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Migración haitiana en Santiago de Chile: expulsiones, imaginarios e inserción social en un Estado-nación neoliberal[1]
Juan Carlos Rodríguez-Torrent; Nicolás Gissi-Barbieri
Juan Carlos Rodríguez-Torrent; Nicolás Gissi-Barbieri
Migración haitiana en Santiago de Chile: expulsiones, imaginarios e inserción social en un Estado-nación neoliberal[1]
Haitian migration in Santiago, Chile: Expulsions, imaginary and social insertion in a neoliberal nation-state
Política, Globalidad y Ciudadanía, vol. 6, núm. Esp.11, 2020
Universidad Autónoma de Nuevo León
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Resumen: El objetivo del presente artículo es caracterizar y analizar la migración haitiana en Chile, en el contexto global en que ocurre, abordándolo desde un nivel micro y meso, comprendiendo desde sus subjetividades las vulnerables relaciones que establecen con los distintos actores con que interactúan en la vida cotidiana y el papel que juegan en la paulatina transformación de espacios sociales y laborales. El tipo de investigación es cualitativo, a través del método etnográfico. Se observa que la migración haitiana en un desafío para el Estado chileno en términos de demanda de servicios y convivencia, ubicado en el ámbito de los derechos económicos, sociales, políticos y culturales. Particularmente la migración haitiana cuestiona antropológicamente la idea de los límites espaciales, temporales e identitarios chilenos, ofreciendo diversos planos sobre la posibilidad de mejorar su vida y superar las barreras que enfrentan en una sociedad neoliberal. Se concluye que los/as haitianos/as tienden a ser racializados y excluidos, quedando subalternizados, sin embargo, en la medida que logran trabajar de manera estable, se insertan e incluso generan una disposición al arraigo considerando que la posibilidad del regreso hacia Haití es bastante incierta, dados los graves problemas político-económicos de su país de origen.

Palabras clave: Haitianos, imaginarios, inserción social, migración, racialización.

Abstract: The objective of this article is to characterize and analyze Haitian migration in Chile, in the global context in which it occurs, addressing it from a micro and meso level, understanding from its subjectivities the vulnerable relationships established with the different actors with which they interact in life daily and the role they play in the gradual transformation of social and work spaces. The type of research is qualitative, through the ethnographic method. It is observed that Haitian migration is a challenge for the Chilean State in terms of demand for services and coexistence, located in the field of economic, social, political and cultural rights. Particularly, Haitian migration anthropologically questions the idea of Chilean spatial, temporal and identity boundaries, offering various plans on the possibility of improving their lives and overcoming the barriers they face in a neo-liberal society. It is concluded that Haitians tend to be racialized and excluded, being subalternized, however, to the extent that they manage to work in a stable manner, they are inserted and even generate a willingness to take root considering that the possibility of returning to Haiti is quite uncertain, given the serious political-economic problems from your country of origin.

Keywords: Haitians, imaginary, migration, social insertion, racialization.

Carátula del artículo

Artículos

Migración haitiana en Santiago de Chile: expulsiones, imaginarios e inserción social en un Estado-nación neoliberal[1]

Haitian migration in Santiago, Chile: Expulsions, imaginary and social insertion in a neoliberal nation-state

Juan Carlos Rodríguez-Torrent[2]
Universidad de Valparaíso, Chile
Nicolás Gissi-Barbieri[3]
Universidad de Chile, Chile
Política, Globalidad y Ciudadanía
Universidad Autónoma de Nuevo León, México
ISSN: 2395-8448
Periodicidad: Semestral
vol. 6, núm. Esp.11, 2020

Recepción: 15 Marzo 2019

Aprobación: 15 Julio 2019


INTRODUCCIÓN

En los últimos 20 años Chile se ha convertido en un país que como referencia imaginaria se ubica en la ruta de “los deseables” de América, ya sea para vivir temporalmente o de forma estable, dentro de un proceso de migración Sur-Sur. Haití, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y República Dominicana han sido los países que más han contribuido a la reconfiguración de la genealogía de la “chilenidad” desde comienzos del siglo XXI, obligando -como señalara Charles Taylor (1993)- a examinar localmente valores éticos, las formas cómo las personas y los grupos hacen sus elecciones importantes y ponderan los modos de vida propios y de los demás, así como dentro de una política del bien común a conceder derechos por igual a “otros”.

De acuerdo con los últimos datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) y Departamento de Extranjería y Migraciones (DEM, 2019), en el país habría 1.251.225 inmigrantes, representando el 6.6% de la población total, estando la comunidad haitiana en tercer lugar, con 179.338 personas residiendo, solo superados en cantidad por los venezolanos, con 288.233, y peruanos, con 223.923, siendo el colectivo haitiano por cuestiones idimáticas y de redes sociales el que ha vivido más dificultades para incorporarse.

En el caso de la población haitiana, a quienes Duffart (2016) caracteriza como “afro-negro-haitianos”, la migración es parte de una crisis local y de carácter nacional que involucra también a su vecina República Dominicana, histórica primera parada del proceso de movilidad intercontinental. Haití es un país sobrepoblado y con recursos naturales hiperexplotados, con una carga histórica asociada a invasiones, dictaduras y fenómenos naturales como terremotos y huracanes, que generan una desestructuración social permanente, asociada tanto a cuestiones económicas como de violencia e inseguridad, existiendo pocos países en el mundo que presentan unos deltas tan agudos y crecientes entre la oferta de trabajo y la densidad demográfica de su fuerza de trabajo. La precariedad de los servicios básicos, vivienda, carreteras, redes de electrificación y sanitarias, y su elevada deuda externa, hacen que el país tenga muy pocas posibilidades de rehabilitación y alcanzar una estabilidad mínima, a pesar de los aportes de organismos internacionales y ONGs (Duffard, 2016). De ello se desprende el bajo umbral de expectativas de su población en el país, a pesar de la ayuda internacional.

La presión o restricción migratoria inmediata la ha puesto República Dominicana, que comparte la misma isla, generando internamente prejuicios diversos hacia los inmigrantes, incluyendo a muchos dominicanos/as de ascendencia haitiana, lo que dificulta su permanencia y expectativas[4]. A partir del terremoto sufrido el año 2010[5], los países agrupados en la UNASUR “se comprometieron a recibir en sus países a la población haitiana que lo necesitara” (Duffard, 2016)[6], proporcionando visas humanitarias y no de refugiados[7], lo que ayudó a configurar un proceso migratorio más multipolar, integrando dentro de sus diferencias a países fuera de ruta: Brasil, Argentina y Chile. Sin embargo, esto ya contaba con antecedentes previos en la llamada “Declaración de Santiago sobre Principios Migratorios”, firmada en 2004. En ésta, los ministros sostienen que el MERCOSUR debe reafirmar ante el resto del mundo su vocación de trabajar hacia una nueva política migratoria, fundamentada en la dimensión ética del respeto a los Derechos Humanos (MERCOSUR, 2004)[8].

Estos países se encontraban absolutamente fuera del radar de los destinos clásicos como Estados Unidos, Canadá y Francia, donde las redes sociales de acogida operaban desde hace décadas. Sin embargo, en la medida que las exigencias tienden a ser más restrictivas, la relación ya no puede ser pensada binariamente: origen-destino. Por el contrario, la necesidad de abrir horizontes y encontrar otras rutas, aunque más inciertas y riesgosas, genera una experiencia de individuos y cuerpos en movimiento, que supera toda experiencia previa de un haitiano/a que nunca ha salido de su país, y que además, le expone a una nueva condición de vulnerabilidad por la carencia de redes y una institucionalidad como la chilena no preparada para hacerse cargo de la diferencia.

En una escala global, hay evidencia en los distintos continentes que aún estamos muy lejos de asegurar a las personas migrantes esa premisa fundamental de los derechos humanos como “derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”, como ha postulado desde 1948 la Asamblea General de la ONU. Los migrantes, como sostiene Gil (2019), han vivido una ambigüedad permanente, ubicándose en los márgenes del derecho internacional de los derechos humanos, y siempre atrapados entre los principios de universalidad abstracta y las normativas y reglas excluyentes que decide cada Estado soberanamente a partir de su legislación nacional.

De este modo, es presionada la “concepción imaginaria de la sociedad” sobre el “nosotros” hegemónico, donde las instituciones democráticas que representan, parcial y laboriosamente, intereses “particulares” articulados con intereses generales (Dubet, 2017:102), ya no pueden responder a las nuevas exigencias que impone de manera inmediata la diferencia. Así, muchos inmigrantes se ven enfrentados a una progresiva pérdida de derechos que termina por minar su condición de ciudadanos e incluso de su misma humanidad. Se trata, en los casos más extremos, a través de discursos ocultos (hiddens transcript) o discursos públicos (public transcript) de una depreciación existencial y axiológica que cosifica y aniquila seres trascendentes y valiosos en sí, por el solo hecho de ser personas extranjeras.

La percepción negativa que a veces se impone localmente, y que ve en los inmigrantes una suerte de “invasores”, obedece en parte a la creencia errada de que la pobreza es el principal o único móvil que anima a un individuo a abandonar su país de origen. Se trata, y así lo asumimos, de la búsqueda de un conjunto de recursos que permiten el despliegue de las capacidades que constituyen la posibilidad de “ser” y “hacer”, aumentando las posibilidades de bienestar efectivo en lo material y lo psicológico (Sen, 1981, 1987 y 1992). El bienestar sólo se materializa cuando las personas son capaces de hacer “más cosas” desde sus vidas, disponer de más alternativas, y decidir, diferenciándolas de aquellas cuestiones que tienen que ver con el simple consumo o acceso a bienes. En este sentido, Haití representa para el migrante el lugar de las cosas que no se pueden realizar en los espacios institucionalizados. Por el contrario, Chile, un Estado neoliberal y constitucionalmente subsidiario, representa en el “imaginario” inmigrante haitiano, entendido como conjunto de esquemas organizadores que emergen como condición de representabilidad de todo lo que una sociedad puede darse u ofrecer, y como una manera de mirarse y pensarse[9], un nuevo lugar y una oportunidad: la recuperación de lo perdido tempranamente, lo negado, el logro de lo nunca obtenido y la apertura a otras condiciones de vida[10].

El imaginario del migrante haitiano (como los de “otros”) está asociado al beneficio que puede alcanzar en el país de destino, es decir, a la satisfacción relativa, y no a una fórmula que indique estabilidad y control de todas las variables, ya que es el país receptor el que fija las condiciones del mercado de trabajo y de ingreso al territorio, así como el riesgo migratorio termina siendo asumido individualmente por cada sujeto. Se trata de la búsqueda de una recompensa laboral, salarial, afectiva, de reconocimiento, de estimulación y movilidad social ascendente, la que el Estado haitiano no pudo ofrecer. Ninguna de ellas es controlable absolutamente, salvo -mayormente- para aquellos migrantes de alta calificación, en la medida que su expertise es portable (Gissi, Rodríguez y Balaguera, 2019).

En el caso particular de la migración haitiana, se trata de capacidades bloqueadas producto de la desinstitucionalización del país de origen, que limita la posibilidad de educarse, de acceso a la salud, al trabajo y la vivienda como parte de un contrato social precario, a lo que se suma la violencia política y la destrucción ambiental. Entonces, ¿pueden los haitianos lograr una mejor vida en este Chile neoliberal de la segunda década del siglo XXI?, ¿qué barreras y posibilidades enfrentan en Santiago de Chile? Éstas son algunas de las preguntas que queremos responder preliminarmente en estas páginas.

FUNDAMENTOS TEÓRICOS
Capital, Estados, expulsiones e inserción social racializada

La migración ocurre por los problemas estructurales vividos en algunos Estados-nación (pobreza, desastres ambientales, guerras internas, persecución política). Ahora bien, en las migraciones Sur-Sur, los mecanismos de expulsión (Sassen, 2015) presentes en un país, corresponden de manera dominante al éxodo de parte de la fuerza de trabajo con orientación dirigida y marcada por la reproducción del capital dentro de estructuras globales. Expulsado el nacional y convertido en migrante, cualesquiera sean las rutas que éste tome, debe buscar el sustento dentro de la precarización y vulnerabilidad de la vida, y por qué no decirlo, de la proletarización del trabajo en tierra ajena. Esto es, una parte significativa de la realización del trabajo dentro del binomio Estado-Capital, está asociada a la baja o nula provisión de cuestiones como los servicios educativos, de salud y vivienda, así como las pensiones en la edad posproductiva, lo que genera una multiplicación de la mano de obra de bajo costo y un aumento de la tasa de ganancia en los capitalistas locales. Este es el caso que ofrece Chile a buena parte de su población, pero se ve favorecido como destino elegido por migrantes frente a otros países de la región, por los mayores índices relativos de desarrollo humano, seguridad y estabilidad que son parte de la mitología estadísitica internacional.

De este modo, una discusión necesaria corresponde a la posición de los inmigrantes de cara al proceso de incorporación social nacional, como elemento estructural de la composición económica actual de los países en las relaciones Sur-Sur. Cuestión que tiene como marco una inscripción en los procesos capitalistas, en su versión neoliberal, ya que en las sociedades de destino suelen ocurrir fenómenos velados o explícitos como el racismo, la xenofobia o la discriminación en el contexto de la construcción de interacciones sociales nuevas. Siempre hay interés en mano de obra “más barata”, profundizando relaciones desiguales de producción y consumo, que son parte del “ADN” de la misma estructura social que define a los países. Así, aunque esta posición en la estructura laboral pueda generar “ganancias” a muchos migrantes, los umbrales salariales a los que pueden acceder le impiden consumir el producto de su propio trabajo y materializar parte de su imaginario (i.e. el acceso a la vivienda propia).

Así, las posibles protestas o rechazos hacia la población extranjera como ocurre con haitianos y haitianas en República Dominicana y Chile, alientan la tentación de un autoritarismo y disciplinamiento normativo; o, desde otras ideologías, sin matices puede problematizarse sólo como un problema de lucha de clases. Sin embargo, nos parece que el fenómeno migratorio debe comprenderse desde un esquema más amplio, y en un espacio geográfico regional y nacional específico en que ocurren los mecanismos de expulsión, atracción y retención. Es decir, se trata de lo político, como economía política, como relaciones de poder, que ayudan a explicar la marginación de un colectivo extranjero dentro de la estructura ocupacional. Los flujos migratorios deben ubicarse como propios de la especulación financiera internacional y de la descomposición institucional como ocurre en el caso de Haití, y de cómo compiten y se desangran países que están en una condición de colonizados o neocolonizados por organismos multilaterales, que conducen a proveer estos flujos migratorios de fuerza de trabajo de distinta intensidad y magnitud, que operan como contingentes de reemplazo en el plano local.

En el caso de Chile, lejos de aceptar en plenitud inmigrantes como los haitianos[11], se los define desde una economía financiera que está lejos de tener preocupación por los derechos básicos de los individuos y por aquellas cuestiones asociadas a los modos de ver el mundo del que son portadores. Economía, que -además- dada su exposición y dependencia de las exportaciones, su canasta monoexportadora y flexibilidad cambiaria, ajusta permanentemente su fuerza de trabajo como flexibilidad laboral frente a procesos de contracción o expansión de la demanda internacional.

Como país receptor de la migración Sur-Sur, dentro del binomio estabilidad-inestabilidad económica, está lejos de ser regular en reconocimiento de derechos y posibilidades, siendo muy funcionales los extranjeros con menos redes y soportes de protección. Ya que, por una parte, como “Estado subsidiario” no está obligado a satisfacer las demandas de la población; y, por otra, con su importante grado de especulación y pragmatismo en los negocios de su economía financiera no ofrece condiciones favorables, permanentes o de largo plazo para sostener una incorporación plena[12]. Sin embargo, desde abajo, es decir, desde el mundo precarizado que reside para subsistir, para la migración haitiana se ofrecen o quedan abiertas posibilidades para laborar de manera autónoma en ámbitos comerciales y labores ocasionales y de baja calificación (i.e. comercio informal y sin distinción de sexo), que identifican y conforman un segmento poblacional racializado, y con posibilidades de ingreso ubicado en los niveles inferiores de la “pirámide”. Es decir, se trata de actividades ofrecidas para una fuerza de trabajo ubicada en umbrales de subsistencia, siempre menores para la población haitiana que para la chilena, lo que va construyendo una memoria racializada, otrificada y subalterna.

El segmento laboral que ocupan haitianos y haitianas, se da dentro de estructuras neoliberales, de alta segregación y de etnodiferenciación. Una expresión velada del racismo, funcional al capitalismo local y sus empresarios, operando permanentemente en un juego dentro-afuera, que justifica la mano de obra barata y excluye a poblaciones del mercado de trabajo. De ahí que la migración termine siendo una expresión funcional de las desventajas en el mercado mundial y de las hegemonías de clase, que interpela por la nación en términos políticos, económicos y culturales dentro de la economía neoliberal, y cómo son integrados los inmigrantes al mercado laboral internacional en países que aparentemente ofrecen salidas y oportunidades ante la necesidad de empleo. En estos términos, en los centros metropolitanos cuando la economía se contrae, aumenta el desempleo y/o los sueldos son limitados, aflora toda la condición de xenofobia, la etnodiferenciación, los problemas de indocumentación y las dificultades de auxilio por parte de las instituciones del Estado, vulnerabilizándolos en el día a día, mientras dura la crísis.

Un país receptor como Chile -y sus empresarios- se beneficia del drama haitiano; los brazos del inmigrante caribeño son más baratos que los locales. Y la racialización no hace más que naturalizar una condición de abuso mientras no se tengan las fortalezas necesarias (i.e. regularización migratoria, redes e instituciones de apoyo a inmigrantes, conocimiento de la legislación), cuestionando toda idea de incorporación en el marco de una economía neoliberal y reforzando la imagen de pobreza que se tiene sobre la isla y sus habitantes.

En estas condiciones económicas y políticas entrecruzadas, surgen los imaginarios sociales locales como producción de creencias e imágenes colectivas, esto es, las imágenes construidas sobre los otros y nosotros, sobre lo conocido y desconocido, basadas en las subjetividades y contextos concretos donde se expresa y recrea la experiencia del migrante. Desde esta perspectiva, la capacidad de imaginar (antes, durante el proceso de ajuste y en el asentamiento de los inmigrantes) permite devenir sujetos a los individuos, enfatizando la pluralidad de sus experiencias de cara a esta economía política. Es por esto que el imaginar como deseo que las cosas sean de una determinada manera, se vuelve un concepto relevante al momento de estudiar fenómenos como la migración, ya que el migrante -siendo parte de la trama- es por definición un individuo que observa desde afuera, tratando de asimilar lo que percibe, pero sin manejar la misma pauta cultural que el grupo con el que interactúa. Así, entonces se suma a las ansiedades y aprehensiones del proceso migratorio el hecho de lidiar con aquellas construcciones imaginarias de la sociedad de destino (Gissi, Pinto y Rodríguez, 2019).

MÉTODO

A partir del trabajo de campo realizado entre los años 2018 y 2019 en las comunas de Santiago, Estación Central y Quilicura en la ciudad capital de Santiago, se realizaron entrevistas en profundidad a 28 mujeres y hombres migrantes de nacionalidad haitiana[13], quienes al momento de la entrevista llevaban entre dos y cinco años de residencia en el país, y tenían entre 21 y 53 años de edad, con predominancia de edades situadas entre los 27 y 35 años. Estas comunas fueron seleccionadas para dar cuenta etnográficamente de la heterogeneidad social y urbana de la capital, respectivamente centro, peri-centro (Estación Central) y periferia, espacios en los que se están desarrollando nuevas formas de interacción social y segregación, debido a la modificación de las ocupaciones espaciales y la etnodiferenciación social durante la última década.

Para realizar este análisis cualitativo, los participantes relataron en las entrevistas por qué decidieron emigrar hacia Chile, el itinerario de su trayectoria, cómo ha sido la experiencia de habitar en Chile, qué hechos han sido positivos, negativos o extraños en su convivencia con chilenos, especialmente respecto a los ámbitos económico, político, cultural y espacial de la incorporación o exclusión social, y cómo se imaginan su futuro, quedándose en Chile, regresando a su país de origen o re-emigrando. El contenido de las entrevistas fue analizado por medio de una malla temática que se construyó a partir de la pauta de entrevista que contenía una ruta de 50 preguntas. El proceso de codificación se realizó paralelamente al de categorización, incluyendo categorías emergentes. Finalmente, se utilizó el software Atlas-ti 7.0, el que permite visualizar patrones y difundir los resultados. Construimos una ficha técnica de registro que está bajo custodia del equipo de investigación para asegurar resguardos bioéticos, con un criterio de identificación y su sexo, lo que nos permitía recurrir a la entrevista.

Esta producción de datos primarios se complementó con la búsqueda de información que entregan las bases de datos estatales, INE (2019), encuesta CASEN[14] (2017), Censo 2017 (INE, 2018) y del Departamento de Extranjería y Migración (DEM), del Ministerio del Interior y Seguridad Pública.

RESULTADOS
Visualizando las causas de la migración hacia Chile

La población haitiana tuvo un claro crecimiento en Chile durante la última década. Es de destacar que el Departamento de Extranjería y Migración (DEM) tiene dos fuentes de información para configurar la dinámica de la población extranjera en el país: el otorgamiento de permisos de Permanencia Definitiva (PD) y los permisos de residencias temporales o Visas Temporarias (VT). Al año 2014, 1.649 personas eran de origen haitiano, lo que representa un 0,4% del total de extranjeros. De esta cifra de población haitiana, 60% serían mujeres y 40% hombres. Sin embargo, el año 2015 aumenta a 5.244 visas otorgadas. Estas se distribuyen entre la Región Metropolitana con un 97.4 %, 0.8 en la Región de Valparaíso (a 100 km. de distancia) y 0.4 en la Región de Coquimbo (a 490 km. de distancia) (Rojas et al. s/f). Después, aumentaron visiblemente durante los años 2017 y 2018 y bajaron en 2019, dadas las políticas implementadas por el Presidente Sebastián Piñera en su segundo mandato (2018-2022).

Se reconoce en los discursos de los haitianos determinados imaginarios migratorios en base a tres factores respecto a la venida a Chile: 1) de proximidad (geográfica, espacial, con posibilidad y frecuencia de tránsito vía República Dominicana), 2) de cercanía social (histórica y cultural, presencia de fuerzas de paz de Naciones Unidas), y 3) de estabilidad político-económica en Chile, que posicionan a Chile positivamente frente a otros referentes migratorios (Índices de Desarrollo Humano). Dentro de una migración Sur-Sur, los haitianos han identificado en Brasil y Chile nuevos destinos con promesas de seguridad y posibilidades reales de ingreso regular, a diferencia de Estados Unidos, Canadá, Francia y España que habían sido tradicionalmente sus destinos migratorios. Las informaciones de flujos a Brasil y Chile indican que estos países sudamericanos serían destinos eventualmente transitorios en sus proyectos migratorios, en la medida que hay redes de más antigua data ya afincadas en los países del Norte. Algunos testimonios retratan esta situación diáspora:

“tengo familia en Estados Unidos (tres tíos), en República Dominicana (familia de mi madre), Brasil (dos primos), en Francia (una tía), y en Chile (dos primos)” (Hugo, 23 años).

A pesar de los pocos estudios que existen acerca de las rutas migratorias y los motivos que hay para elegir a Chile como país de destino, se han identificado dos grupos de población haitiana. Un primer grupo, “con recursos económicos y culturales que durante algunos años privilegió ir a Brasil por un grado de afinidad cultural y que sólo en base a la crisis actual, ha escogido dirigirse a Chile o, incluso, trasladarse desde Brasil hacia Chile”. Un segundo grupo, identificado “en base a la precariedad económica y a deudas contraídas, y en muchos casos frente a la profunda exclusión social que les depara República Dominicana como destino próximo, asumen ‘el riesgo’ de buscar nuevas perspectivas de vida en Chile” (Rojas et al. 2015, 224).

En los registros de las entrevistas se observa un bajo nivel de conocimiento pre-migratorio sobre Chile. Más allá de ciertas generalidades, destaca la asociación con un país seguro y con un mayor nivel de desarrollo que Haití. Chile sería un país más accesible para iniciar un proyecto migratorio que Estados Unidos, Canadá o Francia; se lo considera inicialmente como un país menos racista que Estados Unidos o República Dominicana, y se lo describe con una situación económica relativamente mejor que Brasil. Al margen de dichas causas estructurales que corresponderían solamente a ciertos desequilibrios en términos de desarrollo (Portes y Borocz, 1989), no se puede dejar de lado otro tipo de factores que tienen que ver con formas históricas de contacto o penetración previa (militar, económica o cultural) del país de destino en el país de origen, que vuelve a ciertos países especialmente atractivos para los migrantes (ibid: 608). Por cierto, esto responde también a la existencia o no de redes de apoyo en el destino en que se piensa llevar a cabo el proyecto migratorio.

Un primer ámbito que aflora como encuadre, refiere a la disonancia de expectativas en la medida que la inserción “no era tan fácil como se pensaba” y más aún si “no se cuenta con formación especializada”. En general se desempeñan en trabajos precarios: en bodegas, limpieza, ventas por cuenta propia o como dependientes en almacenes y verdulerías, reponedores y auxiliares de supermercados, construcción, gasolineras, en cuidado de parques y jardines, además de la agricultura y otras actividades rurales. Otros, los menos, con trabajos más formales como dependientes en talleres o en conducción de vehículos de reparto.

Este proceso Margulis (1999: 17) lo denominó como racialización, entendiendo un esquema de percepciones y modo de clasificación de amplio espectro de personas, grupos y sectores poblaciones identificados como populares, que viven en condiciones de precariedad, los que son evaluados en virtud de atributos corporales, estéticas, formas de consumo y prácticas. El esquema clasificatorio es adverso como construcción de repertorio inicial de posibilidades y conduce a una devaluación, inferiorización y marginación, ya que establece sistemas binarios: deseable-no deseable; bueno-malo; mejor-peor; legítimo-ilegítimo[15].

En un primer ámbito se trata de “racialización de las relaciones de producción”, en cuanto adscribe a un segmento social a una posición que queda definida por el trabajo precario y rotativo, hasta alcanzar estabilidad, confianza y conocimiento de algunas claves para negociar desde alguna fortaleza. Un segundo ámbito son las apreciaciones de una condición de “soledad” y urgente necesidad de la construcción de redes de apoyo, poniendo una voz de alerta sobre su salud mental. Los migrantes suelen transmitir hacia Haití que se encuentran “bien”, aunque cuenten con pocas amistades chilenas y un incipiente contacto con otros compatriotas. Todos/as extrañan a la familia y envían remesas de dinero en la medida de lo posible, pero se ven imposibilitados de ir y volver para tener un contacto directo. En los casos más dramáticos, confiesan que desearían “traerse a todos” (familiares y amigos) por las condiciones de mayor seguridad y la necesidad de compañía. La situación de expulsión (como bien plantea Sassen, 2015) es bastante clara y se expresa en los siguientes testimonios:

Jorge: “Muy difícil la situación. La política era mala, el dinero escaseaba y qué decir de la seguridad. El peligro acechaba en cualquier esquina… ver gente muerta era pan de cada día… Vivía sin luz y la comida escaseaba… Una vez que viajé a Chile, mis problemas acabaron, ahora vivo tranquilo…” (25 años).

José: “Trabajaba en una radio evangélica, no terminé los estudios… En Haití no había nada, no había comida. Acá hay…Mi familia sufrió mucha hambre y ya no quiero esa situación. Si tengo a toda mi familia sería muy feliz. Quiero trabajar mucho para tener plata y traerlos a todos y que no sufran más….” (38 años).

Al intensificarse las conexiones entre el país de destino y la sociedad de origen, el proceso transnacional cambia cualitativamente, abarcando dimensiones sociales, políticas y culturales más allá del carácter de los proyectos migratorios iniciales (Portes, 1997: 15) asociados a la generación de un nuevo proyecto de vida. Dicho fenómeno tiene implicancias importantes y disonantes para los migrantes y los potenciales migrantes, al hacer conscientes los bemoles asociados desde el momento previo a la decisión de la migración como al transmitir hacia Haití hoy una determinada imagen de Chile -mayor o menormente velada, larvada, explícita, auspiciosa, segura, confiada-, la que probablemente sea móvil conforme pasa el tiempo. Todos y todos tratan de transmitir que están “relativamente bien”, o que “están saliendo adelante”.

Significando las movilidades de otros, de nosotros y las mías: trayectorias inconclusas de incorporación

Son las referencias de viajes, de muchos viajes emprendidos por otros y otras, las que inspiran los desplazamientos así como el frenesí y las modalidades que se adoptan en los itinerarios. Aquí, etnográfica y etnológicamente encontramos en la experiencia un cierto saber social, apoyado por una oralidad de los procedimientos empleados por otros inmigrantes para abrir las rutas. En estos términos hay modalidades aprendidas de significar los viajes, ya que ello caracteriza las formas de experiencia migratoria (Jensen, 2013). Se trata de una memoria pionera del cómo hacerlo, de los momentos, las oportunidades, los contactos, las redes. A veces, el cuándo y cómo, dependen de un número telefónico, una referencia lejana, porque un dato puede tener incidencias determinantes en la trayectoria y en la relación primera con la otredad, ya sea como éxito o como frustración.

Mirado así el proceso, los inmigrantes son quienes cambian el eje de sus vidas. Trasladan sus vidas desde un socio-espacio a otro, entendiendo que en este movimiento hombres y mujeres deben negociar, reaprender a producir, reproducir e intercambiar elementos simbólicos y materiales para generar condiciones de sobrevivencia y dar curso a sus inquietudes, necesidades e imaginarios. En este sentido, históricamente los países que cuentan con mayor estabilidad democrática, y cuotas importantes de estabilidad social y condiciones permanentes de incorporación, son más receptivos políticamente a facilitar la inmigración, ya que a partir del aprendizaje crean las condiciones institucionales adecuadas. Por eso mismo, una vez instalados los inmigrantes en el Estado de recepción, los derechos no reconocidos se convierten en eje de sus reclamos. Pero precisamente, las diversas crisis del Estado de bienestar, o políticas neoliberales radicales y exacerbadas como la chilena, han puesto en duda el modelo integrador que les caracterizó en el pasado. De este modo, los inmigrantes entendidos como actores comunes que solicitan beneficios, se encuentran a la deriva ante el sistema solidario de prestaciones que representa el Estado de bienestar, lo que cuestiona la libertad equitativa, extrae lo que fortalece las posibilidades de autorrealización y la autonomía personal, es decir, excluye de lo común, de los ciudadanos, de los derechos.

En Chile todo inmigrante debe entender prontamente que el modelo socio-económico (hoy en crisis de legitimidad ciudadana, con una protesta nacional de ya de más de tres meses, que ha sido caracterizada con la frase “Chile despertó”) opera en base a tres ejes: 1) sobre una economía primaria, de escaso valor agregado; 2) una amplia base de trabajo comercial e informal de baja calificación y baja productividad; y 3) que sólo “algunas” certificaciones profesionales operan como movilizador profesional. Por ello, aunque algunas comunidades migrantes puedan internamente dividirse y sub-agruparse por tener o no tener calificación, la inserción no es expedita. Esto significa que hay una gran base para trabajos sin calificación o de poca calificación profesional que son de libre acceso o despreciados por otros.

Sólo a algunos migrantes les es dado entrar e insertarse en plenitud, en la neoliberal sociedad chilena. Lo mismo que les acontece a muchos nacionales. Sin embargo, de un lado, parecieran aumentar las libertades a través de los mercados, de algunas instituciones y de las tecnologías de la información; de otro, también la violencia de políticas cada vez más excluyentes producto de un modelo migratorio securitista, hacen que la agresión pueda tener nombre propio y se dirija sobre grupos definidos, especialmente sobre coyunturas sociales, económicas y políticas que hagan revisar la condición de los inmigrantes y se los invite a retornar a su país, como lo hizo el “Plan Humanitario de regreso ordenado” con la población haitiana, que impide regresar durante nueve años[16].

Sus particularidades raciales y culturales crean cierta incertidumbre en la vida social chilena. Una incertidumbre frente a un “otro” que sostiene un orden de prelación sobre la identidad nacional imaginada (Gissi y Aliaga, 2017), los valores, los recursos y los beneficios. Los encontramos en la prensa escrita, radial, televisiva, y también en la WEB, en la filas para regularizar la condición migratoria, en papeleos, sacando una cédula de identidad, un permiso de trabajo, en los tribunales. Muchos están también en las iglesias, algunos en agrupaciones de migrantes, en el activismo construyendo una ciudadanía pluricultural, aunque constitucionalmente no exista como principio en el Chile de 2019.

Quizá lo más importante es si estos inmigrantes son parte de algún contrato social, pueden serlo y las condiciones de realización dentro de un marco de demandas ciudadanas de cambio de modelo económico y cultural. Entre lo singular y lo colectivo, entre lo particular y la institucionalidad, está el Estado y su política migratoria con grandes vacíos sobre el quiénes y para qué. Lo que es cierto, es que la condición del inmigrante ubicado en un interregno en el plano del reconocimiento y su papel social, demuestra que se han roto los acuerdos basales que sustentan el contrato social y la condición de ciudadano; algo se ha violentado, algo se ha sustraído en el reconocimiento. La condición migratoria contiene una vertiente segregadora, sea política, económica, de violencia institucional, de inseguridad; una condición que hay que explorar, ya que es parte del debilitamiento de un orden social e institucional que no logra dar forma orgánica al peso que posee la multiplicación del espacio. Una situación que dentro de la insularidad en la que ha vivido Chile, habrá que tratar en la construcción colectiva de una nueva Constitución, durante los próximos meses y años, ya que salvo sectores nacionalistas fanáticos y radicales puedan argumentar en favor de la no participación de aquellos y aquellas que pagan impuestos, tienen hijos chilenos que asisten a las escuelas y servicios de salud, y que se han nacionalizado como los que llegaron en el siglo XIX y XX.

Vulnerabilidad y racismo en el marco de una sociedad neoliberal y en vías de desarrollo

Las relaciones entre chilenos y haitianos requieren de un encuadre específico: la vulnerabilidad en la que están situados. Ésta puede ser definida como concepto relacional y social, que articula contradicciones y conflictos (Bohle, 1993) en distintas dimensiones de la vida en común, y no se puede separar de un escenario de riesgo. Esto, por una parte, porque es un individuo o una familia la que toma una decisión en la que se abandona un lugar, los bienes, el trabajo cuando tenían, y los medios que permiten el sustento y el conocimiento que se tiene en términos estratégicos. Por otra parte, es una apertura a la incertidumbre, ya que ningún migrante controla la eventual posibilidad de recuperación de lo que ya tenía, o lo que podrá conseguir. El desheredado, el que no tiene trabajo y no ve futuro transita, sin la certeza del lugar último en que encontrará condiciones para el arraigo. Este lugar es ontológicamente indeterminado e indefinido, y son los imprevisibles movimientos marcados por la errancia, la búsqueda y el reconocimiento, los que establecen el forzado camino para encontrar una nueva certeza. El inmigrante requiere datos fidedignos frente a lo menesteroso que le resulta la sociedad nueva, ya que no hay sistemas universales que procuren la certeza y la subjetividad que marca la vía transitada por otros, los desvíos, los caminos marginales, los laterales y los zigzagueantes. De este modo, respecto del asentamiento en Chile, los haitianos señalan como cuestiones medulares y de signo positivo y negativo, las siguientes experiencias: Aspectos negativos:

1. Valor y dificultad para conseguir vivienda, y la incomodidad e inseguridad de las mismas (caras, precarias y hacinadas).

2. Las distancias espaciales existentes entre la residencia y el trabajo.

3. La lentitud en los procesos de documentación y tiempos de espera para conseguir las visas que den cierta estabilidad, y que permitan el acceso a un trabajo formal.

Los aspectos regulatorios juegan un papel importante. No es sólo la lentitud de los trámites sino la cantidad de requisitos que se empiezan a sumar. Por ejemplo, Óscar sostiene:

“el proceso es en sí es bastante engorroso. Se necesita un contrato de trabajo, pero para éste se necesita un carné de identidad, y para este último, 8 meses de imposiciones con contrato; entonces, se hace un círculo vicioso que, muchas veces, impide la legalidad. Para mí, este problema burocrático significa el principal obstáculo para la correcta integración de los extranjeros en Chile… estoy en proceso de obtener la permanencia definitiva, pero para eso necesito pasar ocho meses seguidos de pago de impuestos. Por el momento estoy en visa temporal, la cual vence en noviembre” (27 años).

4. Poca transparencia en los contratos de trabajo, actividades laborales precarizadas y la posibilidad incierta de obtener un mejor sueldo. En términos de posibilidades de mejora laboral, predominan experiencias ilustrativas como las de Beatriz, quien manifiesta su desazón:

“antes me gustaba Chile, cuando podía trabajar y había una esperanza. Eso era antes, ahora pienso que no era verdad. Yo tengo dos años en Chile, tengo carné indefinido y hace 6 meses que no tengo trabajo… en todas las entrevistas me preguntan si tengo permanencia indefinida… a las chilenas le pasan el uniforme y los bototos, y a mí me dicen que me van a llamar; los de otros países también pasan la entrevista. Solo quiero trabajar, solo eso me duele, sino me iría a Haití. Yo quiero estudiar enfermería y trabajar acá. Chile no puede ayudarnos, todo es muy caro acá. A mí me duele la cabeza pensar en eso” (24 años).

5. Procesos de discriminación y racismo. Sonia (30 años) expresa que la han tratado mal: “Mal, como con todos nosotros. Me han robado, sabiendo que no nos ayudan en carabineros. El chileno es racista, la gente es hiriente. Es difícil llegar a Chile. El idioma te cierra puertas. Si no sabes español, no puedes hacer nada... y uno escucha: ‘estos negros nos quitan la pega’”.

6. Dificultades con el idioma, lo que es una limitante para hacer trámites o conseguir trabajos de mejor estatus.

7. El alto costo de la vida, vida cotidiana muy cara (especialmente comer y pagar arriendo); y acceso a la vivienda definitiva. Las condiciones de vida en Chile suelen generar desilusiones, como señala Néstor:

“uno tiene un sueldo base de 301 (mil)[17], bueno ahora lo subieron, y cuando uno está pagando una casa completa está arriba de los 400, y uno tiene sueldo base de 301, entonces no es como las cosas parecen… no tienen sentido. Como que uno no se encuentra con una vida mejor acá, como que uno salga de su país a buscar una mejor vida y cuando uno llega acá a veces se dan cuenta que no es así, porque llegas a un país donde tu sueldo base vale menos que la cantidad que estay pagando una casa, no estás viviendo… Por eso tú puedes ver que te dicen que las personas viven en zonas muy fuera de Santiago (muy alejadas de sectores centrales, de baja conectividad y pocos servicios). ¿Y por qué pasa eso?, porque ahí pueden encontrar que una casa que tiene un precio más bajo, pero eso no significa que estén bien porque uno se pasa de frío…” (29 años).

8. Algunos perciben que “los chilenos no están preparados para el multiculturalismo”.

9. No viajan a Haití por su condición migratoria a veces no regularizada, que podría imposibilitarlos de volver, y por el alto valor de los pasajes en relación a sus sueldos.

10. El frío característico del invierno chileno.

Por su parte, los aspectos positivos más destacados hacen alusión a:

1. La ayuda que ofrecen iglesias cristianas, que operan como instituciones de acogida y socializadoras.

2. “Los que llegaron antes tendrían muchas mayores facilidades”, ya que les permite ser traductores y asesores frente a los recientemente llegados.

3. El acceso gratuito a algunos servicios públicos: hospitales, consultorios, escuelas.

4. A los que ingresan a la educación superior se les abren amplias posibilidades de incorporación.

Estas realidades positivas generan discursos como el de Emilio (24 años): “Yo y mi familia queremos quedarnos a vivir para siempre”. Óscar (27 años), señala: “hay mucha ignorancia en lo que respecta a mi cultura y nacionalidad, hay gente que te insulta en la calle y cosas por el estilo, pero yo busco ver todo en una forma optimista”. Néstor indica aspectos positivos y negativos: “Me gustan los chilenos porque son muy cariñosos, pero no me gusta que tomen y fumen mucho. Solo por el clima no me gusta mucho Chile, lo demás está bien…”.

De este modo, como sostiene Delaunay, “los movimientos de personas son quizás, antes que nada, estrategias para acercarse a oportunidades contextuales más favorables” (2007:89). Sin embargo, es evidente que las aspiraciones tiendan a verse frustradas en un país como Chile, en la medida que territorialmente la segregación espacial y el mercado segmentado de la vivienda son indicadores de una posición en la estructura social. La extensión de la ciudad, se expresa como un gran erial en la medida que al salir de las zonas centrales y de conectividad de la red de metro, la ciudad moderna palidece, se hace difusa y desconocida. Y para muchos haitianos y haitianas, es la única alternativa de ciudad posible y conocida.

En este momento la población haitiana, como también muchos chilenos, están mayoritariamente ubicados en los estratos correspondientes a la pobreza. Simultáneamente, los elementos para mantenerse en una suerte de “flotación” y que faciliten la permanencia y persistencia, se relacionan a una imagen compartida: el trabajo informal o ambulante, asociado al comercio de ropa china, bisutería (objetos de adorno personal que imitan joyas), refrescos y golosinas, o preparación de comida en las calles. También se trata de la tercerización o externalización de las faenas, la flexibilidad, el contrato a plazo fijo, el trabajo por horas y la informalidad de gran parte de las fuentes laborales, que constituyen el acceso a trabajo ubicado en tramos de mano de obra barata. Condición muy coherente con la baja calificación de la mayoría de los entrevistados, lo que va generando una naturalización que se estabiliza como un habitus en términos de Bourdieu, pero distante de las exigencias de una economía más global, o a tono con los índices de educación terciaria del país. La cualificación o la certificación de un inmigrante es una cuestión bastante difícil de ajustar a las condiciones chilenas.

Imaginarios de futuro: ¿quedarse a vivir en Chile?

Para establecer un contrapunto entre el acá (Chile) y el allá (Haití o República Dominicana), entre el trabajo y la expectativa de mejora, considerando el rol de la iglesia evangélica, las nuevas redes que ofrecen ciertas coberturas, el reconocimiento como promesa de entendimiento ético (Taylor, 1993) y estabilidad, indagamos sobre sus proyectos de vida y específicamente cómo imaginaban su vida en cinco años más. Las respuestas nos señalan:

“Quiero una casa, es lo mejor para mí y mi esposa. Ella también es haitiana. Con ella nos conocemos hace 5 años y queremos tener hijos, pero con nuestra casa propia. En 15 años quiero estar con un trabajo, mi casa y mi familia felices” (Daniel, 30 años).

“en 5 años más me imagino viviendo en Santiago con mi familia, mi madre y mis hermanos. Trabajando en un mejor lugar… me gustaría tener más dinero” (Óscar, 27 años).

“Cuando uno puede hacer un negocio, ganar plata, entonces uno puede decidir quedarse a vivir…” (Andrés, 27 años).

Jorge, llegado en 2017, con sus padres en Haití, con experiencia de vida en República Dominicana - donde están sus hermanos-, y con primos en Brasil, reconoce la necesidad de buscar oportunidades como medio de sustento y generar expectativas. Señala:

“Extraño a mis padres y mis amigos de la infancia… pero lo que no echo de menos, definitivamente, es la pobreza…siento que en esta parte (en Chile), encontré una vida un poco mejor para mí. En 5 años más quiero cumplir con mis sueños, pero en 15 años más me gustaría estar terminando una carrera de estudios y trabajar en aquello de lo que me he titulado…Para mí, cumplir un sueño es una cosa muy sencilla. Solo tengo que ver una persona que esté en un nivel más alto que el mío y preguntarme: ¿puedo llegar a ese nivel? Entonces, desde ahí empiezo a trabajar mucho, porque para mí todo lo es mi sueño. Me iría sólo si lo que hago no me da frutos… Así es la vida” (26 años).

Emilio (24 años), reconoce sus propios avances, y cree que es posible cambiar su vida en Chile:

“En cinco años más me proyecto trabajando en lo que me gusta hacer; juntar dinero para poder comprarme una casa. Pienso que en 5 años más mi hijo tendrá entre 5 y 6 años, irá al colegio y tengo que ver dónde va a estudiar. Y en 15, mi hijo va estar estudiando. Yo quiero que estudie humanidades. Yo me voy a encontrar mejor de lo que estoy ahora, y voy a tener un dinero ahorrado para que siga estudiando”.

Por su parte Fernando, responde frente a la misma pregunta:

“me imagino con una familia, mi vida estable y tranquila, con mucho cariño. Tengo que tener confianza en Dios y después trabajar y guardar dinero. Así, pienso de poco a poco, voy donde me gustaría. En este momento pienso quedarme en Chile” (27 años).

Se observa una visión positiva en la medida que se pueda trabajar de manera estable, generándose un cierto arraigo considerando que la posibilidad del regreso hacia Haití es bastante incierta, pues las noticias hablan de agudización de problemas sociales y políticos, así como económicos, de disponibilidad de dinero líquido y de acceso a crédito. Reemigrar a otro país también se hace difícil pues implica tener ahorros, especialmente cuando se tienen hijos la decisión es mucho más compleja. Más bien, esta posibilidad se restringe a personas solteras y sin compromisos ni arraigos fuertes. Sin embargo, existe una crítica compartida sobre la sociedad chilena, que marca el acento en dos cuestiones centrales: el miedo a lo distinto y el individualismo. Al menos tres testimonios lo expresan con claridad:

“Para las personas negras, igual es difícil integrarse, ya que los chilenos le tienen miedo a lo distinto” (Emilio, 24 años).

“Lo que no me gusta de los chilenos es que son individualistas y se quedan en las apariencias…En el primer trabajo me costó mucho integrarme, hacer amistades y relacionarme con mis compañeros de trabajo, son muy individualistas…” (Daniel, 30 años).

“Hay mucha ignorancia en lo que respecta a mi cultura y nacionalidad, hay gente que te insulta en la calle y cosas por el estilo, pero yo busco todo de ver en un forma optimista… pienso que los niños son los que se integran con mucha mayor facilidad, ya que no vienen con muchos esquemas culturales, y al relacionarse desde temprana edad son aceptados por sus pares sin prejuicios o barreras de lenguaje…Extraño la vida en Haití, donde se veía gente sonriendo a diario y música en todas partes. Acá, en cambio, se ve una actitud mucho más individualista y poco comprometida con su entorno. Haití es mucho más colorida frente al gris de Santiago” (Óscar, 27 años).

Este último testimonio corresponde a alguien que trabajaba como promotor en una ONG en Haití, y con dominio del español tras su paso por República Dominicana. También algunos discursos diferencian las dificultades para hombres y mujeres, como el de Andrés:

“En el mundo hay gente buena y gente mala. Por eso, cuando un chileno me trata mal, no pienso que todos los chilenos son malos; y, cuando alguien me hace bien, también sé que hay malos. Es difícil integrase, ya que es distinto idioma y la forma de vida, y de ahí es empezar a adaptarse al estilo de vida nada más. Personalmente es más fácil para un hombre integrarse, cuesta menos encontrar trabajo”.

María (26 años), que aprendió español en República Dominicana, coincide en que hay discriminación de género: “los dueños creen que una puede salir embarazada, y ‘después tengo que darle seis meses, y después cuatro más’”. Beatriz (24 años), destaca los abusos laborales:

“Si todo el día es trabajar… es muy duro… ¿y qué hago después? Yo antes trabajaba de siete a siete… Y después dije que no podía tanto y me echaron… Por eso no tratan muy bien a la gente haitiana. La gente haitiana sabe hacer muchas cosas, yo solo quiero una oportunidad”.

Consultados/as acerca de las posibilidades de articulación a través de algunas instituciones formales o informales, destaca la no participación en instancias de agrupamiento colectivo, instancias de encuentro, protección, orientación y asesoramiento. Pese a que las redes son importantes para trabajar, estudiar y conseguir alojamiento, asuntos que son difundidos vía soportes telefónicos y redes virtuales, la dispersión por distintas comunas periféricas y barrios con servicios deprimidos, ha impedido fortalecer la propia cohesión e instancias como “la casa de Haití”, y al Estado le ha faltado visión para ayudar a generar este tipo de iniciativas, lo que favorecería la posibilidad de una interlocución más clara con este colectivo, comprender sus necesidades, regularizar de manera más expedita su condición migratoria, y favorecer los derechos humanos y su protección.

CONCLUSIONES

Lo que está en juego con los procesos migratorios ya en la sociedad de destino, es la posibilidad de incorporación, la aceptación, la calidad de los “nuevos” vínculos sociales, y el aprender a vivir juntos en un país que ha tendido a vivir insularmente, como Chile. En este punto, todo indica que el Estado chileno no ha tenido la responsabilidad ética esperable de un Estado moderno luego del ingreso masivo de inmigrantes haitianos, pues éstos han sufrido abusos individuales y colectivos, no respetándose sus derechos, y asignándoles tipos de visados (visa consular de turismo simple, en abril de 2018) que tienden a excluirlos de la chilenidad. Menos aún, sobre la procuración de espacios de encuentro, de interculturalidad, de un diálogo horizontal.

Debemos reconocer que en las políticas migratorias hay hoy una perspectiva difusa, que pone en cuestión, o al menos en tensión, los presupuestos de los estudios migratorios, entre perspectivas de derechos versus enfoques de securitización. En el caso presentado, entre el viaje, la llegada y el avecindamiento, hay un evidente origen del proceso migratorio en el colectivo haitiano: la desintegración de la figura del nosotros interno y un proceso de desinstitucionalización de la vida en su propio país. Como hemos apreciado a lo largo de estas páginas, por una parte, lo que se disuelve es la idea de la comunidad nacional, la fragilización de la confianza, la proximidad, la violencia y la muerte que ha recorrido las calles de los distintos lugares (urbanos y rurales) de origen en Haití, el que ha sido calificado como un Estado fallido. Al parecer este origen de nación con fama de poco desarrollada, sumado a la piel negra de la mayoría de los haitianos y a la ausencia de una política migratoria, no les ha ayudado a tener una recepción hospitalaria de parte del Estado y sociedad chilena.

Los bemoles de la trama haitiana están asociados a la pérdida de las seguridades básicas, a una cohesión nacional que se ha disuelto por conflictos internos típicos de una historia neocolonial. Como se revela en los testimonios y el análisis, el nuevo esfuerzo es encontrar una estabilidad en Chile, una proximidad diferente, un reconocimiento dentro de la diferencia, afiliaciones gratificantes en un país diverso y exitista, pero que lucha contra sus propios fantasmas: vivienda, salud, educación, pensiones, precariedad laboral, deudas, segregación socio-espacial, discriminación. Todo el trayecto haitiano es una lucha contra las condiciones de vulnerabilidad y la ampliación de los derechos sociales. Una lucha por reconocimiento cuyos marcos son dobles en una sociedad chilena presente que se caracteriza por la acentuación del individualismo, la disolución de lo colectivo, y la profunda polarización entre “el pueblo” y la élite, exigiendo disminuir las desigualdades características de los últimos 40 años.

Quizá la dimensión más denigrante que se enfrenta sea el hacinamiento residencial, pero que los iguala a muchos chilenos precarizados y escondidos en la marginalidad de los barrios desprovistos de todo servicio, por lo que aquello que está en el proyecto viajero suele no corresponder a lo vivido. De este modo, la interpelación de haitianos y no haitianos es hacia la construcción de nuevos vínculos y la cobertura de servicios sociales que el Estado neoliberal no provee de manera adecuada, o que como Estado subsidiario sólo asegura de manera parcial a toda la población. La pérdida de Haití como país, en el sentido que su vínculo se vuelve indirecto a través de elementos digitales dado lo oneroso de los viajes, implica la pérdida de una comunidad de referencia para el diario vivir y asumir que con ello se refuerza una nueva condición: la ausencia de derechos (aunque existan de manera formal) como recién llegados, especialmente cuando no se tiene una documentación al día. Más aun cuando no hay un convenio entre ambos países para convalidar los títulos universitarios, lo que los transforma en parte del segmento laboral más precario.

La meta de una buena incorporación se constituye como una combinatoria de dimensiones que va desde lo económico a la autorrealización como persona. Los haitianos se confrontan desde la búsqueda de una nueva estructura de oportunidades, con un país que enrostra permanentemente las dificultades de movilidad social, que tiende a mal mirar como pobres a la población afrodescendiente y culturalmente distinta, más aun cuando los nacionales tienen problemas de empleo y racializan su frustración. Los testimonios dan cuenta de trabajos flexibles, abusos en los arriendos de vivienda, bajos salarios, poco reconocimiento de sus capacidades y de sus estudios. Todo este conjunto de dificultades refiere a una fuerte segmentación en el mercado laboral de los haitianos, en cuanto los trabajos son de baja calificación, y también -en muchos casos- abusivos desde el punto de vista de las horas trabajadas, lo que también retrasa la posibilidad de continuidad de estudios o estudiar el pregrado en Chile. Sin embargo, las expectativas suelen ser quedarse en Chile, en la medida que se tenga un trabajo estable que permita generar un nuevo proyecto de vida.

Material suplementario
Referencias
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Delaunay, D. (2007) “Relaciones entre pobreza, migración y movilidad: dimensiones territorial y contextual”. En Notas de Población, CEPAL Nº84, pp. 87-130.
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Taylor, CH. (1993) El multiculturalismo y la “política del reconocimiento”. FCE, México.
Notas
Notas
[1] Este artículo es producto del Proyecto Fondecyt Regular 1200082 “Construyendo el futuro desde Chile: Prácticas, imaginarios, y arraigos entre migrantes venezolanos, colombianos y haitianos residentes en Santiago y Valparaíso” (2020-2024).
[4] República Dominicana marca tempranamente el viaje de haitianos y haitianas, ya que se siente su población más blanca y más hispana, frente a la “negritud” y “africanización” de los vecinos. Asimismo, a pesar que la globalización, y dentro de ella la migración, cuestiona la idea de lo nacional, en este caso racializa laboralmente la presencia extranjera haitiana, imputando juicios, y también generando procesos de deportación.
[5] El terremoto del año 2010, de magnitud 7 en la escala de Richter, es considerado el más importante y grave desde 1842. Fue particularmente destructivo por lo superficial, generándose solo entre los 8 y 13 kilómetros bajo tierra. Se estima entre 316.000 los muertos y 350.000 los heridos, quedando 1.5 millones sin hogar.
[6] “Para este grupo poblacional, la Argentina difícilmente hubiera sido un destino migratorio si no fuera por la facilidad que presentaba a su ingreso y la gratuidad de los estudios universitarios” (2016).
[7] Las visas de refugiados tienen un componente muy importante, porque obligan a los países oferentes a hacerse cargo en muchos de los asuntos de instalación y residencia de los migrantes.
[8] Una cuestión muy distinta será la posibilidad que las instituciones públicas puedan dar reconocimiento a la cultura de la diferencia y a las identificaciones pasadas y presentes, ya que lo importante es cómo se produce el proceso de recreación propio y de todos aquellos con los que se interactúa. Por ello, lo importante -siguiendo a Taylor (1993)- no es la singularidad a través de la atomización, sino la construcción dialógica que permite la construcción y expresión de las diferencias.
[9] Siguiendo a Castoriadis (1975), entendemos que el imaginario no corresponde a la “imagen”, sino que es la condición de posibilidad y existencia para que una imagen sea “imagen de” lo deseable.
[10] Resaltamos la idea de subsidiario, ya que la Constitución establece derechos fundamentales, aunque no los garantiza. Por ejemplo, el Estado “ayuda” al acceso a la vivienda traspasando parte del valor de un inmueble (subsidia parte del costo), pero el camino para acceder a éste y como única formula para los sectores más carenciados, es a partir del ahorro previo de un individuo.
[11] Usamos la idea de plenitud para referirnos a dos cuestiones centrales: al reconocimiento público de derechos básicos universales y abstractos; y, a las necesidades particulares específicas que pueda tener como colectivo inmigrante.
[12] Chile está considerado uno de los países más caros del continente. En particular, Santiago, que concentra la riqueza y el 42% de la población, es una ciudad altamente segregada en términos espaciales y de localización de servicios.
[13] En este artículo se utilizan pseudónimos para mantener el anonimato de los participantes del estudio, indicando por tanto sexo así como edad para cada interlocutora o interlocutor.
[14] Encuesta de Caracterización Socioeconómica de Hogares.
[15] Esta posición es lo que permite establecer la condición inferiorizada, devaluada o negada de “lo indígena” o “lo negro” en el marco de las relaciones sociales, es la misma posición que alcanzarían algunos tipos de inmigrantes.
[16] El Estado de Chile, previa inscripción, pone a disposición y sin costo para quienes expresen su voluntad, “vuelos humanitarios” de retorno a Haití.
[17] Entre 400 y 500 USD.
Notas de autor
[2] Este artículo es producto del Proyecto Fondecyt Regular 1200082 “Construyendo el futuro desde Chile: Prácticas, imaginarios, y arraigos entre migrantes venezolanos, colombianos y haitianos residentes en Santiago y Valparaíso” (2020-2024).
[3] Dr. en Antropología (UNAM, México), Investigador del Centro de Vulnerabilidades e Informalidades Territoriales-CINVIT, Facultad de Arquitectura, Universidad de Valparaíso. Email: juan.rodriguez@uv.cl. Orcid: https://orcid.org/0000-0002-8451-2200
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