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Semisimbolismo: ¿concepto inútil para la imagen?
Semi-symbolism: A Useless Concept for Visual Images?
Revista La Tadeo DeArte, vol.. 4, núm. 4, 2018
Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano

Artículos



Recepción: 31 Mayo 2018

Aprobación: 13 Septiembre 2018

DOI: https://doi.org/10.21789/24223158.1443

Resumen: Bajo este título provocador, se pretende discernir la pertinencia teórica y la eficacia práctica de un concepto muy usado en semiótica de la imagen: el «semisimbolismo». Surgió, precisamente, de una reflexión sobre la imagen y se extrapoló a varios campos, comenzando por el de la teoría, donde, por cierto, no ha encontrado un lugar epistemológico incontestable. En cuanto a su empleo en los análisis, no se ha demostrado que el uso generalizado del concepto, al menos por periodos, contribuya a su mayor claridad o a unas conclusiones más sólidas, antes, al contrario, su utilización laxa debilita tanto lo uno como lo otro. En cambio, en lo que respecta a las conclusiones sólidas que se muestran convincentes en los análisis, reivindicando el «semisimbolismo» como instrumento operacional, pronto queda de manifiesto su independencia, incluso, de una definición precisa del concepto.

La conclusión podría ser que el «semisimbolismo» funciona simplemente como una etiqueta, con las virtudes de toda etiqueta (fijar ideas, servir a la pedagogía), por supuesto, pero sobre todo con sus defectos (como el riesgo de vacuidad, la tentación de la repetición encantadora, el afán de fijar una referencia formal en una escuela de pensamiento). Siempre se puede renovar una etiqueta, con la condición de que se le dé un estatus teórico incontestable y una capacidad heurística irrefutable.

Palabras clave: Semisimbolismo , Pedagogía , Semiótica De La Imagen .

Abstract: With this provocative title, the aim of this article is to discuss the theoretical relevance and the practical effectiveness of a widely used concept in visual semiotics: “semi-symbolism”, which precisely arose from a reflection on the image and was later generalized to several fields, starting with theory, where, by the way, it has not found an undisputable epistemological position. Regarding its practical uses, semi-symbolism has not proven to contribute to a greater understanding of the concept it represents or the formulation of solid conclusions around this phenomenon. On the contrary, its isolated use weakens both its comprehension and application. In contrast, the solid conclusions, which result convincing in the analysis and vindicate “semi-symbolism” as an operational instrument, show their independent nature, signaling a precise definition of the concept.

The general conclusion of this study could be that “semi-symbolism” works simply as a label, with all the virtues of every label (fixing ideas, serving pedagogy, etc.), but also with all its imperfections (such as the risk of emptiness, the temptation of a lovely repetition, the eagerness to fix a formal reference in a current of thought). In this context, a label can always be rebuilt, insofar it is given an incontestable theoretical status and an irrefutable heuristic capacity.

Keywords: Semi-Symbolism , Pedagogy , Visual Semiotics .

Semisimbolismo: ¿concepto inútil para la imagen?

Podría comenzar parodiando un epigrama de Posidipo de Pela que aparece en una estatua del famoso escultor Lisipo:

—¿De dónde vienes?

—De la lejana Dinamarca.

—¿Quién te concibió?

—Dicen que Louis Hjelmslev.

—¿Cómo te llamas?

—En francés, semi-symbolisme.

—¿Cuántos años tienes?

—Aproximadamente cuarenta años.

—¿Para qué te creó el especialista?

—Ahí está el problema.

—¿Qué hiciste durante cuatro décadas? Antes que nada, ¿de dónde vienes? ¿qué transmites? ¿para qué sirves?

Recordemos primero la definición canónica de esta extraña cuadragenaria, vinculada fundamentalmente a la historia de la semiótica de la imagen, aunque haya sido llevada a otros espacios.

Os sistemas semi-simbólicos são sistemas significantes e são caracterizados não pela conformidade entre unidades do plano de expressão e do plano do conteúdo, mas pela correlação entre categorias relevantes dos dois planos.

Los sistemas semisimbólicos son sistemas de significantes y se caracterizan no por la conformidad entre unidades del plano de expresión y del plano del contenido, sino por la correlación entre categorías relevantes de los dos planos (Rachwal 2003, 13).

Como se advierte, se trata de los fundamentos mismos del análisis estructural, desarrollado en la línea de Louis Hjelmslev bajo la égida de Algirdas Julien Greimas, y de un concepto que, dentro de esta teoría, nació en las investigaciones sobre la ima­gen, evolucionando al mismo tiempo que la semiótica visual, principalmente pictórica, al punto de convertirse en prioritario, un poco fetiche, y de extrapolarse a otros ámbitos, o incluso a todos aquellos donde trabaja el greimasismo. Cabe preguntarse aquí sobre la pertinencia epistemológica y sobre la verdadera importancia heurística de este famoso semisimbolismo.

Sobre el nacimiento incierto

Cuadragésimo aniversario aproximado de un recién nacido en una situación inicial incier ta: ¿Es acaso distinto decir «semisimbolismo» a decir «semisimbólico» (los franceses hablan sobre todo del semisimbolismo, como los españoles y los portugueses, mientras que los italianos tienden a favorecer semisimbolico)? Aniversario aproximativo también porque hay quienes le siguen la pista a la noción, o a los términos, desde antes de la fecha supuesta de nacimiento. En 2008, por ejemplo, escuché a Denis Bertrand, citando parcialmente a Marrone (2006, 55, nota 6), afirmar: «la retrouver (la notion de langage semi- symbolique) in nuce dans Greimas (1972), c’est-à-dire dans l’introduction que notre maître à tous donna aux Essais de sémiotique poétique (encontrarla in nuce en Greimas (1972), es decir, en la introducción que el maestro de todos nosotros hace a los Ensayos de semiótica poética»). No obstante, hacia 1977 nació, en francés, una palabra compuesta sobre la que hoy nos preguntamos si —en el campo de los estudios semióticos, en el desarrollo de los discursos que se autoproclaman semióticos— designa, denotat, traduciría yo, un «concepto operacional válido», incluso un «concepto operacional particularmente eficaz», como se ha escrito varias veces aquí y allá, o si más bien significa pura y simplemente, si se limita a significar, en este caso connotat, la afiliación de quien enuncia a cierta escuela de pensamiento llamada, desde 1982, —así como el libro publicado por iniciativa y bajo la dirección de Jean-Claude Coquet que lleva el mismo título—, la Escuela de París.

Es que, una vez uno se sumerge en la bibliografía, donde aparece la palabra —en el título o en el índice, nos limitamos por ahora a una mirada superficial, pero que ilustra exactamente una parte de nuestro propósito, que es solo reflexionar sobre el uso práctico de la noción «semisimbólico»—, la primera impresión es la de una reverencia a Greimas o al especialista de la imagen, sobre todo de la pintura, en los círculos y talleres greimasianos de la época, Jean-Marie Floch, o a los dos. La palabra se pronuncia o se escribe, la cosa parece evocarse o más bien convocarse al inicio o al final de la comunicación, del artículo, del pasaje del libro, pero no se percibe nada, o muy poco, del trabajo eficaz de un concepto dentro de la semiosis, considerada parte del corpus estudiado; si acaso, y por suerte, tenemos derecho a alguna definición o justificación (muy limitada).

Ejemplo de esto es el texto de Lincoln Guimarâes Dias, «Escultura de luz» (Dias 1998), en el que un buen análisis de Ventre da vida, obra de arte contemporáneo instalada en la estación de metro Clínicas de Sâo Paulo, anuncia como cuarta parte «El plano semisim­bólico», luego, lógicamente, intitula esta misma parte del texto «El plano semisimbólico», y eso es todo. Así se asocien las luces que se prenden o se apagan con la inspiración y expiración, o con la vida y la muerte, así se entre en el juego del camino de la vida por el que andamos y del túnel ilusionista por el que no podemos andar, del adentro y del afuera, etc., nada del análisis recurre explícitamente a los elementos que definen el semisimbolismo, y mucho menos, evi­dentemente, a su problemática de formalización.

En el palacio semiótico que me esfuerzo por construir, siguiendo el modelo de un manuscrito an­tiguo que describe un palacio romano ideal, ubicaría con gusto al «semisimbolismo» dentro del Archivo, donde se guardan los instrumentos en desuso que sirvieron mucho, o poco para algunos, que dieron mucho, o poco para algunos, y que tiene poco sentido exhumarlos, salvo verificación historiográfica. Un archivo donde el «semisimbolismo» (y lo «semisim­bólico») se encontrarían «entre las categorías que se volvieron obsoletas», como anota Eric Landowski en su artículo «Le papillon tête-de-Janus» (Landowski 2007), como «la distinción entre los niveles semán­tico y semiológico», cuya desaparición implicó «al mismo tiempo la de la pesada cohorte de semas y sememas, metasememas, clasemas y taxemas, semas nucleares, contextuales y otros que la acompañan». Con el propósito de una articulación teórico-práctica —que también me interesa—, Eric Landowski agrega que «pour “trier le bon grain de l’ivraie” parmi les éléments d’une théorie, rien ne vaut en effet sa mise en pratique (para “separar la paja del trigo” entre los elementos de una teoría, nada mejor que ponerla en práctica)», y prosigue:

Si on se fie à ce critère, on constate que rares sont les propositions avancées dans Sémantique structurale qui ont par la suite été abandon­nées. Mais la plupart d’entre elles ont dû être reformulées, à divers degrés. Certaines ont simplement été remaniées, comme le couple «adjuvant-opposant», bientôt redéfini en termes de déterminations modales. D’autres ont été systématisées, tel le modèle constitutionnel, qui prendra la forme du «carré sémiotique». D’autres encore ont été entièrement repensées, comme l’opposition entre prédicats qualificatifs et fonctionnels, qui débouchera sur une des arti­culations essentielles de la grammaire narrative, à savoir la distinction entre énoncés d’état et énoncés de faire.

Si hemos de confiar en este criterio, constatamos que son pocas las propuestas formuladas en semántica estructural que han sido abando­nadas posteriormente. Pero la mayoría de ellas tuvieron que ser reformuladas en diferentes grados. Algunas simplemente fueron reestruc­turadas, como la pareja «adyuvante-oponente», que pronto se redefinió en términos de estruc­turas modales. Otras se sistematizaron, como el modelo constitucional que tomaría la forma de «cuadrado semiótico». Muchas otras fueron repensadas por completo, como la oposición entre predicados calificativos y funcionales, que desembocaría en una de las articulaciones esenciales de la gramática narrativa, a saber: la distinción entre enunciados de estado y enun­ciados de hacer (Landowski 2007).

El objetivo de la pregunta es el de la virtud y el acto, del potencial y de lo verdaderamente eficaz de un concepto, en este caso, de lo semisimbólico o el semisimbolismo, reformulado, reestructurado, repensado, en una disciplina que, tal como afirmaba Jean-Marie Floch a Denis Bertrand en una entrevista que apareció en el Cruzeiro Semiotico de 1989, es fundamentalmente una praxis.

Recapitulemos: una palabra compuesta fue concebida en francés hacia 1977 y apareció poco después (1978) en un texto de Algirdas Julien Greimas dedicado al enfoque semiótico de la imagen, texto que se propagó, o mejor que debió haberse propagado como reguero de pólvora entre las universidades parisinas, y que muy pronto se dio a conocer, en todo caso, entre los profesores y estudiantes de la universidad donde yo enseñaba por entonces Semio­logía de la Imagen, en París 8 (en sus instalaciones de antaño, en los barracones de Vincennes)—. El folleto en cuestión se publicó después en la revista Actes Sémiotiques Documents de 1984 (n. 60), bajo el título «Sémiotique figurative et sémiotique plastique» (Semiótica figurativa y semiótica plástica), como epílogo de un libro dirigido por Jean-Marie Floch que reagrupaba los trabajos del taller de semiótica visual, libro que nunca verá la luz del día. Aunque más tarde fue descrito por el mismo Jean-Marie Floch como exfuturo prefacio (Floch 1995, 116, nota 1), el texto estaba pensado como epílogo —tal como lo demuestra el hecho de que Greimas haya titulado su prólogo de 1984 «Préface à une postface» (Prefacio a un epílogo)—, y esta posición puede hacernos reflexio­nar. Sin embargo, el nacimiento público proclamado no siempre es ese: si no faltan escritos que hagan referencia al texto del que celebramos, según mi cro­nología, el cuadragésimo aniversario, es más bien a la primera aparición de la palabra compuesta editada en el Dictionnaire de 1979 a la que muchos autores hacen referencia, sobre todo aquellos que trabajan en la imagen, como Lucia Corrain (1996, 45) y Diana Luz Pessoa de Barros (2007, 81), con respecto a 1985 (en Pessoa que cita las Petites mythologies de Floch) o a 1986 (en el caso de Corrain, que se remite a Sémiotique 2 por la definición y explicación que allí brindaron Floch y Thürlemann). Lucia Corrain dice: «Il concetto di semi-simbolico è stato proposto da Greimas y Courtés 1979, voce ‘Semiotica’ [B.5.d] (El concepto de semisimbólico fue propuesto por Greimas y Courtés, 1979, s. v. ‘Sémiotica’ [B.5.d])».

Esta historia un poco detallada no es necesa­riamente del todo vana, aunque insuficiente. Solo indica aquello en lo que se debería profundizar para entender bien la fortuna e infortunio presentes en el concepto, así como para construir su futuro; nos muestra que, en el palacio, habrían calabozos del olvido, verdaderos o falsos, que la salvación es posible para los olvidados, verdaderos o falsos, del purgatorio. Se podría arriesgar un paralelo entre el retorno transfigurado de la figuración —otro concepto importante relacionado con la imagen, que también, hace mucho y de manera muy rápida, se ha ampliado mucho más— y la resurrección simbólica del semisim­bolismo. Cabía mencionar las tres etapas de la primera: aquella, casi olvidada, de la definición de estricta obediencia estructural; aquella, casi censurada, de la definición generativa greimasiana, que la ubica arriba o abajo, dependiendo del recorrido generativo; final­mente, aquella, aclamada por lo general, de la defini­ción fenomenológica que la relaciona con la semiosis del mundo natural y con la formación de sentido en la percepción. La tercera etapa del semisimbolismo tendría, al menos, esto en común con la tercera etapa de la figuración; las dos nociones encontrarían un resurgimiento en la misma fuente: ese arraigo en la percepción, la sensación y la sinestesia.

Sin embargo, es cierto, y mi bibliografía crono­lógica lo prueba, que nuestra palabra compuesta nunca ha dejado de ser invocada, pero, como sugerí anteriormente, su vida hasta aquí ha sido un poco extraña: se demoró en retirarse como hija tardía de Hjelslev, tuvo un resplandor bastante breve seguido de un periodo de desherencia conceptual que persiste hasta ahora (en parte), mientras que la renovación se lleva a cabo de manera parcial desde finales de los años noventa, en especial con las Lezioni de Omar Ca­labrese (1999). Que no me acusen de parcialidad, pues el Archivo de mi palacio, donde todo está almacenado, está lleno de baúles etiquetados, en los que reina, para algunos, el desorden. Y en el baúl «semisimbólico», se pueden apreciar sistemas, códigos, planos, sémioses, semiosis, semióticos, conexiones, dimensiones, incluso lenguajes (Greimas y Courtés 1986, s. v. semisimbólico), lógicas, topologías, motivos, dispositivos, entre otros, sin distinción, explicación, definición o jerarquización. Ya lo habrán entendido: se trata del listado de términos que, en mi corpus, encontré asociados con «semi­simbólico», incluso con «naturaleza», «herramienta», «instrumento». ¿Qué es, entonces, esta palabra?

Incoherencia y supercoherencia

Continuemos, siempre a partir de la célebre pala­bra compuesta: si se habla, en la Escuela de París, de «semisimbólico», si incluso es en su seno donde se inventó la palabra, es por referencia explícita a otra etiqueta: el «simbolismo» de Louis Hjelmslev. Como prueba de ello, de esta referencia constante pero un poco asombrosa —se pasa muy fácilmente, en la literatura sobre el tema, de la verdad al error—: la verdad es que la noción viene de Hjelmslev pero no se encuentra en él, como lo recuerda Massimo Leone en su artículo «Il pero e il fico - note su un sistema semi­simbolico» (Leone 2004). El error está en creer que se trata de una noción concebida por el lingüista danés. Visto, asimismo, en una página web italiana, anónima (http://it.geocities.com/schizzidisemiotica): «Questa breve trattazione (…) trae spunto da un’applicazione diretta della nozione di semisimbolismo introdotta da Hjelmslev (Este breve análisis parte de una aplicación directa de la noción semisimbolismo, introducida por Hjelmslev)». De ahí, la proposición: cuanto más nos alejemos de Hjelmslev, menos comprendemos lo «semisimbólico». La pregunta por la resurrección o la renovación de este último es la siguiente: ¿Hablamos de la misma cosa? Queremos hablar de la misma cosa, pero, respeto aparte, ¿debemos hablar de la misma cosa? Y, sobre todo, ¿podemos, en efecto, hablar de la misma cosa? Nos arriesgamos a deambular entre Escila y Caribdis, entre el escollo de la incoheren­cia y aquel del forzamiento de la coherencia, de la supercoherencia.

Incoherencia: por un lado, un uso laxo, incluso incontrolado del término «simbolismo» puede resultar en una incoherencia cuando entra a formar parte de una composición. Concretamente, ¿cómo aceptar que en un mismo artículo «semisimbólico» se use en su única acepción, que es técnica, y que, simultáneamente, junto a este, «simbolismo» se use en un sentido común, que es, como todos saben, extremadamente vago y multiforme? Por otra parte, desde la perspectiva de una semiótica del siglo XXI que recuperaría, a través de la reinterpretación, algunos de los conceptos y procedimientos del siglo XX, abandonados o inactivos —es esta la perspectiva a la que aludía, y a la que adhiero, al visitar el Archivo, donde permanecen también, en el baúl etiquetado Recuerdos de Europa del Este, la «dominante» y el «extrañamiento» (o «desfamiliarización», en ruso ostrannene), entre otros—, la incoherencia adopta la forma de conflicto latente entre el uso hjelmsleviano del «simbolismo» y el lotmaniano, tal como figura en los trabajos de la Escuela de Tartu. Citaré solamente un artículo de Todorov, de 1965, recopilado en la publicación francesa de 1976. Entre símbolo, en la «teoría del símbolo», en «símbolo de símbolos», u otras expresiones, simbolizar, simbólico y simbóli­camente, nos acercamos a treinta casos de los que ninguno, evidentemente, porta el sentido de «simbó­lico» de Hjelmslev («conformidad de los dos planos del lenguaje», Hjelmslev 1943) sobre el que se basa nuestro «semisimbólico» (Greimas 1984, 21), ni tam­poco brindan un esbozo evidente de correlación, de articulación con el concepto hjelmsleviano. Fruto del azar, feliz encuentro para la demostración: el artículo de Todorov y el de Leone abordan el tema del árbol de la vida, del imaginario religioso del árbol, ¿se debe (es lo que siento) y cómo (es mi dificultad) enriquecer el segundo discurso con los conocimientos del primero sin caer en la esquizofrenia (si mantenemos el sentido estricto de los metatérminos) o en la inanidad (si renunciamos a ello)?

Supercoherencia: todavía cerca o lejos de Hjelmslev. Si consultamos textos recientes donde se hace uso de estas palabras compuestas, que son el tema en cuestión, descubrimos que allí se considera esencialmente el contraste entre dos tipos de siste­mas, simbólicos y semisimbólicos, pero que muy pocas veces se hace referencia al tercero, el que se impone más bien en la problemática inicial: el sistema semiótico —tal vez lo olvidamos porque somos los peces que nos bañamos en él—. Volvemos, una vez más, al buen artículo de Massimo Leone (2004); este último señala no solamente que los términos «semi­simbolismo» y «semisimbólico» no son de Hjelmslev, sino que «Essi sono stati elaborati successivamente, con un ritardo che è necessario studiare (se elabora­ron posteriormente, con un retraso que es necesario estudiar)». En vez de hacerlo, el artículo prosigue in­tegrando el concepto en el esquema hjelmsleviano, lo que proporciona una definición de tres tipos a través de dos criterios: lo biplano y lo interpretable. Bipla­nas e interpretables son las semióticas; biplanos y no interpretables son los sistemas simbólicos; uniplanos e interpretables, los sistemas semisimbólicos, puesto que el cúmulo de rasgos ni biplano ni interpretable —la cuarta posibilidad de combinación— crea una no-lengua según Hjelmslev, totalmente fuera del ámbito del proceso semiótico, por lo tanto, en definitiva, un espacio que no le interesa a los peces.

Este esquema me parece satisfactorio, pero no lo es para el mismo Massimo Leone, quien nota un «problema complejo» (2004, 68) que resuelve a través de la transformación de su esquema estático —organización puramente combinatoria de cuatro posibilidades— en un esquema dinámico, llamado «contínuum de la biunivocidad de funtivos», y que va de un máximo (los sistemas simbólicos) a un mínimo (las semióticas) de biunivocidad. Lo que equivale, una vez más, a cierta satisfacción, creciente e inquietan­te a la vez cuando se leen las tres líneas siguientes a la presentación del esquema: «Proponiamo, dunque, l’introduzione del termine «semi-semiotico» per desi­gnare un ulteriore gradiente di biunivocità in questo continuum, e ristabilire una simmetria perfetta fra i poli che lo contengono. (Proponemos, entonces [en el esquema], la introducción del término «semisemiótico» para designar un gradiente ulterior de biunivocidad en este continuum, y restablecer una simetría per­fecta entre los polos que lo delimitan)». Se concibe la satisfacción creciente, ¿se comprende la nueva inquietud? La de constatar que «semisemiótico» fue inventado solo para complementar «semisimbólico», que él mismo podría no tener otra consistencia teórica diferente a esta invención. De ahí, la primera pregunta: ¿qué debemos construir como sistema de sistemas y cómo hacerlo?, ¿o debe reflexionarse sobre las relaciones entre sistema simbólico, sistema semisimbólico, sistema semiótico e incluso semi­semiótico, y cómo hacerlo?, ¿o es mejor renunciar a cualquier distinción?, ¿o debemos seguir siendo (y antes que nada, ¿somos?) explícita y firmemente hjlesmlevianos, hiperhjelsmlevianos, hjelmslevianos evolutivos o, incluso, traido-hjelmslevianos? O… etc. Esta cuestión de tradición o de coherencia, incluso de consistencia teórica, nos lleva a otra: sencillamente la de la utilidad del concepto, la de su eficacia práctica.

Sobre la inutilidad y la dilución

¿«Semisimbólico» —me preguntaba— califica es­pecífica o indiferentemente un sistema, proceso, código (si, como lo creo, debe entenderse necesariamente por «código» algo diferente a «sistema») o enunciado (si el objetivo es diferente al proceso)? ¿Puede decirse que «semisimbólico» es un plan, una semiótica, una sémiose, una semiosis, una significación, una conexión, etc., indistinta o distintamente? Partiendo de este punto, invertimos la problemática: ¿si a tantos sustantivos se les asocia el mismo calificativo, el adjetivo sustantivado no se desvanecería entre una o dos nociones más propiamente sustanciales donde se jugarían, o donde se habrían jugado ya, tal vez, los mismos juegos? Y, de hecho, hay al menos dos, en pri­mer lugar, luego tres, luego cuatro —y nos detenemos en cinco—, de estas nociones acogedoras en las que podría desvanecerse nuestro todavía inconsistente «semisimbolismo», todavía inconsistente puesto que el concepto, dije bien «el concepto», nunca fue definido de manera clara, sino a través de varias operaciones metonímicas, a partir de estas cosas in­nombrables que algún día fueron llamadas «semisim­bólicas». ¿Hay —pregunta iconoclasta— un estado del semisimbolismo que defina su esencia y justifique su existencia, tal que no existiría en la práctica de mejor procedimiento, para volver inteligible cierto tipo de proceso, para dar cuenta del ascenso de cierto tipo de formantes a la significación, y tal que no existiría en la teoría (¿pero cuál?) de otro término para diseñar ese funcionamiento o ese enfoque o ese instrumento?

Ahora bien, nos encontramos con cinco rivales, capaces de asegurar este trabajo, dotados de forma desigual (lo reconozco). Aquí están en desorden: la connotación, la isotopía, la función poética, el supra­segmental y la ratio difficilis. Reconozcamos que la connotación ya no tiene valor, especialmente porque ha dado lugar a un estancamiento práctico en la acepción estricta hjelmsleviana, y se basa en una defi­ciencia teórica en la práctica posbarthesiana; reconoz­camos que la noción de suprasegmental corresponde únicamente a un rasgo constitutivo pertinente, en efecto, pero que está demasiado vinculado a su único origen fonológico; elimino de este modo dos de cinco, para facilitarnos la tarea, pero no estoy convencido de que no se deba retornar al asunto algún día, sobre todo porque varios autores han señalado, por una parte, la relación entre «semisimbolismo» y supra­segmental y, por la otra, entre «semisimbolismo» y connotación (como Rachwal 2003). Sin embargo, es difícil dejar menos a un lado la teoría de la isotopía greimasiana, o aquella de las funciones jakobso­nianas, que la práctica semiótica de búsqueda de isotopías o de identificación del funcionamiento de factores de la comunicación en los textos. Concreta­mente, si se dispone de un instrumento que es capaz de identificar el juego isotópico —la recurrencia de elementos, pertenezcan al plano que pertenezcan y sean de la extensión que sean, en un texto dado—, ¿necesitamos el «semisimbolismo»? o, más bien, ¿qué nos aporta de más? Pero descartemos a la isoto­pía también, sin discusión (¡ya van tres!).

En junio de 2003, en el primer número de CASA, Cadernos de Semiótica Aplicada, fundada por Ignacio Assis Silva en la Universidad de São Paulo-Araraquara (exactamente en la UNESP – Universidade Estadual Paulista “Júlio de Mesquita Filho”, Campus de Arara­quara), Ude Baldan exponía el proyecto CASA —que no puede sernos indiferente, ya que la primera acción del grupo fue publicar la traducción brasileña de Précis de sémiotique littéraire de Denis Bertrand—. Ahora bien, ¿qué leemos en este proyecto? Que se propone mostrar que la función poética de Jakobson no es otra que «uma espécie de formulação "avant la lettre" de um princípio importante na Semiótica de hoje - la noção de semissimbolismo (una especie de formu­lación "avant la lettre" de un principio importante en la semiótica de hoy: la noción de semisimbolismo)». En 2003 también, en el capítulo 2 de su disertación en la Universidad Tuiuti do Paraná, Randy Rachwal vincula explícitamente la problemática del semisim­bolismo greimasiano y el de la función poética de Jak­obson, observando en el primero una profundización del segundo, principalmente por el concepto medio o intermedio de motivación poética, a medio camino entre arbitrario y motivado. No es el lugar para hablar sobre esta proposición, contentémonos con destacar la siguiente frase:

No universo do poético, tomamos como apoio a conceituação de funcão poética, initialmente formalizada por Roman Jakobson, e poste­rioramente trabalhada por semioticistas que chegaran ao conceito de semi-simbolico como característica fundamental da linguagem poética.

En el universo poético, nos apoyamos en la conceptualización de la función poética, ini­cialmente formalizada por Roman Jakobson, y posteriormente trabajada por semiotistas que llegaron al concepto de semisimbólico como característica fundamental del lenguaje poético (Rachwal 2003, 2).

¡Y vamos cuatro!

Finalmente, en mayo de 2007, en el Congreso de AISV en Estambul, Anna Maria Lorusso, que estudiaba «el texto visual entre retórico y semiótico», vuelve sobre este para criticar la distinción clara que conserva el Grupo μ entre lenguaje icónico y lenguaje plástico, distinción que se remonta, de hecho, a nuestro texto más que cuadragenario —el folleto—. Lorusso no considera, en particular, que la determinación de las unidades pertinentes del texto —que es siempre una cuestión de práctica semiótica— sea más fácil para uno, en este caso el icónico, que para el otro, y afirma claramente: «Las unidades pertinentes a nivel de la significación no siempre coinciden con las unidades iconográficas» (2007, 802). Dos frases, incluso dos palabras, pueden resumir el propósito. En primer lugar, puede concluirse estrictamente de este enun­ciado que las unidades iconográficas no son unidades semióticas, no son elementos en los cuales el análisis semiótico, en búsqueda de sentido, en la investigación sobre la significación y sus modos, pueda o deba basarse. En segundo lugar, para reflexionar sobre ello, y con toda la razón lo analizamos, debemos ceñirnos al emparejamiento mundo iconográfico/mundo referencial, emparejamiento garante de la ortodoxia estructural.

Volvamos a Anna Maria Lorusso, para quien el problema así formulado exige un instrumento ade­cuado: lo encuentra en la categoría ratio difficilis (vs. ratio facilis), trasladada de la filosofía medieval (y, en particular, del pensamiento médico) a la semiótica por Umberto Eco, específicamente en el Trattado di semiotica generale de 1975, quien parece suponer, teniendo en cuenta la ironía y la distancia en su propósito, que este instrumento es muy superior al del «semisimbolismo».), trasladada de la filosofía medieval (y, en particular, del pensamiento médico) a la semiótica por Umberto Eco, específicamente en el Trattado di semiotica generale de 1975, quien parece suponer, teniendo en cuenta la ironía y la distancia en su propósito, que este instrumento es muy superior al del «semisimbolismo».

Nel corso di un recente convegno, Umberto Eco ha affermato che il semisimbolico è un concetto “poco faticoso”, inventato da quegli scansa-fati­che dei greimasiani, per affrontare la questione del linguaggio poetico. Questione per la quale egli aveva già da tempo elaborato la più ricca articolazione in semiotiche per ratio facilis e semiotiche per ratio difficilis.

En un congreso reciente, Umberto Eco afirmó que lo «semisimbólico» es un concepto «poco trabajoso», inventado por los holgazanes de los greimasianos para afrontar la cuestión del lenguaje poético. Cuestión por la que él mismo ya antes había elaborado una articulación más productiva entre semióticas por ratio facilis y semióticas por ratio difficilis (Lancioni 2008, 1).

Anna Maria Lorusso, por su parte, no descarta ninguno de los dos modelos, ni tampoco los jerar­quiza, pero señala explícitamente (2007, 805) que la primera categoría es a «nivel productivo» lo que la se­gunda es a «nivel interpretativo». El debate continúa.

¡Y llegamos a cinco, entonces, para sustituir a nuestro «semisimbólico»! De aquí viene la segunda pregunta: ¿podemos responder a todas las cuestiones planteadas por los sistemas hipotéticos semisimbó­licos gracias a una teoría sólida de las isotopías?, ¿o a una potente renovación de la teoría jakobsoniana sobre los factores y las funciones?, ¿o remitiéndonos a la pareja ratio difficilis/ratio facilis?, ¿o será que esta economía del esfuerzo es perjudicial para el progreso de la empresa semiótica?

Sobre una forma canónica

Lo semisimbólico tiene, sin embargo, una defini­ción aparentemente constante que le otorga una apariencia de concepto más que de noción, aunque se reitere, casi con frecuencia, en su forma simplificada —casi que se balbucea— «donde la expresión está acorde con el contenido, no con las unidades, sino con las categorías». Lo que se declina a partir de la fórmula canónica de Greimas (1984, 21) «conformidad de dos planos de lenguaje reconocido no entre los elementos aislados […] sino entre sus categorías», en varias versiones, que no dicen exactamente lo mismo: presten atención al empleo de conformidad, correlación, correspondencia, etc. He aquí cuatro más, para agregar a la definición que da Rachwal para comenzar:

Un sistema semisimbólico correlaciona categorías de la expresión con categorías del contenido.

Homologación de categorías del plano de la expresión con las categorías del plano de contenido.

Semisimbólico: conformidad de dos planos del lenguaje, categoría por categoría.

[…] en todo sistema semisimbólico, una correspondencia de las categorías de la expresión con las categorías del contenido, articulando los dos planos de la significación (Régis 1985, 17).




Aquí hay, sin duda, tema de debate, pero sigamos. Me contentaré con vistazos breves, dos sobre la ejem­plificación, el otro sobre la formalización.

En la sección de humor del semanario peruano Caretas, del 20 de julio de 2008, el caricaturista Quino propone doce viñetas que interpretan el mundo hu­mano a través de una serie de metonimias dentro de la metonimia global de un observador que ve pasar las etapas discontinuas de una vida (la mitad de las viñetas: 1, 2, 4, 6, 7, 8), cuya conexión se ve asegurada regularmente por una figura humana ilustrada como Jano, el dios de las dos caras (3, 6, 9, jugando con la anáfora y la catáfora), lo que garantiza la continuidad dinámica; basada en la identidad del sistema de las isotopías, esta garantiza «la cohesión del texto» que, a su vez, facilita el descubrimiento de la «coherencia del discurso», organizado por el juego de posiciones de enunciadores y observadores que Óscar Quezada (2013) analiza cuidadosamente: el hombre sentado frente a nosotros, que había visto transcurrir cerca de él, delante de él, escenas que evocaban las «etapas de la vida», al girarse, termina viendo un carro fúnebre (10) que se aleja (11); entonces, este observador enuncivo estalla literalmente de la ira (12), y, como si se encontrara frente a una película, grita: ¡Ya tuvieron que contarme el final!, transformándose, así, en un observador enunciativo muy cercano a nosotros. Es en este punto que Quezada señala: «se establece un semisimbolismo: escenas de la vida: delante :: esce­nas de la muerte: detrás». Nada nos prepara para ello, y el autor, sea cual sea la virtud de su análisis, no ob­tiene nada de esta variante de la fórmula tradicional del «semisimbolismo», repetida hasta el cansancio por la Vulgata, debido a la nobleza de sus orígenes, que es verticalidad : horizontalidad :: afirmación : negación (Greimas y Courtés 1979; Floch 1995, 59, n.1; Rachwal 2003, 13; Lancioni 2004, 25; etc.)

Así mismo, Diana Luz Pessoa de Barros, en 2007, respecto a Los girasoles de Van Gogh, opone el sistema simbólico

Expresión: blanco / Contenido: paz y el sistema semi-simbólico

Expresión: claro, puntudo vs. oscuro, redondo / Contenido: vida vs. muerte.

Es preciso destacar tres puntos que plantean algunos problemas. E/blanco C/paz no constituye en absoluto un sistema: por lo menos, habría que trabajar con un sistema tipo «lazarillo», como lo enseña Eco desde 1968 en la Struttura assente, «blanco vs. no-blanco / paz vs. no paz». Por otra parte, la precisión del corpus, en un caso, produce una doble referencia al proceso (fragmento narrativo) y a la especificidad del soporte (pictórico), introduciendo así, para lo «simbólico», un falso contraste con la falta de mención del proceso (¿blanco, en general?) y de la especificidad del soporte (por ejemplo: bandera, salida de El Álamo, ¿qué sé yo?). Así, se elude, se deforma, como mínimo, la cuestión central, decisiva para muchos, de la relación entre «semisimbolismo» y «sin­gularidad». Por último: el comentario que hace Diana Luz Pessoa de Barros —«la organización semisimbólica amenaza la forma culturalmente estable­cida de percibir y de conocer el mundo, ya que crea otra verdad»— nos lleva a otra cuestión: la de la temporalidad. ¿Las unidades semisimbólicas no son unidades semióticas (simbólicas en el sentido no hjelmesleviano del término) en su estado prehistórico, incluso a nivel de la famosa motivación? Esto es lo que sugiere la autora al ver funcionar (2007, 78) en una práctica concreta los anuncios que ataca, «dos procedimientos, la semisimbolización y su transfor­mación en simbolización, con dos etapas intermedias, o, al contrario, sistemas simbólicos y su resemantización en semisímbolos». Hay allí, creo, una verda­dera oportunidad de investigación.

En cuanto al vistazo prometido sobre la formalización, este busca la pertinencia de las fórmulas: ¿basta con la fórmula canónica de homologación de las categorías: A : B // x : y?, ¿y debe exigirse que x y y sean indescom­ponibles en semas? Puede verse el problema concreto cuando, en el ejemplo seleccionado, «paz» se menciona para el simbolismo y «vida», para el semi­simbolismo —recordemos la expresión de Françoise Bastide, en su breve y no­table informe sobre las Petites mythologies de Floch; esta habla de subunida­des, lo que nos sugiere que es absolutamente necesario volver a trabajar este punto de la definición de «categoría», como la de «unidad»—. Si realmente hay gradación, ¿deben crearse fórmulas más complejas para describir las situaciones intermedias?, ¿o se debe renunciar, inversamente, a toda fórmula y a toda formalización? Un buen ejemplo de esta problemática es el comentario que Félix Thürlemann hizo sobre Régis (1985) al presentar su trabajo. Con el afán de responder a otra pregunta más, como «¿se debe agregar o sustituir en la fórmula canónica la homologación de las presuposiciones: A —› B :: x —› y ?», Thürlemann explica, en efecto, que hasta aquí a los investigadores, entre los que se cuenta él mismo, les había faltado ambición y apertura al limitarse al análisis de «códigos» aislados, y que Luc Régis tenía el mérito de complemen­tar este enfoque paradigmático con un enfoque sintagmático (de allí la nueva fórmula). Pero el entusiasmo se trunca, cuando, en la página siguiente, el pro­loguista juzga en el fondo que el autor ha tomado por una semiosis semisim­bólica lo que era en verdad «una variante del simbolismo tal como es definida por Hjelmslev». Tenemos ante nosotros, entonces, dos nuevos problemas. Y, por lo tanto, surge una tercera pregunta: ¿debemos construir una forma­lización de lo semisimbólico para demostrar la «cientificidad», o renunciar a ello para influir el desarrollo de la semiótica hacia la flexibilidad inteligente, y si no, hacia la laxitud diluyente? Y si debemos escoger una fórmula, ¿cuál o cuáles escogeríamos?

* * *

El número de las Carte Semiotiche dedicado al «semisimbolismo», o más bien a lo «semisimbólico» (palabras que no le agradan a Françoise Bastide, por ser demasiado evocadoras, según ella, de una botella medio vacía o medio llena), es un buen ejemplo de las preguntas que pueden formularse respecto a un concepto que encontró su justificación y sus usos en la semiótica de la imagen, y que comenzó con grandes esperanzas frente a, por ejemplo, el hecho de «permitir un nuevo enfoque de estos objetos de sentidos sincréticos como lo son las películas, la ópera, etc.» (Floch 1984, 256). Uno de los artículos de este número (Francesca Polacci) se centra en la pintura, específicamente en dos obras de Sano di Pietro expuestas en el Museo de la Opera del Duomo, en Siena. El único texto son estas dos pinturas (§1). Dedicadas, temáticamente, a la predicación de San Bernardino, una relata una predicación en Piazza del Campo, la otra, en Piazza San Francesco; están relacionadas, en última instan­cia presemiótica —aquella de los historiadores del arte, como se dice—, con los supuestos antirrealismo y misticismo sieneses que, se supone, se oponen al realismo y al racionalismo florentinos: Sano di Pietro desempeñaría allí, en suma, un papel particular, menos intermediario que bipolar (§2). Frances­ca Polacci nos brinda a partir de ahí una demostración muy convicente de semiótica visual (§4 y 5). No solamente se hace la demostración sin mencionar el semisimbolismo, sino que no hay ninguna necesidad de suponer implícita­mente la noción. Se seguirá, entonces, con Francesco Marsciani para quien lo semisimbólico, si debe ser pensado, no es una de las formas de correlación posibles entre Expresión y Contenido, sino más bien la forma semiótica que gobierna la correlación entre los diferentes niveles del recorrido generativo. No obstante, en nuestra práctica semiótica, la noción no sirve de nada, y hoy todavía puede proclamarse como lo hizo Lancioni en su artículo de las Carte Semiotiche, citando la tesis de Francesco Marsciani («Ricerche intorno alla razionalità semiotica»):

Quello che si chiama oggi [1988] «semi-simbolico», in cosa si distinguedall’insieme di procedure utilizzati, per esempio, da Greimas più di unadecina di anni [1976] or sono nella sua analisi di Deux Amis de Maupassant?

Lo que se llama hoy [1988] «semisimbólico», ¿en qué se diferencia de los procedimientos utilizados, por ejemplo, por Greimas, hace más de diez años [1976] en su análisis sobre Deux amis de Maupassant? (Marsciani 1988 citado por Lancioni 2004, 33).

De una justificación epistemológica discutible, de una utilidad heurística muy dudosa, el semisimbolismo ya no tiene un lugar sino, tal vez, en una metasemiótica general, pero no —creámoslo— en la práctica semiótica de la imagen.

Referencias

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