Literatura

ESCRITURAS DEL YO EN LOS ESPACIOS DEL OTRO: RELATOS DE VIAJE DE AUTORÍA COSTARRICENSE A FINALES DEL SIGLO XIX

WRITINGS OF THE SELF IN THE SPACE OF THE OTHER: TRAVEL STORIES OF COSTA RICAN WRITERS AT THE END OF THE XIX CENTURY

Carlos Manuel Villalobos
Universidad de Costa Rica, Costa Rica

Revista de Filología y Lingüística de la Universidad de Costa Rica

Universidad de Costa Rica, Costa Rica

ISSN: 0377-628X

ISSN-e: 2215-2628

Periodicidad: Semestral

vol. 45, núm. 2, 2019

filyling@gmail.com

Recepción: 22 Enero 2018

Aprobación: 04 Febrero 2018



No se permite un uso comercial de la obra original ni la generación de obras derivadas.

Resumen: En este artículo se investiga los relatos de viajes escritos por autores costarricenses que salieron del país a finales del siglo XIX. Se busca determinar cuáles son los textos fundacionales de la llamada literatura “odepórica”, o de viajes, en Costa Rica. Como antecedente se consideran los informes oficiales que se remitían desde Nicaragua en el contexto de la guerra contra los filibusteros. En 1858, el escritor Manuel Argüello Mora publica una crónica a propósito de un viaje por este país vecino. Nicaragua también será el referente de un libro que publica Pío Víquez en 1887, donde se describe un periplo oficial del gobierno de Costa Rica. Este país fronterizo es el referente inmediato de estas crónicas inaugurales debido a la reciente guerra librada en este territorio y a la constitución de una épica nacional. En una segunda parte, se analizan los relatos que cuentan los viajes por Europa, principalmente los textos que publicará Argüello Mora en los periódicos de la época. Para el análisis de este corpus se utiliza una metodología semiótica, que parte de la explicación textual y remite a los referentes histórico-culturales. Se prueba, en este trabajo, que el género literario “odepórico” se cultivó en Costa Rica paralelo al surgimiento de la “literatura nacional”, hecho que tuvo lugar a finales del siglo XIX.

Palabras clave: Literatura costarricense, cronistas costarricenses, relatos de viaje, viajeros costarricenses, viajes siglo XIX.

Abstract: This article investigates the travelogues written by Costa Rican authors who left the country at the end of the 19th century. It seeks to determine what are the foundational texts of the so-called "odeporeic" or travel literature in Costa Rica. As background, it considers the official reports that were sent from Nicaragua in the context of the war against the filibusters. In 1858, the writer Manuel Argüello Mora publishes a chronicle about a trip through this neighboring country. Nicaragua will also be the reference for a book published by Pío Víquez in 1887, where an official tour of the Costa Rican government is described. This border country is the immediate reference of these inaugural chronicles due to the recent war waged in this territory and the constitution of a national epic. The second part analyses the stories about the trips through Europe, mainly the texts that Argüello Mora will publish in the newspapers of the time. For the analysis of this corpus a semiotic methodology is used, which starts from the textual explanation and refers to the historical-cultural references. This paper proves that the literary genre "odeporic" was cultivated in Costa Rica parallel to the emergence of "national literature", a fact that took place at the end of the 19th century.

Keywords: Costa Rican literature, Costa Rican chroniclers, travelogues, Costa Rican travelers, nineteenth century travel.

1. El relato de viajes como género discursivo

El nomadismo se asocia a un modo de vida propio de pueblos primitivos, pero el fenómeno de los desplazamientos humanos sigue vigente. Algunos están ligados a condiciones por lo general masivas y con frecuencia violentas: éxodos, diásporas, migraciones, destierros e incluso ocupaciones bélicas. Otros movimientos responden a la idea del viaje como ocio, negocio o por razones fervorosas: giras, excursiones, expediciones, peregrinajes, periplos, caravanas, safaris e incluso caminatas urbanas tales como las del paseante o flâneur[1]. En este último caso, los viajes son más inmediatos, suponen el libre regreso y son los que han dado origen a la industria del turismo.

Estas modalidades del desplazamiento han sido ampliamente registradas en documentos de valor histórico y literario, y han dado lugar a géneros discursivos asociados al viaje tales como la crónica, la relación, el diario o la memoria, entre otros. Uno de los formatos más antiguos es la periégesis (en griego, περιήγησις “conducir en torno a”), género discursivo de origen helenístico que describe las vicisitudes de los viajes e incluye información relativa a la historia y la cultura de los lugares visitados. Este género se complementó luego con el periplo que comprende la descripción minuciosa de los detalles de un recorrido marino, pero por extensión se aplica a las aventuras vividas durante una travesía. Otro de los formatos helenísticos que tenía relación con la periégesis era la paradoxografía, un género que se encargaba de describir novedades o noticias extrañas que contaban los viajeros, consistía en una compilación de relatos destinados al asombro (Pajón-Leyra, 2009, p. 30).

Las vicisitudes del itinerario suelen ser tema de interés social pues abren una ventana de conocimiento geográfico, antropológico e histórico. Al mismo tiempo, en función de lo anecdótico, son fuentes de entretenimiento y de reflexión sobre diversos temas: existenciales, filosóficos, políticos, etc.

Esta amplia y antigua oferta de formatos discursivos ha propiciado que el viaje sea un tema recurrente en la literatura. De acuerdo con Mijaíl Bajtín, el camino y el encuentro funcionan como cronotopos[2] inherentes a las novelas que narran los periplos de los héroes durante el viaje. El camino representa la convergencia del tiempo y el espacio pues marca la duración y la distancia. Es, al mismo tiempo, la huella y el destino. Según Bajtín, “El “camino” es el lugar de preferencia de los encuentros casuales. En el camino (en el “gran camino”), en el mismo punto temporal y espacial, se intersecan los caminos de gente de todo tipo” (1989, p. 394). Estos encuentros enriquecen al viajero. Lo trastocan de diversas maneras. Aquí se materializan las vicisitudes del viaje. Quien inicia un itinerario vive a lo largo del recorrido un proceso de transformación. Al final es, de alguna manera, alguien distinto, un otro. Esta es también una metáfora de la vida misma.

Aunque estos cronotopos del viaje se refieren en su propuesta original a la novela, funcionan igualmente para otras formaciones discursivas. Para explicar este punto, se utilizará estratégicamente la diferenciación que propuso Gérard Genette a propósito de la diferencia entre el relato ficcional y el factual. Genette (1993) plantea que, hasta el momento, el discurso narrativo se ha ocupado de los textos ficcionales y ha dejado de lado otras formas discursivas que también se estructuran como relatos. Se trata de las historiografías, las (auto)biografías, los diarios, las epístolas y las crónicas periodísticas, entre otros. A estas tipologías las llamará “relatos factuales” para distinguirlas de los “ficcionales”. A esta modalidad pertenecería entonces el relato de viajes y como tal, a pesar de lo factual, es decir de su referencialidad “real”, mantiene códigos estéticos similares al cuento o la novela. Uno de estos rasgos consiste en la coincidencia cronotópica, pues el camino y el encuentro igualmente forman parte de las condiciones probables de la crónica, la relación o la memoria del viaje.

Con base en la propuesta de Genette, Luis Alburquenque propone que los relatos de viajes responden a tres rasgos fundamentales: son factuales, lo que los diferencia de lo ficcional; tienen una modalidad descriptiva que se distingue de la narrativa y en cuanto al balance “entre lo objetivo y lo subjetivo tienden a decantarse del lado del primero, más en consonancia, en principio, con su carácter testimonial” (2011, p. 16).

Desde esta perspectiva, en este trabajo, se investiga cómo ha funcionado el relato de viaje en la literatura costarricense a finales del siglo XIX. Hasta el momento, la mayoría de las investigaciones sobre este tema se han centrado en las experiencias de los extranjeros que exploraron el territorio costarricense[3]. La mayoría de estos relatos fueron divulgados en los respectivos países en las lenguas correspondientes: inglés, francés o alemán. Los estudiosos del tema se han dedicado a traducirlos y han desarrollado análisis sociológicos, históricos y filológicos. Sin embargo, los relatos escritos por costarricenses, sobre todo en el contexto del siglo XIX, hasta el momento no han sido objeto de investigaciones.

Una de las dificultades para esta tarea es que, salvo el libro de Pío Víquez Relación del viaje del señor Presidente de Costa Rica, General don Bernardo Soto, á la República de Nicaragua publicado en 1887, el resto de textos fueron publicados en los diarios de la época. De ahí que para esta investigación fue necesario revisar cientos de impresos periódicos como estrategia para identificar un corpus posible. De estos textos, solamente los que escribió Manuel Agüello Mora han sido considerados para ediciones póstumas. Algunos de los relatos de viajes encontrados en los periódicos correspondían a colaboraciones que enviaban autores extranjeros[4] y otros fueron firmados con seudónimos (Jajallit o Mr. Corbeau), lo que obligó a trabajar con una selección de textos cuyos seudónimos y nombres corresponden, comprobadamente, a autores costarricenses. También, para efectos de este artículo, se descartaron los viajes que hacían referencia a Costa Rica[5], aunque los autores fueran nacionales. Esta delimitación tiene como objetivo el análisis de la perspectiva local frente a lo externo, de modo que, para efectos de este trabajo, se pueda resolver la interrogante sobre los procesos discursivos que median en el proceso del viaje transfronterizo; es decir, cómo se construye el cronotopo de la relación entre el camino, el encuentro con los otros y las trasformaciones del sujeto viajante u homo viator, como se le denominaba en latín.

El relato de viaje tiene un valor histórico y antropológico que, con frecuencia, trasciende la intención literaria y la enunciación periodística. Por esta razón, este género interesa en una amplia dimensión interdisciplinaria. Si se quisiera un estudio mucho más amplio, el corpus podría incluir textos epistolares, informes oficiales y esquelas periodísticas[6], entre otros formatos discursivos. De hecho, el primer periódico que se imprime en Costa Rica, El Noticioso Universal, nace con la vocación de informar sobre cuestiones que ocurren fuera del ámbito nacional. Por esta razón, una de las fuentes dilectas y autorizadas son los viajeros. No en vano, de entrada, en el primer número que se publica a inicios del 1833, se indica que “Un comerciante fidedigno residente en Estado que acaba de regresar de Europa por via de S. Juan, nos comunica noticias que alcanzan á mediados de Octubre de que incertamos (sic) como más interesantes las siguientes” (p. 1). No se indica el nombre del viajero, pero el hecho de se trata de una fuente que viene de afuera, resulta una garantía de verosimilitud para legitimar el contenido.

2. Nicaragua: el escenario épico

Para una mejor precisión contextual es necesario aquí hacer referencia, previamente, a las crónicas que aparecieron publicadas en los diarios de la época, a propósito de la expedición bélica de 1855 y 1856 a Nicaragua. No son propiamente crónicas de viaje, sino más bien crónicas de guerra. Son los informes que remitían los oficiales del ejército y textos suscritos por el propio presidente de la República, Juan Rafael Mora, quien estuvo in situ al mando del ejército. Estas crónicas se publicaban en el Boletín Oficial, el diario del Estado, y daban cuenta de las vicisitudes de la expedición, las estrategias bélicas, los logros, el estado del tiempo, las bajas y la perspectiva ideológica que sustentaba el enfrentamiento contra los filibusteros estadounidenses.

En junio de 1855, en Rivas de Nicaragua, el coronel Manuel G. del Bosque, un militar de origen español, remite un parte oficial del ejército que será publicado el 4 de agosto en el Boletín Oficial. Se trata de una crónica que describe una de las batallas: “La lluvia continuó toda la noche del día 28, y mañana del 29, y á la una de la tarde del mismo día asomó el enemigo en la ronda de la ciudad, viniendo a su retaguardia los Americanos” (Boletín Oficial, 1855, p. 39). En este parte, el coronel comenta cómo se desarrolla el combate. Se refiere a los soldados caídos y a los que se pelean con heroicidad.

El 15 de abril de 1856, también desde Rivas, el presidente Mora escribe una de las tantas crónicas que remite a Costa Rica para la correspondiente publicación en el Boletín Oficial. Esta se hará efectiva en la edición del 23 del mismo mes. Mora describe con tono dramático la situación que se vive en el campo de batalla:

Un cuarto de hora habría pasado apenas después de la salida de dicha columna, cuando Walker, escondido, sin duda de ante mano en las cercanías de esta ciudad, abierta y rodeada por todos lados de espesos platanares y cacaotales, la invadió como un torrente por el lado opuesto al del camino que había tomado la columna del Mayor Escalante, apoderándose de la plaza y llegando muy cerca de las casas del cuartel general y depósito de pólvora, situado al frete de él, y ambos á dos cuadras de distancia de la plaza. El primer momento fué terrible (Mora Porras, 1856, p. 416).

Esta crónica responde a la perspectiva axiológica del líder del ejército expedicionario y tiene como remitente la opinión pública costarricense. Para lograr el efecto persuasivo utiliza recursos retóricos que buscan la captatio benevolentiae; es decir, intenta que la población vea con buenos ojos la empresa bélica.

Muy diferente es el procedimiento enunciativo de la crónica escrita por los viajeros que siguen un itinerario en distintas circunstancias. El enunciador se dirige a un enunciatario letrado y la enunciación se presenta como discurso meramente periodístico y no como información política. Es el caso de las crónicas que firma el escritor Manuel Argüello Mora.

En el marco de la posguerra, dos años después de la emblemática batalla de Rivas, Argüello Mora realiza un recorrido por las principales ciudades de Nicaragua. Con motivo de este viaje, escribe una crónica que publica en el semanario El Gato, el 16 de mayo de 1858. Se podría afirmar que, desde una perspectiva literaria, esta parece ser la primera crónica de un escritor costarricense que narra un viaje al exterior. A diferencia de los informes oficiales del ejército expedicionario, el texto de Argüello se despreocupa por la retórica axiológica del discurso propagandístico. Esta posibilidad le permite centrarse más en la función poética del lenguaje, dar cuenta del recorrido personal y hacer una descripción detallada de la geografía nicaragüense.

El periplo empieza el 22 de abril de 1858 en San Juan del Sur, pasa por Rivas y sigue hacia Granada. Describe a Nicaragua como “un encantado puente que une dos mundos ¡misteriosa barrera que el poder divino colocó entre los dos Océanos! Inculto jardín descuidado por los hombres, cuyas fuentes son cristalinos lagos; cuyas estatuas y obeliscos son gigantes volcanes” (Argüello-Mora, 1858, p. 4).

El paisaje del país vecino es idealizado. La imagen idílica se refuerza con la tesis mística de que la misma mano de Dios es la responsable de tanta belleza. El escenario que se describe tiene un interés especial para los costarricenses, pues fue el contexto de la épica de la guerra que se acaba de vivir y que, lógicamente, impactó en la psicología nacional. El texto de Argüello remarca un tópico que parece necesario para aliviar las secuelas del espíritu colectivo. Las muertes que se produjeron reposan en un lugar sagrado. Nicaragua es el camposanto idílico donde yacen los caídos en batalla:

¡En medio de este Edén cuyo conjunto forma una feliz aglomeración de lagos, mares, bosques y ríos, se levanta ensangrentada la que antes fue Rivas! ¡Melancólico monumento de la desgracia y el valor! Allí; en medio á sus ruinas, entre sus escombros, vagan errantes las sombras de mil valientes, sacrificados voluntariamente al más nombre de los sentimientos: el patriotismo (Argüello-Mora, 1858, p. 4).

Por las circunstancias recién vividas, Rivas adquiere un valor sagrado para la memoria costarricense. En consecuencia, el viaje que realiza el escritor resulta, como alegoría, la visita a un enorme cementerio: “A la humilde tumba del guerrero le basta la sombra de un árbol. Ved sino cuan pintoresca es su última morada” (Argüello-Mora, 1858, p. 4).

Una de las características de la crónica de viajes es su función didáctica. El escritor ofrece informaciones sobre la geografía, la historia y otra información relevante. En este texto, Argüello ofrece datos tales como la distancia que hay entre Rivas y Granada, el estado de los caminos y las condiciones agrícolas del lugar. Al respecto comenta que hay pocos cultivos y que “el naranjo, el mango y el plátano, es lo único que recuerda al viajero que allí habitan hombres” (Argüello-Mora, 1858, p. 4). Ya en Granada, la situación es diferente. El poblado se recupera de los estragos de la guerra y esta situación produce en el autor un impacto emocional. Esta acotación subjetiva es otra de las características de la crónica de viajes. El autor describe el entorno y al mismo tiempo expresa el sentimiento que este le causa: “¿Quién puede mirarte sin derramar una lágrima de compasión, quien puede contemplarte sin conmoverse, sin llenarse de admiración?” (Argüello-Mora, 1858, p. 4).

Finalmente, el cronista llega a una conclusión visionaria y propone que Granada representa el porvenir. León es la imagen del pasado y vive de recuerdos. Mientras tanto, Rivas es el presente de Nicaragua. El viaje que realiza el escritor es, según esta imagen, un itinerario por el espacio y, a la vez, por el tiempo.

A pesar de la cercanía geográfica, de acuerdo con la lógica enunciativa de esta crónica, Nicaragua resultaba todavía un lugar distante y desconocido; además, en este contexto posbélico inmediato, el país del norte interesa. A esto hay que agregar que la ruta de acceso es mucho más factible que el viaje hacia el sur. Por esta razón, Nicaragua es el sitio ideal para este relato de viaje fundacional. Por otra parte, como ya se señaló, Manuel Argüello no viaja a un país cualquiera, va al sitio sacramental de la memoria costarricense.

Treinta años después, esta misma perspectiva de Nicaragua sigue vigente en el discurso que enuncia Pío Víquez a propósito de una visita que realiza el presidente de Costa Rica al país vecino. Víquez, un connotado periodista y literato costarricense, forma parte de la comitiva oficial que acompaña al mandatario. Además, tiene experiencia en función pública, específicamente como subsecretario de Relaciones Exteriores y agregado de la de Gobernación. Su misión, como él mismo lo dice “era bien determinada: hacer un libro ó siquiera un folleto relativo al viaje” (Víquez, 1887, p. 52). Esta responsabilidad es cumplida a cabalidad. El resultado es un libro de 114 páginas que titula Relación del viaje del señor Presidente de Costa Rica, General don Bernardo Soto, á la República de Nicaragua. Fue publicado en 1887, el mismo año en el que se concretó la visita. Este libro es el primero en su género que se edita en la historia de Costa Rica y será el único que se publicará en el siglo XIX.

El trabajo de Víquez como subsecretario de Relaciones Exteriores y su experiencia en el tema, justifica la integración de esta comitiva, pero sus dotes como periodista y escritor resultan mucho más estratégicos. Bien se podría afirmar que su función es, en principio, la del vocero oficial o más específicamente, como se conocería ahora, el encargado de las relaciones públicas y, por lo tanto, el responsable de capitalizar políticamente los logros obtenidos. Ya veremos que esta tarea específica, sin embargo, se diluye en el discurso.

En función de su tarea, la mayor parte del tiempo, el escritor sigue el itinerario del presidente, describe los detalles del recibimiento y cuenta cómo se desarrolla la agenda oficial. No obstante, el texto que produce no es en sentido estricto un informe que se centre en las actividades del mandatario y mucho menos un documento administrativo que concluya con un recuento de resultados. Esta es una relación de viaje y, por lo tanto, se adscribe a los códigos discursivos de este formato. Destaca la función poética del lenguaje y la libertad subjetiva de un viajero que deja constancia de su impronta. Relata anécdotas personales y aprovecha sus conocimientos sobre literatura, mitología e historia para ensayar reflexiones que trascienden el motivo del viaje. La circunstancia política que posibilita la gira es aquí parte de una oportunidad personal, por ello, cabe la afirmación de que el mayor énfasis es autorreferencial.

La visita ocurre en el lapso de un mes exacto. Inicia el 10 de julio y concluye el 10 de agosto de 1887. El libro se divide en apartados que se refieren a los siguientes trayectos: de San José a Corinto, de Corinto a Managua, de Managua a Granada, de Granada a Rivas y, finalmente, de Rivas a San José. Durante el recorrido, Pío Víquez toma notas que le sirven de apoyo para la redacción del documento final, pero será la memoria, finalmente, la que tendrá que ordenar y poner en discurso los detalles de lo vivido. Confiesa que esta tarea no fue fácil.

Los recuerdos se disputan el puesto saliente y se agitan y chocan rebelados contra toda división y clasificación y aun contra la cronología. Tan desordenados como deliciosos, forman grupo en nuestro cerebro, y el ánimo aturdido tiene que reconocer su impotencia para darles alojamientos numerados. Hemos de confesar que la perplejidad ha embotado y roto muchas veces los puntos de nuestra pluma; pero deseosos de ofrecer á nuestros lectores la relación del viaje, insistimos en la tarea (Víquez, 1887, p. 5).

Esta relación de viaje, por ser única en su género, es una especie de rara avis. Sin embargo, para que le resulte de mayor interés a la comunidad letrada de la época, el escritor utiliza como estrategia el tinte estético. Las vivencias y la descripción de los paisajes se enuncian, en todo el trabajo, con recursos líricos; ejemplo de ello, es este pasaje que corresponde a la salida de San José:

El señor Presidente y su comitiva de viaje caminaron á pie hasta la estación del ferrocarril, acompañados de numerosos amigos. (…) El pito de la locomotora dió la señal de partida; los últimos adioses se perdieron en la distancia y en el ruido dominante del tren que echaba á correr; desapareció el panorama hermoso de nuestra capital, y melancólicas incertidumbres alertaron algún tiempo sobre la frente de los viajeros (Víquez, 1887, p. 6).

Los efectos dramáticos hacen parecer, en ocasiones, que la travesía resulte un hecho épico. A pesar de lo común que es, en el clima del trópico lluvioso, un aguacero torrencial, en este relato se convierte un trágico diluvio:

Los magníficos meteoros desataron inmediatamente toda su cólera. Satanás descendió sobre los relámpagos, deseoso de refrescar su temperatura infernal, y puso en juego todas sus malas artes para agrandar los agujeros á la regadera y para darse la mecida más estupenda en los aires atenienses. Por algunos minutos llegamos á temer que la casa fuera arrancada de sus cimientos y que echáramos á volar por esos mundos delgados donde Dios quema el rayo y rueda el trueno (Víquez, 1887, p. 9).

La narración mitifica las dificultades del viaje mediante escenarios dantescos como el descrito en la cita anterior. De este modo, se crea el efecto de una aventura titánica de la que finalmente salen bien librados. Este éxito garantiza la heroicidad y analoga esta historia al motivo del viaje como formación del héroe.

El escritor es consciente de la intención literaria con la que narra. Pero sabe que, dada la naturaleza del informe, no debe olvidarse de la función referencial. Esto lo deja claro cuando apunta: “Dejemos la poesía que, por ser señora de muchos melindres, no se deja galantear sin condiciones; y mientras llega la hora del almuerzo, digamos algo del capitán” (Víquez, 1887, p 16). Este juego entre el informe oficial y la libertad discursiva atraviesan el texto, pero la función poética cede poco espacio a la referencialidad objetiva.

En relación con el referente geográfico de destino, Víquez coincide con la idealización que en su momento hizo Manuel Argüello Mora. Los nicaragüenses son descritos como personas encantadoras. Los detalles del recibimiento impresionan al escritor, quien no dejará de dedicarles todos los elogios posibles. En la siguiente cita se califican los detalles del recibimiento.

¡Qué de finezas no gastaron Nicaragua y su Gobierno para obsequiar con dignidad y afecto purísimo á nuestra patria en la persona de su primer mandatario! Aquellos cumplidos caballeros de cultura tan generosa como sangre de los príncipes de casas antiguas, con qué tacto delicado, con qué galantería incomparable no supieron sorprendernos, llenarnos de admiración y respeto. Jamás hubiera imaginado que tanta suma de afectos sin mancha pudieran ser adorno de los mortales (Víquez, 1887, p. 25).

Víquez recuerda los hechos bélicos que acaecieron en la década del cincuenta y expresa el sentimiento de satisfacción por la forma, tan diferente, en que ahora son recibidos. A la llegada, la comitiva fue halagada con cócteles y luego con un almuerzo. En las calles, la gente los recibió con gritos de júbilo, mientras una banda tocaba, las campanas repicaban “y el cañón lanzaba á cortos intervalos sus estruendosos estampidos” (Víquez, 1887, p. 29). Cuenta que quinientos niños los saludaron con banderillas de los colores nacionales de Nicaragua y Costa Rica y cien alumnos del Instituto Nacional, uniformados y con rifles, hacían los honores correspondientes. Resume, del siguiente modo, parte de las atenciones recibidas:

Contentaos, lector, con saber de prisa que paseamos mucho, y rara vez á pie, porque el Gobierno de Nicaragua tuvo la feliz ocurrencia de ordenar que por cuanta del erario estuviesen á nuestra disposición todos los coches de la ciudad; que comimos y bebimos siempre que antojo nos dió, así en el Palacio como en los hoteles, posadas y cantinas, sin desembolso de nuestra parte, pues el erario se dignaba pagar por nosotros; que nunca nos fue defendido el dormir á cualquier hora, diurna ó nocturna; que los más linfáticos preferían hacer las paces con Morfeo durante el período más caluroso del día, en cambio de poder darle de cachetes por la noche, si el aire fresco y la estrellas vagabundas convidaban al placer. — Contentaos, en fin, con saber que si Managua es una ciudad pequeña, fue grande como el rey Carlo-Magno, en el obsequio a sus huéspedes (Víquez, 1887, p. 66).

Cada una de las ciudades visitadas deja una impresión particular en el costarricense. León es descrito como un pueblo de molde antiguo. Confiesa que, debido a su larga historia le tiene gran respeto. De Managua le llama la atención que no tiene cañería y que es difícil encontrar un baño de aspersión, “Los baños se hacen generalmente á palanganadas de agua, y pocas veces, á lo que nosotros llamamos tina” (Víquez, 1887, p. 77). En cambio, Granada le parece la mejor de las ciudades. Comenta que está llena de vida. No le considera en extremo bella, pero su arquitectura le resulta agradable y la compara con un mujer joven y casta.

Se parece á esas mujeres que, sin tener líneas correctas en la cara, y sin llevar elegante vestidura y dijes que atraigan las miradas, seducen, sin embargo, con la gallardía y frescura de la juventud y el esmalte de la virginidad (Víquez, 1887, p. 110).

Esta metáfora de la ciudad feminizada conecta con otro de los temas recurrentes: la imagen que le produce al autor la mujer nicaragüense. Coincide con la misma imagen idealizada con la que describe a los anfitriones. Las califica como bellas y disponibles, pero niega que alguno de los miembros de la comitiva se hubiera interesado por alguna de ellas. Podrían haberse aprovechado, de “haber tenido afición á la vida intimidable o grandiosamente desordenada, y á haber encontrado mujeres que, en vez de las virtudes de Lucrecia, hubieran exhibido las seductoras liviandades de Cleopatra” (Víquez, 1887, p. 35). Esta última acotación, que podría resultar superflua, parece necesaria para garantizar la reputación de los varones de la comitiva frente al ojo puritano del San José de entonces, no obstante, la confesión.

Estas referencias a temas tales como la belleza de las mujeres, sería impensable en un informe meramente administrativo. La libertad temática garantiza la condición del testigo de un viaje que trae de vuelta aquello que a su gusto y disgusto le resulta meritorio de contar. Otro de los argumentos a favor de esta tesis es la inclusión de la anécdota personal. Por ejemplo, confiesa que no pudo disfrutar de los agasajos de bienvenida, pues sufrió un accidente. Se resbaló en una posa y se hundió hasta la rodilla. Este hecho, además, provocó la risa de los que presenciaron el percance: “Me faltaba tiempo para maldecir mi estrella y deplorar mis desgracias” (Víquez, 1887, p. 24). Esta autorreferencialidad se mantiene incluso en ocasiones en las que el sujeto de la acción debería ser plural, dado que él es un miembro más de la comisión. Por ejemplo, la siguiente despedida, que ocurre en León, reproduce una emoción nostálgica que se narra en primera persona: “me pongo en camino, no poco desazonado por tener que separarme de un pueblo tan simpático, cuyas bondades dejaron huella profunda en mi memoria” (Víquez, 1887, p. 35). El énfasis en el yo excluye la posibilidad de que las impresiones sean colectivas y el vocero oficial desaparece.

Los principales resultados políticos de la visita están diluidos en tan solo un párrafo casi al final de libro. Muestran que las relaciones entre ambos países tienen retos pendientes, especialmente en relación con el río San Juan. Pero esta gira, según el texto, permitió “limar asperezas” y ratificar la hermandad. Por esto, entre otras interrogantes, el autor pregunta: “¿No es cierto que las sangres se juntarían más fácilmente hasta formar una sola familia?” (Víquez, 1887, p. 114).

El país vecino del norte es el primer referente geográfico de los escritores costarricenses que relatan viajes. Esto tiene sentido por la cercanía y también, como ya se ha dicho, por la reciente guerra contra los filibusteros. Estos primeros escritos muestran aprecio por los anfitriones y agradecimiento por la hospitalidad. Incorporan en el imaginario costarricense la idea de que entre ambas naciones se pueden entablar relaciones de paz.

3. Rumbo a Europa

Manuel Argüello Mora es, a finales del siglo XIX, el cronista que más hace referencia a viajes por Europa. Este apartado está dedicado casi exclusivamente a sus relatos. Sin embargo, se han localizado dos contribuciones, con menor valor literario, que serán reseñadas para ofrecer un panorama más amplio. Los autores son Manuel María Peralta, con el que se inicia, y Francisco Fonseca, con el que se cierra.

El texto de Manuel Peralta fue publicado en la Revista costarricense de política exterior en el año 2003, pero corresponde a un viaje por Alemania realizado en 1872. De acuerdo con dicha publicación, este viaje lo realizó el autor cuando tenía veinticinco años y fungía como Primer Secretario de la Legación de Costa Rica en Francia. El texto, escrito a lápiz, se encontraba en una libreta de apuntes personales (Peralta, 2003, p. 94). Actualmente forma parte de la colección del Museo Diplomático Braulio Carrillo.

Es un texto que, desde el punto de vista literario, obvia los recursos retóricos que son recurrentes en el estilo de Manuel Argüello y Pío Víquez. Sin embargo, resulta relevante al tratarse de una crónica de viaje a Europa que antecede históricamente a las que se publicaron en su momento. El texto da cuenta con precisión de los lugares recorridos, así como del día y la hora de salidas y llegadas. Es un resumen exhaustivo de cada uno de los hoteles y los sitios visitados en cada una de las ciudades, principalmente teatros y museos. En el siguiente párrafo, que se refiere a Colonia, la primera ciudad visitada, sintetiza la jornada de la siguiente manera:

Colonia está situada sobre el Rhin; nos apeamos en el hotel de su nombre, a orillas del hermoso río. Visitamos el doctor Trujillo y yo la Catedral. Es un magnífico monumento gótico, no concluido todavía, pero cuyo modelo se admira completo en la casa del célebre fabricante de Agua de Colonia Juan María Farina. Visitamos el tesoro de la Catedral; la tumba riquísima de los tres reyes magos; de J. Engelbert; el museo de Wallraf Richartz, que contine varias bellas pinturas entre ellas una Judit muy bella y un cuadro con los retratos ecuestres del Emperador Guillermo, de Bismarck, Moltke y Roon, debida al pincel muy hábil de Camphausen (Peralta, 2003, p. 25).

Es evidente que las notas fueron escritas in situ, tal y como lo muestra la siguiente acotación que hace durante el recorrido hacia Berlín: “En este momento atravesamos un lindo bosque” (Peralta, 2003, p. 25). Esta explicación permite, además, deducir que el escrito tiene una pretensión nemotécnica destinada, quizá, a un informe posterior que se desconoce o que nunca se concretó.

El texto sigue una cronología estrictamente lineal y se centra fundamentalmente en información referencial. Sin embargo, deja constancia del asombro que le causan los paisajes y sitios como el Teatro de la Ópera, el Zoológico y el Aquarium de Berlín. A propósito de este último espacio comenta:

Este Aquarium es lo mejor que he visto en su género. El edificio es realmente un monumento que recuerda por su estructura de piedra sin pulimento circular, abovedada y en forma aquí de grutas, allí de barrancos y peñascos de donde sale una cascada, ya de creaciones espontáneas de la naturaleza, ya las construcciones ciclópeas de las edades primitivas o bien, por la sabia combinación de las fuerzas físicas, por el conocimiento profundo de las leyes de gravedad, las más acabadas obras de la Arquitectura moderna (Peralta, 2003, p. 26).

Este párrafo es uno de los pocos en los que el autor se detiene a ofrecer una descripción mucho más detallada. Además, goza de un especial cuidado retórico que se diferencia de otras partes del escrito. Con esta crónica, inédita en su momento, el connotado diplomático, heredero del Marquesado de Peralta, deja para la historia del género discursivo que nos ocupa, un aporte. Sin embargo, será Manuel Argüello Mora, en definitiva, como ya se acotó, el que ostente el calificativo del cultivador más importante y al mismo tiempo el iniciador del relato de viajes con pretensiones literarias en este contexto finisecular. A diferencia de Peralta, Argüello es riguroso en el tratamiento estético y escribe en un contexto enunciativo posterior al momento del viaje, de modo que los relatos rompen la inmediatez y recurren a la memoria.

Aparte de la crónica sobre el viaje a Nicaragua de 1858, ya referenciada, se han considerado para esta investigación los siguientes textos de Argüello, publicados entre 1888 y 1999:

  1. 1. 1) Irlanda a vista de pájaro (publicado en dos entregas: julio y agosto de 1888 en Costa Rica Ilustrada).

    2) Terranova y los países bajos (publicado en cinco entregas: abril de 1897 en El Fígaro).

    3) Los viajes y sus contratiempos (publicado en enero de 1898 en El Fígaro).

    4) Ligera expedición por los países bajos (publicado en cuatro entregas: febrero de 1898 en El Fígaro).

    5) Tres semanas en Venecia y Terranova (En Costa Rica Pintoresca. Sus leyendas y tradiciones. Colección de novelas y cuentos, historias y paisajes, 1999).

Estos textos dan cuenta de las vicisitudes que vive Argüello Mora durante algunas de sus travesías por Norteamérica y Europa. Algunos son crónicas con una clara función factual y otros responden a una estrategia narrativa que sigue el formato del cuadro de costumbres e incluso la estructura propia de un relato ficcional.

El primer texto, “Irlanda a vista de pájaro”, se divide en varias sesiones. En la primera, a modo de introducción, aparece el subtítulo: “Dos palabras al lector”, donde el autor hace una defensa del viaje. Los siguientes apartados son “Salida de Nueva York” e “Isla de Terranova” en los que se describe las vicisitudes del viaje.

En la introducción, Argüello reflexiona sobre la importancia del viaje pues es un complemento indispensable para la educación científica, artística o comercial. “Por vasta que sea la erudición de un individuo, si no ha viajado, conserva algo de uraño (sic) y teórico en su saber” (Argüello-Mora, 1888a, p. 371). Propone que el viaje aumenta los conocimientos de las personas preparadas y ayuda a los que carecen de estudios; garantiza, para todos, una manera más aplomada de ver y de juzgar. Reflexiona sobre la circunstancia de que sin recursos económicos no es posible emprender una travesía, pero sugiere que no es del todo necesario disponer de grandes sumas. Cuestiona el concepto del turista que va a las capitales y grandes ciudades y gasta mucho dinero. Se pone de ejemplo a sí mismo y explica de la siguiente manera cómo consiguió materializar el viaje:

Es mi propósito, pues, comprobar con justificativos que un viaje sin lujo, una excursión modesta y sin pretensiones a igualar las grandes fastuosas del viejo mundo, esto es, un viaje que se hace con el objeto de estudiar y aprender en el gran museo de la humanidad, pude hacerlo un joven con pocos recursos, muy pocos, si se atiende a lo que aquí gastan los mismos; y esto sin privarse del teatro; sin tocar las terceras clases en ferrocarriles y vapores. Cuando se necesita es: o un buen compañero conocedor del asunto, o buenos guías, o sea libros indicadores de las localidades que las hay excelentes). Llevad una buena provisión de salud, de juventud y de amor a lo desconocido y lo demás viene solo.

Esto entendido, entro en materia y comienzo describiendo una de mis excursiones a Europa, cuyo costo fue de $300 y comprendió cinco meses gastados como sigue: De New York a Irlanda; un mes de permanencia en Dublín. Paso del Canal de San Jorge; desembarco en Holyhead (Inglaterra); un mes en Londres. Pasaje del Canal de la Mancha. Dos meses en París. Vuelta a New York, vía Liverpool. Todo en primera clase (Argüello-Mora, 1888a, p. 372).

Con estas acotaciones, Argüello defiende la importancia del viaje y explica cómo se puede concretar esta afirmación mediante su propio ejemplo. Lo que sigue es entrar en materia y elaborar la crónica que da cuenta de este recorrido específico.

La salida de Nueva York se da el diez de diciembre de 1860 en un trasatlántico llamado Britanicus. Hace referencia a la composición nacional de los pasajeros que lo acompañan y a las condiciones inclementes del clima. El frío y la diferencia cultural con los que viajan lo hacen sentir proscrito y, como consecuencia, sentir nostalgia patria. Recuerda el grato paisaje que dejó atrás. “¡Costa Rica! ¡Qué hermoso, qué pintoresco y delicioso rincón de flores nos pareces cuando te contemplamos de lejos, y de en medio de los helados y agotados territorios del viejo mundo!” (Argüello-Mora, 1888b, p. 8). Esta evocación se incrementa debido a su condición de veinticuatro años y al recuerdo que le produce la mujer que adora. Desde la soledad y la inclemencia en altamar, ve a Costa Rica como un paraíso inigualable. La referencia a la patria desde la lejanía es uno de los tópicos recurrentes del relato de viajes, pues las condiciones del lugar visitado permiten establecer comparaciones, algunas con tono de añoranza, como en este caso.

La crónica continúa con la experiencia vivida en el camarote donde duerme. Sus compañeros son un obeso inglés y un francés pequeño de ojos deformados. Por la noche el inglés se incorpora repentinamente y se golpea la cabeza. Grita que está ocurriendo un naufragio y descubren que se trata de una pesadilla.

El siguiente paso en el camino es la isla canadiense de Terranova, donde supuestamente abundan unos perros lanudos característicos del lugar. Aquí le llama la atención el uso de las faldas crinolinas a la usanza neoyorkina y la cantidad de manzanas que abundan.

En la edición de Costa Rica Ilustrada donde aparece la segunda entrega de esta crónica se anuncia que esta continuará, pero quizá debido al inminente cierre de la publicación periódica esto no se hace efectivo y el relato queda trunco. Sin embargo, este relato se actualiza para las páginas del periódico El Fígaro que dirige Manuel Argüello de Vars, hijo de Argüello Mora, lo que significa que se trata una empresa a entera disposición del escritor, como efectivamente ocurre. En este impreso se publica un texto titulado “Terranova y los países bajos”. Se publica en cinco entregas completas bajo un apartado titulado “Literatura”.

A diferencia del texto anterior, que responde claramente al concepto de crónica de viajes, para esta actualización recurre al formato de un cuento, pues narra la historia de la señorita Jenny Bowler, una joven pasajera estadounidense que fallece ahogada al caer accidentalmente al agua. Ella había establecido complicidad con el narrador, quien la describe como una mujer atractiva y de la que se enamora, pero ella es inaccesible debido a que tenía pareja. No obstante, luego de ganar una apuesta, él consigue que ella le dé un beso y con ello consigue un mayor acercamiento sin que pase de ahí. Hasta aquí parece, en efecto, una historia ficticia que tendrá un final trágico, como efecto dramático. Sin embargo, el texto está construido como una crónica de viaje con un narrador en primera persona que describe los detalles de la misma travesía que ya contó en la publicación anterior. Incluye también una parada en la isla canadiense de los famosos e inexistentes perros lanudos. Los detalles de este viaje coinciden en varios puntos con las vivencias biográficas del escritor ya contadas en Costa Rica Ilustrada, por lo que el relato traspasa el sentido ficcional y, al menos en esta parte, resulta verosímil en su posible dimensión factual.

El narrador, ya en la madurez, treinta años después del hecho, según el propio texto, recuerda que él fue un joven que tenía avidez de viajar por el mundo y que la vida le dio la oportunidad de hacerlo en reiteradas ocasiones.

Así llegué a satisfacer del todo mi vocación a los viajes, hasta saciarme de tal modo, que al cabo de ocho años de errar por el viejo y nuevo mundo, mi más ardiente deseo fue el de gozar quieta y tranquilamente de los placeres que la vida de familia proporciona en el seno de la patria (Argüello-Mora, 1897a, p. 2).

Esta referencia coincide con el dato biográfico, pues desde muy joven Argüello realiza diversos viajes por América y Europa. Cuando publica este texto tiene más de sesenta años. Por otra parte, es coincidente el hecho de que se presente como alguien que vivió persecuciones políticas y por esta razón ha sido inmigrante. Esta situación le deparó algunos beneficios y también le representó dificultades, tal y como lo cuenta en el siguiente párrafo:

A veces, mi calidad de emigrado por causas políticas me proporcionaba la invitación de algún favorito de las grandezas mobiliarias y literarias a una comida, o a pasar algunos días de veranos en sus regias moradas de campo; y en la semana siguiente compartía el negro pan del humilde cosaco del Don (Argüello-Mora, 1897a, p. 2).

Con estas autorreferencias el texto garantiza la verosimilitud y permite que el lector crea que la historia que se narrará en efecto sucedió. Esta condición del discurso se refuerza con la precisión de los detalles que caracterizan a la crónica de viajes.

El texto relata el drama de un periplo que empieza con un encallamiento que funciona como indicio del trágico final. Véase el siguiente pasaje donde se relatan algunas de las dificultades vividas:

Así pasamos cerca de seis horas. Como a las once de la noche empezó el vapor a moverse de popa a proa. Buena señal. Eso indicaba que estaba ya libre y flotaba sobre el Bajo. Pronto se puso a trabajar la máquina y continuamos sin más novedad. Las averías fueros pocas esta vez: una puerta de vidrio hecha mil pedazos por una ola, dos marineros estropeados, y un oficial (por desgracia era el médico) con un ojo perdido por el cabo de cable que lo golpeó (Argüello-Mora, 1897c, p. 2).

Por las circunstancias trágicas y por el enamoramiento que confiesa el narrador, bien podría argumentarse que se trata de un cuento al estilo del romanticismo de la época. Sin embargo, la estructura esencial sigue siendo la relación de un viaje que concuerda con hechos posiblemente reales de la vida de Argüello.

Durante la estadía en la Isla Terranova, el narrador cuenta que, junto con su nueva amiga, Miss Jenny, asiste al teatro Minstrils. Aquí presencia una función que le resulta desagradable, pues durante la función se imita el modo de hablar y bailar de los negros, a los que califica como de “escandalosa alegría y estupidez” (Argüello-Mora, 1897d, p. 2). Además, en el entreacto se presenta la imitación de un salvaje cuya actuación le parece tan natural que le inspira un verdadero horror. Estas acotaciones responden a una visión que develan esquemas de corte racial. Como contraparte, el narrador idealiza a la compañera estadounidense a pesar de las excentricidades que a la postre son las que acaban con su vida.

Al comparar ambos relatos, es posible encontrar algunas diferencias. Aparte de la historia trágica de la joven estadounidense, en esta ocasión el barco se llama el Asia y, además, pernocta en la isla en un hotel llamado Polar. En el texto anterior, en apariencia, los pasajeros solamente pasaron a proveerse de manzanas y continuaron la travesía. Estas diferencias hacen pensar en dos posibles explicaciones. La primera de que en efecto se trata de una ficción montada sobre hechos reales en parte, y la segunda que son dos viajes realizados en distintos momentos que siguieron la misma ruta de navegación. Esto sería posible pues en efecto Argüello Mora viajó varias veces a Europa.

El tercer texto seleccionado se titula “El viaje y sus contratiempos”. El itinerario que se narra en esta crónica ocurre en un plazo de cuatro meses que van desde principios de agosto a finales de noviembre de 1870. Los destinos son Inglaterra y Bélgica. Desea ir a Francia, pero en este contexto se está librando la guerra franco-prusiana que ocurrió de julio de 1870 a mayo de 1871. Debido a este conflicto bélico, son pocos los costarricenses que se aventuran a cruzar el Atlántico. De hecho, ese año, según el texto, solamente él y Napoleón Millet lo harán.

Al igual que en el caso de “Terranova y los países bajos”, en esta relación de viaje también se cuenta la historia de una mujer que lo acompaña en el trayecto de ida. Se trata de una inglesa que ha estado viviendo en Costa Rica y que trabajaba como institutriz en la casa de un acaudalado costarricense. Este mismo sujeto le cambia una letra por valor de cuatro mil pesos y a cambio, por el favor, le pide que acompañe a la joven inglesa quien irá a encontrarse con sus padres. El nombre de la mujer es Miss R y el del comerciante es Z. Este ocultamiento de las identidades evidencia un gesto de discreción, para salvaguardar la identidad de las personas reales. Esto, además, le confiere mayor verosimilitud al relato, pues prueba que oculta información privada de terceros. Por otra parte, el caso ofrece la oportunidad de crear expectativa, la que consigue mediante la siguiente fórmula discursiva: “No volví á ver á Miss R. hasta… pero no diré cuando, para que el lector sea sorprendido, como yo lo fui, por uno de esos acontecimientos que tiene todas las apariencias de inverosimilitud” (Argüello-Mora, 1898a, p. 2). Con este efecto, el lector queda atrapado por el misterio que se resolverá más adelante, mientras tanto continúa con la crónica hasta el regreso. Será entonces al final del texto que se sabrá de qué trata el asunto. La inglesa, de camino, recibe propuestas de hombres con perfiles atractivos, pero ella rechaza todos los cortejos. Esto hace creer al narrador de que ella es una mujer recatada y que su único interés es regresar a Inglaterra y permanecer con sus padres. No obstante, al regreso, se entera de que la dama se encuentra de nuevo en Costa Rica en la misma casa donde trabajaba como institutriz. El narrador sugiere que aquí hay un misterio y deja que el lector deduzca en qué consiste. De este modo, esta historia paralela al relato del viaje funciona como argucia literaria del escritor.

En relación con los detalles del viaje propiamente, en este caso, es relevante el contexto de la guerra. A pesar de que el conflicto no se está librando en Inglaterra, la situación tiene en vilo también a los ingleses. Argüello describe el impacto inglés de la siguiente manera:

Nunca olvidaré la conmoción eléctrica que en todos los habitantes de Londres produjo la noticia de la rendición de Metz, la última esperanza de los franceses. Algunos de estos vagaban inconscientes por las calles de la ciudad; otros lloraban como niños y muchos perdieron el juicio. (Argüello-Mora, 1898b, p. 2).

Esta visita, enmarcada en el contexto de este conflicto histórico, le permite a Argüello ser testigo de los impactos bélicos. Aunque no llega a la zona de combate, de alguna manera estas líneas se aproximan también a una crónica de guerra. Su deseo de llegar a París se ve frustrado y por esto viaja a Bélgica “cuya capital, Bruselas, tiene, aunque muy en pequeño, cierta semejanza con la gran ciudad; al grado que, lo mismo que á Milán se le suele llamar Petit Paris” (Argüello-Mora, 1898c, p. 2).

Los contratiempos de este viaje, según la programación del título de la crónica, son de dos tipos: el primero tiene que ver con la contienda franco-prusiana ya descrita. El segundo tiene relación con las dificultades económicas que debe enfrentar: los problemas para conseguir efectivo, el alto costo de los hoteles (que no siempre se consiguen fácilmente) y la angustia vivida como consecuencia de haber perdido el cinturón donde guardaba su dinero. Por fortuna, tres días después logra recuperarlo. Estas dificultades hicieron de este viaje una aventura poco afortunada, que concluye con la sorpresa dada por la joven que acompañó de ida.

Este relato aparece en cada una de las entregas bajo el apartado que se denomina “Páginas de un libro”. Es posible deducir a partir de este título que el escrito pretendía formar parte de un proyecto bibliográfico más amplio. Sin embargo, esta propuesta, por lo visto, no se materializó como tal.

La cuarta relación se titula “Ligera expedición por los países bajos”. Al igual que los dos textos anteriores, originalmente fue publicado en su propio periódico, El Fígaro, en 1898. Un año después Argüello incluye este mismo texto con el título “Quince días en Holanda” en su libro Costa Rica Pintoresca. Sus leyendas y tradiciones. Colección de novelas y cuentos, historias y paisajes.

En la introducción de este texto, el escritor plantea una reflexión sobre las similitudes culturales que borran las diferencias entre un pueblo y otro. Vaticina que se impondrá la igualdad en los modos de ser de todos los pueblos. La idea parte de que la civilización unificará el modo de ser de las personas y la arquitectura. Esta situación hará que desaparezcan las particularidades locales y el turismo no tendrá mucho sentido.

La civilización que cada día hace nuevas conquistas y acabará por imponerse en todos los rincones y extremos de Europa y América, tiende á igualar las costumbres de los pueblos, los vestidos, la arquitectura y demás cosas que no dependan exclusivamente del trabajo de la Naturaleza. Así es que pronto desaparecerá el color local que con tanto ahínco busca el viejo turista. Dentro de muy pocos años las ciudades todas se parecerán en su forma y decorado. Visto un pueblo, se habrán visto todos y no valdrá la pena de hacer costosos viajes en busca de la variedad. Hace algunos años tuvo la ocasión de visitar la isla de Terranova, región helada y apartada de los centros civilizados de América y que yo juzgaba ajena á las modas y hábitos refinados de París, Londres, Viena, etc. Cuál fué mi sorpresa y desilusión cuando ví por todas partes á las mujeres abusando de la crinolina, moda de París que convertía á cada hija de mujer en esfera ó globo de algodón; tal era la amplitud de la horrible armazón de hierro que bajo las enaguas usaban (Argüello-Mora, 1898e, p. 2).

Este análisis coincide, casi un siglo después, con el fenómeno que será conocido como “globalización”, donde se materializa la predicción que hiciera Argüello. En relación con el tema del viaje y la irrelevancia que tendría el turismo como opción formativa, también en el siglo XX hay autores que llegaron a conclusiones similares. Es el caso de Marc Augé que definió esta asimilación cultural como el paso al “no lugar” entendido como “un espacio en el que quien lo atraviesa no puede interpretar nada ni sobre su propia identidad” (2008, p. 89). Esta situación conlleva la imposibilidad de que el turismo permita reconocer las diferencias culturales e impida que el sujeto se conozca a sí mismo a través del reconocimiento del otro.

En relación, propiamente, con el viaje a los Países Bajos, Argüello relata que se hospedó en Rotterdam. Aquí vivió una noche desagradable debido que fue picado por chinches, un insecto que abunda en los veranos. Sostiene que Costa Rica es uno de los pocos lugares del mundo donde este animal no existe y que él ha sido víctima en Irlanda, Inglaterra, Francia, España, Bélgica, Suiza, Alemania, Rusia y Grecia; además, en las cuatro repúblicas centroamericanas, Estados Unidos y Colombia (Argüello-Mora, 1898e, p. 2). Sin argumentos científicos sostiene que en la atmósfera de Costa Rica existe algo que los destruye. Esta acotación es seguida por enunciados patrióticos donde concluye que, debido a la inexistencia de este chinche, su patria es el mejor lugar del mundo para residir.

No obstante, Costa Rica es un lugar desconocido. Esto lo constata cuando conversa con un anciano y una joven quienes creen que este país es antillano. Luego el hombre saca un Almanach de Gotha de 1862, donde se afirma que Costa Rica es el estado más pobre de Guatemala. Por otra parte, Argüello se muestra fascinado con los paisajes de Holanda, los canales y la limpieza. Afirma que el bienestar, el trabajo bien recompensado y el afán de aseo y limpieza hacen “de todo el país una joya sin igual” (Argüello-Mora, 1898f, p. 2). Finalmente compara Holanda con Venecia, el siguiente de sus destinos. Según sus palabras: “Venecia pertenece a los poetas y a los soñadores, y las ciudades de Holanda a los hombres despiertos y amigos de la realidad y de la utilidad” (Argüello-Mora, 1898f, p. 2).

Este deslumbramiento por los Países Bajos parece contradecir los enunciados patrióticos anteriores. Sin embargo, la nostalgia por Costa Rica se manifiesta cuando experimenta alguna incomodidad, como cuando navegaba hacia Terranova y las condiciones del clima le hacían añorar el calor tropical, o como en este caso a propósito de las picaduras de los chinches.

En este texto, Venecia es el principal referente con el que compara a Holanda. La razón se explica en la siguiente crónica, titulada “Tres meses en Venecia” (1899), que dedica a esta otra ciudad de los canales. A diferencia de Holanda, la famosa ciudad italiana no recibe tanto elogio, pero asegura que las calles líquidas, los palacios de mármol y el silencioso movimiento de las barcarolas hacen que no se parezca en nada a las demás ciudades del mundo (Argüello-Mora, 1963, p. 464).

En Venecia, el costarricense encuentra un espectáculo político que le molesta. Los austriacos controlan la ciudad en ese momento y la forma con que tratan a los lugareños le parece indigna. Describe la escena de unos austriacos que desalojan de un restaurante a unos italianos. Los locales intentan defender su derecho de permanencia, pero los oficiales para complacer a los representantes del imperio, se los llevan presos. Los ocupantes resultan victoriosos y disponen a su antojo de la mesa. En este contexto de opresión el mítico Giuseppe Garibaldi es un ídolo para los italianos. Cantan su himno en voz baja porque estaba prohibido hacerlo en público. El escritor afirma que “vi hombres que lloraban al oír el himno” (Argüello-Mora, 1963, p. 467).

Uno de los huéspedes del hotel donde se hospeda es un príncipe ruso llamado Galitzin, quien ha venido con dos hermosas hijas. El príncipe lo invita a cenar, pero durante la cena ocurre un desafortunado accidente. Cuando el mesero sirve la sopa, él estira el brazo y el contenido de la taza cae en el pecho de una de las hijas. Avergonzado huye del lugar. Otra de las anécdotas en dicho hotel ocurre como resultado de la ignorancia que tienen los europeos en relación con América. La hija del hotelero le informa que hay un compatriota suyo hospedado ahí mismo. Ante la curiosidad por saber de quién se trata, Argüello le pide que se lo presente. Pero el tal compatriota es un estadounidense, lo que demuestra que la joven no tiene ninguna idea de la geografía del continente americano.

Otro costarricense, en este contexto, que publica un relato en formato de la crónica de viajes es Francisco Fonseca Gutiérrez. De él es un texto titulado “Mignon”[7], firmado originalmente con el seudónimo de Jajallit y publicado en marzo de 1894 en la publicación periódica Cuartillas que dirigía Agustín Luján. En enero de 1906 lo reproduce en Páginas Ilustradas, ahora firmado con su nombre.

Al igual que en “Terranova y los países bajos” de Argüello Mora, en este caso se cuenta una historia que gira alrededor de una mujer que fascina al narrador. No se sabe su nombre, pero sí sus atributos físicos, idealizados mediante recursos líricos. Según el relato, “su alma tan sencilla como pura era un tesoro escondido y su corazón aun velado, esperaba cual la flor la blanca mariposa, que debiera posarse sobre su corola azul, para despertarla al amor” (Fonseca-Gutiérrez, 1894, p. 5). El final también coincide con el texto de Argüello, pues igualmente, aquí se aplica la fórmula romántica de la joven reclamada por la muerte.

Esta historia funciona como recurso dramático de fondo, pero el escenario es la Europa de finales del siglo XIX, específicamente las ciudades de París y Venecia. En París, se destaca la representación de la obra el Lohengrin de Wagner y, dado que es de origen alemán, el pueblo parisiense protesta enfurecido. Es evidente que el contexto de esta manifestación se inscribe en la posguerra del conflicto franco-prusiano. El escenario violento que encuentra en Francia cambia radicalmente en Italia. Aquí Venecia aparece retratada como un lugar paradisíaco:

En la tarde de ese día, el canal de la Guidecca no podía casi contener el sin número de góndolas y barcarolas, que cubiertas de cintas, flores y gallardetes de los más vivos colores, se chocaban y empujaban entre sí. La música llenaba el aire con infinidad de melodías, y las orquestas húngaras y de gitanos dejaban oír sus más apasionadas notas, mientras que por ramblas y puentes pululaba una multitud inmensa. Por todas partes se veían máscaras, vestidos de sedas atornasolados y mujeres lindísimas (Fonseca-Gutiérrez, 1894, p. 6).

La imagen de Venecia que se presenta aquí se diferencia de la que ofrece Argüello. En este caso se idealiza la ciudad italiana y, por el contrario, París es presentada como un espacio que causa miedo. Con este texto de pretensiones literarias, el médico costarricense Francisco Fonseca contribuye con otro relato de viajes a la Europa de finales del siglo XIX. En este caso, complementa, de alguna manera, el deseo de Argüello de entrar a París. Este texto es testigo de la situación que viven los parisinos recién acabada la guerra.

Conclusiones

Es más común encontrar viajeros de otros contextos que retratan a los países latinoamericanos que textos que lo hagan a la inversa. En el caso de Costa Rica se registran diversas miradas que vienen desde Europa, Estados Unidos y algunos casos desde otros países latinoamericanos.

El relato de viajes de los costarricenses en el extranjero, al menos en el contexto del siglo XIX, es un fenómeno poco común. Algunos de los relatos carecen de pretensión literaria y tienen una intención meramente documental. En este estudio se han abordado únicamente dos casos que corresponden a los legados literarios de Manuel Argüello Mora y Pío Víquez. Los textos de los demás autores citados son meramente referenciales o como en el caso de Francisco Fonseca se trata de una pieza única de escaso valor estético.

Otra de las características de estos relatos es la limitación geográfica. Los únicos referentes son Nicaragua y Europa. El viaje al país vecino interesa por los hechos bélicos ocurridos en los años cincuenta de ese siglo y por la dimensión épica del logro militar. Dado que el conflicto no fue contra Nicaragua, no existe un prejuicio negativo que medie en los relatos. Por el contrario, las relaciones tienen una caracterización idealizada, principalmente en el caso Pío Víquez en el libro que relata el viaje donde acompaña al presidente Soto Alfaro en 1887.

Los viajes al Viejo Mundo son mucho más extensos y tienen intereses mucho más variados. Aplica para Costa Rica lo que Frédéric Martínez señala a propósito de los viajeros colombianos que van a Europa en este mismo contexto del siglo XIX.

El viaje a Europa es la piedra angular de los procesos de construcción nacional en el siglo xix latinoamericano. La sacudida provocada por el encuentro con la Europa real repercute tanto en el discurso político como en las formas de construcción de la nación. Indignados por la ignorancia y los prejuicios europeos hacia los pueblos de la América meridional, los viajeros colombianos, al igual que los otros latinoamericanos, sienten que su sentimiento de pertenencia nacional se consolida en Europa. Se dedican a las tareas de la promoción nacional: se empeñan en hacer conocer su patria bajo un aspecto positivo y reivindican sus avances en la vía de la civilización, frente a un público europeo que no está del todo dispuesto a reconocerlos (Martínez, 2001, p. 245).

Si esta condición de desconocimiento ocurre en relación con un país como Colombia, en el caso de Costa Rica, por razones obvias en relación con el tamaño, el desconocimiento es aún mayor. Esta situación provoca una afectación que se plasma en el relato, tal y como lo consigna Argüello Mora.

A diferencia del viajero europeo que emprende el llamado viaje romántico o que llega con prejuicios étnicos y el viaje le resulta exótico, los viajeros que van hacia Europa asisten a un modelo que está previamente idealizado por los tópicos de la civilización. El viejo continente es un referente de prestigio que resulta obligatorio como destino para la oligarquía. En este sentido estos relatos de viaje representan la impronta de este grupo social. Manuel Argüello, por su pertenencia a la oficialidad intelectual de su época, forma parte de la llamada Generación del Olimpo (Quesada, 2012).

En resumen, Argüello Mora y Pío Víquez son los autores que inician el género de la literatura de viajes en Costa Rica. Los textos de Argüello se mueven entre la ambigüedad factual y ficticia, aunque el autor en efecto viajó a los sitios de la referencia geográfica. Los de Pío Víquez, por el contrario, responden a una intención claramente factual.

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Notas

[1] Es un término francés que significa ‘paseante callejero’. Se aplica a la práctica de observación callejera, emprendida por escritores y periodistas, sobre todo en el contexto del Costumbrismo decimonónico.
[2] Este término, acuñado por Mijaíl Bajtín, se refiere a la conexión intrínseca que existe entre las relaciones temporales y espaciales presentes en el discurso narrativo.
[3] Algunos de estos relatos aparecen consignados en los siguientes libros: Ricardo Fernández Guardia, Costa Rica en el siglo XIX. Antología de viajeros (San José, Costa Rica: EUNED, 2002); Carlos Meléndez Chaverri, Viajeros por Guanacaste (San José, Costa Rica: Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, 1974); Elías Zeledón Cartín, Viajes por la República de Costa Rica. Volumen I, II y II (San José, Costa Rica: Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, 1999); Miguel Ángel Quesada, Entre silladas y rejoyas (Cartago, Costa Rica: Editorial del Tecnológico de Costa Rica, 2001); Juan Carlos Vargas, Tropical Travel. The Representation of Central America in the 19th Century (San José, Costa Rica: EUCR, 2008).
[4] Uno de los autores que envía textos sobre sus viajes es el escritor chileno Benjamín Vicuña Mackenna (1831-1886), quien escribe sobre su Viaje a California, México, Estados Unidos, Canadá, Islas Británicas, Francia, Italia, Alemania, Países Bajos, Costas del Brasil y Provincias del Plata. También se publica la traducción de un relato de viajes a Nicaragua que incluye una visita al Castillo de San Juan escrito por el estadounidense Ephraim George Squier. Estas relaciones fueron publicadas en Crónica de Costa Rica durante el año de 1857 y se divulgaban por entregas, a la usanza de la época.
[5] Se podría dedicar un estudio también a los relatos de viajes en territorio nacional. Autores como Pío Víquez y Manuel Argüello Mora publicaron varias relaciones de viajes. Un ejemplo de un viaje al Caribe es el que describe Juan R. Carazo, titulado “Impresiones de un viaje al Puerto de Limón”. Este artículo se publicó en La Gaceta. Diario Oficial. Edición para el exterior publicada el 25 de octubre de 1881 (p. 8).
[6] Abundan las esquelas que hacen alusión a la llegada de embarcaciones y pasajeros. Un ejemplo de esto es la esquela que suscribe Carlos Johanning el 31 de marzo de 1856 en el Boletín oficial. Comenta que fue de viaje a Europa y lamenta que a su regreso encuentre al país en estado de guerra. Ofrece como contribución al ejército 30 cajas de coñac que están por llegar al puerto. También se publican informaciones sobre los costarricenses que salen o regresan, espacialmente si van o vienen de Europa. En El Costarricense del 22 de enero de 1875 se le da la bienvenida a Daniel Núñez y Carlos Durán, quienes han ido a estudiar medicina de Londres: “ambos se graduaron, en Cirugía, en el Colegio Real de Cirujanos de Inglaterra, del cual son miembros; y en medicina, en el Colegio de Médicos de Londres del cual son licenciados” (p. 1). Además, el Señor Durán estudió durante un año en París, y el Señor Núñez dos años. En El Heraldo del 26 de julio de 1898 aparece una esquela que corresponde a una despedida. La nota apunta que “Don Jesús Alfaro ha partido para Europa, acompañado de su hija Aurelia. Vayan con bien el rico comerciante y su apreciable niña” (p. 3).
[7] También de Fonseca es el relato “Dornröschen” ambientado en Alemania, con un argumento similar. Pero a diferencia de “Mignon” la descripción la hace un narrador en tercera persona. Este cuento se publicó 15 de abril de 1899 en Revista Pinceladas.
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