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Libertad y amor en Gal 5, 1-25: Con especial consideración del amor conyugal y de familia
Liberty and Love in Gal 5, 1-25
Dios y el Hombre, vol.. 3, núm. 1, 2019
Universidad Nacional de La Plata

Reflexiones, reseñas y comentarios


Recepción: 03 Marzo 2019

Aprobación: 16 Mayo 2019

Publicación: 16 Junio 2019

DOI: https://doi.org/10.24215/26182858e041

Resumen: Centralidad de la libertad en la persona y sociedad humana - La ley: su necesidad y dificultad - Ayuda sobrenatural para armonizar libertad y ley - Aportes de San Pablo a este asunto tan vital, especialmente en Gal 5 - Amor genuino - Camino de superación - Aplicación a Matrimonio y Familia.

Palabras clave: libertad, ley, amor, San Pablo, matrimonio, familia.

Abstract: Liberty’s centralityin human person and society - The law: his necessity and difficulty - Supernatural aid in order to harmonize liberty and law - Saint Paul’s contributions for this so vital matter, especially in Gal 5 - Genuine love - Way to success - Application to marriage and family.

Keywords: liberty, law, love, Saint Paul, marriage, family.

1. Reflexiones previas

No hay casi algún himno nacional, que no entone loas a la libertad: Oíd mortales…libertad, libertad, libertad. Fue uno de los más famosos slogans de la Revolución francesa: Igualdad, fraternidad, libertad.

Es, realmente, una de las características más propias del hombre, que no está determinado por rígidas leyes instintivas, como el resto de los animales, sino que en muchos ámbitos de la vida es dueño de sus actos.

No de todos, porque también el ser humano está sometido a las leyes de la naturaleza. Así, por más que me crea Superman, si me lanzo desde un 10° piso al abismo, no volaré, sino que por la gravedad, me precipitaré al igual que una piedra. Sólo que yo me romperé la crisma y hasta podré morir, mientras que la piedra se partirá o quebrará, pero nada sufrirá.

Esto no quita que cualquier hombre o mujer pueda ser, o bien un malhechor o un benefactor de la humanidad, un santo o un facineroso.

Lo cual, quiere decir que soy libre, para tomar cualquier camino, bueno o malo, si bien no cae bajo mi decisión determinar qué es lo bueno o lo malo.

También eso depende de otro y, para los creyentes, es Dios, quien ha marcado los límites entre el bien y el mal. Así, al borracho o al adicto le atraen el alcohol o las drogas, y puede entregarse libremente a ellas, pero nunca podrá decir que eso está bien, tanto médica como moralmente hablando. Además, usando así su albedrío, se vuelve libremente esclavo de tremendos vicios. Lo mismo dígase de cualquier otro tipo de infracción o culpa.

2. Utilidad de la Ley

Por eso, la libertad no es el supremo valor, de modo que esté permitido ejercitarla de cualquier modo. Ella está sometida a muchas leyes, ya físicas, ya, sobre todo, morales. Por ejemplo, sin antes conocer, es imposible ejercitar la voluntad y su propiedad, que es la libre decisión. De ahí el célebre aforismo: Nihil volitum quin praecognitum (Nada se puede querer, si antes no es conocido). Ahí tenemos una férrea ley física, sin la cual es imposible el ejercicio de la misma libertad.

Pero, como ya se dijo, yo puedo libremente usar un cuchillo para cortar pan o para asesinar a alguien; con todo, nunca seré libre como para afirmar: matar a alguien está bien.

Para eso están las leyes: para guiar individual y comunitariamente las libertades humanas hacia el bien común. Puedo yo guiar mi automóvil ebrio o pasando en rojo. Soy libre físicamente de hacerlo, pero no por eso estoy facultado moralmente, para afirmar que tal conducta es fructuosa para mí y la sociedad. La verdad es que tal comportamiento es nocivo tanto para mí como para los demás.

La ley, entonces, no coarta la libertad, sino que la encauza.

Se impone también considerar, que tenemos diferentes tipos de leyes. Muchas las ofrece la misma naturaleza. Por ejemplo: todos nos dejamos llevar por la ley de la autoconservación o defensa propia. Si algo se nos viene encima, instintivamente nos cubrimos con las manos. Todos hablamos para expresarnos. Si no lo hiciéramos, involucionaríamos a un estado de inferioridad, seríamos como una planta o un conejo. Otras leyes las pone un estado, para reglamentar el bien común. Leyes de educación, de tránsito, de salud pública, etc. Y está la ley de Dios: los 10 mandamientos, los preceptos de Cristo y de su Iglesia.

El pecado o delito consiste en infringir libremente esas leyes. Si no está la consciente deliberación previa, no hay culpa en una acción, por más que en sí misma sea inmoral. Así, si un sonámbulo saliera caminando sin rumbo fijo por las calles, no sería culpable del caos que provoca en la circulación.

3. Dificultades ante la Ley

Sin embargo, el hecho es que las leyes, por buenas, que sean, siempre las ha sentido el hombre como reductoras de sus ansias de libertad. Ya lo expresó magníficamente el poeta pagano Ovidio: Video meliora, proboque, deteriora sequor -Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor- (Ovidio, 2012, VII, 2°, 21). S. Pablo expresa algo análogo a su manera: “Ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco…y así no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rom 7, 15 y 19). Es que el desorden se ha entrometido en nuestro interior. Los creyentes sostenemos que, sin la ayuda de Dios, que llamamos “gracia” (un regalo indebido, que nadie merece), nos es imposible practicar el bien y huir del mal.

Ahora bien, esto que es excepcional en el orden de la salud corporal, es general en la salud del alma. Todos sufrimos la insuficiencia de nuestras propias fuerzas y necesitamos que el mismo Dios nos sane por dentro.

4. La Nueva Alianza

Por eso, prometió el Señor una “Nueva alianza”, que no consistiría, como la primera (en el Sinaí: Ex 19 – 24), en comprometerse los hombres a cumplir la ley, que Dios le dio a Moisés, sino en una vitaminización interior, con la que el mismo Dios nos capacitaría, para poner por obra sus mandamientos.

Así la describe Jeremías 31, 31 ss.: “Estableceré una nueva alianza… no será como la que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, que ellos rompieron… Esta es la alianza… pondré mi ley dentro de ellos y la escribiré en sus corazones…” 1 .

Toda la historia de Israel, posterior al pacto del Sinaí, demostró hasta qué punto los descendientes de Abraham fueron incapaces de cumplir los compromisos, que habían asumido. Sólo que Dios no se arredró, proponiendo un nuevo sistema: interiorizar la ley, no sentirla ya como un yugo externo, opresor, sino como algo que “sale de adentro”, porque el mismo Dios la escribe en el corazón.

También aquí nos puede ilustrar alguna analogía. Todo estudiante ha de aprender matemáticas, idioma castellano, geografía, inglés y tantas otras asignaturas. Ahora bien, no podemos presentarnos al examen de cualquiera de estas materias, mostrándole al profesor el manual de aritmética o la gramática, diciendo: “Aquí está todo”. Se ha de demostrar también, que se encuentra en la propia cabeza, que uno se ha hecho dueño de lo que ha estudiado.

Así pasa con la ley de Dios, que regula el buen uso de nuestra libertad. No es suficiente “conocer” las reglas, sino cumplirlas y no como un esclavo, a regañadientes, sino de buena gana, con persuasión propia. Pero esto siempre nos será difícil. Recordemos el lúcido dicho de Ovidio, corroborado por Pablo.

5. Orientaciones paulinas

Por eso, nadie puede eximirse de confesar la propia debilidad en esta empresa. Es lo que Pablo llama la carne. Que no se ha de restringir a los pecados sexuales, sino que indica la incapacidad del hombre para cualquier tipo de obra buena. Así, por ejemplo, el Apóstol nos enseña: “Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y envidias, ebriedades y orgías y todos los excesos de esta naturaleza” (Gal 5 ,19 – 21). Se ve cómo en la enumeración de las desviaciones carnales aparecen vicios sexuales, pero también las enemistades, envidias, ambiciones, que son vicios del espíritu. Carne, pues, en el vocabulario paulino, equivale al general debilitamiento moral, que es propio del hombre sin transfusión de sangre divina, sin el cambio de su corazón, operación que sólo Dios puede llevar a cabo.

6. Canalización concreta de la Nueva Alianza

Así y todo, Jeremías, el gran profeta de la Nueva Alianza no determinó de qué medios se valdría Dios para realizar la anunciada transformación interior. Será el propio Hijo de Dios, Jesucristo, quien nos dará el remedio preciso, cuando, en la Última Cena y primera Misa de toda la Historia, dirá: “Este cáliz es la Nueva Alianza sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes.” (Lc 22,20). Y ya antes S. Pablo: “Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi sangre” (I Cor 11, 25)2 . Por lo tanto encada Eucaristía, en cada comunión, recibimos esa vitamina espiritual, que nos va fortaleciendo, para capacitarnos a realizar nuestro camino hacia Dios, acompañados de todos los hermanos.

7. Gal 5: Libertad, no libertinaje

Como ya hemos adelantado, en toda la Carta a los Gálatas y después de ella, a los Romanos, se ocupa S. Pablo de este tema crucial en la vida cristiana. Siendo imposible detenernos en la exposición de tan profunda y rica temática, nos detendremos algo en el cap. 5° de dicha Carta. Nos explica el Apóstol: “Esta es la libertad que nos ha dado Cristo. Mantengámonos firmes para no caer de nuevo en la esclavitud” (v. 1). Esta primera afirmación ya nos indica de qué tipo de libertad se trata. No es una que “yo” o “nosotros” conseguimos a fuerza de pelea y capacidad nuestra, sino que Cristo nos la ha obtenido y regalado. Es como el prisionero, a quien se le quitan las cadenas o las esposas. No fue él quien por sus propios medios logró liberarse, sino que el juez o algún otro, le exoneró de los impedimentos, que imposibilitaban sus libres movimientos. También nos invita a mantenernos firmes, es decir, la libertad adquirida no significa que, de ahora en adelante puedo hacer lo que me dé la gana, sino que me ha sido otorgada, para encaminarla al bien. Así igualmente, para los cristianos, no basta haber recibido el Bautismo o la Eucaristía, la libertad obsequiada por Cristo, si no hay posteriormente una colaboración, para usarla de acuerdo a lo que Dios nos pide. O, iluminando con un analogía: sin el médico no sabríamos, qué medicina es la mejor para salir de los achaques de salud, pero le toca a cada uno ingerir los remedios, por más que no sean del sabor que a uno le gustaría. De ahí, la sabia advertencia del Apóstol: “Ustedes, hermanos, han sido llamados para vivir en libertad, pero procuren que esta libertad no sea pretexto para satisfacer los deseos carnales: háganse más bien servidores los unos de los otros por medio del amor” (Carta a los Gálatas, 5, 13). ¿No es libre el que hace sus caprichos? Claro que sí. No es un bloque de mármol, ni un animal, que actúa sólo por instinto. Pero, como ya se adelantó, se trata de un uso torcido de esta capacidad propia del hombre. Sólo el hombre es capaz de pecar, ejerciendo pésimamente su privilegio de la libertad. Pero, no le cabe a él determinar cuándo su libre albedrío coincide con el bien o se desvía por caminos errados. De ahí que el verdaderamente libre, no se pone a sí mismo como medida de todas las cosas, sino que percibe la genuina libertad al salir de sus límites, agigantándose por el amor: “Porque toda ley está resumida plenamente en este precepto: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gal 5, 14). El egoísta, narcisista preocupado sólo por su bienestar, de hecho se encuentra aprisionado en su estrecho y pequeño mundo. El amor a Dios y a los hermanos abre perspectivas insondables.

8. El caso histórico de los cristianos de Galacia

S. Pablo, escribiendo a los Gálatas, concretamente quiere preservarlos de que volvieran a la “circuncisión” o prácticas judías, como medio imprescindible para agradar a Dios. Es que en aquellos primeros tiempos muchos cristianos, escrupulosos en demasía, creían que si no cumplían las minuciosas reglamentaciones del pueblo elegido por el mismo Dios, los judíos, no serían perfectamente agradables a Dios. Pero, olvidaban que todo aquello previo a Cristo, en Israel, había sido sólo una especie de borrador, una remota preparación para la obra perfecta de redención y renovación, que llevaría a cabo únicamente Jesucristo. Algo así como los andadores, que sirven en un primer momento al niño, para ir aprendiendo a caminar, sin darse demasiados porrazos, pero una vez que puede valerse por sí mismo, se los deja a un lado. De manera parecida, muchas leyes judaicas fueron ayudas primerizas, que hay que abandonar, no bien llegada la madurez de los tiempos. Con la diferencia de que no es que podamos nosotros conducirnos por energías propias, sino que, sabiéndonos siempre incapacitados, tenemos a disposición los auxilios interiores que nos vienen sólo de Jesucristo.

9. Difícil, pero saludable

Volviendo a los vv. 13 - 14, es bueno insistir en la muy lúcida advertencia ya vista, para comprender el recto uso de la libertad:

Uds., hermanos, han sido llamados para vivir en libertad, pero procuren que esta libertad no sea un pretexto para satisfacer los deseos carnales: háganse más bien servidores los unos de los otros, por medio del amor. Porque toda la ley está resumida plenamente en este precepto: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo"

Muy útil consideración, para no confundir “libertad” con “libertinaje”. Significa ante todo: actuar lejos de todo temor servil, como cuando se piensa: “Me porto bien, porque si no, me castigan”. “Cumplo las normas, porque de lo contrario me meten preso”. “Atiendo en clase, porque si me ve la maestra distraído, me echa”. Actuando así, no se aprecia el bien en sí, sino que se busca sólo escapar de posibles inconvenientes.

En cambio, el verdaderamente libre actúa por convicción propia, ha interiorizado la ley, porque la conducta recta conviene con la racionalidad de la vida moralmente encarada, por más que esto cueste. Así como el hipertenso, aunque le parezca sosa su comida, se priva, con todo, de la sal, porque “sabe”, que dicho condimento es perjudicial para su salud. O el diabético, que, si bien le sigue atrayendo todo lo dulce, se aleja del azúcar o el dulce de leche, consciente de que, a pesar de que lo sigan tentando, esos ingredientes o manjares, le son nocivos. Sólo que esta “interiorización” de la ley los cristianos creemos, que es imposible de realizar sin la ayuda de Cristo, el Señor y por eso hemos de pedirla, como un mendigo, ya que no está al alcance de nuestros solos medios. Y la solicitamos a Dios en la oración, con los sacramentos, que son remedios poderosos para nuestro raquitismo espiritual.

10. “Si no tengo amor, nada soy” (I Cor 13, 2)- Amor matrimonial y familiar

Todo esto se resume en el “amor”, como culmina su raciocinio y exhortación S. Pablo. Y aquí también hay muchísimo que profundizar. Porque no habrá una palabra y realidad tan manoseada como “el amor”. Siempre, pero muy especialmente hoy en día, se suele entender por “amor” cualquier cosa. Se habla de “amor a mi mascota”, de “amor a corto plazo”, de “hacer el amor”. Pero el amor verdadero “no busca su propio interés” (I Cor 13, 5), no se preocupa solamente de la propia conveniencia o placer, sino que lleva consigo la entrega, el pensar en que “el otro” o “la otra” es tan importante como yo mismo y que jamás “lo” o ”la” podré usar únicamente para satisfacer mis caprichos. Por eso, el mismo Pablo, en otra de sus cartas propone algo, que parece una contradicción, para quien sueña sólo en “amores románticos”, pero no en el que lo es de verdad: “Sopórtense mutuamente en el amor” (Ef 4, 2). O sea: en el amor serio, no de telenovela o cinematográfico. Porque uno no se enamora de una “Miss universo” o de “Charles Atlas”. Se trata de una persona con sus atractivos y también sus limitaciones. No nos podemos ilusionar con una Venus despampanante o un Adonis, hermoso a más no poder. Por lo mismo, será siempre oportuno meditar en un lúcido proverbio alemán: “Creo en el amor a primera vista, pero tengo por aconsejable dar un segundo vistazo”3 .

Por lo cual todo amor serio ha de contar con saber “soportar” los defectos de la persona amada. De ahí que el mismo Pablo, en el sublime “Himno del amor”, la primera cualidad con que lo distingue sea “la paciencia”: “El amor es paciente, es servicial; no es envidioso… no busca su propio interés” (I Cor 13,4 ss.). Como se ve: todo lo contrario de un celo acaparador, egoísta, que subordinara a los propios caprichos a la persona querida.

Por eso, S. Agustín sentenció con frase escultórea: Ubiest amor non est labor, autipse labor amatur (Donde hay amor no hay trabajo o el mismo trabajo es amado) (San Agustín, De bono viduitatis 21, 26). Cosa que expresa también el dicho de la sabiduría popular: “Contigo pan y cebolla”. O sea: si el amor es genuino, cualquier situación es soportable (pan y cebolla, nada exquisito, lo más común y corriente).

Por supuesto que toda esta visión siempre estará en contra de los fluorescentes atractivos de un amor presentado a lo Tinelli, con música, insinuante, reflectores y ese cuarto de hora de gloria ante la TV.

Pero, si por sus frutos se conoce el árbol (Mt 12, 32), hemos de atender no sólo a los fogonazos inmediatos y pasajeros del espectáculo, sino a los resultados en que desembocan esos “amores caricaturescos”: divorcios, niños divididos en su educación, familias destruidas, porque ante la primera dificultad se deshacen, pasando a nuevos intentos, sin haber antes hecho el esfuerzo por superar los propios vicios y, por lo mismo, trasladándolos hacia reiterados fracasos. Lo constataba la abundante experiencia de Tony Anatrella, sacerdote y psicoanalista francés:

Las parejas transitorias y las parejas efímeras no poseían los medios necesarios para resolver los problemas de relación, que no dejaban de darse en esa afectividad narcisista que caracterizaba su intimidad, y no es extraño que los hijos nacidos de esta revolución consideren muy frecuentemente a sus padres como grandes adolescentes rezagados. , le decía recientemente una joven de diecisiete años a su madre de cuarenta, que acababa de cambiar por tercera vez de pareja (Antarella, 1994, pág. 27).

Asimismo, la inicua “ley de matrimonios homosexuales” se presenta como ampliamente desviada, porque contraria a la naturaleza propia de esta unión, dispuesta por el mismo Dios y sólo posible entre varón y mujer, ya que únicamente a consecuencia de este íntimo encuentro se puede llegar a ser “madre” (“mater”, de donde: “matris munus” = oficio materno - matrimonio -). Ahora bien, no se ha de esconder que un amor verdadero, cristiano, es difícil y muy distinto de meros romanticismos. Por lo cual, para embarcarse en él se necesita preparación. Como ya se advirtió: no basta “el amor a primera vista”. El mundo desde siempre, si bien ahora más encarnizadamente, es enemigo a muerte del “amor cristiano”. Hasta se ha llegado a acuñar la cínica frase: “El matrimonio de la tumba del amor”, porque sólo se tiene en cuenta cómo, en la vida de todos los días se acabaron las fiestas del noviazgo, las visitas a los boliches, la juventud se va yendo y se ha de enfrentar el día a día, tantas veces monótono y sin la excitación de lo novedoso. Pero allí es donde se prueba el amor acrisolado, no el fugaz, el que se limita a “la luna de miel” y no es capaz de subsistir cuando “se va la miel, quedando sólo la luna”.

11. Algunos puntos de reflexión.

Tanto para los principales interesados: novios o esposos; como para pastores, párrocos, confesores se podría aterrizar lo expuesto, examinando las siguientes cuestiones:

  1. 1. ¿Cómo nos preparamos al matrimonio? ¿Pensando sólo en invitaciones, los trajes, la fiesta, regalos, lugar para la luna de miel?
  2. 2. ¿De quién me enamoré: de un “príncipe azul”, de “una diva coqueta” o de un hombre o mujer con sus atractivos y también sus debilidades? ¿Conozco realmente al o la futuro(a) consorte?
  3. 3. ¿Qué significa para nosotros: “para toda la vida”; “hasta que la muerte nos separe”?
  4. 4. ¿Es “aguar la fiesta” pensar en estos aspectos o más bien colaborar a que sea duradera, aún en momentos difíciles?
  5. 5. ¿Vemos en el amor sólo lo agradable o contamos que exigirá entrega, sacrificio, tolerables porque “es amado el mismo trabajo” en una auténtica caridad?
  6. 6. ¿Conocemos realmente lo que significa el “amor” según el Evangelio y los consejos de S. Pablo o lo vivimos solamente a flor de piel, según lo presentan los medios actuales de comunicación, apabullantes, pero vacuos?
  7. 7. ¿Qué pienso sobre los posibles hijos/as que el Señor nos quiera regalar?
  8. 8. ¿Serán un estorbo, fuentes de mayor trabajo y por lo tanto, molestos? ¿O, más bien nueva oportunidad para afinar el amor auténtico, que “no busca lo suyo”, sino ser servicial lo más posible?
  9. 9. ¿Seremos capaces de amarnos en medio de las dificultades de la vida, con las rebeldías de los adolescentes, mientras vamos envejeciendo?
  10. 10. ¿Hemos “soportado” a alguien (en la familia, la escuela, el trabajo) en el “amor” o ante la primera dificultad, nos desentendimos del problema?
  11. 11. A la luz de lo reflexionado, guiados por Jesús, San Pablo, San Agustín, ¿qué decir de “los amoríos televisivos”, de los “modernos tipos de familia”, del “machismo” o del “feminismo”?

Referencias

Antarella, T. (1994). Contra la sociedad depresiva. Santander.

Levoratti. (2015). Carta a los Gálatas. En La Bilbia libro del Pueblo de Dios. Verbo Divino.

Manucci, V. (1996). Lettera ai Romani. En A. VV., Le Lettere di Paolo (2° ed.). Génova.

Ovidio. (2012). Metamorphoseis. Madrid: Gredos.

San Agustín. (s.f.). Confesiones. Recuperado el 15 de 2 de 2019, de https://agustinos.es/wp-content/uploads/PDF/Confesiones.pdf

San Agustín. (s.f.). De bono viduitatis . Recuperado el 16 de febrero de 2019, de http://www.augustinus.it/latino/dignita_vedovile/index.htm

San Jerónimo. (s.f.). Epístolas de San Jerónimo. Recuperado el 15 de febrero de 2019, de https://www.mercaba.org/TESORO/JERONIMO/SAN%20JER%C3%93NIMO%20-%20EPISTOLARIO%20I.pdf

Notas

1 Volverá a insistir en esta “nueva alianza” el profeta Ezequiel, 36, 26 - 28:”Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos y que observen y practiquen mis leyes”. Donde aparece claramente, que no se arrincona la ley, sino que se regala el combustible, para poder caminar por sus sendas. Como bien lo expresa V. Manucci: ”El cristiano libre de la ley, no es un sin ley. Animado por el Espíritu, él podrá verdadera e íntegramente cumplir la ley (ver: Rom 6, 14; 8, 4)” (Manucci, 1996, pág. 22).
2 Podría extrañar, que ni Mateo ni Marcos, al narrar la misma “Última Cena”, coincidiendo en lo fundamental, sin embargo no califiquen de nueva la alianza propuesta por Jesús (Mt 26, 28; Mc 14, 24). Con todo, si las palabras no son idénticas, indican equivalencia en la cosa misma, porque en la celebración de la Pascua judía, se rememoraba la alianza realizada por Moisés en el Sinaí: ”Esta sangre es la alianza que ahora el Señor hace con Ustedes” (Ex 24, 8). En cambio, Jesús, tanto en Mateo como en Marcos, al decir: “Esta es MI sangre de la alianza” (Mt 26, 28; Mc 14, 24) ya está señalando la “novedad”, de esta Alianza, que no es “una más” (como las que se sucedieron con Noé / Gen 9, 9 - 11/, con Abraham /Gen 15, 18/, con Moisés / Ex 24, 8/), sino que es definitiva y última hasta el fin de los tiempos.
3 Consejo que vale también, al revés, para una primera impresión desagradable. Sirva de ejemplo la conversión de San Agustín, que no dejó su vida desarreglada por haber encontrado el Evangelio, sino al leer el “Hortensius” de Cicerón (San Agustín, Confesiones 3, 4). Cuenta él mismo, cómo, para afirmar el paso dado, decidió acudir a la Sagrada Escritura. Pero, al principio, se le caía de las manos, porque le parecía una literatura muy poco elegante en comparación con los clásicos latinos (Ibid., 3, 5; 5,9; 8,12). Sólo que, superando esa primera mala impresión, llegó a ser un enamorado de la Palabra de Dios, gran predicador de la misma y sublime comentador de ella en sus escritos. Otro tanto le sucedió a San Jerónimo. Después de haberse encontrado con Cristo, confiesa que, la Biblia se le hacía una literatura exótica y de poca calidad, para nada a la altura de Cicerón o Plauto(San Jerónimo, Epístola 22, 30). También, desdeñando aquella sensación primeriza de desagrado, se convirtió en ejemplo y patrón de todo estudioso de la Biblia.


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