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Árbol Las Villaflor. Identidad fragmentaria y memoria colectiva
Malena Haboba
Malena Haboba
Árbol Las Villaflor. Identidad fragmentaria y memoria colectiva
Tree. The Villaflor. Fragmentary identity and collective memory
Con X, núm. 5, 2019
Universidad Nacional de La Plata
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Resumen: «Árbol» es una crónica breve que narra la desaparición de dos mujeres militantes de las fap (Fuerzas Armadas Peronistas), Josefina Villaflor y Elsa Martínez Garreiro, que fueron secuestradas junto con sus parejas en la ciudad de Avellaneda (Buenos Aires, Argentina) por la última Dictadura cívico eclesiástica militar argentina. Cuñadas, compañeras y amigas, formaron parte de una familia emblemática para el sindicalismo argentino y para los derechos humanos: la familia Villaflor, cuya integrante más reconocida es Azucena Villaflor, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, detenida desaparecida en 1977.

Palabras clave:Villaflor, Dictadura, militantes, detenidas desaparecidas.

Abstract: «Tree» is a brief chronicle that narrates the disappearance of two women militants of the fap (Peronist Armed Forces), Josefina Villaflor and Elsa Martínez Garreiro, who were kidnapped along with their partners in the city of Avellaneda (Buenos Aires, Argentina) by the last military ecclesiastical civic Dictatorship. Sister-in-law, companions and friends, were part of an emblematic family for Argentine trade unionism and for human rights: the Villaflor family, whose most recognized member is Azucena Villaflor, one of the founders of Mothers of Plaza de Mayo, arrested disappeared in 1977.

Keywords: Villaflor, dictatorship, militants, detainees disappeared.

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Artículos

Árbol Las Villaflor. Identidad fragmentaria y memoria colectiva

Tree. The Villaflor. Fragmentary identity and collective memory

Universidad Nacional de Avellaneda, Argentina
Con X, núm. 5, 2019
Universidad Nacional de La Plata

Recepción: 27 Julio 2019

Aprobación: 10 Noviembre 2019

Publicación: 02 Diciembre 2019

Árbol Las Villaflor. Identidad fragmentaria y memoria colectiva1

Mi vieja me había dicho: «Cuidá a tu hermana», y yo sabía que tenía que cuidarla. Cuando la secuestraron, me puso a Elsa a upa y me dijo: «Cuidá a tu hermana». Sería un «cuidala y que no te la saque nadie, pero para mí quedó como una especie de mandato eterno que no pude cumplir.

Laura Villaflor Garreiro

El sábado 4 de agosto de 1979 fue el último día que Raimundo Aníbal Villaflor pudo ver a sus hijas Elsa Eva y Laura Villaflor Garreiro. Fue secuestrado junto con su compañera, María Elsa Martínez Garreiro, quien sí pudo verlas en dos oportunidades más, bajo el régimen de visita que imponían los verdugos de la ESMA.2

Esa mañana, Silvia se levantó y salió de la casa en la que vivía con su madre, Clotilde Villaflor, para ir a trabajar a la mercería que tenía su tío, el papá de Celeste, en la que además de cintas, cierres y botones, vendían ropa, juguetes y alguna otra cosa, como en muchos negocios de barrio. Como era su costumbre, pasó antes por la casa de la calle Dante Alighieri, pero cuando llegó se encontró con la puerta de entrada tirada abajo y adentro todo revuelto, pisos levantados, papeles sueltos y otras puertas rotas. Salió rápido para la casa de lxs abuelxs Villaflor, ubicada a unas treinta cuadras de ahí, y les avisó lo que había visto: una casa vandalizada y las ausencias de su tía Negrita, de Pepe y de Celeste.

Enseguida, la abuela, Josefina Gómez Villaflor, fue a avisarle a Raimundo, su hijo mayor, lo que había pasado. Josefina tenía teléfono pero sabía que podía estar intervenido. Camino al teléfono público, se dio cuenta de que en el barrio había gente que no conocía y eso la hizo estar más alerta. Cuando estaba por llamar vio que un tipo la había seguido y se había quedado cerca. Marcó cualquier número y, simulando no poder comunicarse, dijo: «Me da ocupado, qué se yo». Colgó el teléfono y salió a tomarse un colectivo. Viajó unas cuadras, se bajó y tomó otro para el lado contrario, hasta que por fin logró comunicarse.

Pasado el mediodía, y luego de hablar con su madre, Raimundo entró a su casa de Manuel Estrada 2431, en el barrio de Sarandí. Con tono nervioso, le dijo a su compañera, la Petisa, que tenían que irse, ya. Agarraron un cajón de mimbre, lo llenaron con ropa y juguetes, lo cargaron en la camioneta y arrancaron para lo de lxs abuelxs Villaflor. Era una camioneta roja con caja de madera y una cabina en la que entraron Raimundo, Elsa y sus hijas, Laura y Elsita.

Lo que no está muy claro, o hay diferentes versiones, es el por qué del recorrido de la camioneta, los motivos, hacia dónde iban. Elsita apenas tenía 4 años, Laura era una beba y muchxs de lxs involucradxs están muertxs, desaparecidxs o no estuvieron presentes en este trayecto, por lo que la reconstrucción se ha hecho sobre la base de diferentes testimonios recolectados a través de los años; algunos personales, otros judiciales.

Raimundo era muy «mamero», dice Laura, y seguramente no se quería ir sin despedirse de su familia. Elsa recuerda que pasaron por la casa de lxs abuelxs Villaflor a buscar comida para el viaje y porque ella cumplía años la semana siguiente, el 10 de agosto. Lxs abuelxs Villaflor, en cambio, dicen que pasaron por su casa a dejarles alimentos, no a buscarlos. Otra de las incertidumbres era el destino de esa camioneta. Raimundo le dijo a su mamá que se iban a lo del Gordo, padrino de una de las nenas, pero al padrino de cada una de ellas le decían así: el Gordo Palacetti y el Gordo Ardeti. No obstante, por la amistad que los unía es más probable que pensaran dirigirse a lo de Ardeti. Lo cierto es que antes de irse pasaron por lo de lxs abuelxs, en Villa Domínico.

Estacionaron la camioneta en una casa con jardín al frente. Elsa bajó con su hija más grande y se puso a hablar con la señora de la casa, una mujer flaca, alta, joven, que años después las hijas supieron que podía ser Nora Wolfson, a la que le decían Mariana. Mientras conversaban, Raimundo, que vivió clandestino gran parte de su vida y tenía la costumbre de entrar a su casa por el fondo, atravesando las casas de los vecinos que lo vieron crecer, se metió en lo de sus padres por la puerta de atrás, les dijo que se estaban yendo a lo del padrino de una de las chicas, les explicó que no los iban a llamar ni a ver por un tiempo, salió por el frente, dio la vuelta y fue rumbo a la camioneta. Eran las tres de la tarde. Una hora y media después, lxs abuelxs Villaflor se enteraban del secuestro.

Apenas arrancaron, doblaron por la calle Mansilla, hicieron dos cuadras y los interceptó un grupo de aproximadamente ocho autos no identificados, algunos de color blanco. Rodearon la camioneta y bajaron varios tipos de civil comandados por uno de baja estatura, medio pelado y con bigotes negros, que a los gritos comenzó a dar órdenes para que salieran con las manos en alto. El primero que bajó fue Raimundo; enseguida lo metieron dentro de un auto. Luego, por la misma puerta, salió la Petisa, con Laura a upa y con Elsita a su lado. Bajó de la camioneta pidiendo a gritos que no se llevaran a las niñas: «Por favor, no toquen a mis hijas», y mientras la metían en otro coche alcanzó a gritar la dirección de lxs abuelxs Villaflor: Pasteur 670. Antes, la Petisa había logrado dejar a sus hijas al resguardo de un árbol, sentó a Elsita en el cordón de la vereda, le puso a Laura en brazos y le dijo: «Cuidá a tu hermana».

Cuando la patota de la ESMA se retiró, llevándose a Elsa y a Raimundo, y con ellos la camioneta, los vecinos salieron a la calle. En ese momento, apareció un vehículo con un hombre y una mujer que levantaron a las nenas y las subieron a su auto. Por un instante, los 4 años de Elsa se volvían a acomodar: «Pepe, Pepe», dijo, pensando que se trataba de su tío José Luis. El hombre estaba acompañado por una mujer joven, flaca, de pelo largo y lacio, que bajó con las nenas en la casa de lxs abuelxs Villaflor y les explicó lo que había sucedido. Dijo que era maestra del club Sudamérica, un club social muy querido en el barrio. Tiempo después, la familia Villaflor fue varias veces a ese club, pero nunca pudieron saber quién era aquella pareja que llevó a las hermanas al hogar donde Laura daría sus primeros pasos, y más.

Una tarde, ya de grandes, Elsa y Laura salieron a recorrer el barrio y las casas en las que habían vivido. El recuerdo de esa tarde quedó atestiguado en el segundo tramo de la causa ESMA:

Fue en la calle Mansilla, lo supimos después por los testimonios y porque una vez, haciendo esta reconstrucción, hicimos el recorrido con mi hermana, Laura Villaflor. Fuimos donde habíamos vivido de pequeñas, pasamos por la casa de Dante Alighieri, por la de Manuel Estrada, para ver si seguían igual. Después, pasamos por la casa de mis abuelos paternos, en la calle Pasteur, y cuando salimos íbamos caminando con Laura y yo empecé a sentirme mal. Justo estábamos llegando a una esquina y cuando llegamos Laura me dijo: «Esta es la calle Mansilla». Vi el árbol donde estuvimos sentadas con mi hermana y lo reconocí. Ahí nos dejó mi mamá, fue ese el lugar donde los secuestraron, lo supo mi cuerpo que guarda memoria (Tercer juicio Mega Causa ESMA, declaración testimonial de Elsa Eva Villaflor Garreiro, 18/07/2013).3

Material suplementario
Notas
Notas
1 Esta crónica integra el capítulo titulado «Las Villaflor de Avellaneda», el cual da inicio a la investigación «Las Villaflor. Identidad fragmentaria y memoria colectiva», realizada por la autora, bajo la dirección de Carolina Muzi, como tesina de graduación para la Licenciatura en Periodismo de la Universidad Nacional de Avellaneda (undav) y que fuera defendida en noviembre de 2018.
2 Durante la última Dictadura cívico eclesiástica militar argentina, en el casino de oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada (esma) funcionó el centro clandestino de detención, tortura y exterminio (ccd) más grande de la Argentina.
3 La transcripción de la declaración testimonial de Elsa Villaflor Garreiro, realizada en el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N.° 5, fue cedida a la autora por la fiscala Mercedes Souza Reilly.
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