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La literatura chicana como expresión de literatura decolonial: Rudolfo Anaya
Chicano literature as an expression of decolonial literature: Rudolfo Anaya
Analéctica, vol. 5, núm. 34, pp. 23-28, 2019
Arkho Ediciones

Analéctica
Arkho Ediciones, Argentina
ISSN-e: 2591-5894
Periodicidad: Bimestral
vol. 5, núm. 34, 2019

Recepción: 05 Febrero 2019

Aprobación: 23 Abril 2019

Resumen: El análisis crítico decolonial como praxis académica constituye, entre otras vertientes de su heterogénea fertilidad, por una parte, un análisis del discurso; más precisamente, un análisis de las subjetividades presentes en el discurso y por otra, un análisis de la vinculación de la producción de sentido discursiva en relación con los marcos culturales que contextualizan dicha elaboración. Producción de sentido que tiene preponderancia en todos los discursos sociales; o considerados útiles socialmente y en particular, en la literatura. Stuart Hall ya había señalado que la subjetividad es en todos los casos un discurso narrativo, esto es, un relato ya establecido que el sujeto encuentra en una cultura. De modo que adquieren relevancia todos aquellos interrogantes que problematizan el cómo, el qué, el para qué se construye una subjetividad histórica determinada en el seno de una práctica discursiva, como una serie literaria dada.

Palabras clave: literatura chicana, Rudolfo Anaya, literatura decolonial.

Abstract: Decolonial critical analysis as academic praxis constitutes, among other aspects of its heterogeneous fertility, on the one hand, an analysis of discourse; more precisely, an analysis of the subjectivities present in the discourse and, on the other hand, an analysis of the link between the production of discursive meaning in relation to the cultural frameworks that contextualize said elaboration. Production of meaning that has preponderance in all social discourses; or considered useful socially and in particular, in the literature. Stuart Hall had already pointed out that subjectivity is in all cases a narrative discourse, that is, an already established story that the subject finds in a culture. Thus, all those questions that problematize the how, the what, the why, a specific historical subjectivity is built within a discursive practice, as a given literary series, acquire relevance.

Keywords: Chicano literature, Rudolfo Anaya, decolonial literature.



“La decolonialidad es “la energía que no se deja manejar por la lógica de la colonialidad, ni se cree los cuentos de hadas de la retórica de la modernidad. Si la decolonialidad tiene una variada gama de manifestaciones (...), el pensamiento decolonial es, entonces, el pensamiento que se desprende y se abre (...), encubierto por la racionalidad moderna, montado y encerrado en las categorías del griego y del latín y de las seis lenguas imperiales europeas modernas.”

Fuente: Walter Mignolo

El análisis crítico decolonial como praxis académica constituye, entre otras vertientes de su heterogénea fertilidad, por una parte, un análisis del discurso; más precisamente, un análisis de las subjetividades presentes en el discurso y por otra, un análisis de la vinculación de la producción de sentido discursiva en relación con los marcos culturales que contextualizan dicha elaboración. Producción de sentido que tiene preponderancia en todos los discursos sociales; o considerados útiles socialmente y en particular, en la literatura. Stuart Hall ya había señalado que la subjetividad es en todos los casos un discurso narrativo, esto es, un relato ya establecido que el sujeto encuentra en una cultura. De modo que adquieren relevancia todos aquellos interrogantes que problematizan el cómo, el qué, el para qué se construye una subjetividad histórica determinada en el seno de una práctica discursiva, como una serie literaria dada. Ya Voloshinov/Bajtín habían examinado la politicidad y la naturaleza coercitiva de ciertas prácticas discursivas y como el lenguaje va reflejando desde el punto de vista histórico la cosmovisión de la superestructura social. De modo que su hegemonía no solo es económica sino asimismo cultural cristalizada en la difusión de determinados valores a partir de textos considerados sagrados en la antigüedad y luego, a partir de la literatura, institucionalizada con el enciclopedismo francés en el siglo XVIII.

Por otro lado, en relación con la categoría de subjetividad se establece en una vinculación dialéctica la categoría de alteridad, dado que la subjetividad individual o social se define en tanto encuentra los límites del otro. De este modo la subjetividad en toda la tradición europea se construye a partir de la designación del otro o mejor de lo otro; ya que la otredad siempre se encuentra representada discursivamente en términos de inferioridad respecto del yo que escribe; es decir, que clasifica en un marco axiológico al otro y al mundo en términos de autorreferencialidad. En este sentido, la subjetividad constituye esa proyección discursiva que se sitúa entre ese yo y el otro. Esta otra encarna la diferencia en sus diversos grados y motivaciones: diferencia cultural, física, sexual, moral. Así el otro en esta reconfiguración que propone la subjetividad del narrador es construido siempre en la falla; dado que, en todos los casos, la escritura expresará su naturaleza incompleta; en todos los planos de la cultura humana; asimismo su imposibilidad; imposibilidad de constituirse en términos textuales equivalentes respecto de la subjetividad del narrador.

Sucede de este modo tanto en el corpus de las crónicas de Indias, en los libros de viajes de los viajeros ilustrados en el siglo XVIII; así como los dislates textuales del positivismo del XIX. Los ejemplos son innumerables desde Cook hasta Estanislao Zeballos. Lo trascendente desde una perspectiva epistemológica crítica consiste en establecer el denominador común de todos estos textos. Este radica en el eurocentrismo. El eurocentrismo es el prejuicio que les permite empezar a creer que pueden dominar el mundo. De acuerdo con Samir Amin, a partir del renacimiento los europeos constatan su superioridad respecto del resto del orbe. Perciben que el capitalismo, la tecnología y el cristianismo les otorga una superioridad respecto de las civilizaciones que se encuentran en América, Asia y África. Y por supuesto tal creencia se consolida en sus manifestaciones textuales. De este modo los otros son representado textualmente a partir de dos coordenadas la hegemonía que persigue la cultura a la que pertenece la subjetividad que postula los sentidos y por otro, un racionalismo que subordina lo constatado, la multiplicidad de datos que se acopian en función directa de los prejuicios que harán que esos datos presenten a los otros siempre en términos de inferioridad, salvajismo, atraso y una serie de predicados que invariables en el tiempo constituyen una densa red de vínculos intertextuales, como demostró Said en el caso de Oriente.

De este modo, de acuerdo con las polaridades que la subjetividad eurocéntrica establece es convertido en objeto referido; la práctica textual se articula a partir de la objetivación que es deshumanización y en términos epistemológicos descontextualización para constituir una seudodiscursividad científica que construye un sentido total a partir del fragmento, de lo descontextualizado y que expresa la aporía de la universalidad cuando en rigor, su discurso es autorreferencial; la autorreferencialidad eurocéntrica a partir de la cual se establecen los parámetros de medida y juicio que articulan el discurso de la ciencia y de la civilización que no es otro que el discurso que legitimará el avasallamiento imperial-colonial necesario para el ordenamiento del sistema mundo en centro y periferias. Así el otro, el salvaje seguirá siéndolo ya que, en ningún caso, aun intentándolo podrá superar la jerarquía ontológica entre colonizador y colonizado. Fanon, Leopoldo Zea (2015) y Fernández Retamar constatan este tópico que el despliegue de a subjetividad colonizadora refuerza. Por lo que el otro desaparece en los relatos en tanto sujeto capaz de auto representación; se convierte en un predicado referido por un sujeto de la enunciación exógeno que intenta explicarlo a partir y en favor de sus categorías epistémicas. Así la otredad en el plano textual constituye un espejo que devuelve de modo indirecto la imagen del narrador, en definitiva, de acuerdo con Foucault funciona para que el propio narrador consolide y construya sus propios lugares de enunciación en el texto. La otredad se resuelve en pretexto para que el narrador encuentre y verbalice las contradicciones del bárbaro para legitimar su discurso de dominación imperial.

Frente a lo anterior, en estos discursos monológicos el otro carece de significado en las estrategias textuales significantes. Por ende, la posibilidad ostensible es reconstruirse en su propia textualidad; realizarse en su propia hermenéutica. Históricamente en América latina, desde la perspectiva decolonial ha habido dos corrientes que establecen un movimiento de disrupción orientado a la elaboración de un discurso propio en el terreno de la literatura. Discurso propio significa que el oprimido en términos de Fanon, asume la batalla discursiva como un avatar más del combate por la recuperación de su dignidad. En primer lugar, la literatura indigenista en Perú, Ecuador y México a partir de la década del cuarenta y la literatura chicana, menos conocida en nuestros ámbitos académicos, pero igual de emblemática en tanto consolidación de una paraliteratura al margen de los cánones literarios de la homogeneidad textual euro dependiente. Ahora bien, en este primer aspecto radica la naturaleza decolonial de la literatura chicana: en su originalidad. Originalidad no entendida como una cualidad per se manifestada en el plano temático o lingüístico. En este aspecto, la originalidad de la literatura chicana es articular novelas y producciones culturales a partir de un sujeto de la enunciación que narra por una parte desde la crítica y la interpelación de una diégesis de la colonialidad y por otra, una empatía vehemente con los sujetos de esa colonialidad que refieren su historia en la primera persona de los excluidos. Lo anterior en la triple dimensión significante de la prosa literaria: plano de la representación, plano de la significación y plano de la designación. La historia del colectivo chicano en los Estados Unidos se inicia con la firma del tratado Guadalupe Hidalgo en 1848 que finaliza la guerra entre México y Estados Unidos. El tratado estableció que México cedería más de la mitad de su territorio, que comprende la totalidad de lo que hoy son los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas, parte de Arizona, Colorado, Kansas y Oklahoma.

En virtud de este tratado, México cedió más de la mitad de su territorio y la frontera entre ambas naciones se estableció en el Río Bravo. De este modo el apelativo “chicano” se convirtió en primer lugar para los individuos procedentes de estos territorios, aunque luego se aplicó a los sujetos con ascendencia mexicana; en tanto que en primer lugar predominaba el término como un gentilicio luego se convirtió en un etnónimo. En virtud de la firma del tratado anteriormente mencionado los chicanos sufrieron una situación de colonialismo interno en la que antes había sido su propia tierra. Para un gran número de autores (Acuña (1988), Blauner (1969), González Casanova (1972), entre otros) en el colonialismo interno, la colonización de las minorías se opera mediante una serie de procesos culturales, económicos y políticos a partir de los cuales un grupo hegemónico se imponía al resto de la población. La perspectiva del colonialismo interno se reforzaba con las categorías de clase y raza. Según Bailey y Flores (1973: 154-156) los factores que sostuvieron el colonialismo interno en los Estados Unidos han sido: 1) conquista, 2) capitalismo y 3) aculturación y racismo. De acuerdo con estos autores existe una contradicción flagrante entre la imagen exterior de Estados Unidos como paradigma de la libertad y de la democracia y la opresión de las minorías no blancas en el interior del país. Para Guerra (1975:7) los chicanos: “(...) somos una colonia dentro de los Estados Unidos. Es decir, no somos una gente independiente sino una gente que depende del gringo y sus sistemas. La historia comprueba que así ha sido desde que el gringo tomó el control a fuerza de arma de la política, de la economía y de nuestra cultura. Desde entonces nuestro destino no es nuestro”.

Contra esta situación de discriminación reacciona la literatura chicana. En principio, la literatura chicana supone un fenómeno lingüístico notable dado que se escribe mayoritariamente en inglés, con autores como Rudolfo Anaya, Sandra Cisneros y Ron Arias. Pero existe un nutrido grupo de creadores que escriben en ambas lenguas indistintamente como Rolando Hinojosa-Smith, Tomás Rivera o Alejandro Morales (esta opción es cada vez mayor al haber ediciones bilingües). Por último, están los creadores que escriben íntegramente en español; esta opción es la más minoritaria, destacando Miguel Méndez, Margarita Cota-Cárdenas, Aristeo Brito y Jorge Majfud. Dentro del contexto de la tradición chicana el autor que en mayor medida reflejó la situación del colonialismo interno fue para la mayoría de la crítica Rudolfo Anaya. Sus novelas han surgido de la observación de las penalidades de su colectivo y de encontrar una coincidencia entre los chicanos y los pueblos del Tercer Mundo. Ya que para el autor “Los chicanos son el Tercer Mundo en el alma de los Estados Unidos” (1986: 91). Para Anaya existe un conflicto entre la sociedad estadounidenses y los chicanos: la primera forzó a los segundos a adoptar su sistema de vida. Dado que los angloamericanos habían impuesto su modo de vida sobre los territorios conquistados. Para Farrel la obra de Anaya es literatura de la liberación ya que mostró las estructuras sobre las cuales se produjo la colonización interna de los chicanos: en primer lugar, el capitalismo explotó a los trabajadores mexicanoamericanos para desarrollar la economía estadounidense. Los chicanos fueron recluidos en una zona de marginalidad social y cultural y han sufrido un continuo avasallamiento sobre su propia cultura. Para Anaya, el capitalismo yanqui significó un modo diferente de manipular los recursos naturales.

Por otra parte, la cultura sirvió al colectivo como discurso de denuncia y resistencia en estos mismos parámetros se enmarcan las novelas de Anaya: “Bless Me, Ultima”. Esta novela ganó el Premio Quinto Sol y es considerada un clásico de la literatura chicana. Luego de “Bless Me, Ultima”, Anaya publicó “Heart of Aztlán” (1978) y “Tortuga” (1979), formando una trilogía. “Blesss me, ultima” se ha convertido en la novela más leída y aclamada por la crítica en el canon literario chicano desde su primera publicación en 1972. La novela refleja la cultura chicana de la década de 1940 en la zona rural de Nuevo México. El uso que hace Anaya del español, la presencia mítica en la representación del paisaje de Nuevo México, la incorporación de motivos de la cultura popular como La Llorona constituyen trazos de lo popular que caracteriza toda su narrativa. La relación autobiográfica entre Anaya y su primera novela comienza a través de las propias palabras al reflexionar sobre el trabajo de su vida como artista y como chicano: “Lo que he querido hacer es componer la cosmovisión chicana, la síntesis que muestra nuestra verdadera identidad mestiza, y aclararla para mi comunidad y para mí. Escribir para mí es una forma de conocimiento, y lo que encuentro ilumina mi vida”. (Anaya:1999) La novela se centra en la transformación espiritual de un niño en medio de cambios culturales y sociales en el suroeste de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. El trabajo de Anaya tiene como objetivo reflejar la singularidad de la experiencia chicana en el contexto de la modernización en Nuevo México. Así La novela comienza cuando el protagonista, Antonio, se acerca a la edad de siete años y su familia decide albergar a Ultima, una curandera anciana. Ultima, conocida como "La Grande" en la casa de Márez, encarna la sabiduría de sus antepasados y los poderes para curar, enfrentar el mal, el conocimiento de cómo usar el poder de la naturaleza y la capacidad de entender la relación con los espíritus. Los padres de Antonio tienen puntos de vista conflictivos sobre su futuro. Por el lado de su padre se encuentran los Márez (descendientes del mar), son los vaqueros inquietos que vagan por los llanos y buscan la aventura. Los Lunas, por parte de su madre, son la gente de la luna, granjeros religiosos cuyo destino es trabajar la tierra. Cada parte de la familia quiere el control del futuro del recién nacido. Esta lucha por la consolidación de un destino y de una identidad se proyectarán en el desarrollo y el aprendizaje de Antonio.

En una línea más social, “Corazón de Aztlán” es la segunda novela de Rudolfo Anaya de una trilogía que incluye “Bless Me, Ultima” (1972) y “Tortuga” (1979). Es un retrato psicológico de una búsqueda de la identidad y el empoderamiento de los chicanos. La novela comienza con la familia Chávez vendiendo lo último de sus tierras y dejando la pequeña ciudad de Guadalupe para una nueva vida en Albuquerque. Van a vivir a Barelas, un barrio en el lado oeste de la ciudad poblado de inmigrantes como ellos La familia Chávez comprende pronto que sus vidas no les pertenecen dado que son víctimas de intereses económicos representados por la construcción del ferrocarril y el sindicato y políticos venales. Ahora bien: para terminar, es menester preguntarse ¿por qué las novelas de Anaya como en general la novelística chicana representan ejemplos de una corriente literaria decolonial?: en principio, porque su lugar de la enunciación radica en la perspectiva del colonizado a partir de la cual se organiza la diégesis; en segundo lugar, uno de los temas fundamentales es la búsqueda de la identidad; esto es, el rescate de la cosmovisión cultural del colonizado y su subjetividad frente a la imposición de una cultura dominante, en tercer lugar, porque se resignifica en términos positivos el mito, la cultura popular como formas legítimas de conocimiento y en cuarto lugar, porque se procura como efecto de lectura la conciencia crítica de sus lectores.



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