Dossier temático

Soberanía alimentaria del campo y seguridad alimentaria de la ciudad en el Gran Confinamiento mundial

Rural food sovereignty and urban food security in the Great Global confinement

Abdiel Hernández Mendoza (*)
Universidad Nacional Autónoma de México, Juriquilla, México

A&P continuidad

Universidad Nacional de Rosario, Argentina

ISSN: 2362-6089

ISSN-e: 2362-6097

Periodicidad: Semestral

vol. 8, núm. 14, 2021

aypcontinuidad@fapyd.unr.edu.ar

Recepción: 01 Marzo 2021

Aprobación: 27 Mayo 2021



DOI: https://doi.org/10.35305/23626097v8i14.306

CÓMO CITAR: Hernández Mendoza, A. (2021). Soberanía alimentaria del campo y seguridad alimentaria de la ciudad en el Gran Confinamiento mundial. A&P Continuidad, 8(14). doi: https://doi.org/10.35305/23626097v8i14.306

Resumen: El Gran Confinamiento mundial se considera el primer acontecimiento universal que combinó en su desarrollo una serie de transformaciones radicales de la cotidianidad, en específico de aquellas asociadas a la alimentación. Trajo de nuevo al centro del debate la confrontación entre la soberanía alimentaria del campo establecida en 1996 frente a las políticas de seguridad alimentaria. Todo ello dejó ver que la crisis civilizatoria que experimenta la humanidad es más grave de lo que se piensa y la incertidumbre se presentó como padecimiento generalizado. El objetivo de este estudio recae en explicar que la confrontación entre la soberanía alimentaria del campo y la seguridad alimentaria citadina se mantiene en la coyuntura del Gran Confinamiento mundial. En efecto, por una parte, se analiza el contexto que permitió comprender mutaciones de lo prohibido a lo ordenado, en el binomio campo-ciudad, visibles en la disputa por los espacios públicos y en la búsqueda incesante por la apropiación del campo en México; y por otro, se focaliza en el espacio, al que se le identificó una doble función: garante de la reproducción de vida y centro de abastecimiento citadino.

Palabras clave: seguridad alimentaria, soberanía alimentaria, campo, ciudad, COVID-19.

Abstract: The Great Global confinement is considered to be the first universal event that combined -throughout its development- a variety of radical everyday life transformations, specifically those associated with food. It has brought back to the center of the debate the confrontation between the rural food sovereignty which was established in 1996 and food security policies. This has shown that the civilizational crisis mankind is experiencing is more serious than we think. Uncertainty has become a widespread suffering. The objective of the study is to explain the ways in which the confrontation between rural food sovereignty and urban food security is maintained in the context of the Great World Confinement. Thus, on one hand, the analysis deals with the context enabling the understanding of some of the mutations between the forbidden and the ordered in the rural-urban binomial; they are observed in the dispute for public spaces as well as in the incessant search for the countryside appropriation in Mexico. On the other, it focuses on the space which has to ensure not only the reproduction of life but also the functioning of the urban-supply center.

Keywords: food security, food sovereignty, countryside, city, COVID-19.

Introducción

El año 2020 tendrá un eco impresionante en la historia mundial. La pandemia derivada por la enfermedad SARS-COV-2 (COVID-19) y el Gran Confinamiento mundial que continúa extendiéndose durante el 2021 modificaron estructuras de lo cotidiano muy arraigadas, desde la forma de laborar, estudiar, hasta las de convivir y alimentarse, entre otras muchas. Fue la primera vez que la humanidad experimentó de manera síncrona una enfermedad, el primer acontecimiento universal que mostró intersticios en las posibilidades de lo humano, emparejado con el padecimiento de la incertidumbre y otras prácticas ya iniciadas, pero cuestionadas desde el encierro de unos, el distanciamiento físico de algunos más y la indiferencia de otros. Permitió a su vez la reflexión y la crítica de las formas de reproducción existentes; es decir, dio un impulso a la filosofía.

El COVID-19 se erigió entonces en forma de acontecimiento, el cual coincide de manera precisa con la explicación que Slavoj Žižek (2018, p. 16) da del concepto como “algo traumático, perturbador, que parece suceder de repente y que interrumpe el curso normal de las cosas”. Es suficiente mencionar que se (hiper)complejizaron la realidad y las relaciones sociales existentes, establecidas y rutinarias. Estas relaciones permitieron, en todo su contexto, identificar una afectación en el binomio relacional campo-ciudad, bajo el cual la parte urbana privilegiada realizó todo lo posible para mantener las asimetrías y los patrones de dependencia.

Una primera advertencia que se tomó en cuenta para este estudio fue la suministrada por el Observatorio Económico Latinoamericano, desde el cual se vaticinaron los motivos de la confrontación geoeconómica entre China y Estados Unidos, recrudecida en el marco de la pandemia en la disputa por controlar el espacio digital desde donde se reorganizó el mercado mundial. Mientras la crisis económica se agudizaba en Occidente y sus espacios geopolíticos también mostraban escenarios grises, China comenzó a liderar desde 2019 la transición energética bajo la producción de vehículos eléctricos (Ugarteche y Ocampo, 2019).

Esta serie de crisis económicas se encuentra en un contexto de crisis más amplia, señalada como civilizatoria, en la cual sus principales afectados no son los grandes empresarios, funcionarios y megaespeculadores, sino las relaciones sociales que se deterioran de manera progresiva (Ornelas, Bartra, Ceceña, Esteva y Holloway 2013, p. 13). La materialidad expuesta por el sistema capitalista pone de manifiesto que la reproducción de la crisis se entiende en sus dimensiones multivectorial y multifactorial. Uno de los vectores en los que este trabajo desea ahondar es el relacionado con lo alimentario, que no debe ser desvinculado del contexto mencionado, sino complejizado a partir de este y dos de sus manifestaciones en franca confrontación durante el Gran Confinamiento mundial 2020-21: la soberanía alimentaria del campo y la seguridad (securitización) alimentaria citadina experimentada en México.

Es justamente en este periodo, en el que se tomaron medidas de distanciamiento físico (no social), cuando los síntomas de esta crisis civilizatoria se exacerbaron y mostraron otras formas de representación, nombradas en este estudio dentro de las mutaciones en la relación de lo prohibido-conocido a lo permitido-ordenado. Baste un primer ejemplo para materializarlo: los permisos otorgados a restauranteros para invadir el espacio público, que en ciudades como la de México se les conoció y justificó como “Programas Ciudad al aire libre” (CDMX, 2021).

Las mutaciones observadas en este contexto se justificaron con el objetivo de garantizar a los habitantes de la Ciudad de México el acceso a alimentos y a servicios asociados al suministro de estos. Se permitió la continuidad de actividades que garantizaran la ingesta citadina. Aquí se identifica una de las redes establecida en la relación campo-ciudad: la laboral, debido a que en el campo no se conoció el trabajo desde el encierro, lo cual permitió a los restaurantes tener acceso permanente a los insumos (Fig. 1 y 2).

 Desayuno
de Chilaquiles.
Figura 1
Desayuno de Chilaquiles.
Fotografía: Brenda J. Zárate (2020).

Desayuno
bufé.
Figura 2
Desayuno bufé.
Fotografía: Brenda J. Zárate (2020).

Es de esta manera que se tiene un punto de partida concreto para explicar, desde el marco del Gran Confinamiento mundial 2020-21, la confrontación entre soberanía y seguridad alimentaria existente en el binomio campo-ciudad. Este cuestionamiento pide responder antes cuáles fueron las relaciones generadas en este binomio bajo el eje producción-consumo de alimentos durante la pandemia. Para así responder de qué manera se comprende el establecimiento de mecanismos de ordenamiento, control y regulación de las actividades asociadas a la alimentación.

Una vez definida la problemática a estudiar, vale mencionar que el objetivo de este artículo radica en explicar las formas de mantenimiento de la confrontación entre la soberanía alimentaria del campo y la seguridad alimentaria de la ciudad en la coyuntura del Gran Confinamiento mundial.

La hipótesis de este trabajo es: el COVID-19 evidenció de una forma más profunda que la materialidad es insustituible por lo digital y abstracto; es decir, los alimentos no son intercambiables por los datos creados en la digitalidad. De la misma manera mostró que en un primer momento el impacto de la enfermedad en el campo fue menor que en la ciudad, si es que se desea ver solo desde la conservación de las actividades productivas. Sin embargo, a los habitantes del campo se les sometió a romper el aislamiento que se vivió en las ciudades para garantizar la alimentación en estas.

Para el desarrollo de la hipótesis se utiliza el concepto de transducción propuesto por Henri Lefebvre (1978, p. 149), el cual “elabora y construye un objeto teórico, un objeto posible, a partir de observaciones sobre la realidad, así como a partir de problemáticas planteadas por esta realidad [...] Introduce el rigor de la invención y el conocimiento en la utopía”. Esta última es vista desde el principio orientador y de producción de una utopía de reconstrucción que “conduce al exterior”, según las palabras de Lewis (Mumford, 2015, p. 33) e “implica: la visión de un entorno reconstituido que está mejor adaptado a la naturaleza y los objetivos de los seres humanos que los habitan, que el ambiente real”.

De esta manera, para analizar las condiciones de posibilidad pensamiento-realidad, el trabajo expone los siguientes apartados: 1) La seguridad alimentaria como eje ordenador; 2) La resistencia de la soberanía alimentaria; 3) Binomio campo-ciudad: mutaciones entre lo prohibido y lo ordenado y 4) Reflexión final. Cada uno de estos siguió un examen documental riguroso en bases de datos científicas, contrastación de hechos y políticas implementadas durante el Gran Confinamiento.

La seguridad alimentaria como eje ordenador

Las políticas públicas de seguridad frente al hambre se enfrascaron en un común universal (ordenador) dictado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en específico el número dos Hambre cero (ONU, 2015), que se contradice con el sieteEnergía asequible y no contaminante y que pretende articularse con el once Ciudades y comunidades sustentables y otros, reflejados en los llamados Cuatro pilares de la seguridad alimentaria del Programa de Seguridad Alimentaria y Nutricional (FAO, s. f.).

Si lo mencionado se coloca en un contexto más amplio, la contradicción identificada se exacerba. En esta dirección conviene reparar en una nota del diario español La Vanguardia (Galtés, 2013), donde se señala que “el mundo físico –la producción, en definitiva– se digitaliza y ello supone el inicio de una nueva etapa en la humanidad”. Hay, por lo tanto, “nuevos modelos de producción y sistemas de fabricación”, lo cual se convierte en una percepción generalizada para quienes estudian la llamada cuarta revolución industrial y las implicaciones emparejadas con la producción (Romero, Stahre, Wuest, Noran, Bernus, Fast-Berglund y Gorecky, 2016). Ahora bien, ¿por qué se exacerba esa contradicción? Debido a que la serie de innovaciones en el sector de la tecnología no se refleja en una transversalidad que impacte el ODS 2 y las “690 millones de personas en el mundo padecen hambre” (FAO et al., 2020). Este número, por cierto, aumentó en un año: “Today, more than 821 million people regularly go to bed hungry, of whom 100-plus million suffer from acute hunger, largely due to man-made conflicts, climate change and economic downturns” [En la actualidad, más de 821 millones de personas se acuestan regularmente con hambre, de las cuales más de 100 millones padecen hambre aguda, en gran parte debido a los conflictos de origen humano: el cambio climático y las crisis económicas] (Husain, Sandström, Groder y Pallanch, 2020). Es importante mostrar cómo este tipo de políticas de innovación tecnológica no están articuladas entre sí para erradicar los problemas de explotación en el mundo o los de desigualdad. Cuando lo mencionado se observa en el marco de una revolución industrial determinada por el desarrollo de ciudades inteligentes (sic.), misiones espaciales, aterrizajes en Marte, etcétera, se presenta la dicotomía entre priorizar, vía políticas económicas, el apoyo a la sobreproducción tecnológica por sobre la erradicación del hambre existente en el mundo (Fig. 3).


Problemas asociados a la inseguridad alimentaria al año 2019.
Figura 3
Problemas asociados a la inseguridad alimentaria al año 2019.
Fuente: Elaboración propia con datos de: FAO (2020), INDDEX (2018) y ACNUR (2020).

En el mismo sentido, dicha política intergubernamental evita cuestionar la génesis de cada ODS, pretendiendo hacer una reducción al tema de la desigualdad, hecho que permite establecer una serie de normatividades, lineamientos, generalidades, objetivos, cumbres, planes de acción, etcétera, que representan los problemas de la crisis civilizacional sintetizados en los mismos ODS que sirven como eje ordenador para combatir (sic.) el hambre en el mundo; al tiempo que se impulsa a generar más energía por fuentes renovables –todas contaminantes, algunas de ellas contrarias a los intereses de los habitantes del campo– en un mundo que necesita reducir la producción de energía (Fig. 4). Esto si se toma en cuenta que “hoy en día, las ciudades ocupan el 3% de la superficie terrestre, pero generan unas dos terceras partes de la demanda de energía primaria y el 70% de las emisiones de dióxido de carbono” (FAO, 2019, p. 6).

Consumo de energía en Megatoneladas equivalentes de
petróleo (Mtoe)
Figura 4
Consumo de energía en Megatoneladas equivalentes de petróleo (Mtoe)
Fuente: ENERDATA (2021).

Este tipo de políticas son estructuradas e implementadas por los mismos representantes e impulsores del desequilibrio y la continua explotación de los recursos. Actores que desde la década de los sesenta del siglo pasado se presentaron como “técnicamente capacitados para establecer los supuestos [de la teoría económica hegemónica]” (Gregoire, 1963), relacionados con las “decisiones de máxima importancia para un estado”: son los tecnócratas, quienes hasta 2021 tienen una posición privilegiada en el poder mundial (González, 2005, p. 140).

Es importante entonces mostrar que el hambre, más que combatirse, se mantiene como un elemento que genera acciones y justifica programas en torno al concepto de seguridad alimentaria, reduciendo el tema a un problema de comercio y, por lo tanto, de dependencia (Husain et al., 2020, p. 6). Esto deja al descubierto que la alimentación está condicionada a la articulación entre un país que genera comida para el mercado mundial, con otro que la necesita. Hecho que se complejiza al momento de pensar que la crisis alimentaria no se reduce al acceso de alimentos, sino al acceso de una dieta saludable (FAO,FIDA, OMS, PMA, Y UNICEF, 2020). Esto es más visible en el espacio urbano. Para sostener esa dieta citadina habrá que responder cómo se asegura la producción alimentaria.

La respuesta es escalofriante, dado que recae en la explotación de un campo y una ruralidad que tiende a acortarse en el tiempo.

Ahora bien, al momento de pensar el tema del consumo dentro de este proceso de securitización, se vuelve necesario cuestionar las formas de transformación y gestión del sistema agrícola (Vanbergen, Aizen, Cordeau, Garibaldi, Garratt, Kovács-Hostyánszki, Lecuyer, Ngo, Potts, Settele, Skrimizea y Young, 2020) utilizadas para certificar una alimentación sana y sustentable en todo su ciclo de reproducción. Al respecto surgen más preguntas ¿para quién produce el campo? ¿Para qué produce el campo? ¿Cómo se consume lo producido en el campo? ¿Quién se beneficia de lo producido en el campo? La solución de la crisis se sigue reduciendo a destacar: el valor nutrimental de los alimentos, que el incremento en la producción impacte menos en el medio ambiente, el favorecer la llamada ecologización urbana y la práctica del urbanismo biofílico (Daniels, El Baghdadi, Desha y Matthews, 2020). Cuando, en realidad, lo necesario es cuestionar y erradicar las causas que originaron la crisis sistémica-alimentaria y liberarse del eje securitizador.

La resistencia de la soberanía alimentaria

La vuelta de siglo permitió ver un incremento considerable en estudios sobre la organización del poder en el mundo, lo cual reflejó cambios en la relación ser humano-naturaleza. Ejemplo de ello se observa en el simbolismo de la comida y su cosificación dada en una relación de proveedor-consumidor asimétrica. La correspondencia que provoca se desarrolla en la complejidad de una distribución desigual entre la población mundial del campo y la ciudad. Según la FAO: “El 55% de la población mundial reside en zonas urbanas y el 85% vive a 3 horas o menos de un centro urbano de más de 50.000 habitantes” (FAO, 2019, p. 6). A ello se le suman las afectaciones del acceso a la alimentación, a la energía y a los recursos propios de las urbes (De la Vega-Leinert, p. 219).

Al momento de establecer el binomio campo-ciudad se identifica su relación histórica de poder. Una de las características que hay que remarcar, en torno a esta, radica en la toma de decisiones que se hacen desde la ciudad –en sedes nacionales o internacionales– al campo. En las que este último responde resistiendo, aunque no tan fuerte como para poner en una crisis mayor el ciclo de reproducción alimentaria. De continuar con la tendencia de urbanización mundial, no será una crisis, sino un colapso alimentario, que es un elemento fundamental de lo que se considera como colapso sistémico (Ornelas et al., 2013, p. 19). A ello se debe agregar este dato que denota la transductividad a la que se enfrentarán las cadenas de distribución de alimentos en el futuro: “El crecimiento previsto de 2.500 millones de personas en la población urbana mundial implica que en 2050 dos terceras partes de la población mundial vivirán en zonas urbanas; el 90% de ese aumento se producirá en Asia y África” (FAO, 2019, p.6).

Ante este panorama, la soberanía alimentaria ya comenzó a pensarse desde una concepción amplia de la autonomía estatal que garantiza a su población los alimentos necesarios para la ingesta diaria; sin embargo, en cuanto las políticas de seguridad alimentaria se incrementaron, dado que –como se ha observado– el hambre y el acceso a la comida continúan, se percibieron más elementos a considerar dentro del concepto de soberanía. Así, la propiedad de los alimentos desde su producción pasó a ser un tema principal, máxime si estos se encuentran controlados por las corporaciones trasnacionales y sus experimentos genéticos. La soberanía alimentaria reside en la defensa de la tierra desde el campo que consiste, entre otros, en el rescate de cosmovisiones ancestrales. En paralelo, se constata que los acelerados ciclos productivos y la expansión de monocultivos, el uso intensivo de pesticidas y fertilizantes, el barbecho incesante, la desertificación (erosión y transporte de materiales contaminantes de los ecosistemas de cultivo), entre otros, se invisibilizaron en el marco del Gran Confinamiento. En México, por ejemplo, la existencia del movimiento Sin maíz no hay país, implica, entre otras cuestiones, la defensa de los cultivos y de la diversidad de semillas que dan el soporte no solo nutrimental, sino cultural a la alimentación mexicana (Fig. 5, 6 y 7).

Montón
de cañuelas de maíz.
Figura 5
Montón de cañuelas de maíz.
Fotografía: Brenda J. Zárate (2012).

Mazorca.
Figura 6
Mazorca.
Fotografía: Brenda J. Zárate (2012).

Señora
echando tortilla.
Figura 7
Señora echando tortilla.
Fotografía: Brenda J. Zárate (2013).

¿Qué implica el debate entre soberanía y seguridad alimentaria? En una necesidad de comprender lo real en lo visible, es importante recordar el pensamiento sustentado en la tecnocracia mencionada, la cual comenzó a producir espacios para la apropiación de todo aquello que le permita su reproducción, a la vez que generó estrategias que imposibilitaran toda acción a sus opositores, “[no dejando] otra alternativa que la obediencia negociada” (González Casanova, 2005, p. 128). Desde esta perspectiva, no se permite establecer acciones pensadas desde lo local-comunitario, sino que se impusieron desde la misma tecnocracia.

Esas posibilidades, identificadas en la relación campo-ciudad, están basadas en la transferencia de alimentos requeridos por los citadinos, sin consideración alguna de las condiciones materiales en las que se producen, excepto en aquellas que establecen los mecanismos de certificación estatal o internacionales, esto es, un proceso de producción basado en estándares sanitarios como lo hace la Unión Europea (UE, 2021). La explotación laboral en el campo entonces queda oculta por una etiqueta de producción sustentable, orgánica o similares.

De esta manera, resulta importante diferenciar el contexto en el que se utiliza el concepto de soberanía alimentaria. Si esta noción se explica desde la tecnocracia, entonces se reduce a la autosuficiencia, pactada en iniciativas políticas de explotación del campo en franca confrontación a la otra visión, la comunitaria. Dicha visión sustenta la defensa de las condiciones que posibilitan un entendimiento cultural con la alimentación, sin forzar a la tierra a producir una sola semilla en tiempos más cortos o a producir lo máximo en los espacios destinados a esta actividad (Fig. 8). Al respecto, resulta fundamental tener presente la cita realizada por Mariaelena Huambachano sobre cómo se comenzó a utilizar el concepto, antes de ser apropiado por los tecnócratas. En efecto, en 1996 en La vía campesina, lo concibió como “el derecho de los pueblos a alimentos sanos y culturalmente apropiados, producidos con métodos ecológicamente sanos y sostenibles, y su derecho a definir sus propios sistemas alimentarios y agrícolas” (Huambachano, 2019, p.1).

Sembradío de trigo
Figura 8
Sembradío de trigo
Fotografía: Brenda J. Zárate (2012)

En consecuencia, dentro del crisol de posturas existentes para defender formas históricas de organización, alimentación, uso del territorio, entre otras, frente a políticas económicas-biotécnicas-sociales-industriales “en manos de privados” (Fernández, 2002, p. 81), el concepto de autonomía vuelve a ser fundamental. En concordancia con el autor, se concibe el rumbo de un modelo alimentario alternativo acorde a los intereses de la relación señalada. En palabras de Pablo González Casanova, el respeto a la autonomía del otro “es fundamental para el crecimiento de un nosotros de nivel superior capaz de lograr los objetivos de todos sus integrantes preservando su identidad” (González Casanova, 2005, p. 299). Aquí se comprende el alcance de la soberanía alimentaria: “De la autonomía de la organización se regresa a la autonomía de la comunidad y de la persona. Y viceversa” (González Casanova, 2005, p. 299).

En el mismo sentido que Huambachano propone descosificar el alimento e involucrar en torno a este la fragmentación histórica existente entre el campo y la ciudad, los movimientos impulsados por los campesindios[1] (Bartra, 2008) a favor de la Tierra, son elementos clave para superar las crisis climática y social que padece el mundo (Huambachano, 2019). Su comprensión es fundamental para explicar los (re)ordenamientos emergentes durante el confinamiento del 2020.

Para no pasar de la resistencia a buscar la re-existencia del campo y del campesino como sujeto histórico, el concepto y acción de soberanía alimentaria transita por un proceso de adquisición de conciencia de lo rural en su vinculación con lo urbano, sin renunciar a lo propio respondiendo, como dice Armando (Bartra, 2008, pág. 43) a los “agravios profundos o amenazas graves, tales como la resistencia patriarcal, a la acción ecocida de la industrialización y urbanización [...] la erosión del mundo campesino, a la opresión sobre los pueblos originarios”. De nuevo la transducción se reitera como advertencia: “Para 2030 el número de megalópolis (10 millones de habitantes o más) habrá aumentado de 31 a 407” (FAO, 2019, p. 6).

Binomio campo-ciudad: mutaciones entre lo prohibido y lo ordenado

La crisis alimentaria está acompañada de dos propuestas para enfrentarla, ambas se describieron como seguridad y soberanía alimentaria. Dicha crisis se caracteriza por los problemas de acceso a la comida, la calidad nutrimental de esta, las enfermedades degenerativas y autocausadas, las políticas públicas ad hoc, la utilización de los espacios para la producción de alimentos, el uso de los suelos, la expansión industrial-citadina y otras que permiten cuestionar la eficiencia de las políticas existentes para combatir estos problemas.

Es importante mencionar que si bien parece loable combatir el hambre en el mundo, este acto es posible deformarlo y vaciarlo de contenido en cuanto intenta plantear su solución con propuestas tecnoeconómicas y guiadas por las administraciones centrales de los Estados. Esto conlleva a justificar acciones ajenas al fortalecimiento alimentario-nutritivo, pero tomándolo como narrativa que permita a los representantes de lo alimentario-corporativo favorecerse con la normalización de la apropiación de espacios específicos de explotación alimentaria, en desmedro de relaciones históricas existentes, en este caso del campo.

El binomio campo-ciudad se ha visto como un mecanismo de producción de aquellos elementos con capacidad de fortalecer al Estado y así garantizar las provisiones necesarias para el mercado hegemónico no el local-comunitario o para el autoconsumo (Fig. 9, 10 y 11). Michel Foucault (2014) lo menciona al analizar el sistema de coacciones en Europa, cuando se forzaba a “arrancar la vid para imponerle la siembra de granos” (p. 49), de la misma manera que sucede en América Latina con la siembra de plantas endémicas como el quelite[2] que se evita por dar paso al sembradío y producción de otras plantas hegemónicas en los mercados urbanos en México.

Venta de
romeros.
Figura 9
Venta de romeros.
Fotografía: Brenda J. Zárate (2013)

Romeritos
Figura 10
Romeritos
Fotografía: Brenda J. Zárate (2013)

Señora
cocinando.
Figura 11
Señora cocinando.
Fotografía: Brenda J. Zárate (2013).

Las formas citadinas de obtención de los alimentos se transformaron en la pandemia, se fortaleció el esquema de entrega a domicilio vía la solicitud de alimentos por aplicaciones digitales. En el mismo sentido, los productores idearon rutas para distribuir de forma directa sus productos a las colonias populares; mientras que los cambios en los espacios públicos también presentaron etapas, desde su desocupación debido a las medidas de confinamiento, hasta una ocupación inusual por parte de los dueños de restaurantes cuando estas medias se flexibilizaron. Así, en aquellos lugares como la Ciudad de México en los que, en nombre de la defensa del espacio público, se prohibía el comercio ambulante y prácticas similares a las que productores del campo acudían para tener un precio menos injusto por sus alimentos, los empresarios ocuparon las calles para vender y servir comida.

Si bien el distanciamiento físico fue una condición regular en las políticas para mitigar el contagio de COVID-19, no impidió el establecimiento de nuevas rutas de distribución de los alimentos, a veces entregados por los mismos productores, otras tantas por sus intermediarios que vieron en esta coyuntura una oportunidad de negocio.

Las medidas para paliar los contagios también incidieron de otras maneras en el tema de la alimentación, en lo concerniente a la relación producción-circulación-consumo, y se trastocaron las corrientes de intercambio tradicionales hasta antes de la pandemia. Uno de los problemas experimentados corresponde al acceso, esto para quienes suministraban de forma sistemática los alimentos, por ejemplo, en el sistema tradicional basado en chinampas [3] en México, donde se accede por canales (Fig. 12), la producción se afectó, acelerando aún más el desánimo por seguir sembrando. De la misma manera, se trastocó a las plantas agroindustriales que procesan comida, al tener que disminuir su ritmo de producción por contar con menos fuerza de trabajo. Stephen Devereaux señala que el problema también existe en la demanda, en no recibir el alimento y no tener la capacidad económica para pagarlo (Devereaux, Béné, y Hoddinott, 2020).

Trajinera en Xochimilco.
Figura 12
Trajinera en Xochimilco.
Fotografía: Brenda J. Zárate (2019).

Al complejizar la relación producción-consumo en términos campo-ciudad durante el Gran Confinamiento, se observó el temor a convertirse de nuevo en un factor de inestabilidad para las cadenas de suministro alimentarias, las cuales paraban ante la incertidumbre de la carestía de alimentos o de falta de mano de obra para la producción. Es de destacar que la tendencia hacia una nueva oleada de mecanización de la agricultura se vio favorecida en este contexto. Ello quiere decir que los requerimientos alimentarios en la ciudad impactan en la reorganización del campo en cuanto a su forma de producción.

Este tipo de políticas a implementar tras la pandemia se verán acompañadas del impulso de otras que garanticen el abastecimiento. Sin duda la reconfiguración de las corrientes comerciales de suministro de insumos alimentarios estará presente de una manera inusual: permitiendo el uso del espacio público a favor de quienes sean capaces de apropiárselo, prácticas que antes de la pandemia estaban prohibidas.

¿Qué pasará durante el desconfinamiento? El mundo experimenta un proceso de transformación permanente basado en los elementos de tecnologización diseñados para un consumo sin precedentes, el cual incluye, entre otros, modificar los sistemas agrícolas y dirigirlos cada vez más a la satisfacción de necesidades industriales, no de las humanas. Se está en un proceso de urbanización de lo rural. Aquí vale recordar que, si bien, todo lo material para el ser humano es prescindible y adaptable, la alimentación no lo es.

Los cambios derivados por la pandemia no solo estuvieron presentes en las cantidades de alimentos producidos y en los problemas de acceso a estos. Es posible localizarlos en las mutaciones de la relación permitido-ordenado con lo prohibido-aún no ordenado. Estas mutaciones impulsan medidas económicas a nivel mundial similares a las implementadas en las décadas de los sesenta-setenta, reflejadas en los cambios dentro de la división internacional del trabajo. Es de recordar que en esos momentos se otorgó el papel de suministrador de alimentos a los países de Centroamérica, el Gran Caribe y Sudamérica –por mencionar lo ocurrido en el continente americano– para fortalecer los sistemas agroalimentarios nacionales de los países del centro; es decir, medidas temporales que les significarán para el siglo XXI un endeudamiento sistemático. Primero para modernizar el campo y después, cuando estén fortalecidos en el sistema y en la competencia intercapitalista los países del centro, la consecuencia es previsible para las periferias: deuda más sobreproducción.

La base que sustenta las mutaciones se da en “convencer de que la acción [tomada] es necesaria y suficiente” (Foucault, 2014, p. 87), así como urgente, para asegurar el ingreso que garantice el intercambio y mantener el orden, para ello a los dueños del capital les es necesario que existan cambios en lo permitido y lo prohibido.

Reflexión final

De las situaciones que se actualizaron en este (re)ordenamiento se encuentran la reconfiguración de las cadenas de suministro y el trazado de rutas comerciales distintas a las tradicionales, dando como consecuencia nuevas corrientes ad hoc para satisfacer las necesidades de consumo. Dicha situación impactó en los patrones de cotidianidad, en las colonias populares, así como en los centros tradicionales de abastecimiento. Las concepciones recientes sobre la diferenciación entre soberanía y seguridad alimentaria (Fernández Somoano, 2002, p. 79) identifican a la alimentación como “forma de expresión cultural primaria del ser humano” y ven a su vez la apropiación y despojo de su esencia para transitarla de lleno al mercado, primando así su valorización sobre su uso y representación.

En los retos para la sostenibilidad y las cadenas alimentarias durante el COVID-19, se vislumbra a la agroecología como un elemento indispensable en la reconfiguración social, pero aún no se indaga qué sucederá en el campo mismo y su soberanía, dado que están sujetos a la apropiación y, por lo tanto, a formas de ordenamiento que buscan mantener el rol jerárquico de las urbes sobre lo rural, más en el momento en que se identificó una desocupación de espacios susceptibles a la apropiación para expandir los imperios alimentarios-corporativos.

Se están desarrollando trabajos para profundizar en temas como la agricultura urbana (Taylor, 2020) y espacios que reduzcan la brecha existente entre el campo o la ciudad, en una ruralización de la urbe, mientras que, en el caso contrario, la urbanización del campo es avasallante. Es importante mencionar que la producción alimentaria no se limita al campo, debido a la industrialización acelerada de la comida.

Otra mutación se observó en las otrora prácticas prohibidas de distribución, como el ambulantaje en las zonas residenciales, permitido-actualizado bajo el manto de las aplicaciones digitales. Esto implicó un cambio en las costumbres, en los juegos de intercambio y de producción. A partir de esto se comenzó a pensar en regulaciones laborales en todo el complejo agroindustrial que permitan a los citadinos obtener a pie de puerta los insumos alimentarios, pese al riesgo que se corra.

Las tecnologías de poder se actualizaron durante el confinamiento 2020. La promoción pública de las medidas para resguardar la salud y la sana alimentación implementadas significaron el ocultamiento de otras medidas llevadas a cabo, las cuales son parte fundamental de las mutaciones discutidas.

La ciudad mostró su dependencia alimentaria del campo; sin embargo, lejos de orbitar en torno a ello, los procesos de valorización hicieron posible que fuese el campo el que se adaptara a los requerimientos citadinos, por ejemplo, se cultiva aquello que representa lo sano; es decir, lo que favorece la seguridad alimentaria en cuanto a lo nutrimental, sin importar los ciclos de rotación de la tierra o la erradicación y, por lo tanto, se propicia la minimización de producción endémica favorable para los ciclos de cultivo.

Estas tecnologías buscan prolongar y extender la vida de un campo útil a las necesidades de consumo urbanas e incluso mantener aislada la relación campo-ciudad a conveniencia; por ejemplo, en el tratamiento de no contagiados por COVID-19 pero sí de otras enfermedades, quienes vieron necesario y conveniente acudir a las clínicas rurales u hospitales a atenderse hasta antes de la expansión masiva de la enfermedad.

El orden de las relaciones campo-ciudad se modificó, dando prioridad a nuevas formas de trazabilidad de las corrientes mercantiles, susceptibles a la vigilancia. A quienes desean dominarlas, les urge el control de las redes de distribución, bajo una lógica: las rutas antes prohibidas ahora deben ser ordenadas en un mundo con una población mundial que mientras más avanza el tiempo, más se urbaniza.

Agradecimientos

Este trabajo se realizó en el marco del proyecto PAPIME PE301321 La enseñanza de los negocios internacionales en el marco del capitalismo informacional, de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico (DGAPA) de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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Notas

[1] En franca oposición al campesino moderno.
[2] Verdura de hoja mexicana: hierba comestible.
[3] Técnica de cultivo consistente en un espacio de tierra cultivable entre lagunas y canales en la Ciudad de México.

Notas de autor

(*) Abdiel Hernández Mendoza. Profesor de Tiempo Completo adscrito a la ENES-Juriquilla de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Candidato al Sistema Nacional de Investigadores del CONACyT, México. Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Maestro en Geociencias y administración de recursos naturales por la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura del Instituto Politécnico Nacional. Licenciado en Relaciones Internacionales por la UNAM FES-Aragón. Coordinador del PAPIME PE301321. Responsable del Observatorio Universitario de Negocios Internacionales de la UNAM. Ha publicado artículos y capítulos en las revistas ProPulsión e Inclusiones, así como para la editorial de la UNAM y Siglo XXI.

ORCID: 0000-0002-5484-647X

abdielhernandez@comunidad.unam.mx

Información adicional

CÓMO CITAR: Hernández Mendoza, A. (2021). Soberanía alimentaria del campo y seguridad alimentaria de la ciudad en el Gran Confinamiento mundial. A&P Continuidad, 8(14). doi: https://doi.org/10.35305/23626097v8i14.306

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