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Presentación al dossier “Comunismo sudamericano. Nuevas miradas historiográficas”
Sergio Grez Toso
Sergio Grez Toso
Presentación al dossier “Comunismo sudamericano. Nuevas miradas historiográficas”
Introduction to dossier on South American Communism. New historiographical perpectives
Avances del Cesor, vol. 17, núm. 22, 2020
Universidad Nacional de Rosario
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Dossier: Comunismo sudamericano. Nuevas miradas historiográficas

Presentación al dossier “Comunismo sudamericano. Nuevas miradas historiográficas”

Introduction to dossier on South American Communism. New historiographical perpectives

Sergio Grez Toso
Universidad de Chile , Chile
Avances del Cesor
Universidad Nacional de Rosario, Argentina
ISSN: 1514-3899
ISSN-e: 2422-6580
Periodicidad: Semestral
vol. 17, núm. 22, 2020

Recepción: 01 Febrero 2020

Aprobación: 23 Abril 2020

Publicación: 05 Junio 2020


Hasta el inicio del último cuarto del siglo XX, la historia del comunismo latinoamericano recibió escasa atención de los historiadores profesionales. La inmensa mayoría de los trabajos centrados en describir y analizar su recorrido histórico oscilaba entre panegíricos o hagiografías colectivas y textos inspirados en una concepción de “leyenda negra”, además de relatos testimoniales que también se alineaban en una adhesión devota o en un rechazo igualmente fervoroso. Prevalecían las “historias militantes”, canónicas, incluso “oficiales” u oficiosas, emanadas desde las propias filas comunistas en contrapunto con referencias de condena y execración por autores conservadores en obras centradas en la historia política general de determinados países del subcontinente. No obstante, en las últimas décadas se han producido importantes avances desde la historiografía académica, a los cuales pretende contribuir este dossier. Estos nuevos desarrollos pueden apreciarse de manera parcial, pero bastante ilustrativa, en cuatro libros colectivos.[1]

El dossier que presentamos -limitado a aspectos parciales de la historia del comunismo en cinco países sudamericanos: Chile, Paraguay, Perú, Argentina y Brasil- se inscribe en este marco general de renovado interés y creciente vitalidad de los estudios del comunismo latinoamericano. Los textos aquí reunidos tratan temáticas muy variadas y períodos diversos, lo que reduce la posibilidad de hacerlos dialogar entre sí. Sin embargo, es posible detectar al menos un elemento común que puede servir de clave de lectura y guía para futuras investigaciones.

En varias contribuciones el peso de los factores internacionales, principalmente los cambios de línea de la Internacional Comunista y sus repercusiones en los respectivos partidos sudamericanos, es un hilo que ordena gran parte de la reconstrucción histórica de sus autores.

En “Estalinización y estalinismo en el Partido Comunista de Chile. Un debate sobre las tradiciones políticas en el comunismo chileno”, Rolando Álvarez Vallejo analiza el impacto que tuvo el estalinismo en la conformación de la cultura política del Partido Comunista más influyente de América Latina. Desafiando las interpretaciones que postulan una sucesión de “cortes abruptos y desconectados del pasado” (“clase contra clase”, frentepopulismo, etc.), Álvarez postula que, a lo largo de su historia, el Partido Comunista de Chile (en adelante, PCCH) fue combinando diversos legados políticos que arrancaron desde su peculiar origen (el “socialismo mutualista” del Partido Obrero Socialista), pasando por la influencia de la Revolución rusa, la “bolchevización kominterniana” (década de 1920) y la estalinización de comienzos de la década de 1930. Esta se habría expresado en tres niveles: ideológico-discursivo, prácticas políticas y formas de organización interna, consolidándose hacia 1940. El apogeo del estalinismo del PCCH se habría extendido hasta 1956, cuando el inicio de la desestalinización en el movimiento comunista internacional, impulsado por el Partido Comunista de la Unión Soviética, provocó la desestalinización del partido chileno. Álvarez precisa que los cambios detectados en la cultura política de este partido no significaron la disolución de sus tradiciones. Partiendo de un rechazo a las interpretaciones de la formación de esta cultura como “un proceso excluyente, en el que cada hito arranca de raíz la tradición anterior”, de acuerdo con lo que identifica como una “visión dicotómica de las influencias nacionales e internacionales”, Álvarez sostiene que las diferentes tradiciones políticas que conformaron el PCCH se fueron fundiendo en distintas “capas geológicas” que se amalgamaron a la largo de su historia. No se produjeron “tabulas rasas” del pasado, sino constante imbricación de ideologías, prácticas políticas y formas de organización. Me parece que este postulado permite superar las visiones dicotómicas que atribuyen al Komintern -tanto desde la leyenda negra como desde ciertas perspectivas militantes de izquierda- la responsabilidad exclusiva de los profundos virajes sufridos por el PCCH entre 1927 y 1933, y en 1935, del mismo modo que sirve para descartar las afirmaciones de ciertos dirigentes de este partido que atribuyeron dichas reorientaciones, especialmente la frentepopulista, a causas puramente endógenas.

A diferencia de autores de los que se distancia expresamente, Álvarez no interpreta la estalinización del partido chileno como un mecanismo articulado solo “desde arriba”, sino como un proceso complejo y contradictorio, “fuertemente influido por la capacidad de agencia y modos de recepción que realizó la militancia comunista local”. Huelga decir que sus planteamientos contribuirán a profundizar un debate en curso desde hace varios años, que puede tener efectos virtuosos en el estudio de otras experiencias nacionales. Álvarez se pregunta si acaso el componente internacional (políticas del Komintern bajo la égida de Stalin) determinó la existencia de un patrón común que permite homologar todas las historias de los partidos comunistas a lo largo del planeta. O si, por el contrario, el énfasis debería estar puesto en las múltiples dimensiones locales-nacionales de las experiencias comunistas. Este autor opta, como hemos visto, claramente por una explicación pluricausal que considere tanto los factores “endógenos” como la centralidad de la influencia internacional y las características transnacionales de la experiencia comunista.

Las preguntas que el mismo Álvarez formula sobre la historia del PCCH pueden servir para entender mejor la experiencia paraguaya analizada por Charles Quevedo y Lorena Soler, “El primer Partido Comunista de Paraguay, la Internacional Comunista y la Guerra del Chaco”. En este artículo se analizan los conflictos que se produjeron entre la Internacional Comunista y “su” sección paraguaya en vísperas de la inminente Guerra del Chaco (1932-1935), debido a la pretensión del centro mundial del comunismo de imponer sus políticas contra la guerra. Enseguida, se estudian algunos aspectos de la actividad de los comités antiguerreros en Paraguay como expresión del anhelo del Komintern de transformar la guerra en revolución social. Quevedo y Soler dejan claramente establecido que los conflictos de los comunistas paraguayos con los órganos komintereanos no se expresaban de manera directa entre el Partido Comunista de Paraguay (en adelante, PCP), fundado recién en 1928, y el Komintern con sede en Moscú, sino entre los dirigentes paraguayos y los del Partido Comunista de Argentina (en adelante, PCA) que controlaban el Secretariado Sudamericano (en adelante, SSA) de la III Internacional. Hacia fines de la década de 1920 y comienzos de la de 1930, la hegemonía de los líderes porteños se hacía sentir a tal grado sobre el PCP y otras colectividades de la región, que hasta los conflictos internos del PCA repercutían en algunos de sus homólogos, como el paraguayo, condicionando sus políticas y tensándolos mucho más allá de lo que sus propias condiciones y dilemas nacionales lo hubiesen hecho. Así, luego de la doble defenestración de José Penelón como líder del PCA y del SSA, y su reemplazo por el ítalo-argentino Vittorio Codovilla en ambos organismos, la sujeción del PCP al Komintern “estalinizado” por intermedio del SSA, fue aún mayor. Bajo la presión de este último el secretario del PCP Lucas Ibarrola, quien insistía en los obstáculos para desarrollar una propaganda antiguerrera en un contexto de crecimiento de los sentimientos patrióticos en el pueblo paraguayo, fue destituido de su cargo por el Comité Central de su partido y reemplazado por Martín Báez. El SSA- convertido en Buró Sudamericano (en adelante, BSA) de la Internacional a partir de 1930- procedió, entonces, a realizar una verdadera refundación del PCP. La Internacional impuso su línea, correspondiendo al minúsculo partido paraguayo la obligación de ser la primera de las secciones del centro revolucionario mundial encargada de aplicar las tácticas contra la guerra derivadas de los análisis del “tercer período” y de las políticas de “clase contra clase”. Los comités antibélicos paraguayos desarrollaron tesoneras campañas de agitación y propaganda contra la Guerra del Chaco (1933-1935), mediante la difusión de panfletos que llamaban a rechazar los reclutamientos y sabotear el transporte de armas. El PCP intentó vincular las incipientes formas de resistencia campesina contra las requisas y la conscripción, con reivindicaciones tradicionales del campesinado: la tierra, la negativa a pagar arriendos y las ocupaciones de propiedades agrícolas de los grandes hacendados. El resultado de esta línea fue paradójico: el gran apoyo popular a la guerra sumió a este partido en una profunda crisis; sin embargo, al mismo tiempo lo benefició de gran visibilidad fuera de sus fronteras nacionales, pues ocupó un lugar central en la agenda de la Internacional Comunista, mayor aún ante la inexistencia de un partido comunista en Bolivia.

El fin de la guerra (junio de 1935), que rubricó la victoria de Paraguay sobre Bolivia, coincidió de manera casi perfecta con el gran giro de “clase contra clase” a la política de frentes populares, realizado por el VII Congreso de la Internacional Comunista celebrado en Moscú en julio y agosto de 1935. Este cambio generó las condiciones para el renacimiento del PCP. La nueva orientación sustituyó el antibelicismo a ultranza y el discurso clasista exacerbado por una política aliancista interclasista de carácter antioligárquico y antiimperialista en todos los países de América Latina, lo que implicaba una gran ampliación del campo de las alianzas posibles entre comunistas y fuerzas burguesas tipificadas como “nacionales” en la perspectiva de realizaciones de tareas democrático-burguesas. Esta política se encarnó en el apoyo al gobierno del coronel golpista Rafael Franco, a través de la fórmula de un “Frente Nacional Libertador” al que los comunistas trataban de imprimirle un carácter revolucionario, democrático, antifeudal y antiimperialista, lo que distaba mucho de ser posible dado el carácter conservador de las fuerzas hegemónicas de la heteróclita coalición de gobierno y del propio coronel Franco. A los pocos meses comenzó la persecución policial y gubernamental contra las organizaciones de trabajadores y el PCP. Finalmente, en agosto de 1937, Franco fue depuesto por un nuevo golpe de Estado.

En sus conclusiones, Quevedo y Soler entregan claves de lectura que apuntan en una dirección similar a la del texto de Rolando Álvarez sobre el partido chileno. Si bien, la política antibelicista del PCP fue un fracaso, el contexto nacionalista posbélico y el cambio de estrategia de la Internacional Comunista a partir de 1935 explicarían la fuerza que empezaría a adquirir el comunismo paraguayo. Los años de la posguerra -sostienen- permiten apreciar la confluencia de factores nacionales e internacionales. El PCP habría reformulado sus estrategias “no solo por los nuevos lineamientos impuestos desde Moscú y por el abandono de una lectura exclusivamente en clave imperialista de las disputas entre naciones, sino también por la urgencia que impuso la coyuntura paraguaya a la vuelta de la guerra”, facilitando, de esta manera, su inserción en el movimiento obrero.

Sin dejar de considerar las notorias diferencias con la experiencia del PCCH examinada por Álvarez, el estudio propuesto por Charles Quevedo y Lorena Soler sobre el PCP nos remite a la misma observación y perspectiva crítica respecto de las lecturas monocausales de los virajes de la política comunista sudamericana durante las décadas de fuerte influencia komintereana y soviética.

En “Izquierdas y cultura militante en el frente minero. Perú 1928-1930”, Ricardo Melgar Bao despliega su mirada sobre la labor del destacado teórico y militante José Carlos Mariátegui, en la difusión de las ideas socialistas y comunistas en dirección del proletariado minero de su país a través de los periódicos Amauta (1926-1930) y Labor (1928-1929). Su trabajo en pro de la renovación de las prácticas de solidaridad, resistencia y lucha habría significado, entre 1937 y 1930, el surgimiento de una nueva cultura y orientación sindical minero-metalúrgica que aprovechó de manera muy pragmática la base organizacional y de relaciones que habían tendido previamente las corrientes mutualistas, anarcosindicalistas y sindicalistas revolucionarias.

Este texto, junto con dar cuenta de interesantes aspectos de la constitución de una identidad y conciencia de clase del proletariado minero peruano, nos permite apreciar una arista de las relaciones y contradicciones entre la principal figura del marxismo peruano y la Internacional Comunista. Como es sabido, su rama sindical, el Profintern o Internacional Sindical Roja (ISR), había propugnado entre 1920 y 1927 un “sindicalismo clasista”, adherido a los principios de la lucha de clases, la solidaridad proletaria y campesina, el Frente Único, la central sindical nacional e internacional. Haciendo gala de sus heterodoxas facetas, Mariátegui sostuvo que este frente no tenía por qué anular la personalidad ni la filiación de sus componentes; las distintas corrientes y doctrinas no debían amalgamarse en una doctrina única, cada una conservaría su propia filiación y su propio ideario. No obstante, todos sus integrantes deberían actuar “unidos por la solidaridad de clase, vinculados por la lucha común, ligados por la misma voluntad revolucionaria y la misma pasión renovadora”. El autor de los Siete ensayos sobre la realidad peruana concebía el Frente Único como una “acción contingente, concreta, práctica”, al margen de toda entelequia o utopía. Apoyándose en sus postulados sobre el “socialismo indígena”, Mariátegui desarrolló una acción práctica y teórica que lo diferenció de facto con las ideas y directrices que emanaban del Komintern y de su brazo sindical. Articuló a la vanguardia obrera y popular de Lima y Callao con los ferroviarios, mineros y campesinos de la Sierra Central considerando tanto los elementos de clase como de etnia, las diferentes tradiciones de combate, además de la ubicación estratégica de los distintos segmentos de la clase trabajadora.

Melgar Bao se pregunta si el modo indígena de espacialización sería lo discontinuo y disperso, base para su posterior unidad y reconcentración, lo que contrariaría la concepción criollo-occidental euclidiana sobre la espacialidad continua, serial y unitaria. Mariátegui habría adherido a la tesis de la lucha prolongada, multilateral y ascendente, en contraposición con la propuesta del “sindicalismo faccional” de enfrentamiento inmediato y final que propugnaban el Profintern y la Internacional. Su propuesta de un sindicalismo clasista que contemplaba la solidaridad de diversos sectores de la clase obrera en la perspectiva de la formación de una federación vertical que aglutinara al proletariado minero y de una federación horizontal que cohesionara a todos los trabajadores de la ciudad, el campo y las minas en el centro del país, lo colocaban en contradicción con los postulados del “sindicalismo rojo” representado por Ricardo Martínez de la Torre, Esteban Pavletich y Eudocio Ravines, portadores y ejecutantes de las políticas del SSA del Komintern y de la Confederación Sindical Latinoamericana (en adelante, CSLA), organismo supuestamente “amplio” controlado por el Profintern. A la inmediatez, espíritu faccional y aventurerismo del sindicalismo rojo- ya imbuido de los preceptos de “clase contra clase”- Mariátegui oponía una paciente estrategia de alianzas amplias en el seno de los trabajadores que no despreciaba la obtención de modestos beneficios inmediatos para su clase.

Melgar Bao cierra su trabajo señalando que la muerte de Mariátegui facilitó la intervención de la CSLA y del SSA en Perú, y que la vanguardia minera fue descabezada por el propio faccionalismo rojo. Algunos de los cuadros socialistas (protocomunistas, en realidad) abrazaron las tesis y métodos komintereanas del “tercer periodo”, otros fueron purgados o se retiraron del partido. Sostiene que el sindicalismo rojo, triunfante en 1931, incurrió en los mismos errores y vicios ultraizquierdistas que en otros países: fetichizó la huelga desde una perspectiva voluntarista y aventurera de huelga general e insurrección armada como fases obligadas de un mismo proceso revolucionario. La “huelga roja”, concebida como “un cúmulo de acciones de masas: tomas, movilizaciones, mítines, sabotajes, proclamas, volantes, etc., que deberían desarrollarse de manera intensa, intermitente y ascendente”, terminó desgastando a las bases y a sus organizaciones sindicales. La nueva orientación devaluó la obra de Mariátegui, imponiéndose el molde común de “clase contra clase”.

Las reflexiones de Melgar Bao ponen de relieve, al igual que en los casos de Paraguay y Chile, el enorme peso que tuvo el Komintern en la trayectoria de los partidos comunistas (o de sus ancestros) en Sudamérica en las décadas inmediatamente posteriores a la Revolución rusa. Construcciones originales que aún no lograban cimentarse -como las emprendidas por Mariátegui en Perú y Recabarren en Chile- fueron “reformateadas” por la intervención de la Internacional Comunista bajo el predominio de las políticas del “tercer período”. Podemos agregar que, en Chile, de manera parecida a lo ocurrido con el legado de Mariátegui, el PCCH bajo tutela completa del BSA, abjuró explícitamente de las ideas de Recabarren (1933). No obstante, la corta duración del estudio de Melgar Bao (el trienio 1928-1930), no permite apreciar de manera tan precisa como en los casos paraguayo y chileno los efectos de la política komintereana en Perú (apenas mencionados en la conclusión de este trabajo), ni la forma como se produjo la relación entre los elementos nacionales e internacionales en la evolución posterior del embrionario comunismo peruano, eje en el que hemos centrado esta presentación. Si el valor de un trabajo historiográfico reside tanto en las respuestas a interrogantes planteadas por su propio autor o por la comunidad disciplinar, como en los nuevos problemas esbozados, no cabe duda de que esta contribución servirá de guía tentativa para nuevas indagaciones sobre el desarrollo del comunismo latinoamericano en la interacción entre los factores nacionales y la irradiación e intervención de un organismo internacional que pretendía imponer un modelo único de acción y cultura políticas a todas “sus” secciones nacionales.

El texto de Hernán Camarero “¿Una CGT para el Frente Popular democrático y antifascista? El Partido Comunista de la Argentina y el movimiento sindical durante la Segunda Guerra Mundial” examina la relación de este Partido Comunista con la Confederación General del Trabajo (CGT) entre 1937 y 1943, tiempo clave de los intentos comunistas de aplicación de la estrategia del Frente Popular en los espacios sindicales. A diferencia de los estudios precedentes, este se sitúa en una etapa en que la línea de “clase contra clase” ya había sido superada por el movimiento comunista internacional, implementándose en su reemplazo las políticas aliancistas frentepopulistas y antifascistas adoptadas por el VII Congreso de la Internacional Comunista. De acuerdo con la nueva disposición, los sindicatos dirigidos por los comunistas argentinos decidieron ingresar a la Central. Sin embargo, explica Camarero, la flamante conducción cegetista volvió a las tradicionales concepciones antipolíticas y de prescindencia ideológica heredadas del sindicalismo revolucionario, sumándose a esta corriente gran parte de los militantes que formalmente pertenecían al Partido Socialista (PSA), pero que en la práctica eran partidarios de la más irrestricta autonomía sindical, manteniéndose equidistantes tanto del PSA como del PCA. Cabe señalar- como lo hace Camarero- que esta corriente también era portadora de viejas tendencias de conciliación de clases, que junto al apoliticismo habían caracterizado a la primera CGT (1930-1935). Entre 1939 y 1943 se producirían fuertes enfrentamientos en el seno de la nueva CGT entre “políticos” (militantes orgánicos fieles a los lineamientos del PCA y del PSA) y sindicalistas autonomistas. El posicionamiento por adoptar frente a la Segunda Guerra Mundial hizo aún más complejo el panorama. El aumento de la influencia comunista en los sindicatos industriales y de la construcción permitió a los dirigentes de ese partido aspirar a alcanzar la dirección del movimiento obrero y de la CGT, haciendo posible que esta se orientara en la perspectiva frentepopulista. Ello implicaba arrastrar a los socialistas hacia esa política y combatir a los sindicalistas puros que se oponían a cualquier compromiso, lo que de alguna manera chocaba con la estrategia de Frente Popular que implicaba un acuerdo con los sectores antifascistas, incluyendo a la pequeña y mediana burguesía “nacional y progresista”. Camarero explica con buenos argumentos que, si bien esta línea no implicó que el PCA renunciara a promover la organización y las luchas obreras, en la práctica favoreció una cierta “conciliación de clases”, aunque en una variante distinta a los planteamientos “colaboracionistas” del sindicalismo.

Los factores internacionales que incidieron en la política del PCA resaltados por Camarero fueron los derivados de la marcha hacia la Segunda Guerra Mundial y su posterior estallido y desarrollo. Al igual que todos los partidos comunistas del mundo, el pacto germano-soviético y el reparto de Polonia entre la Alemania nazi y la Unión Soviética (1939) llevó a este partido a propiciar la “neutralidad” frente al conflicto bélico, agudizándose la pugna entre socialistas y comunistas en los sindicatos y en la CGT. El nuevo punto de quiebre dejó obsoletas las polémicas entre sindicalistas y políticos en el movimiento sindical, beneficiando a los sectores que abogaban por la prescindencia política, provocando de paso cierta parálisis en el accionar de la CGT.

En los años que abarca el estudio de Camarero se produjo un notable incremento de los trabajadores sindicalizados, destacando los sindicatos dirigidos por los comunistas. El PCA fue asegurando su hegemonía sobre los gremios industriales y de la construcción, que desarrollaron numerosas huelgas y conflictos laborales, sin que la fuerte represión anticomunista lograra frenar su progresión. La invasión de la Unión Soviética por la Alemania hitleriana (junio de 1941) permitió al PCA, al igual que todos los partidos comunistas, retomar plenamente la política de unidad antifascista desdibujada durante el lapso que duró el pacto de “no agresión”. La línea frentepopulista fue aggiornada en la perspectiva de la conformación de un amplio “frente democrático nacional antifascista”, con distintas fuerzas sociales, políticas y sindicales. En la CGT -explica Camarero- quedaron añejas las disputas entre socialistas y comunistas por la cuestión de la guerra, concitándose un entendimiento en torno al apoyo a los aliados y a la causa del antifascismo y la democracia. Los fuegos de los sindicalistas comunistas volvieron a apuntar a los sindicalistas “apolíticos”, opuestos a un alineamiento de la CGT en una coalición antifascista.

A modo de cierre de esta breve síntesis de los planteamientos de Camarero, cabe destacar su observación respecto del tensionamiento del principio de autonomía sindical y política de la clase trabajadora tanto por la posición neutralista y prescindente del sindicalismo apolítico, “que bloqueaba la articulación política del movimiento obrero”, como por la estrategia frentepopulista y de unidad antifascista propiciada por comunistas y socialistas, que pretendía insertar a la clase trabajadora y a sus partidos en una coalición con sectores de la burguesía “nacional” o “democrática”.

El fragmento de la historia del PCA que nos ofrece Hernán Camarero en su contribución, se sitúa en un período en el que la influencia del comunismo estaba en franco ascenso en muchos puntos del planeta debido a su rol en las luchas y coaliciones antifascistas. A diferencia de lo reflejado en los textos referidos a Chile, Perú y Paraguay presentados en este dossier, se trataba de un momento de la historia en el que la política del Komintern tuvo más efectos positivos que perniciosos para el desarrollo de “sus” partidos en numerosos países. No obstante, como señala este autor, el bienio transcurrido entre la firma del pacto germano soviético y el asalto hitleriano a la Unión Soviética, introdujo un elemento de confusión e inflexión relativa de la línea antifascista que, en el caso argentino no alcanzó a frenar el desarrollo del partido. Nuevas investigaciones deberían precisar con mayor nivel de detalle estos pasajes de la historia, poniendo especial énfasis en elucidar el peso que la orientación frentepopulista tuvo en la adopción de políticas de colaboración de clases en los partidos comunistas o a acentuar aquellas que ya estaban presentes en su seno.

Um partido em dois tempos; o Partido Comunista Brasileiro nas conjunturas pré e pós golpe de 1964”, de Marco Aurelio Santana se sitúa en un registro particular, pues analiza desde una perspectiva comparativa dos períodos “saltados” de la historia del Partido Comunista Brasileño (en adelante, PCB): desde 1945 hasta 1964, fase de democratización del sistema político brasileño y de fortalecimiento de este partido; luego desde 1978 a 1992, años de dictadura y de redemocratización, a la vez que de decadencia y pérdida de influencia de los comunistas. El foco de análisis está puesto en la relación entre este partido y el movimiento obrero.

Santana sostiene que el PCB hizo de su relación con la clase obrera y del control -real o supuesto- de los sindicatos un elemento central de su política destinada a permanecer en el sistema institucional o a recuperar su legalidad, convirtiéndose este segundo objetivo en períodos de proscripción en una verdadera obsesión que lo llevaba a priorizar una acción dirigida hacia la institucionalidad en detrimento de la clase cuya representación pretendía detentar. La moderación del PCB- salvo un breve momento de izquierdización a fines de los años 1940 y comienzos de la década de 1950- provocaba tensiones con su propia base sindical y con la dinámica impuesta por los trabajadores. No obstante, explica Santana, su política de alianzas (en competencia) con el Partido Laborista Brasileño, le permitió alcanzar el control de los principales puestos del movimiento sindical antes del golpe de Estado de 1964.

Durante la dictadura, los comunistas optaron, según la definición de este historiador, por una estrategia de confrontación pacífica con el régimen, pasando desde la izquierda al centro del espectro sindical, lo que se tradujo en alianzas con los sectores conservadores presentes en este movimiento. Esta errónea política habría llevado al PCB a alejarse de los sectores más combativos, sin llegar a percibir, desde fines de la década de 1970, la real dimensión del ascenso de fuerzas que se cristalizarían en el Partido de los Trabajadores (en adelante, PT) y de la Central Única de Trabajadores (CUT), vistas por los comunistas como un peligro para la transición democrática más que como la expresión de nuevas realidades económicas, sociales, políticas y culturales. En este contexto, la democratización de la vida sindical -que en el pasado había servido para fortalecer al PCB- contribuyó a su debilitamiento y ocaso definitivo. Claramente, los comunistas ya no eran parte del polo dinámico de la vida sindical y sus dificultades en el ámbito político general no hicieron sino acrecentar su decadencia en el plano estrictamente sindical. Los sectores emergentes encontrarían en el PT su representación política. El tiempo histórico del PCB- aunque Santana no utiliza este término, podemos emplearlo para dar cuenta de su idea- había terminado.

La ausencia de referencias a la situación internacional en este último apartado impide un diálogo con los otros textos en torno a la relación entre los componentes nacionales e internacionales en la historia de los partidos comunistas sudamericanos. No obstante, es posible deducir a modo de hipótesis exploratoria que la “izquierdización” del PCB, a fines de la década de 1940 y comienzos de la de 1950, correspondió o coincidió con los primeros tiempos de la “Guerra Fría”, más o menos desde su estallido hasta la muerte de Stalin. Del mismo modo, el posterior giro moderado de este partido habría coincidido con los primeros tímidos pasos hacia el deshielo entre las superpotencias y la desestalinización en la Unión Soviética y en el movimiento comunista internacional, procesos que se afirmarían en la segunda mitad de la década de 1950. Explorando esta vía podrían encontrarse algunos eslabones que contribuirían al logro de una visión más dialéctica y mejor articulada de factores de índole nacional y mundial que facilitarían el comparatismo entre experiencias en distintos países del movimiento político más decididamente autodefinido y organizado como internacionalista de la historia de la humanidad.[2]

Esperamos que el dossier que presentamos sea una pequeña contribución en este sentido.

Material suplementario
Referencias Bibliográficas
Concheiro Bórquez, E., Modonesi, M. y Crespo, H. (Coords.). (2007). El comunismo: otras miradas desde América Latina. México: Universidad Autónoma de México - Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades.
Herrera González, P. (Coord.). (2017). El comunismo en América Latina. Experiencias militantes, intelectuales y transnacionales (1917-1955). Valparaíso: Universidad de Valparaíso.
Palieraki, E. y Herrera, C. (Comps.). (2020). La revolución rusa y América Latina. Valparaíso: Editorial América en Movimiento.
Valobra, A. y Yusta, M. (Eds.). (2017). Queridas camaradas. Historias iberoamericanas de mujeres comunistas. Buenos Aires: Miño y Dávila Editores.
Wolikow, S. (2004). Internationalistes et internationalismes communistes. En M. Dreyfus, B. Groppo, C. Ingelflom, R. Lew, C. Pennetier, B. Pudal et S. Wolikov (Dirs.), Le siècle des communismes (pp. 511-537). Paris: Éditions de l’Atelier / Éditions Ouvrières.
Notas
Notas
[1]. En orden de aparición los libros colectivos son: Concheiro Bórquez, Modonesi y Crespo (2007); Herrera González (2017); Valobra y Yusta (2017); Palieraki y Herrera (2020).
[2]. Sobre el internacionalismo comunista, véase: Wolikow (2004).
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