerza de trabajo, ya no con la población total, como lo hicimos anteriormente, entonces las tasas de crecimiento promedias de este stock de recursos educativos fueron 5,07 % entre 1949 y 1978 y 3,55 % entre 1979 y 2015, es decir, más alta en el subperiodo anterior a las llamadas reformas de 1978.
En consecuencia, la inversión en el sector educativo solo puede analizarse como un proceso a largo plazo, importante desde los primeros años de la República Popular China, pues con el objetivo de masificación de la educación, en paralelo con la generalización del sistema de salud pública y la extensión de las infraestructuras a todo el territorio nacional. Este es uno de los pilares centrales de la estrategia conducida por la revolución a largo plazo, que ha contribuido decisivamente a la fortaleza y el dinamismo de la economía actual.
¿Y los (flujos de) gastos de investigación y desarrollo? China solo integró el sistema de contabilidad internacional para las actividades de investigación y desarrollo en 1986. Esto no significa que este país haya comenzado a invertir en investigación y desarrollo solo desde 1986, sino que antes de esta fecha es imposible tener acceso a datos homogéneos sobre el tema.
Dada esta restricción, tuvimos que desarrollar series temporales originales, esta vez para los flujos de gastos en investigación y desarrollo, retrocediendo lo más posible en el pasado (1949-2015). Retenemos todos los presupuestos, ya sean de entidades económicas públicas (centros de investigación, universidades, empresas, entre otras) o privadas, aunque debe tenerse en cuenta que la proporción de investigación y desarrollo que emana de estas últimas en los presupuestos totales de investigación se han mantenido, hasta ahora, relativamente pequeña. Recordemos aquí que, en 1984, por primera vez en la República Popular China, una empresa privada local se le permitió operar, mientras que la primera legislación sobre las actividades de las diversas entidades económicas del sector privado se remonta a 1988. Según los directorios oficiales de necesidades básicas satisfechas, “el gasto en investigación y desarrollo de las empresas privadas industriales medianas y grandes” todavía representa menos del 6,5 % del presupuesto total en esta área del país a mediados de la década de 2000.
Y los cálculos que hemos realizado sobre la base de estas series estadísticas reconstruidas, dan tasas de crecimiento promedio de los gastos en investigación y desarrollo de aproximadamente +14,5 % por año durante el periodo 1949-2015. Pero debe observase que el ritmo de crecimiento promedio de estos gastos en investigación y desarrollo fue mucho mayor en el sub periodo 1949-1978 que en el de 1979-2015.
Obviamente, los niveles tecnológicos de los primeros años y de hoy son diferentes y, además, el sistema de investigación pública tuvo que construirse desde cero, explicando en parte el crecimiento muy rápido de los gastos en investigación y desarrollo de los primeros años. Sin embargo, debe entenderse que los esfuerzos realizados en investigación y desarrollo estuvieron lejos de ser insignificantes al comienzo de la revolución y que también deben analizarse como una estrategia paciente y continuamente construida, que ha dado sus frutos en el largo plazo.
En otras palabras, China, cuyo nivel de desarrollo científico y tecnológico no tiene nada que envidiar a países capitalistas industrializados más avanzados, no ha comenzado a promover sus actividades de investigación con su reciente integración en la globalización, sino mucho antes, de hecho, desde la victoria de la revolución, aunque la naturaleza de estas actividades se ha vuelto considerablemente sofisticada en los últimos años. Claramente, lo que estamos diciendo es que la estrategia de desarrollo de la revolución ha establecido las condiciones para el éxito actual de la economía y que este mismo éxito es una continuidad del pasado, en lugar de estar en contradicción con él.
DESARROLLO
Para bien comprender que la dinámica y el potencial actuales de la economía China no son simplemente las resultantes “naturales” de su apertura a la globalización y, en particular, su adhesión a la Organización Mundial del Comercio en el 2001, parece importante mirar lo que sucede en términos de comparación internacional. Para hacer esto, utilizaremos una fuente estadística estándar, que nadie sospechará que favorecerá un poder comunista: la Guía de Historically Planned Economies del Banco Mundial. Este anuario, publicado por Paul Marer y colaboradores en 1992, hace posible comparar a China, antes de 1991, con cerca de treinta países socialistas, que en su mayoría son, en la actualidad, anteriormente socialistas (Marer et al., 1992: 52).: 52).
Comparaciones internacionales
Para bien comprender que la dinámica y el potencial actuales de la economía China no son simplemente las resultantes “naturales” de su apertura a la globalización y, en particular, su adhesión a la Organización Mundial del Comercio en el 2001, parece importante mirar lo que sucede en términos de comparación internacional. Para hacer esto, utilizaremos una fuente estadística estándar, que nadie sospechará que favorecerá un poder comunista: la Guía de Historically Planned Economies del Banco Mundial. Este anuario, publicado por Paul Marer y colaboradores en 1992, hace posible comparar a China, antes de 1991, con cerca de treinta países socialistas, que en su mayoría son, en la actualidad, anteriormente socialistas (Marer et al., 1992: 52).
Y lo que vemos en este documento es, una vez más, que la economía china ya era dinámica, en conjunto, en comparación con los otros países socialistas antes (o alrededor) de la muerte de Mao. Este fue el caso, por ejemplo, de la tasa de crecimiento del sector industrial, que promedió +7,9 % por año en la década de los años setenta, es decir, el segundo rango de los países con economía administrada, por delante de la Unión Soviética (6,2 %) y bastante mayor que todos los demás (con la excepción de Yugoslavia, pero solo para la industria). Entonces, la velocidad de crucero de la economía china se alcanzó mucho antes de unirse a la Organización Mundial del Comercio. De hecho, durante la década de los años ochenta, mientras el país todavía tenía la mayoría de las instituciones de tipo socialista, registró tasas de crecimiento muy altas en todos los sectores en comparación con otros países clasificados como “socialistas”.
Así, de 1980 a 1989, todavía China ocupó el primer lugar en este grupo por el crecimiento en la agricultura (+6,3 %), la industria (+12,6 %), la construcción (+12,3 %) e incluso los servicios (+ 10,6 %), resultados a menudo ubicados en gran parte frente a los otros países (Marer et al., 1992: 50-51). Mientras en todas partes, desde la academia hasta los medios de comunicación dominantes, uno puede leer y escuchar con frecuencia que el “despegue” de la economía china se debe a la apertura a la globalización capitalista. Creemos, por nuestra parte, que es útil agregar –lo cual es raramente el caso–, que este crecimiento fue posible solo por los esfuerzos y los logros alcanzados durante el periodo socialista maoísta. Y solo si está claro que esta apertura ha sido controlada y dominada firme y efectivamente por las autoridades chinas, puede considerarse que ella misma ha contribuido más recientemente al éxito económico del país. Es bien porque ha estado sujeta en gran medida a los imperativos internos de satisfacción de los objetivos y necesidades nacionales, y plenamente integrada en el marco de una estrategia de desarrollo cuya coherencia no tiene paralelo en los demás países del Sur, que esta apertura podría tener efectos positivos en China.
Sin esa estrategia, que es el trabajo del Partido Comunista Chino –¿cómo olvidarlo?–, la apertura al sistema mundial capitalista, como en tantos otros lugares del Sur y del Este, habría conducido inevitablemente a la desestructuración, o incluso a la destrucción, de la economía nacional.
Además de los progresos sociales y del éxito del proceso de industrialización en profundidad que acabamos de mencionar, un elemento esencial, lo que también ha contribuido al desarrollo extraordinario de la economía china, ha sido la respuesta propuesta a la cuestión agraria. Queremos hacer hincapié aquí en que China es uno de los pocos países del mundo que ha garantizado –y sigue garantizando–, en la ley, el acceso a tierra para la gran mayoría de las masas campesinas. Este hecho no tiene paralelo entre sus vecinos asiáticos, con la excepción de los que han encabezado una reforma agraria radical asociada con una revolución socialista, como es el caso de Vietnam. En los últimos años se han observado múltiples violaciones de la ley e intentos de limitar este acceso a la tierra (en particular, a través de la entrega indebida de tierras públicas por parte de las autoridades locales, seguida de la expropiación familiar), pero frente a estos casos abusivos, que sin duda son numerosos, ha surgido fuertes resistencias campesinas.
Estos hechos dan una idea de la importancia de la cuestión agraria en los debates internos de los líderes políticos chinos, así como de los que atraviesan la sociedad actual en su conjunto. Aquí podemos ver la imposibilidad de comprender los cambios profundos en este país sin colocar al campesinado en el centro del análisis.
Sabemos que la limitación principal para China sigue siendo la de tener que alimentar a más del 20 % de la población mundial con menos del 7 % de la tierra cultivable del planeta. Esto representa una cuarta parte de una hectárea de tierra cultivada per cápita en China, en comparación con el doble en India y 100 veces más en Estados Unidos. Este desafío alimentario enorme solo se pudo elevar gracias a la afirmación del acceso a la tierra para el campesinado, lo que sigue siendo, hasta ahora, la contribución más valiosa del patrimonio revolucionario maoísta.
Si bien los métodos actuales de organización, producción y distribución del sector agrícola están totalmente penetrados por los mecanismos del mercado y tienen poco que ver con los de la era maoísta, hoy en día, la propiedad de la tierra sigue siendo estatal o colectiva en China, incluso si se trata de formas degradadas que a menudo se encuentran, a veces con un control privado efectivo sobre unas tierras. Sin embargo, es esta persistencia de la propiedad pública lo que es el punto clave para distinguir la situación y el éxito de China en comparación con otros países de tamaño continental comparable y pretendidamente “emergentes”, como India o Brasil, o países regionalmente dominantes (Sudáfrica). Para estos la cuestión agraria está lejos de haber encontrado condiciones, incluso parciales, de solución.
Destacando una sucesión de “crisis”
Pero si el crecimiento de China ha sido muy fuerte durante varias décadas, ¿se ha logrado tal fenómeno sin dificultades, sin sacudidas? Para responder, volvamos a la base de datos del PIB de necesidades básicas satisfechas. ¿Qué es lo que se puede ver? Primero, vemos que desde 1952, la evolución del PIB chino, expresada en nivel a precios constantes, se presenta como una curva exponencial. Y si pasamos ahora a una escala logarítmica, observamos una evolución situada alrededor de una tendencia lineal fuertemente ascendente. Si miramos entonces esta dinámica del PIB en tasas de crecimiento, uno ve fluctuaciones, aunque su amplitud tiende a disminuir con el tiempo, y durante cuatro periodos específicos encontramos tasas de crecimiento negativas. Además de estos periodos, todos los demás años muestran un crecimiento positivo del PIB, más o menos pronunciado.
Estos cuatro periodos con valores negativos se pueden identificar por siete años, en 64 que cuenta la muestra estudiada (1952-2015), o sea, apenas más de 10 % del tiempo: 1960-1962, respectivamente, –1,3 %, –27,8 % para 1961, la disminución más fuerte por mucho sufrido por el país en seis décadas, y –9,2 %, asociado con el choque de la ruptura de relaciones con la Unión Soviética, después en 1967-1968 (–4,4 % y –2,9 %), correspondiente al inicio de la revolución cultural, en 1976 (–2,0 %), cuando Mao murió, y finalmente en 1989 (–4, 3 %), año de los eventos Tiennamen. Entonces se pueden identificar, “a simple vista”, y en un contexto de fuerte aumento de la tendencia de la tasa de crecimiento económico, cuatro tiempos de “crisis” en sentido tradicional, es decir, caracterizados por una tasa de crecimiento negativo o una disminución en el PIB expresado en valores constantes (inflación excluida): 1960-1962, 1967-1968, 1976 y 1989.
Sin embargo, este enfoque sigue siendo insuficiente para dar cuenta de las dificultades experimentadas por la economía china durante las seis décadas desde el comienzo de la revolución. Aquí tenemos que ir más allá de las apariencias y las evidencias. En un intento por profundizar el análisis y complicar el concepto de “crisis”, hemos optado por utilizar indicadores de tasas de ganancia para China. El método de cálculo de tasas de ganancia es común entre los economistas marxistas para explorar cuantitativamente las dinámicas de acumulación del capital que caracterizan a los países capitalistas, pero, en general, no los países “socialistas”, o cuyas autoridades políticas siguen reivindicando el socialismo, como en China. Pero es bastante posible utilizar tasas de ganancia en economías socialistas si su construcción y su interpretación se distinguen claramente de las de los países capitalistas (Herrera y Long, 2017). Por lo tanto, hemos construido varios indicadores de tasas de ganancia en el sector industrial de China desde 1952 hasta 2015, con base en nuestras series de stocks de capital físico previamente presentadas. Estos indicadores establecen las relaciones entre al numerador, una ganancia o excedente, correspondiente a la diferencia entre el PIB y las remuneraciones de los trabajadores (directas o indirectas) y, al denominador, el capital adelantado, es decir, ya sea el capital fijo, tal como lo hemos definido, ya sea este mismo capital a lo que se añade un capital circulante calculado utilizando una estimación de la velocidad del capital (a través de inventarios).
Luego podemos proceder, utilizando un método de filtrado, a una descomposición técnica de las tasas de ganancia en una tendencia a largo plazo y los ciclos a corto plazo. ¿Y qué vemos? Se pueden hacer aquí dos observaciones principales:
• La primera es la demostración de una tendencia a la baja en las tasas de ganancia de China durante un largo periodo (1952-2015), y esto independientemente del indicador elegido. Y si ahora realizamos una descomposición económica de las tasas de ganancia mediante el cálculo destinado esta vez para distinguir los cambios respectivos en la composición del capital, la productividad laboral y la proporción de las ganancias, vemos que el factor más decisivo para explicar la caída en la tasa de ganancia es el aumento en la composición orgánica del capital, es decir, la relación entre las partes constante y variable de capital.
• La segunda observación se refiere a los ciclos a corto plazo que marcan los cambios en estas tasas de ganancia. Podemos detectar una alternancia regular de fluctuaciones hacia arriba y hacia abajo, observamos que estas variaciones cíclicas se reducen claramente entre la década los años cincuenta y el comienzo de la década de 2000, pero que la magnitud de estos ciclos tiende a aumentar significativamente al final del periodo, es decir, desde finales de la década de 2000 y en el presente momento.
Para la muestra total (1952-2015) se puede identificar una sucesión regular de periodos de variaciones negativas en las tasas de ganancia. Los años de recesión encontrados para las tasas de ganancia, marcados por crecimientos de los componentes cíclicos de las tasas de ganancia que registran valores negativos, se encuentran cerca de 30 veces durante los 64 años estudiados. Mas precisamente, un signo negativo se observa en 1952, 1957, 1960-1963, 1968, 1978-1982, 1985-1987, 1990-1991, 1998-2003, 2009 y 2012-2015. Por lo tanto, vemos que no solo hay cuatro periodos que se identifican (como lo sugiere el rápido estudio anterior de la trayectoria de la tasa de crecimiento del PIB), sino en realidad 10 periodos con valores negativos, registrados esta vez para la tasa de crecimiento de los componentes cíclicos de las tasas de ganancia, cubriendo un total de casi la mitad de la muestra de tiempo examinada.
A través de estas secuencias recesivas podemos reconocer las desaceleraciones que han golpeado sucesivamente la historia económica de China desde la fundación de la República Popular en 1949 y que el profesor Wen Tiejun tiene razón al llamar a las “diez crisis” (Wen, 2009). Después de las tremendas dificultades que el pueblo chino tuvo que enfrentar justo después de 1949, debido en gran parte a las destrucciones causadas por las guerras y las convulsiones que el país había sufrido en las décadas previas a la revolución, encontramos rastros de la recesión que comenzó en 1952 y cuyo punto más bajo fue 1957. La grave crisis de principios de la década de los años sesenta –la peor conocida en la época maoísta, particularmente notable en 1961-1962 – provino de los efectos combinados de la interrupción de la ayuda de la Unión Soviética después del deterioro del conflicto chino-soviético, el fracaso relativo del Gran Salto Adelante y varios desastres naturales. El año 1968, otro punto bajo, coincide con el endurecimiento de la revolución cultural, lanzada dos años antes. Los problemas encontrados entre 1978 y 1982 reflejan las dificultades de la transición posterior a Mao y la implementación de reformas estructurales de “apertura”. El periodo 1985-1986 es, en particular, el de la implementación de la reforma fiscal de 1984, uno de los puntos de inflexión hacia la economía de mercado. Luego, en el momento del colapso del bloque soviético se intentó una breve experiencia que podría describirse como “neoliberal”, lo que resultó en una aguda recesión de la economía en 1990-1991, acompañada de una explosión de la corrupción. Finalmente, en un contexto de fuerte dinamismo del PIB chino, los declives en los componentes cíclicos de las tasas de ganancia a partir de 1998 son cada vez más atribuibles al impacto de shocks exógenos importados vinculados a la difusión de los efectos de crisis regionales o globales sufridas por China: crisis “asiática” (1998-1999), luego crisis de “nueva economía” y “después del 11 de septiembre” (2001-2003), Finalmente crisis “financiera” o “desubprimes” en 2008 (una crisis sistémica del capitalismo en realidad) cuyos efectos se sintieron en China en dos etapas: en 2009 y nuevamente, de manera más durable y profunda, desde 2012, y hasta hoy (Herrera, y Long, 2017).
Estos 10 momentos de “crisis” se encuentran con mayor frecuencia, paradójicamente, a pesar de que el crecimiento del PIB alcanzó tasas relativamente altas, a veces muy altas, como fue el caso, por ejemplo, en contextos históricos e institucionales diferentes, para los años 1963, 1978, 1986, 1991 y 2003. En otras palabras, en el caso de China, un crecimiento fuerte no significa necesariamente que no haya dificultades y, por el contrario, una “crisis” no quiere decir sistemáticamente una recesión del PIB. Pues, en un país como China, caracterizado por poderosas contradicciones, nos pareció necesario utilizar un concepto amplio de “crisis” para tener en cuenta periodos en los que surgen dificultades estructurales y eso, a pesar de que las apariencias de un fuerte crecimiento del PIB sugieren que todo está bien.
CONCLUSIONES
En este artículo, queríamos enfatizar la importancia del análisis del largo periodo para comprender los impulsores profundos del desarrollo económico de China por más de 60 años: progresos sociales, industrialización o la respuesta a la cuestión agraria. Para profundizar la reflexión sobre las dificultades que enfrentó la economía china, más allá de su impresionante crecimiento del PIB, proponemos pasar del examen de este último al de las tasas de ganancia industriales, indicadores construidos a partir de series originales de stocks de capital físico y considerados como claves de nuestro razonamiento
Al observar las evoluciones de estas tasas de ganancia en más de seis décadas, nos damos cuenta de que la trayectoria del crecimiento económico de China, excepcional tanto en fuerza como en escala, no ha funcionado sin problemas. Es por eso que hemos elegido describir como “crisis” varios periodos paradójicos, caracterizados por variaciones negativas en las tasas de ganancia, pero también por tasas de crecimiento del PIB positivas, a veces muy altas.
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Enlace alternativo
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